Carta Urgente desde los Santos Lugares

(Reflexiones acerca de la ética)

                                                                                                        


Hay miles de historias en la ciudad desnuda, y miles de maneras de comprender la ética: ésta es una de ellas.

 

En principio debemos considerar  que no es posible entender la ética aisladamente. En el presente ensayo reflexivo, se postula con modestia (no desde una soberbia torre de marfil) un modelo pensado con el fin pedagógico de mejor abordar y esclarecer esta compleja problemática filosófica que lleva siglos de estudio (indicativo de su difícil comprensión).

 

Este modelo postula cinco conceptos fundamentales que a manera de pentágono conforman la estrella de cinco puntas como mítico símbolo de la Conciencia, del Ser con posibilidad de trascender, que existe, que es, que elige en libertad y con responsabilidad un rumbo ético (entre el bien y el mal) moralmente iluminado por un horizonte de valores trascendentes.

 

 

                               VALORES

                     ETICA                                             MORAL

                                    CONCIENCIA

                                                                                                                                 

                       LIBERTAD               RESPONSABILIDAD            

                                              

            

Tomando estos cinco conceptos cual estrella cuyos rayos confluyen interiormente en un núcleo denominado conciencia al cual influyen y por el cuál son influenciados, podemos describir brevemente algunas de sus características.

 

La Libertad y la Responsabilidad son características básicas del ser hombre, aunque sin libertad no hay responsabilidad, la responsabilidad agrega algo nuevo a la libertad, pues uno puede ser libre sin ser responsable.

 

Esta libertad es siempre situada en un aquí y un ahora, y mi responsabilidad (compromiso íntimo asumido) determinará el uso correcto o incorrecto que yo haga de ella, todo acorde al grado de Conciencia (núcleo de este modelo estelar) que haya desarrollado por el crecimiento, maduración y evolución.

Este desarrollo de conciencia siempre se da inmerso en la interacción permanente (al modo de la tesis-antítesis-síntesis hegeliana) de estos cinco conceptos entre sí y con el núcleo central de conciencia descripto (el que a su vez es susceptible de abarcar también estados inconscientes).

 

 

La Etica abarca globalmente a lo personal, la máscara, la conducta, la acción, lo externalizado, el espacio, lo situado, y refiere a lo relativo.

 

 

La Moral remite en forma global a lo histórico-social, los usos y costumbres, lo heredado, lo internalizado, lo mítico, el tiempo, lo vivenciado, y también refiere a lo relativo.

 

 

Los Valores, que no por casualidad están situados en el vértice superior del modelo, definen lo trascendente, lo que está más allá, la evolución espiritual superior, lo apelativo a mi realización personal y social, y refieren a lo absoluto, lo eterno.

 

 

El ser humano, como integridad bio-psico-socio-espiritual, obra éticamente al elegir en libertad y con responsabilidad, moralmente iluminado por un horizonte de valores trascendentes. Esta imbricación entre la ética, la moral, la libertad, la responsabilidad y los valores, nos da la idea de la íntima relación y necesaria interconexión existente entre dichos elementos, y sirve para entender la crisis ética que vivimos actualmente.

 

 

Aquí es oportuno recordar que esta posibilidad que tiene el ser humano de libre elección personal (influenciada por lo social), tiene lugar en el marco de un contexto histórico (temporal, por ende relativo), que en nuestra época actual se conoce como posmodernidad.

 

 

Algunas de las características básicas de la posmodernidad son: globalización del capitalismo salvaje con su injusta distribución de los recursos económicos (caída del imperio comunista, concentración de la riqueza en poder de pocos a costa del empobrecimiento de las mayorías); grandes avances científico-tecnológicos (biogenética, Internet); crecimiento de las sociedades occidentales consumistas y  pluralistas (diversas etnias y morales); abroquelamiento en oriente de estructuras sociales generadas en  fundamentalismos  religiosos; debacle en occidente de los valores morales tradicionales, lo que provoca la vigencia de una ética superficial, light, no comprometida, donde "vale todo".

 

 

La ética (éthos) se refiere principalmente al aspecto fáctico de la moral, a la acción, a la conducta del hombre, su modo de obrar, al cómo viven y expresan su moralidad los seres humanos en la actualidad.

Para expresarlo  claramente, la ética es la moral encarnada en la persona, es la moral vivida, real; es la forma en que se manifiesta la conciencia moral.

 

La moral (mores) se refiere a los usos y costumbres corporizados en una normativa; implica entonces lo establecido, lo escrito, lo codificado, por así decir. Cada individuo y cada pueblo tiene su moral diferente. Una moral (cristiana, budista, musulmana, atea) es un código moral, una normativa que expone reglas a las cuales ajustar la conducta, la expresión ética.

La moral, si bien refiere a los usos y costumbres, tiene su sustento fundamental en los valores.

 

Si bien existen valores relativos (subjetivos, individuales) acordes para cada sujeto según el marco de su propia escala valorativa, también existen valores absolutos comunes a todos los hombres y por ellos buscados y aceptados: los valores absolutos, ideales o trascendentales, que son los que persiguen la perfección ontológica de todo ser humano y encierran la intencionalidad axiológica del mismo (ej: unidad de la humanidad, amor, verdad, bondad, belleza). 

 

 

Filosóficamente existen básicamente dos tipos de teorías sobre los valores: las teorías relativistas y las teorías absolutistas. Para las teorías relativistas mi deseo de algo hace que ese algo tenga un valor para mi.

Para las teorías absolutistas el valor es una cualidad intrínseca del Ser, que es valioso por si  mismo,  y cuyo valor me atrae, apela a mí para realizarlo.

 

Por otra parte, la biología, psicología y sociología han efectuado un cuestionamiento reduccionista sobre los sentidos y valores, arguyendo en forma simplista que no son  mas que fabricaciones que se pueden tipificar como sublimaciones, mecanismos de defensa, patrones de conducta heredados o formas de pensamiento de la clase social que se introyectan por la fuerza de la ideología dominante en el momento histórico.

 

Si bien no se pueden negar las influencias medioambientales, también puede establecerse claramente la esencial capacidad de autodeterminación del ser humano ante tales condicionamientos, que no son determinismos absolutos.

Esta autodeterminación se opera por la intrínseca libertad del ser humano que toma actitud ante las situaciones específicas.

 

El problema de fondo es operar con frecuencia una objetivación de lo que hay de subjetivo en el ser humano y una subjetivacion de lo que es objetivo en el mundo.

Por eso si al ser humano lo objetivamos en lo que tiene de subjetivo -su espiritualidad, libertad y responsabilidad- obtendremos nada mas que una cosificacion del mismo, que le des-personaliza, le niega y quita su radical capacidad de autodeterminación en el mundo.

 

Así, el ser humano pierde su calidad de sujeto que se-decide-ante y pasa a ser un objeto-que-es-impulsado-y-movido-por sus pulsiones. Incluso la voluntad que busca un sentido es negada.

 

Pero se debe tener presente que hay situaciones que tienen un denominador común y en consecuencia hay sentidos que son compartidos por los seres humanos en las sociedades a través de la historia.

Estos sentidos, en lugar de estar referidos a una situación vital única, se refieren a la condición humana. Estos sentidos se comprenden entonces como Valores. Así pues los Valores pueden ser definidos como aquellos significados o sentidos universales que una sociedad o la humanidad entera encarna porque ellos se cristalizaron en situaciones especificas o típicas de la historia (V.Frankl, G.Pareja).

La conciencia de tener una jerarquía natural de valores no me dispensa de la necesidad de tomar decisiones. Mi postura ante los valores es libre y me siento atraído por ellos para encarnarlos en el mundo, en el presente histórico.

 

Los valores me atraen, las pulsiones me impulsan. Y la atracción de los valores va mas allá  de ser atracción pues ante ella me decido.

 

La moral, la ética tradicional y las convenciones sociales guardan estrecha relación con los valores, en cuanto los canalizan en la practica social.

 Sin embargo, toda esa estructura ha de someterse a la prueba de la conciencia del ser humano, que siempre tendrá  la ultima palabra (G.Pareja).

 

Según Viktor Frankl (eminente neurólogo, psicólogo y filosofo, creador de la tercera escuela vienesa de psicología: la Logoterapia), el hombre es libre para dar una respuesta personal ante los condicionamientos, es responsable para responder ante cada circunstancia, y mediante la autotrascendencia (que es su condición fundamental) redimensiona permanentemente su realidad básicamente mediante la realización de valores, que pueden ser de tres tipos:

a) Creativos, o lo que un ser humano le da al mundo en forma de trabajo, obra, creación, transformación; b) Vivenciales o de Experiencia, lo que un ser humano recibe gratuitamente del mundo en forma de vivencia estética, contemplación de la naturaleza, y el encuentro humano amoroso; c) de Actitud, la que se asume ante las situaciones límite (las tipificadas por su irreparabilidad, irreversibilidad y fatalidad), el sufrimiento, la culpa, la muerte.

 

La ética moderna secular, al centrarse en la racionalidad y dejar de lado el primordial enfoque sobre los valores (mores), abandona en verdad el campo de la moral y se transforma en in-moral.

 

Esto ha tenido una acabada demostración en la actual posmodernidad, donde asistimos a una caída y retroceso de los valores tradicionales, al auge de una ética light, superficial y consumista caracterizada por el “todo vale”, donde ya no hay normas, reglas ni parámetros morales validos.

 

En una palabra, al no aportar la ética moderna secular ninguna solución, forma parte del problema.

Es que la racionalidad por si sola no puede dar cuenta de que conductas son buenas o malas, solo tenderá  a justificar ilusoriamente lo que es correcto o incorrecto, considerándolo como una guía para la acción práctica y otros subterfugios, queriendo así auto-engañarse y evitar tomar posición sobre los valores absolutos (como el Bien Supremo de Platon) que son los que en realidad manifestarán con su presencia o ausencia en la situación si una conducta es correcta o no.

 

La ética moderna secular adscribe a la teoría relativista de los valores, en tanto considera que es valioso aquello que yo deseo, al contrario de la ética espiritual-religiosa que postula que existen valores absolutos, trascendentales, valiosos por si mismos, que apelan a mi y despiertan mi atracción para que yo intente realizarlos.

 

Por considerar al deseo como definidor de lo valioso y los valores, la ética moderna secular sostiene posiciones afines al psicoanálisis freudiano-lacaniano ateo, cuya pobre conceptualizacion antropológica del ser humano como movido básicamente por sus instintos, es determinista y reduccionista: el ser humano es poco mas que un títere llevado de aquí para allá  por sus impulsos, desde un inasible inconsciente.

 

Como orientación básica apunta a la búsqueda del placer y el equilibrio; la orientación hacia el sentido y el valor está  fuera de su horizonte de referencia, no capta la intencionalidad de la dimensión existencial-espiritual.

 

Para el psicoanálisis el ser humano esta  confrontado con el peso de sus pulsiones, con su inconsciente y no con los valores; considera que la dimensión humana es básicamente una dinámica psíquica impulsiva y desconoce una dinámica de la dimensión existencial-espiritual.

   

Contrasta esto con las conceptualizaciones de otras corrientes psicológicas como por ejemplo la logoterapia de Viktor Frankl, el análisis existencial de Ludwig Biswanger, la psicología comprensiva de Dilthey y Karl Jaspers, para las cuales el ser humano es una integridad bio-psico-socio-espiritual, abierto a la trascendencia, en relación con el mundo triple del ambiente, de los otros y de si mismo.

Estas corrientes tienen una orientación básica hacia el sentido y la búsqueda de valores originarios y descubren en todo lo espiritual su dimensión de intencionalidad; no sólo ven la impulsividad sino sobre todo el sentido.

 Descubren que delante del querer hay una urgencia, un deber que la persona descubre en su vida, en su conciencia, en el momento histórico social concreto.

 

Conciben el ser humano como confrontado fundamentalmente ante los valores y atraído por ellos mas no impulsado.

 

La realización de los valores supone la actitud libre y responsable del ser humano, y esta actitud esta lejos de la pura impulsividad, ha de verse dentro del contexto de una dinámica de lo existencial-espiritual donde la impulsividad tiene un papel que puede llamarse de energía alimentadora (G.Pareja).

 

Vemos entonces que la ética moderna secular responde a una paupérrima concepción atea del ser humano, a una antropología materialista, a una filosofía nihilista de la cual Sartre es un acabado representante.

El pesimismo y desesperanza de Sartre con su Ser para la Nada, con su conceptualizacion cosificante del ser humano (explicitada por ejemplo en que la mirada del otro me cosifica y es diabólica, en lugar de pensar que también puede haber una mirada amorosa, comprensiva y compasiva), rebaja a este a la in-trascendencia, a la desesperanza, a la falta de sentido de su vida, al negro pesimismo existencial, a la ausencia de verdaderos valores por los cuales vivir y compartir solidariamente el humano destino; remite, simbólica y prácticamente en fin, al mal, las huestes lucifericas, los  ángeles caídos, a la gran herejía de la separatividad.

 

El otro no deja de ser una cosa, un otro apto para ser utilizado en la satisfacción de mis propias necesidades.

 

En cambio, para otros filósofos existencialistas teistas el otro llega a transformarse en un mediante una relación responsable, igualitaria y reciproca basada en el valor absoluto del amor, que permite asimismo abrirse al TU mayor (Martin Buber).

 

También la ética racionalista de Kant denota un déficit notorio para dar respuestas validas a la grave problemática moral contemporánea. Esto queda patentizado en la siguiente anécdota. Cuenta Kant que una vez un amigo suyo se refugia en su casa huyendo de un asesino. El criminal llega hasta la puerta, golpea y cuando Kant abre y lo atiende, le pregunta si allí se ha refugiado un hombre al que persigue para matarlo.

Kant postula que su deber es decir la verdad, pues el imperativo moral categórico le indica decir la verdad en todo momento y bajo toda circunstancia, aunque como en este caso, su amigo fuera asesinado. Apenas analizamos con un poco de minuciosidad esta postulación advertimos que se comete un grave error de conceptualizacion.

Kant parte de realizar un juicio racional parcial acerca de si una acción es correcta (decir la verdad) o no. Se sitúa en el plano de la ética aplicada y escamotea plantearse el verdadero dilema moral, el que se define como una situación de conflicto en la que entran a jugar valores o principios que se contradicen entre sí.

Si hubiera hecho esto, habría ponderado los valores en juego, los hubiera jerarquizado y hubiera optado en consecuencia. En esta anécdota surge claro la oposición nítida de dos valores: el de decir siempre la verdad y el de preservar la vida humana.

 

Al optar, es evidente que preservar o defender la vida humana es un valor superior jerárquicamente al de decir siempre la verdad, por lo que podemos observar que la decisión que tomó Kant fue moralmente incorrecta e incluso gravísima y deleznable pues costaría la vida de su amigo.

 

Además de ver en forma patética a que tremendos errores nos puede conducir un racionalismo exacerbado en sus intríngulis metodológicos, también podemos captar en esta anécdota cuan poco se usó el sentido común (que lamentablemente suele ser el menos común de los sentidos) y como no se respetó el esencial valor de la vida humana.

 

La ética moderna secular esta basada en el materialismo nihilista sartriano y en el absurdo e inhumano racionalismo kantiano que no toma en cuenta los valores o normas morales que deberían guiar nuestra conducta, pretendiendo además asumir una ficticia autonomía moral (regularnos por normas autodefinidas y autoimpuestas), que al no tener respaldo o fundamento valorativo suprapersonal o supraterrenal alguno quedan libradas al relativo arbitrio de cada cual, con una escasa posibilidad de acatamiento generalizado de las mismas (concreción de las expectativas de cumplimiento reciproco).

 

Se pretende escindir erróneamente lo personal de la dimensión moral, ignorando que lo personal de un modo u otro siempre se manifiesta en relación con los demás de modo que la dimensión moral siempre esta  presente.

Es posible asumir una forma de vida y desarrollar una identidad, pero como vivimos en sociedad, el derecho de uno termina donde empieza la libertad del otro (por ejemplo los travestis escandalosos que quieren que respeten sus derechos, pero que no respetan los de los demás, alterando las buenas costumbres y la tranquilidad en la vía pública molestando con su conducta promiscua a los vecinos).

 

Así lo postulaban desde los antiguos griegos con la noción de Kosmos u orden universal -opuesto al kaos-, hasta Heidegger concibiendo al ser humano como un Dasein o Ser-Ahi, arrojado como proyectum a la existencia, en relación siempre con el triple mundo de las cosas, de los otros y del si mismo (Mitwelt-Umwelt-Eigenwelt).

 

Al dejar al arbitrio de cada cual el inventar sus propias normas morales sin el sustento de ningún valor, cae entonces la ética moderna secular en un relativismo y escepticismo moral y queda pedaleando en el aire, sin base de sustentación, de ahí esa ridícula manía actual de buscar un reaseguro o guía en las frías normas jurídicas sin comprender que en la medida que tampoco están inspiradas en genuinos valores sólo generarán desconfianza y transgresiones.

 

El problema básico de la ética moderna secular es que desconoce que vivimos en un mundo múltiple, en donde miles de millones de personas aún ajustan sus conductas a auténticos valores religiosos y espirituales que más allá  de que seguramente sean susceptibles de perfeccionamiento en su captación e instrumentación, no por eso dejan de ser eficaces guías para sus comportamientos y practicas cotidianas, ya que en el fondo responden a la esencial e intrínseca condición espiritual del ser humano, a su autotrascendencia.

 

Al elevarse paulatinamente sobre la falibilidad humana mediante la realización de esos valores, se le posibilita entonces al ser humano encarnar la moralidad y comportarse en forma realmente ética, generando una gozosa convivencia (“amaos los unos a los otros como hermanos que sois”) en el marco de un destino supramundano, trascendente.

 

Dadas las explicitaciones precedentes, el tomar la ética como objeto de estudio aislado de un contexto normativo moral que le da  sustento o priorizarla indebidamente por sobre la dimensión moral, equivale al viejo error de “poner el carro delante del caballo”.

Para V.Frankl como para Max Scheler (autor de”El puesto del hombre en el cosmos”) la persona está abierta a la trascendencia, y esta apertura radical se dá a través de la conciencia.

 

La conciencia en cuanto fenómeno no se queda ni se agota en si misma sino que va mas allá  de la persona.

La persona, como ser dialogal esta  básicamente abierta al encuentro interpersonal y por eso la conciencia es la voz de la trascendencia.

 

La conciencia posibilita a la persona el sentir la presencia de una instancia supra-humana y la hace ser consciente de su ser contingente, es decir, no necesario, creado.

 

La conciencia no agota su propio significado en su dimensión de hecho psicológico sino que es sólo un aspecto de un fenómeno básicamente trascendente o metapsicologico. Scheler indica que la conciencia es la voz de la trascendencia y que por ella la persona capta la presencia, en la fe, de un juez invisible e infinito, o Dios. El material psicológico posibilita el paso a una presencia que se manifiesta y esa presencia es Dios.

 

Nikolai Hartmann reflexiona sobre las diferencias ontológicas en el ser humano, que él caracteriza como estratos (en número de cuatro), que son: el físico, el orgánico, el anímico y el del espíritu. Así quien quiera comprender la conciencia a partir de fenómenos psíquicos o el ethos del hombre mediante una ley que rija los actos psíquicos, tropezará con la ley de jurisdicción de los estratos, pues introduce categorías de otro estrato existencial en lo que es propio de un estrato de constitución más elevada. El mundo real tiene unidad, pero no la de un principio, sino la de un ordenamiento, surgido en un plano superior.

 

Por eso, la  fundamentacion de una acción, cada vez más humana, requiere la previa asimilación de una personal cosmovision.

Esta cosmovision esta  formada por elementos tan valiosos como una filosofía de la vida, una antropología filosófica, ética, valores, que como conjunto, apunta a una metafísica ontológica.

Se busca afirmar la presencia de diferencias ontológicas en el ser humano y al mismo tiempo la unidad antropológica del mismo.

En otras palabras, el ser humano es una unidad a pesar de su multiplicidad.

 

También, Heidegger considera que la existencia no es algo ya determinado, estático y estable de una vez para siempre. Como Frankl, señala la cualidad de apertura del ser humano y la vivencia simultanea en el presente del pasado que permanece y del futuro al que nos dirigimos. Aceptar la propia vida es la misión especifica que tenemos en la temporalidad en que nos movemos.

Esta aceptación es la responsabilidad específicamente humana.

 

Esta responsabilidad se vive en la cotidianeidad en la que oscilamos entre un escapismo -que sería la alienación según Heidegger en la exterioridad- y el dato insoslayable de hacernos cargo de nosotros mismos en el “cada día” de la vida (conciencia mas responsabilidad, según Frankl).

 

Para Heidegger y Frankl el ser humano decide y se-decide sobre la base de las posibilidades que encuentra en si mismo y las que le proporciona su pasado. A partir de ellos se trasciende a si mismo llegando a constatar la esencial característica de la existencia humana que es la autotrascendencia (Frankl) o el ser-propio (Heidegger).

 

Para Karl Jaspers trascender es buscar el propio ser.

 

Ningún objeto es el propio ser. Tenemos que ir mas allá  y por encima de lo objetivo, es decir: trascender.

 

Trascender no es una obligación sino una posibilidad ante la libertad.

Podemos entregarnos al mundo, a las cosas y vivir sin trascendencia; podemos durar, pasar, y no haber sido.

Podemos incluso afrontar la muerte, el dolor, la culpa y la lucha como hechos pero no permitirles que nos afecten y condenarnos así a la in-trascendencia.

 

Pero la in-trascendencia es sinónimo de la deshumanización.

 

El ser, para Jaspers, es lo “envolvente”, y hace que la existencia humana se constituya por la trascendencia, es decir, por su abrirse al Absoluto, a Dios.

 

La creencia en un solo Dios personal, creador del mundo, único y ultimo refugio nuestro, es una creencia filosófica, un trascender de mi existencia que hay que ganar sin cesar. La vida sólo tiene sentido si está encaminada hacia Dios. Bajo esta perspectiva, todo el mundo se hace relativo, pero al mismo tiempo deviene este mundo el lugar de una opción incondicional entre el bien y el mal. Por ahí carga el hombre con toda su responsabilidad de tal.

 

Y de ahí se desprende el deber del hombre de luchar por el bien contra el mal, pero esta lucha sólo puede darse en el amor. El amor con el que todo hombre trata de comprender al prójimo, es la realidad fundamental del hombre que le hace eterno en toda su finitud (Frankl).

 

La libertad y la responsabilidad constituyen la esencia de la existencia humana, y junto con la espiritualidad (dimensión noetica, del logos o del espíritu, donde radica lo mas genuinamente humano) forman una trilogía.

 

¿De qué es responsable el ser humano?. Al tomar conciencia de su estar-en-el-mundo descubre que tiene la tarea de hacerse cargo en primer lugar de su propia vida, lo que implica en potencia, un proceso educativo altamente positivo, así estará preparado para comprender y acompañar a otros seres humanos en el proceso de descubrimiento y compromiso con la propia vida.

 

La responsabilidad fundamental de hacerse cargo de la propia vida es una tarea y misión intransferible y en ellas cada ser humano es irremplazable.

 

El ser humano responde ante si mismo, ante los demás y ante Dios (lo suprapersonal). El “lugar” donde el ser humano responde es la conciencia. La conciencia como fenómeno genuino y específicamente humano se nos presenta como original, no deducible de otra instancia intrahumana y es no reducible, intuitiva y creativa.

 

La conciencia es la dimensión donde el ser humano tiene el privilegio de encontrarse en la desnudez de su mismidad, en su más profunda intimidad y donde se manifiesta la presencia dialogal de Dios. La conciencia es quien guía a la libertad para que pueda responder de si, a los demás. También está  sujeta a la condición humana, a los riesgos de la falibilidad, el error y la engañosa distorsión que se presentan en el proceso de maduración y formación de la conciencia humana. La misma conciencia no escuchada por el ser humano puede extraviársele. Pero el riesgo de errar no nos dispensa de intentar, ni de la necesidad de juicio.  VER

La conciencia manifiesta que el ser humano al estar-en-el-mundo, como ser-que-responde, tendrá siempre delante de si a las personas y a las situaciones; por eso decimos que es un ser, que por su conciencia, responde “ad-personam” y “ad-situationem”.

 

Las situaciones que son múltiples y se presentan a modo de preguntas dirigidas a cada ser humano, pueden quedar sin respuesta. Las respuestas implican decisiones y las decisiones hacen referencia a la libertad humana. Así pues en la libertad humana se hace visible la existencialidad mientras que en la responsabilidad se revela la trascendencia.

 

El ser humano, para Frankl,  es responsable  de actual-izar y real-izar los significados y valores en el mundo y en su historia (G.Pareja).

 

Este mismo proceso pedagógico de formar una conciencia, genuinamente humana, ha de considerar que la responsabilidad nos viene de una dimensión que no somos nosotros mismos. La conciencia no se deriva del Ello o del puro Superego y, si así se aceptara, tendremos un homúnculo en lugar de un ser humano y un homunculismo en lugar de una antropología.

   

Avanzando más lejos de considerar a la conciencia como un producto de la libido psíquica inconsciente, vemos que ella se manifiesta fenomenologicamente de modo espontaneo, en la dimensión consciente como inmediata, intuitiva y absoluta.

 

Según Frankl, la conciencia se presenta como básicamente inconsciente y no racional. Es no-racional porque es pre-logica, es decir, es anterior a cualquier reflexión racional. La conciencia, tomada no como ley moral universal es, sin embargo,universal, y el fenómeno del ateísmo en esta perspectiva se consideraría como el tener conciencia y responsabilidad pero dándoles una interpretación inmanente, de tipo reductivo, en el ámbito psicológico.

 

 Así pues el no creyente puede pensar que su conciencia es un mero producto psicológico al cual puede desatender dado el caso de que sólo tiene que obedecerse a si mismo. El solipsismo psicológico y moral se hacen patentes como consecuencia. Esta postura no se pone en búsqueda de algo mas allá  de su conciencia y responsabilidad que podría ser el camino a la trascendencia.

La maduración de este proceso nos conduce a ver que la responsabilidad ante la propia conciencia permite plantear la pregunta de si hay alguien mas allá  de la conciencia.

En un último análisis ciertamente debe aparecer cuestionable si el ser humano realmente puede ser responsable ante algo, o si la responsabilidad es solamente posible cuando está ante alguien.

 

Entonces, la conciencia encuentra su lugar de fundamentacion en un dato original que es Dios.

 

Así tenemos que detrás del superego del ser humano está el Tu-Dios y en la conciencia se revela el Tu-Palabra de la trascendencia.

Todas las declaraciones sobre Dios valen tan sólo “per analogiam”. Lo mismo puede decirse, por tanto, de todas las declaraciones sobre su personalidad: es como si fuera personal; es pues, suprapersonal (Frankl, Pareja).

 

El inconsciente entonces es una dimensión amplia que tiene dos aspectos: un inconsciente impulsivo (Trieb), lugar de las pulsiones inconscientes; y un inconsciente espiritual, lugar de la espiritualidad inconsciente.

El inconsciente es algo mas que impulsividad inconsciente o reprimida, por el contrario, es lo espiritual inconsciente, la existencia. La existencia, es decir lo espiritual, tiene como característica ser irrefleja y, por tanto, es en si misma irreflexionable.

 

El ser humano es plenamente humano cuando es capaz de ir mas allá  de donde es “impulsado” y llegar al  ámbito en que es “libre y responsable”, donde decide. El ser humano se deshumaniza cuando deja de ser responsable.

 

La conciencia, tomada no como ley moral universal es, sin embargo,universal, y el fenómeno del ateísmo en esta perspectiva se consideraría como el tener conciencia y responsabilidad pero dándoles una interpretación inmanente, de tipo reductivo, en el ámbito psicológico. Así pues el no creyente puede pensar que su conciencia es un mero producto psicológico al cual puede desatender dado el caso de que sólo tiene que obedecerse a si mismo. El solipsismo psicológico y moral se hacen patentes como consecuencia. Esta postura no se pone en búsqueda de algo mas allá de su conciencia y responsabilidad que podría ser el camino a la trascendencia.

 

 

La posmodernidad, con su pragmatismo materialista ha llevado a la ética del todo vale, donde todo esta  permitido, todo es igual, lo mismo un burro que un gran profesor, no hay valores, modelos ni reglas, sólo se adora al becerro de oro. Pero considerando al modelo social capitalista carente de valores humanos, criticado tanto por Juan Pablo II como por George Soros, debemos recordar aquí la sabia sentencia bíblica: “de qué vale al hombre conquistar el mundo si pierde su alma”.

Hoy a esta sociedad con crisis de valores se la llama la sociedad pluralista. Se caracteriza por un gran conglomerado de gente, mucho más que en la antigüedad; se vive diferente al pequeño círculo de la familia, el barrio, el pueblo. Hay una gran mezcla de gente, de etnias raciales y de culturas. El pluralismo es pues cuantitativo y cultural.

En la sociedad pluralista no hay una unidad moral desde el punto de vista normativo, mientras que en la vieja sociedad había una relación mas estrecha de los padres con los hijos, con valores religiosos más importantes y enraizados.

Esta sociedad pluralista, entonces nos plantea una exigencia mayor para tener un comportamiento ético y ser morales.

Aunque los valores tradicionales hayan desaparecido o estén en retirada, sin embargo, aparece ahora la enorme importancia de la conciencia individual como guía interna ante la falta de guía externa. Es prioritaria entonces una buena educación dirigida a formar la conciencia de responsabilidad, a inculcar sanos valores, a fomentar el surgimiento de la intuición en la conciencia individual como instrumento que permita descubrir la jerarquía de valores trascendentales que guíen éticamente nuestra acción.

Así, aunque los valores tradicionales hayan caído, esta madurez de conciencia permite igual al hombre descubrir los sentidos únicos de la existencia y cumplir su misión en el mundo.

En una sociedad pluralista se vive en un relativismo. Existe pluralismo cultural pero no debe confundirse con pluralismo ético que no debe existir. La moral no puede ser relativa, toda moral reclama absolutez, lo que debe ser, debe ser (sin entender esto como rigidez).

Es cuestión de encontrar algo absoluto en la sociedad pluralista que permita ser moral en dicha sociedad; algún valor que reconozca todo el mundo.

Existe eso absoluto que no hace diferencias de raza, culturas, religiones y que esta en todos: la común condición humana (que en potencia y esencia es espiritual y divina).

Todos somos mortales y compartimos las mismas penurias, miserias y alegrías humanas en el camino hacia la perfección espiritual.

La común condición humana es un valor absoluto, no idealmente abstracto sino tremendamente concreto, encarnado en el semejante que tengo delante de mí.

Cuando se empieza a descubrir lo que nos hermana a todos en la sociedad pluralista, comienza entonces a haber más solidaridad y fraternidad, se va afinando el sentimiento moral.

La común condición humana es un valor absoluto porque es algo que nos trasciende, no depende de nosotros.

Descubrimos que su condición de valor absoluto, trascendente, lo hermana espiritualmente con los más puros valores cristianos: “ama a tu prójimo como a ti mismo” es entonces el paradigma a imitar. Hallamos de esta manera un anclaje absoluto de la nueva moral, esta  fundada en un valor absoluto que es la común condición humana, a la vez terrestre y celeste, todos los hombres son iguales porque son mortales, con sus bondades y maldades. Ser moral implica respetar la condición humana del otro, dar la mano, ayudar. Debemos percibir lo común, lo que nos fraterniza: todos somos hombres finitos, abiertos a la trascendencia infinita.

Hay que ser solidarios, ver lo que aflige al otro.

En esta sociedad pluralista el individuo está aislado, solo, a veces entregado a si mismo, no cuenta como antes con la ayuda del otro.

Hay problemas y necesidades comunes, a veces se persigue el consumo desenfrenado, hay falencias en la salud, la alimentación,

la educación, la seguridad jurídica.

La vida es difícil, hay angustias y temores que se deben vencer.

Es posible ser moral ayudando al hermano, al semejante, respondiendo a ese reclamo y esperando que también nos ayude.

Hay que buscar una solución a la crisis de la ética contemporánea. No basta con el imperativo racional categórico de Kant dirigido a la subjetividad del individuo, con su postulado voluntarioso que dice:”obra únicamente según la máxima que hace que puedas querer al mismo tiempo que ella sea una ley universal”; ya que cualquier energúmeno de mala conciencia pregonaría entonces que la ley de la selva es ley universal.

El imperativo de hoy es revalorizar la ética, hay que infundirle nuevamente valores espirituales a esta ética actual tan vacía, light y superficial; debemos recuperar los valores trascendentales que guían la conciencia moral, que nos permitan distinguir el bien del mal. Solo en la medida que podamos dilucidar claramente esto nos encaminaremos a una conciencia moral esclarecida.

Un adecuado equilibrio entre la imaginación provista por los sentimientos y el conocimiento propio de la razón, no solo permite superar el viejo enfrentamiento Romanticismo-Racionalismo

sino que se convierte en el instrumento adecuado para accionar correctamente en la realidad.

De ahí la importancia de fortalecer no solo la actitud racional sino básicamente toda enseñanza espiritual (sea o no estrictamente religiosa) y moral que, haciendo hincapié, en los principios y valores cristianos privilegie el valor del amor a la familia, al prójimo, a Dios, y busque realizar el supremo Bien.

Asimismo, desde un punto de vista psicológico, los beneficios se multiplican geométricamente, ya que una persona que accede al universo de los valores y dedica su tiempo y ajusta su conducta a realizarlos, encuentra un significado, un sentido a su vida; ya no vive en vano, supera la triada neurótica de nuestro tiempo posmoderno (la violencia-agresion, la depresion-suicidio, y las adicciones, alcohol-drogas-poder) plenificando así su existencia individual y su participación comunitaria a través de su trabajo y obras, haciéndose útil y solidario para si mismo y la comunidad.

Este enfoque permite así recuperar la iniciativa, creatividad y responsabilidad individual, el hombre vuelve a ser artífice de su propio destino; ni caerá en el conformismo consumista de hacer lo que otros hacen ni en el totalitarismo masificante de hacer lo que otros exigen que haga.

También resulta valioso escudriñar el enfoque que las principales religiones  (del latín re-ligare, re-unir al hombre con Dios) tienen sobre la dimensión espiritual del ser humano, ya que podremos descubrir una gran riqueza conceptual y practica.

Así la Fe, el Amor, la Esperanza, la Solidaridad, la Caridad constituyen el corazón de la enseñanza cristiana y una normativa moral adecuada a toda época y lugar (“He aquí, Yo estoy con vosotros hasta el fin de los tiempos”).

Más allá  de las humanas falencias al transmitir los preceptos del Salvador del Mundo, y excesos dogmáticos que se produjeron a lo largo de la historia y que ahora están en sana revisión, las enseñanzas cristianas son esencialmente buenas en su espíritu y están llamadas a perdurar en el corazón de la humanidad (“Si vosotros permaneciéreis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará  libres”).

Muy interesantes investigaciones se hallan en curso actualmente en referencia a la dimensión espiritual del hombre y sus consecuencias éticas y morales, tanto en el aggiornamiento de las principales religiones (son realmente importantes las recientes manifestaciones del Papa Juan Pablo II en "Cruzando el umbral de la esperanza", y la Declaración Mundial de Etica elaborada por el Parlamento Mundial de las religiones -Chicago,1995-), como en otros campos filosofico-espirituales, por ejemplo las realizadas por la Universidad de los Siete Rayos en New Jersey, EEUU, y las de la Fundación Lucis en Londres, Inglaterra, ambas respondiendo básicamente a las enseñenzas de la destacada espiritualista Alice A. Bailey : "servicio a la humanidad es servicio a Dios"(que sin esfuerzo reconocemos coincidente con el pensar y obrar de la Madre Teresa de Calcuta).

Grandes cambios espirituales comienzan a esbozarse en el mundo: en medio de la lucha contra las iniquidades de un capitalismo salvaje carente de valores humanos e incapaz de promoverlos, hay un renacer del sentimiento religioso en los pueblos , conscientes que no basta con solo acceder al consumo digno y propio de la vida moderna sino que también es primordial encontrar una respuesta al enigma de la existencia y  un sentido trascendente a la propia vida.  

Está  agonizando la posmodernidad, se perciben los últimos estertores de su moral hueca y su fracasada ética racional secular, vacía y superficial.

Allende la estéril posmodernidad ya alborea la ultramodernidad;

resuena la voz del silencio y el grito lejano del espíritu :

¡el Hombre ha muerto, vive Dios!.

Perece la idea reduccionista del homunculismo, del hombre ficticiamente autónomo y libertino. Crece la conciencia de una libertad situada, condicionada-incondicionada, con responsabilidad para decidirse ante los valores, realizarlos y trascender hacia el Absoluto.

Renace purificada la esencia espiritual del Ser humano y a través de la oración y meditación (hacia adelante y hacia arriba) se le abren los portales del quinto reino y del camino de evolución superior (“Nadie puede venir a Mi, si no lo atrae el Padre que me envió”); siéndole posible acceder a la Vida más abundante y alcanzar la Iluminación (“Yo soy la Luz del Mundo, quien a Mi venga no andará  entre tinieblas”).

Le es factible entonces al Ser humano sintonizar su pequeña voluntad con la del Creador colaborando con la obra divina, pudiendo al fin exclamar: “¡hágase Tu voluntad, así en la Tierra como en el Cielo!”.

Que así sea.

 

 

  

( Ultramodernidad: neologismo acuñado por el autor con motivo de este breve ensayo).

 

Autor: Lic. Juan Martín Nuñez

Santos Lugares, Noviembre 1997  

Licenciado en Psicología (UBA)

Desempeño en Consultorios Externos de Psicología Médica del

Hospital de Clínicas José de San Martín

Docente de la Cátedra de Psicología Médica de la Facultad de

Medicina (UBA)

Docente de la Cátedra de Orientación Psicológica de la

Facultad de Psicología (UBA)

Participante en Jornadas, Seminarios, Conferencias y Cursos de

Especialización

 

Estudios en Religiones Comparadas y Filosof¡a Oriental

 

Formación Logoterapeuta Bianual Fundación Argentina de Logoterapia

 

Posgrado Trianual en Logoterapia Universidad Católica Argentina

 

Cursante Doctorado Universidad del Salvador

 

 

NOTA:   Damos  a conocer con profundo orgullo, que ahora  en Febrero 2012,        Umberto Eco     ha publicado en el diario L'Espresso de Italia, un breve artículo sobre un gran error cometido por Kant al describir la anécdota del "asesino en la puerta".  Este relato lo hace Umberto Eco utilizando similares conceptos a los que 15 años antes  yo expresé sobre ese tema en uno de  mis ensayos titulado:    Carta Urgente desde los Santos Lugares    escrito en el año 1997 , y publicado luego aquí mismo en el Faro de la Utopía 

Hago además la salvedad que, tal como pueden ustedes comparar a continuación,  Umberto Eco le da un enfoque casi jocoso al tema y no lo profundiza en cuanto a sus graves consecuencias filosóficas, casi exculpando a Kant al pretender cubrirlo bajo un discutible ropaje de genio, tratando de soslayar e ignorar (infructuosamente a mi modo de ver)  la gran carencia analítica y muy limitada capacidad de influencia positiva que el racionalismo puede aportar, en especial en toda la temática profunda  relacionada con la ética y la moral.

Pese a eludir Eco tocar el tema de fondo, en mi ensayo dejo bien en claro que el racionalismo de Kant marca una clara divisoria de aguas y radical diferencia entre la ética moderna secular atea materialista-racionalista de valores relativos (el "todo vale" causante de la grave debacle y crisis de valores posmoderna),  y la ética espiritual religiosa de valores absolutos trascendentes.   Click para leer ambos escritos juntos :  

Umberto Eco y la Carta Urgente, el grave error de Kant