Justo a François Houtart, un ícono de las causas
latinoamericanas, le pidieron esta vez que hable de
Europa. De las democracias en Europa. Dijo lo suyo el
hombre en la Conferencia Internacional de Derechos
Humanos y Democratización que organizó la Universidad
Nacional de San Martín en el Hotel Bauen. Y empezó con
su Lovaina la Nueva, esa pequeña ciudad belga que sufre
los embates de una ola privatista creciente. "Nos
cerraron el correo, en mi ciudad ya no hay correo",
dijo. Contó que la multinacional que lo compró, decidió
que las 45 mil personas que habitan el pueblo no dan el
suficiente rédito para mantener el servicio. La vieja
historia de anteponer el valor de cambio al valor de
uso, una idea más vieja que los 85 años de Houtart, este
sociólogo y sacerdote marxista que acompañó al
sandinismo, que dio los primeros seminarios "religiosos"
en el Partido Comunista cubano y que ahora le sonríe a
Chávez cada vez que el venezolano le pide la bendición.
Europa. Claro que Houtart puede hablar de los vaivenes
de la Unión Europea. Pero con esa hoja de ruta, hubiera
sido un oprobio dejarlo mirando al norte estando él en
plena Buenos Aires.
-La última crisis del capitalismo abre brechas y
desigualdades sociales como hace mucho no sucedía en
Europa. ¿Cuál es el verdadero poder de Bruselas para
aquietar las aguas?
–Las políticas de los últimos años han hecho que
nuestros estados disminuyan sus intervenciones en el
campo social. Eso tiende a aumentar con la crisis. Pero
son muchos los factores que golpean fuerte a este modelo
de la posguerra, que era un modelo keynesiano de la
distribución de la riqueza. El principal, es que las
bases de la Unión Europea son económicas. No fue
construida sobre un proyecto político o humanístico. Y
en este sentido, la crisis la afecta de manera profunda.
La UE sigue con sus políticas de privatización de
servicios públicos e imponiendo medidas fiscales
regresivas. Así, la única jugada fuerte en los últimos
tiempos fue para salvar al sistema financiero. Y ahora
que los bancos otra vez ganan dinero, todo sigue igual
con la diferencia de que hay una gran crisis de
desempleo. Pero la UE no tiene medios para enfrentar
esto y en algunos casos no quiere hacerlo. Claro que
frente a casos como el de Grecia o España, tiene que
salir a ayudar, porque quedaría totalmente evidenciada
su debilidad.
-Estas contradicciones han ido forjando
fenómenos medulares, como el crecimiento de los
movimientos de derecha y la crisis de la
socialdemocracia, que también se ha movido a la derecha.
¿Hay tiempo y razones para volver sobre aquellas
políticas keynesianas o neokeynesianas?
–Hay un discurso neokeynesiano articulado por la
socialdemocracia o por la Democracia cristiana en los
países en los que este último partido no es totalmente
de derecha. Pero esas propuestas chocan con sus
políticas. Hay una contradicción enorme entre ese
discurso de volver al Estado y, por ejemplo, la ola
privatista que continúa por todos lados. Todos estamos
sumergidos en esa contradicción.
-¿Es el yugo de la Unión?
–Es muy difícil para un país tomar decisiones por sí
solo. Ahora estamos en la Unión y están esas directivas
que los gobiernos deben aplicar. Pero hay una excepción,
por el momento, y es en relación al déficit fiscal. La
regla de Maastricht dicta el 3 por ciento, pero ya
tenemos varios países que están en el 6, 7, 8 por
ciento, por no nombrar a Grecia que supera el 10 y que
prácticamente vivía de los subsidios de la UE. Se dio
esa libertad para agrandar el déficit, pero se hizo para
salvar a los bancos. Entonces las posibilidades de
volver a un estado regulador, son muy escasas. Al margen
de que ya hay muchos planteos que piden un cambio de
paradigma y no una vuelta al keynesianismo.
-Con la izquierda atomizada y los movimientos
sociales casi ausentes, se ha vuelto más improbable que
nunca...
–Exactamente. A corto plazo, no hay esperanzas. Pero se
puede pensar que si estas contradicciones siguen
agudizándose ya no va a poder continuar este modelo. Por
el momento, hay una enorme abstención política, de más
del 50 por ciento, lo que significa que la derecha tiene
todo el espacio, o por lo menos más grande, tanto en el
parlamento como en la Comisión Europea. Y existe ese
desconcierto de la socialdemocracia, que no va más allá
de lo cotidiano. Y la crisis de los movimientos sociales
en Europa es grande, no tienen el dinamismo que muestran
en América Latina.
-Es con esa Unión Europea con la que el Mercosur
avanza en un tratado de libre comercio, ¿qué opinión le
merece esa posibilidad? ¿Es muy distinto a lo que nos
proponían con el ALCA?
–Los tratados que están en discusión con la UE no son
tan diferentes de los TLC. La lógica fundamental es la
misma. La liberalización del mercado significa darle más
peso a los que más poder económico tienen. El Mercosur
tiene más peso que los países individuales, pero la
lógica todavía es la misma. En este último tratado hay
un equilibrio más cercano, pero con el ALCA no había
ninguna posibilidad.
-Mercosur, Unasur, Alba... nuestros países no
encuentran la vía para aunar posiciones y esto parece
más difícil ahora que la región se vuelve más
heterogénea. ¿Por qué?
–La única posibilidad de ser un actor en la
economía mundial es yendo juntos. Pero todavía el mundo
es unipolar, con Estados Unidos, Europa y Japón como
principales actores, y con los BRICS (Brasil, India,
China y Sudáfrica) creciendo. Y para la unión
latinoamericana, que tendría un peso específico en este
escenario, todavía falta mucho. El primer problema es la
fractura entre los regímenes de derecha y los que son
más o menos de izquierda.
-¿Se agranda esa brecha?
–Esa es una fractura que los Estados Unidos y algunos
poderes europeos tratan y tratarán de aumentar.
Asistimos ya a un principio de reconquista de la derecha
en América Latina. Y va a ser muy difícil ponerse de
acuerdo en políticas comunes, como por ejemplo el Sucre
(la moneda común del Alba). Por otra parte está la
diferencia de peso entre los países de la región. Brasil
es una potencia que tiende a ser subimperialista,
tratando de imponer sus intereses. El capital brasileño
compró la industria cervecera de Bélgica y se comporta
peor que los capitalistas europeos.
-¿Cómo se contrarrestan estos intentos de
fractura?
–La región depende mucho de las elecciones locales. Por
ejemplo, si en México hubiese ganado el PRD en lugar de
Calderón, se abría una posibilidad, al menos para un
pequeño cambio. Y por eso también es lamentable lo
sucedido con el Polo Democrático en Colombia, minado por
las divisiones internas y por las peleas entre sus
integrantes para llegar al poder. Si un día Colombia
pasara a un régimen de centroizquierda cambiaría toda la
coyuntura latinoamericana.
-Las fórmulas asistencialistas para redistribuir
riqueza, ¿producen un cambio verdadero?
–Desde Bolivia a Brasil, creo yo, hay voluntad de
redistribuir esta riqueza, pero chocan contra el
problema de cómo hacerlo. Se puede hacer como en Brasil,
que lleva una política puramente asistencialista,
desvinculada de un cambio estructural, o se puede hacer
a la manera en que lo intenta Bolivia, buscando un
cambio en las estructuras sociales. Hay que vincular las
dos cosas. No solamente se debe buscar asistir, como lo
hace Brasil, cuya política está siendo eficaz porque
millones de personas están saliendo de la miseria más
absoluta, hay que tratar de combinar eso con una
participación popular, para hacer de la gente actores y
no clientes.
-En foros sociales y encuentros altermundistas,
cada vez más jóvenes se vinculan con la política a
través del ambientalismo, ¿qué tenor tiene tal
compromiso?
–El de los movimientos ambientalistas es un punto de
partida. Util a condición de poder mostrar y entender
que todo eso es el fruto de una lógica económica. La
destrucción de la naturaleza así como la generación de
energía a través de la agricultura no son problemas
aislados y no pueden ser resueltos si no se plantea el
problema del modelo económico. Puede ser el punto de
partida para un proceso de concientización.
-¿Qué queda para el resto, para los jóvenes con
preocupaciones tan básicas como las alimentarias?
–No hay milagros, la concientización siempre es el fruto
de un análisis de la realidad y de un juicio sobre esta
realidad, que servirá de base a la acción. Esos tres
procesos son inevitables. No podemos pensar en una
acción colectiva fuerte y eficaz si no hay una
conciencia de lo real, y sin una reflexión ética de lo
real. Hay que implicar todo el aparato educativo, los
medios de comunicación de masa, los movimientos
sociales, para empezar a provocar este tipo de proceso.
-¿Qué ejemplo daría aquí, en Latinoamérica?
–Sin duda el trabajo de los Sin Tierra en Brasil tiene
mucho de esto. Ellos aplican esta metodología de ver,
juzgar, actuar, para hacer de la gente actores del
cambio social. Los movimientos indigenistas de Bolivia
también recorren el mismo camino.
-¿Y qué camino recorren hoy los sacerdotes
tercermundistas?
–Ahora son mucho menos que antes, parecen los
veteranos, porque el nuevo clero también es bastante
conservador. Pero no han desaparecido totalmente. Y
hasta me animo a decir que hay una cierta renovación de
la teología de la liberación y de las comunidades de
base que en Ecuador por ejemplo, han comenzado a
trabajar en un centro de formación. En Colombia hay
también una reconstrucción del movimiento, y de un
compromiso social, político y cristiano en función de la
realidad actual. Es muy difícil por que la Iglesia como
institución va en el sentido contrario. Tras las visita
de los obispos brasileños al Papa, este volvió a
condenar de manera muy dura la teología de la
liberación. Están cerrados a este tipo de pensamiento,
de compromiso y de espiritualidad, pero no han podido
matarla. Está resurgiendo en algunos países, aunque sin
la fuerza que tuvo en el pasado.
-Algunos movimientos políticos tampoco tienen la
fuerza del pasado. Sandinismo y orteguismo, por dar un
ejemplo, que usted conoce bien de cerca. ¿Es parte de lo
mismo?
–Eso es simplificar demasiado. Hace dos años,
antes de las elecciones, yo escribí un artículo en La
Jornada. Allí preguntaba: ¿Existe todavía una izquierda
en Nicaragua? Y la respuesta era no. Pero el partido que
se acerca más a la izquierda es el Frente Sandinista, lo
que me valió muchísimas críticas. El sandinismo tiene
todavía una base social bastante grande, y la política
desarrollada por Ortega en estos dos años ha tenido
algunos efectos positivos, como el crédito a los
campesinos, la campaña de alfabetización, la gratuidad
de salud y educación. Obviamente se puede criticar a los
dirigentes, y la crítica a Ortega es muy fuerte. Pero
eso es más fuerte dentro de la burguesía sandinista y
los intelectuales que dentro de la masa popular. Si
nosotros los cristianos, esperamos a que las
revoluciones las hagan los ángeles, vamos a esperar
hasta el fin del mundo. Así es que somos críticos, pero
nos comprometemos con las cosas que avanzan, manteniendo
nuestro espíritu dialéctico. La realidad no cambia de
manera lineal.
-A diferencia de un pasado revolucionario
anticlerical ahora tiene a su lado a líderes cristianos,
como Chávez y Correa...
–Sí, claro, cada vez que veo a Chávez el me dice: "Francois,
bendición. Necesito tu bendición." (risas). El tiene una
fe un poco popular, pero inquebrantable. Y lo mismo
Correa, a quien conozco muy bien porque pasó un año
conmigo en mi casa de Lovaina. Incluso en Cuba ha
desaparecido ese espíritu antirreligioso, que era más el
fruto del influjo soviético. Ya en el 86, el Comité
Central del partido me invitó a dar un curso sobre
Sociología de la religión durante 15 días a responsables
de la ideología del partido. Y el partido publicó mi
curso.
-¿Cómo los convenció?
–Tomé una posición, y les dije: "Si ustedes son
marxistas, no pueden ser dogmáticos. El marxismo es una
herramienta de análisis de la realidad". Y vimos la
realidad, analizamos el factor religioso a través de la
historia en varias sociedades y varias religiones para
llegar a la conclusión de que sí, de que en muchos casos
la religión funcionaba como el opio de los pueblos, pero
también vimos que en muchos otros casos había sido una
motivación para un compromiso social y también
revolucionario.
Houtart Básico
Bruselas, 1925.
Sociólogo y sacerdote marxista.
Doctor en sociología por la
Universidad de Lovaina, Bélgica,
fundó y dirige el Centro
Tricontinental. Fue profesor de
Camilo Torres, el cura
colombiano muerto en combate en
1966 y, más acá, del presidente
ecuatoriano Correa. Con
asistencia perfecta al Foro
Social Mundial, escribió libros
como Mercado y religión
y Africa codiciada...