El  Faro de la Utopía  nuevamente pionero. 

Damos  a conocer con profundo orgullo, que recientemente en febrero de 2012, Umberto Eco ha publicado en el diario L'Espresso de Italia, un breve ensayo sobre un gran error cometido por Kant al describir la anécdota del "asesino en la puerta", con similares conceptos a los que 15 años antes yo expresé en mi ensayo      Carta Urgente desde los Santos Lugares   escrito en el año 1997        y publicado en el Faro de la Utopía  .   

Hago además la salvedad que, tal como pueden ustedes comparar a continuación,  Umberto Eco le da un enfoque casi jocoso al tema y no lo profundiza en cuanto a sus graves consecuencias filosóficas, casi exculpando a Kant al pretender cubrirlo bajo un discutible ropaje de genio, tratando de soslayar e ignorar (infructuosamente a mi modo de ver)  la gran carencia analítica y muy limitada capacidad de influencia positiva que el racionalismo puede aportar, en especial en toda la temática profunda  relacionada con la ética y la moral.  Pese a eludir Eco tocar el tema de fondo, en mi ensayo dejo bien en claro que el racionalismo de Kant marca una clara divisoria de aguas y radical diferencia entre la ética moderna secular atea materialista-racionalista de valores relativos (el "todo vale" causante de la grave debacle y crisis de valores posmoderna),  y la ética espiritual religiosa de valores absolutos trascendentes.

 Carta Urgente desde los Santos Lugares  // transcribo aquí la parte pertinente de mi ensayo, si se lo desea leer completo, hacer click en el link del título  //... Según Viktor Frankl (eminente neurólogo, psicólogo y filosofo, creador de la tercera escuela vienesa de psicología: la Logoterapia), el hombre es libre para dar una respuesta personal ante los condicionamientos, es responsable para responder ante cada circunstancia, y mediante la autotrascendencia (que es su condición fundamental) redimensiona permanentemente su realidad básicamente mediante la realización de valores, que pueden ser de tres tipos: a) Creativos, o lo que un ser humano le da al mundo en forma de trabajo, obra, creación, transformación; b) Vivenciales o de Experiencia, lo que un ser humano recibe gratuitamente del mundo en forma de vivencia estética, contemplación de la naturaleza, y el encuentro humano amoroso; c) de Actitud, la que se asume ante las situaciones límite (las tipificadas por su irreparabilidad, irreversibilidad y fatalidad), el sufrimiento, la culpa, la muerte.

La ética moderna secular, al centrarse en la racionalidad (Kant) y dejar de lado el primordial enfoque sobre los valores (mores), abandona en verdad el campo de la moral y se transforma en in-moral.

Esto ha tenido una acabada demostración en la actual posmodernidad, donde asistimos a una caída y retroceso de los valores tradicionales, al auge de una ética light, superficial y consumista caracterizada por el “todo vale”, donde ya no hay normas, reglas ni parámetros morales validos.

En una palabra, al no aportar la ética moderna secular ninguna solución, forma parte del problema.

Es que la racionalidad por si sola no puede dar cuenta de que conductas son buenas o malas, solo tenderá  a justificar ilusoriamente lo que es correcto o incorrecto, considerándolo como una guía para la acción práctica y otros subterfugios, queriendo así auto-engañarse y evitar tomar posición sobre los valores absolutos (como el Bien Supremo de Platon) que son los que en realidad manifestarán con su presencia o ausencia en la situación si una conducta es correcta o no.

La ética moderna secular adscribe a la teoría relativista de los valores, en tanto considera que es valioso aquello que yo deseo, al contrario de la ética espiritual-religiosa que postula que existen valores absolutos, trascendentales, valiosos por si mismos, que apelan a mi y despiertan mi atracción para que yo intente realizarlos.

Por considerar al deseo como definidor de lo valioso y los valores, la ética moderna secular sostiene posiciones afines al psicoanálisis freudiano-lacaniano ateo, cuya pobre conceptualizacion antropológica del ser humano como movido básicamente por sus instintos, es determinista y reduccionista: el ser humano es poco mas que un títere llevado de aquí para allá  por sus impulsos, desde un inasible inconsciente.

Como orientación básica apunta a la búsqueda del placer y el equilibrio; la orientación hacia el sentido y el valor está  fuera de su horizonte de referencia, no capta la intencionalidad de la dimensión existencial-espiritual.

Para el psicoanálisis el ser humano esta  confrontado con el peso de sus pulsiones, con su inconsciente y no con los valores; considera que la dimensión humana es básicamente una dinámica psíquica impulsiva y desconoce una dinámica de la dimensión existencial-espiritual.   

Contrasta esto con las conceptualizaciones de otras corrientes psicológicas como por ejemplo la logoterapia de Viktor Frankl, el análisis existencial de Ludwig Biswanger, la psicología comprensiva de Dilthey y Karl Jaspers, para las cuales el ser humano es una integridad bio-psico-socio-espiritual, abierto a la trascendencia, en relación con el mundo triple del ambiente, de los otros y de si mismo.

Estas corrientes tienen una orientación básica hacia el sentido y la búsqueda de valores originarios y descubren en todo lo espiritual su dimensión de intencionalidad; no sólo ven la impulsividad sino sobre todo el sentido. Descubren que delante del querer hay una urgencia, un deber que la persona descubre en su vida, en su conciencia, en el momento histórico social concreto. Conciben el ser humano como confrontado fundamentalmente ante los valores y atraído por ellos mas no impulsado.

La realización de los valores supone la actitud libre y responsable del ser humano, y esta actitud esta lejos de la pura impulsividad, ha de verse dentro del contexto de una dinámica de lo existencial-espiritual donde la impulsividad tiene un papel que puede llamarse de energía alimentadora (G.Pareja).

Vemos entonces que la ética moderna secular responde a una paupérrima concepción atea del ser humano, a una antropología materialista, a una filosofía nihilista de la cual Sartre es un acabado representante. El pesimismo y desesperanza de Sartre con su Ser para la Nada, con su conceptualizacion cosificante del ser humano (explicitada por ejemplo en que la mirada del otro me cosifica y es diabólica, en lugar de pensar que también puede haber una mirada amorosa, comprensiva y compasiva), rebaja a este a la in-trascendencia, a la desesperanza, a la falta de sentido de su vida, al negro pesimismo existencial, a la ausencia de verdaderos valores por los cuales vivir y compartir solidariamente el humano destino; remite, simbólica y prácticamente en fin, al mal, las huestes lucifericas, los ángeles caídos, a la gran herejía de la separatividad.

El otro no deja de ser una cosa, un otro apto para ser utilizado en la satisfacción de mis propias necesidades.

En cambio, para otros filósofos existencialistas teistas el otro llega a transformarse en un mediante una relación responsable, igualitaria y reciproca basada en el valor absoluto del amor, que permite asimismo abrirse al TU mayor (Martin Buber).

También la ética racionalista de Kant denota un déficit notorio para dar respuestas validas a la grave problemática moral contemporánea. Esto queda patentizado en la siguiente anécdota. Cuenta Kant que una vez un amigo suyo se refugia en su casa huyendo de un asesino. El criminal llega hasta la puerta, golpea y cuando Kant abre y lo atiende, le pregunta si allí se ha refugiado un hombre al que persigue para matarlo. Kant postula que su deber es decir la verdad, pues el imperativo moral categórico le indica decir la verdad en todo momento y bajo toda circunstancia, aunque como en este caso, su amigo fuera asesinado. Apenas analizamos con un poco de minuciosidad esta postulación advertimos que se comete un grave error de conceptualizacion. Kant parte de realizar un juicio racional parcial acerca de si una acción es correcta (decir la verdad) o no. Se sitúa en el plano de la ética aplicada y escamotea plantearse el verdadero dilema moral, el que se define como una situación de conflicto en la que entran a jugar valores o principios que se contradicen entre sí. Si hubiera hecho esto, habría ponderado los valores en juego, los hubiera jerarquizado y hubiera optado en consecuencia. En esta anécdota surge claro la oposición nítida de dos valores: el de decir siempre la verdad y el de preservar la vida humana.

Al optar, es evidente que preservar o defender la vida humana es un valor superior jerárquicamente al de decir siempre la verdad, por lo que podemos observar que la decisión que tomó Kant fue moralmente incorrecta e incluso gravísima y deleznable pues costaría la vida de su amigo.

Además de ver en forma patética a que tremendos errores nos puede conducir un racionalismo exacerbado en sus intríngulis metodológicos, también podemos captar en esta anécdota cuan poco se usó el sentido común (que lamentablemente suele ser el menos común de los sentidos) y como no se respetó el esencial valor de la vida humana.

La ética moderna secular esta basada en el materialismo nihilista sartriano y en el absurdo e inhumano racionalismo kantiano que no toma en cuenta los valores o normas morales que deberían guiar nuestra conducta, pretendiendo además asumir una ficticia autonomía moral (regularnos por normas autodefinidas y autoimpuestas), que al no tener respaldo o fundamento valorativo suprapersonal o supraterrenal alguno quedan libradas al relativo arbitrio de cada cual, con una escasa posibilidad de acatamiento generalizado de las mismas (concreción de las expectativas de cumplimiento reciproco).

Se pretende escindir erróneamente lo personal de la dimensión moral, ignorando que lo personal de un modo u otro siempre se manifiesta en relación con los demás de modo que la dimensión moral siempre esta  presente.

Es posible asumir una forma de vida y desarrollar una identidad, pero como vivimos en sociedad, el derecho de uno termina donde empieza la libertad del otro (por ejemplo los travestis escandalosos que quieren que respeten sus derechos, pero que no respetan los de los demás, alterando las buenas costumbres y la tranquilidad en la vía pública molestando con su conducta promiscua a los vecinos).

Así lo postulaban desde los antiguos griegos con la noción de Kosmos u orden universal -opuesto al kaos-, hasta Heidegger concibiendo al ser humano como un Dasein o Ser-Ahi, arrojado como proyectum a la existencia, en relación siempre con el triple mundo de las cosas, de los otros y del si mismo (Mitwelt-Umwelt-Eigenwelt).

Al dejar al arbitrio de cada cual el inventar sus propias normas morales sin el sustento de ningún valor, cae entonces la ética moderna secular en un relativismo y escepticismo moral y queda pedaleando en el aire, sin base de sustentación, de ahí esa ridícula manía actual de buscar un reaseguro o guía en las frías normas jurídicas sin comprender que en la medida que tampoco están inspiradas en genuinos valores sólo generarán desconfianza y transgresiones.

El problema básico de la ética moderna secular es que desconoce que vivimos en un mundo múltiple, en donde miles de millones de personas aún ajustan sus conductas a auténticos valores religiosos y espirituales que más allá  de que seguramente sean susceptibles de perfeccionamiento en su captación e instrumentación, no por eso dejan de ser eficaces guías para sus comportamientos y practicas cotidianas, ya que en el fondo responden a la esencial e intrínseca condición espiritual del ser humano, a su autotrascendencia.

Al elevarse paulatinamente sobre la falibilidad humana mediante la realización de esos valores, se le posibilita entonces al ser humano encarnar la moralidad y comportarse en forma realmente ética, generando una gozosa convivencia (“amaos los unos a los otros como hermanos que sois”) en el marco de un destino supramundano, trascendente.

Dadas las explicitaciones precedentes, el tomar la ética como objeto de estudio aislado de un contexto normativo moral que le da  sustento o priorizarla indebidamente por sobre la dimensión moral, equivale al viejo error de “poner el carro delante del caballo”.

Para V.Frankl como para Max Scheler (autor de”El puesto del hombre en el cosmos”) la persona esta  abierta a la trascendencia, y esta apertura radical se da  a través de la conciencia.

La conciencia en cuanto fenómeno no se queda ni se agota en si misma sino que va mas allá  de la persona. La persona, como ser dialogal esta  básicamente abierta al encuentro interpersonal y por eso la conciencia es la voz de la trascendencia.  // sigue  //.....

Y la siguiente es la publicación actual de Umberto Eco en la que utiliza iguales conceptos que los expresados por mí hace 15 años, con el agregado que no profundiza en demasía en las graves consecuencias filosóficas de tal postulado kantiano.  Mas bien, le da un enfoque jocoso como restándole importancia, eludiendo casi el tema de fondo que sí desarrollo en mi ensayo en cuanto a la radical diferencia que así podemos establecer entre la ética moderna secular atea materialista-racionalista de valores relativos y la ética espiritual religiosa de valores absolutos trascendentes. 

Para alivio de los mortales, incluso los genios dicen pavadas

POR  UMBERTO ECO    05/02/2012

Hace no mucho tiempo, siguiendo las huellas de Jonathan Swift y su panfleto The Art of Art of Political Lying , publicado en 1712, escribí acerca de los grandes mentirosos y mencioné la vieja disputa entre moderados y rigurosos.

Los primeros conceden que, en última instancia, es aceptable decir algunas mentiras (por ejemplo, en aras de la diplomacia o la cortesía), en tanto que el segundo grupo siempre ha mantenido que no se debe mentir: ni siquiera para salvar la vida de una persona.

El clásico acertijo del “asesino en la puerta” fue planteado por San Agustín, quien era un riguroso: un pobre hombre busca refugio en su casa y usted accede a ocultarlo en su hogar. Al cabo de un rato el asesino llega y pregunta acerca del paradero del hombre que está buscando. ¿Qué es lo que hace usted? El sentido común nos dice que debemos mentir y decirle al asesino que ignoramos el paradero del otro hombre, o que lo vimos encaminarse hacia otra parte . Pero el riguroso dirá que, dado que no debemos mentir bajo ninguna circunstancia, se debe confesar al asesino que el hombre está oculto en la casa de la que usted es dueño. Naturalmente, con el tiempo han cambiado las convenciones, y este acertijo parece menos severo hoy en día: una persona puede simplemente abstenerse de dar la información al asesino, sin mentir abiertamente.

No obstante, en general los rigurosos nunca han abandonado su completa oposición a mentir.

Esto nos lleva a Immanuel Kant, uno de los más renombrados defensores de la posición rigurosa. Kant fue una de las grandes mentes en la historia de la filosofía. Pero en ocasiones emitía declaraciones que, como Homero, nos dejan desconcertados todavía hoy en día.

Una de las más conocidas fue su condena de la música como una forma inferior de arte , en The Critique of Judgement (1790). La música no es más que un arte “agradable”, escribió, porque “sólo juega con las sensaciones” – a diferencia de las artes “formativas”, como la pintura, la escultura y la arquitectura, que dejan una “impresión más duradera”.

Sin embargo, en el tema del asesino que pregunta si el hombre que pretende convertir en su víctima está en su casa, Kant ofreció un argumento extraordinario. En In a Supposed Right to Lie From Altruistic Motives (1797), escribió: “Si por decir un mentira has prevenido un asesinato, te has hecho legalmente responsable por todas las consecuencias; pero si te has atenido rigurosamente a la verdad, la justicia no puede castigarte en modo alguno, cualesquiera que sean las consecuencias imprevistas. Después de que has contestado honestamente la pregunta del asesino acerca de si su víctima potencial está en casa, puede suceder que ésta haya huido de la casa para no toparse con el asesino, y en consecuencia el asesinato no se comete. Pero si hubieras mentido y dicho que no estaba en casa cuando realmente se había escapado sin que tú lo supieras, y si el asesino se lo hubiera encontrado al salir y lo hubiera matado, tú podrías ser acusado justamente de su muerte. Porque si hubieras dicho la verdad tal como la conocías, quizá el asesino hubiera sido aprehendido por los vecinos mientras buscaba en la casa y en consecuencia el crimen se hubiera prevenido. Por tanto, quien diga una mentira, por más bien intencionada que ésta pueda ser, debe responder por las consecuencias, por más imprevisibles que éstas sean, y cumplir la condena por ellas incluso ante un tribunal civil”.

Espero que el propio buen Kant nunca haya sido castigado por mentir debido a “motivos altruistas”. En cuanto a su fe en esos hipotéticos vecinos, si tuvieran el mismo valor que Kant, entonces la víctima potencial estaría condenada.

¿Por qué estoy narrando nuevamente esta historia, que hubiera sido generoso (para el legado de Kant) olvidar? Siempre me siento fascinado por la estupidez , pero cuando expresiones de estupidez aparecen en los escritos de hombres verdaderamente grandes, es como ser sacudido por una visión redentora: el hecho de que incluso los genios pueden decir tonterías es una fuente de gran consuelo para el resto de nosotros, que ponemos en duda nuestro sentido común cada día.

Copyright Umberto Eco / L’Espresso, 2012.