PANORAMA INTERNACIONAL

Terrorismo: ¿los umbrales de otra Edad Media?


El atentado en Londres logró atizar la peor de las interpretaciones: la que constata una fisura irreparable entre civilizaciones opuestas.

Oscar Raúl Cardoso.
ocardoso@clarin.com



Hay dos visiones límite entre las que oscilan hoy los ensayos por explicar la sangría de hace una semana en Londres. La primera de ellas, la que supura explicables ira e indignación frente a los atentados, puede ser sintetizada en una frase de Fran»cois Herbourg, titular del prestigioso Instituto de Estudios Estratégicos de Londres, en un reportaje concedido a Le Monde. "No nos atacan por lo que hacemos, sino por lo que somos", aseguró taxativo Herbourg.

Esta interpretación encarna el sentimiento y la convicción de lo que podríamos llamar el bando más beligerante de Occidente, un segmento de opinión creciente tras el 11-S, el 11-M y ahora el 7-J —además de las decenas de ataques de los años recientes en un amplio arco geográfico que va desde Bali a Casablanca— que parece resignarse a la guerra de civilizaciones, a una versión moderna de las cruzadas de los siglos XI a XIII.

Como aquellas fueron la respuesta al expansionismo del islam, la lucha de hoy sería la reacción natural —y aconsejable— a un nuevo intento de perforar y, eventualmente, destruir la civilización occidental aunque esta vez no conlleve la conquista territorial por las armas.

Es importante notar aquí —sólo como paralelo— que las cruzadas se corresponden con un período particularmente regresivo de la historia de Occidente —la Edad Media— y que, finalmente, resultaron un fiasco: después de algún éxito inicial, para el siglo XIV los musulmanes no sólo habían expulsado a los cruzados de sus tierras, sino que el Imperio Otomano estaba ya en los Balcanes y penetraría aún más en Europa.

Es conveniente apuntar —las interpretaciones en Londres, Washington y otras capitales nos saturaron con el argumento en estos días— que la lógica de la respuesta dura, por llamarla de algún modo, precisa desacoplar lo que sucede en Irak, Afganistán, y entre israelíes y palestinos, de los orígenes de esta ola de agresión presumiblemente islámica.

No se puede admitir que ambos conflictos están ligados, siquiera en el más superficial de los modos. Así el "no nos atacan por lo que hacemos, sino por lo que somos" muestra un alarmante costado racista y un argumento implícito de supuesta superioridad cultural occidental en los que Tony Blair, George W. Bush y otros se hacen —queriéndolo o no— eco de una visión que tiene mucho en común con la filosofía nazi.

"Nos odian porque somos blancos libres y exitosos", se podría decir. De allí hay menos de un paso a validar la repulsiva idea de que los muertos iraquíes y afganos —entre otros— valen menos que los de Nueva York, Madrid y Londres; que éstos merecen ser llorados y, quizá, vengados más que aquéllos. No parece ser para esto que el Renacimiento redimió a Occidente de la oscuridad de la Edad Media.

La otra forma límite de abordar el fenómeno de la agresión puede hallarse en la sentencia de un político inglés, George Galloway, ex laborista que fundó "Respeto", un nuevo partido antiguerra en el Golfo Pérsico. Galloway cosechó censura a manos llenas al afirmar que las víctimas de Londres "habían pagado el precio" de las incursiones de los soldados de Blair en Irak y Afganistán.

Esta lógica se basa en una causalidad demasiado simple para ser cierta y cuando se la cuestiona, igual que la otra, se refugia en el absurdo. Osama bin Laden —si es realmente el inspirador del terror que se nos cuenta— ciertamente no es, ni siquiera se asemeja en principios y prácticas a Saladino, el sultán y mítico héroe musulmán que en 1187 puso fin a 88 años de ocupación de Jerusalén por los europeos.

Galloway —y los que argumentan en la misma dirección— no pueden sino producir indignación. Lo suyo aparece como un intento de convertir en victimarios a las víctimas de los ataques. Pero, sin embargo, ofrece una perspectiva que no puede desecharse sin pecar de deshonestidad intelectual.

Una dura reflexión de la escritora norteamericana Susan Sontag sirve para ilustrar esto: "Las víctimas sugieren inocencia —escribió— y la inocencia, por la inexorable lógica que gobierna todos los términos racionales, sugiere culpa". Las víctimas —no combatientes desarmados, para ponerlo en términos del derecho humanitario más elemental— son inocentes, pero no necesariamente esto exonera a los gobiernos que los condujeron hasta la tragedia.

¿Quién puede saber las verdaderas razones por las que cuatro jóvenes ingleses cuyas pasiones parecían limitadas al fútbol y al criquet decidieron convertirse en asesinos de sus conciudadanos, dar sus vidas al hacerlo y sonreír frente a una cámara de vigilancia minutos antes de inmolarse?

El hecho de que hayan sido ciudadanos del país al que agredieron y de que sus historias sean básicamente anodinas —casi sin trazos del odio que expresaron en el instante final— abruma a los ingleses.

Y sugiere una dimensión inquietante para el futuro: algo más de 20 millones de musulmanes viven hoy en Europa, donde el islamismo es la religión que más crece. Una encuesta reciente en esa comunidad del Centro Pew reveló que la mayoría quiere ser diferente de la sociedad más amplia que los acogió. El mismo estudio —cuando abarcó a los no musulmanes— mostró que los occidentales que son sus anfitriones ven en esta tozudez en conservar su identidad una amenaza.

Lejos de las visiones extremas debe estar la respuesta adecuada y posiblemente, sí, incluya decisiones como la de poner fin a la aventura anglo-norteamericana en lugares como Irak. Parece imposible, por más fuerza pública que se cree, por más libertades que se resignen, por más leyes que dicten, que Europa vaya a contener la amenaza sin cooperación de su comunidad musulmana.

El genio de la globalización, que Occidente sacó de la botella, y que hacina y asfixia a las culturas en vez de acercarlas, no volverá al encierro mansamente. La idea de que la solución para el problema pasa por una guerra de civilizaciones —que sólo podría terminar cuando una aniquile a la otra— no sólo es repulsiva, es impracticable.

Copyright Clarín, 2005.


CARTAS DEL LECTOR – CLARÍN - JULIO 2005)

El "error" de Tony Blair

El primer ministro Tony Blair, vive en el pasado, en las épocas en que se podía usar la fuerza militar en el extranjero sin recibir respuestas en su propio territorio. Cometió el error de asociarse injustificadamente al uso de la violencia y ahora está prisionero de esa fatal equivocación. Ella lo lleva en la actualidad a cometer un nuevo error: vincular los atentados en Londres a factores ajenos y extraños con el objeto de ocultar su obvia responsabilidad por la muerte de civiles inocentes británicos. La próxima ley antiterrorista de su país, debería sancionar a los gobernantes que imprudentemente crearan reacciones terroristas.

Hugo Gobbi. EX EMBAJADOR ARGENTINO EN ESPAÑA.

gobbi@fibertel.com.ar


Una réplica al filósofo Savater

La opinión del señor Fernando Savater, publicada el domingo 24 de julio, muestra lo que es el pensamiento eurocentrista, occidental y cretino. Savater descalifica de hecho las investigaciones que muestran que la mayor parte de los ataques realizados por terroristas que se inmolan provienen de países ocupados por las fuerzas de los países llamados democráticos que, a su vez, apoyan a dictaduras en el mundo árabe.

Los terroristas no atacan nuestro modo de vida. Se rebelan en forma inadecuada y terrible ante la ocupación y muerte de la que son objeto sus pueblos. Intelectuales como Savater, que intentan explicar los discursos discriminatorios de Blair y justificar las conductas de los Bush y companía, poco favor le hacen a la paz mundial.


N. de la R.: En la página 32, del domingo pasado, el filósofo español Fernando Savater escribió como "columnista invitado". Entre otras cosas, ponderó la actitud ante el terrorismo del primer ministro del Reino Unido, Tony Blair.


Doctor Enrique Stola. MEDICO PSIQUIATRA.

stola@ciudad.com.ar


CARTAS DEL LECTOR (DIARIO CLARÍN) ENVIADA EL 19/07/2005

SAVATER: NO ES ORO TODO LO QUE RELUCE

Coincido con varios lectores que el filósofo mediático Savater es solo una voz imperial más, que con engañosos artificios en realidad pretende justificar un pensamiento eurocéntrico posmoderno decadente basado en un libertinaje propio de la ética materialista atea que pregona. A esta ética atea basada en el hedonismo y una falsa libertad, causante y promotora principal de las lacras de la posmodernidad como las adicciones, violencia, falta de sentido de la vida, se le contrapone una ética trascendente espiritual, fundada en los valores cristianos solidarios comprometidos con el Bien, el amor al semejante y el compromiso comunitario (pues construír un mundo mejor es posible); que van más allá de las imperfecciones que aún tienen las instituciones religiosas. Esta postura ética espiritual puede conocerse con más detalle en el sitio web educativo Faro de la Utopía , http://farodelautopia.webcindario.com premiado hace poco en el Certamen Iberoamericano de Ética 2005 del Centro Felix Varela de Estudios Éticos de La Habana, Cuba. La crisis mundial actual sólo se superará si el ser humano retoma el sendero hacia una evolución espiritual superior, hacia Dios -llame a éste como le llame-, y realice en su vida cotidiana los valores religiosos trascendentes que responden a su verdadera esencia espiritual.

Licenciado en Psicología Juan Martín Nuñez - DNI 8315940

lucisterris@yahoo.es 

 

Terrorismo y derechos humanos.

Uno de los peligros que lleva el terrorismo es que se llegue a tal estado de miedo que se conculquen los derechos humanos por una supuesta seguridad. Ello ya está pasando en cierta medida. Por supuesto que las personas y paises tienen derecho a defenderse, pero medidas como la que viene en el siguiente artículo solo agravan las cosas y conculcan los derechos humanos como el de presunción de inocencia.  El llegar a matar solo por meras sospechas es algo que ya está pasando en las guerras, como en irak, donde los aviones que detectan unas personas moviendo cosas sospechosas en un vehículo les lanzan un misil para destruirles sin poder asegurar que realmente sean guerrilleros . Pero ahora se quiere dar otro paso mas al querer aplicarlo a la sociedad civil y a paises que, al menos teoricamente, no están en guerra. La reciente muerte por dicha causa de un electricista  brasileño por la mera sospecha de que fuese terrorista, sin serlo,  es una muestra de a donde nos puede llevar esto. Siempre debe imperar el principio de la mínima violencia y no dejarse llevar por el miedo para pasar por alto los derechos humanos.

 En alegria y buena voluntad ,

                              Juan Manuel, por Unidad de Servicio.

(parte inicial y final del artículo).

La Asociación Mundial de Policía sugiere disparar a la cabeza a presuntos suicidas

Considera que las nuevas amenazas terroristas no permiten simplemente inmovilizar al sospechoso de un tiro

MERCEDES GALLEGO/CORRESPONSAL. NUEVA YORK

Vuelven los tiempos de 'primero dispare y luego pregunte'. La Asociación Mundial de Jefes de Policía, con sede en Washington, cree que ante las nuevas amenazas terroristas los agentes no pueden permitirse el lujo de simplemente inmovilizar al sospechoso de un disparo, sino que hay que apuntar a la cabeza.

..........

 La decisión parece estar tomada. «Le garantizo que si -Dios no lo quiera- tuviéramos a un terrorista suicida en una gran ciudad norteamericana, la inevitable decisión de la Policía será la de disparar a matar», aseguró el jefe de Policía John Timoney, de Miami. El mayor problema es que las indicaciones para detectarlo son tan subjetivas como vestir ropa de abrigo en época de calor, evitar contacto visual, portar un maletín, bolsa de deporte o mochila con cables visibles, murmurar plegarias o «caminar nerviosamente frente un posible objetivo».

TRIBUNA

Un terrorismo global que nos golpeó a nosotros primero


Los atentados de Nueva York, Madrid y Londres encuentran antecedentes precisos en los ataques de Buenos Aires en 1992 y 1994. Las decisiones de política exterior tienen costos y consecuencias que deben ser asumidos.

Lucio García del Solar. Diplomático. Ex embajador en las Naciones Unidas.

La rapidez con que los británicos identificaron a los ejecutores de los atentados en Londres repite lo ocurrido en Estados Unidos y en España, cuyas autoridades también supieron muy pronto quiénes los habían llevado a cabo.

La comparación con la engorrosa demora en identificar a los que en nuestro país hicieron explotar la Embajada de Israel y el edificio de la AMIA, acentúa la frustración no sólo de la comunidad más afectada por los ataques, sino de la opinión pública en general que clama por el esclarecimiento de una indagación que se arrastra infructuosamente desde hace más de dos lustros.

Tras haber seguido la cuestión únicamente a través de la prensa desde el 17 de marzo de 1992, cuando el impresionante estallido de la bomba me despertó de la siesta, las idas y vueltas de este inextricable drama me tientan a ventilar ciertas reflexiones sobre el camino seguido —o no seguido— para identificar a los responsables de ambos actos terroristas.

Pienso que existió una importante diferencia entre los objetivos de los atentados ejecutados este milenio en el hemisferio Norte y los más alejados en el tiempo de Buenos Aires: en aquel caso está claro que el 11/9, el Islam fundamentalista quiso castigar a los Estados Unidos, a los que ve como la satánica superpotencia, aliada de Israel y enemiga de Palestina y el Talibán —a la que jura combatir y derrotar— golpeando brutalmente a su símbolo capitalista, las Torres Gemelas y a su símbolo militar, el Pentágono.

A su vez, los atentados en Madrid y en Londres apuntaron a castigar a los gobiernos de José María Aznar y de Tony Blair por aliarse con el de George W. Bush para invadir Irak y al mismo tiempo, para exigir el retiro de las fuerzas de la coalición de dicho país. Es evidente que los motivos fueron esencialmente ideológicos y políticos.

En cambio los ataques a la Embajada de Israel y a la AMIA, alegadamente tuvieron el carácter de represalias muy específicas, ejecutadas aquí para vengar las bajas de militantes musulmanes en el marco de los habituales enfrentamientos entre fuerzas israelíes y activistas de la causa palestina en el sur del Líbano y zonas aledañas.

Hagamos memoria sobre la voladura de la Embajada, el 17/3/92, donde murieron 22 personas: tres días después, en el semanario libanés Ai-Ahd se publicó la reivindicación del atentado difundido por el Jihad Islámi co, supuestamente brazo armado del Hezbollah, que habría sido ejecutado por un suicida llamado Abu Yasser.

Según Página 12 del 21 de marzo de 1992, el acto terrorista al parecer fue en represalia por la muerte del fundador y secretario general del Hezbollah, Sayyid Abbas El-Mussawi, a raíz de un ataque de las fuerzas armadas de Israel.

En junio de 1994, en una acción llevada a cabo por helicópteros israelíes sobre un lugar donde miembros del Hezbollah y del Jihad celebraban una asamblea, murieron 45 militantes.

A raíz de ello y del secuestro del líder palestino Mustafá Durani, el jefe espiritual del Hezbollah, Mohamed Hussein Fadiala, lanzó un vibrante anatema anunciando la guerra abierta contra objetivos israelíes en el mundo y recordando entre otras cosas el atentado contra la Embajada en Buenos Aires. (Clarín, 2 y 19/6/94 y julio de 1996).

Un mes y medio después, el 18 de julio de 1994, estalló la AMIA donde murieron 85 personas, atentado reivindicado por el Ansarollah (Partido de Dios), oscuro grupo vinculado al Hezbollah.

¿Por qué estos fundamentalistas musulmanes para vengarse de Israel eligieron a la Argentina, país de América latina, área intocada hasta el bombazo a la Em bajada, cuando históricamente, en las Naciones Unidas y fuera de ellas, son los estados árabes los que exhiben, entre los grupos regionales, el mayor grado de solidaridad con nuestras causas, probablemente por los vínculos que siempre nos unieron a ellos y a nosotros con España?

La célebre periodista italiana Oriana Fallaci, arriesgada hipercrítica del Islam, escribió en las últimas semanas en el Corriere della Sera con motivo de los atentados en Europa que "son delitos refinados, bien calculados y preparados, realizados por gente informada e inteligente, de formación universitaria".

Imaginemos, pues, a ese tipo de confabuladores musulmanes reunidos a principios de los años 90 en cónclave secreto en la trastienda de algún campamento de refugiados palestinos, para elegir el lugar donde asestar su próxima represalia; y es mencionada la Argentina, cuyo jefe de Estado, hijo de sirios, había llevado a su país a integrar la coalición que liderada por Washington, intervino en la primera crisis de Irak por su ocupación de Kuwait.

Ningún estado latinoamericano se había involucrado en ese teatro de guerra tan alejado de sus intereses geopolíticos esenciales salvo uno: la Argentina, que envió dos barcos de guerra y al final de ésta, participó con tropas en el desfile de la victoria en Nueva York.

Argentina, blanco enemigo

Cabe recordar que a ello se sumaba un cambio en las votaciones de la Argentina en las Naciones Unidas en los temas de Palestina para acompañar a los Estados Unidos y la salida ostentosa del Movimiento de los No Alineados dentro del cual el grupo árabe fue siempre el más solidario con nuestras causas y en especial la de Malvinas.

Por otro lado, el presidente Menem, en un gesto que la Argentina desde hacía tiempo le debía a Israel, Estado al que nos ligan lazos de amistad y de intereses muy importantes, lo había visitado esos tiempos: fue el primer presidente argentino en hacerlo; pero el momento elegido de crisis en el Medio Oriente no fue atinado, siendo duramente criticado en círculos islámicos de Londres y del Medio Oriente como lo registró entonces una periodista de Clarín en Gaza.

Se daban, pues, una serie de circunstancias para que la Argentina, hipotéticamente, vista desde la tenebrosa conducción de los atentados, pudiera constituir un blanco interesante para las venganzas terroristas de turno.

Aliado nuestro país de sus máximos enemigos, Estados Unidos e Israel, dotado de una muy numerosa comunidad judía, y vulnerable por estar a cargo de su seguridad un aparato desprevenido y corrupto, contaban además los conspiradores con posibilidades de apoyo de grupos de origen palestino en la Ciudad del Este (Paraguay) y el Chuy (frontera del Uruguay y Brasil).

Producidos los atentados, la hipótesis de que la arriesgada política exterior del presidente Menem de involucramiento en el Medio Oriente en ebullición pudiera haber sido la razón de haber elegido al suelo argentino para represalias contra objetivos judíos, era altamente embarazosa para el Gobierno, sobre todo por sus cruentas consecuencias; de ahí la posición oficial de no plantearse la misma.

Pero el 17 de marzo de 2004 en una entrevista telefónica que Carlos Menem concedió al Canal 9, según informó Clarín, tras decir que había sido el único presidente argentino que había ido a Israel, y que lo había hecho antes de visitar la tierra de sus padres, agregó que "quizás esto haya ofendido a estas organizaciones terroristas" y que "lo otro que puede ser es el envío de las naves argentinas al Golfo con motivo de la invasión de Irak a Kuwait".

Tardía admisión, esta última, de un dato de la realidad que, asumido desde el principio, podría haber orientado la pesquisa por cauces más eficaces. Acordémonos del atentado terrorista de Atocha en Madrid, donde el reflejo inicial del Gobierno español fue, al parecer por razones políticas, mirar para otro lado.

Y aunque José María Aznar rápidamente enderezó la investigación hacia la dirección debida y los autores fueron prestamente identificados, hubo un altísimo costo para el Partido Popular: el faux pas le hizo perder las elecciones contra Rodríguez Zapatero.

Por desgracia aquí en la Argentina, las miradas para otros lados y el farragoso proceso judicial de esclarecimiento de ambas tragedias, obsesivamente concentrado en la conexión local, no alimentan demasiadas esperanzas de que se identifique y se enjuicie a sus responsables, a esta altura quizás perdidos en la noche del tiempo tan estérilmente transcurrido.