Claudio
Martyniuk.
La modernidad tiene una
multiplicidad de maneras de desplegarse, con tensiones y
componentes imaginarios, arrastrando tradiciones y
transfigurando paisajes. La modernidad latinoamericana está
atravesada de particularismos y contingencias, dosis de
realismo mágico, miseria, voluntarismo y creatividad. El
sociólogo brasileño José Mauricio Domingues, que participó
de un encuentro en la sede porteña de CLACSO, es un preciso
analista de estas aristas y del porvenir de las retóricas
neodesarrollistas en circulación.
¿Cuáles son los rasgos definitorios de la actual modernidad
periférica de América latina?
América latina es una región con muchas diferencias, pero
con un pasado y situaciones económicas y culturales que son
comunes. Un rasgo fundamental desde el inicio de la década
de 1980 es el crecimiento de la complejidad social, lo cual
tiene que ver con desarrollos internos, pero también con el
impacto de globalización en nuestra región.
¿Características de esa complejidad social?
Las diversidades sociales se extienden y hay cambios del
Estado en cómo se vincula con la sociedad. Paralelamente,
hay modificaciones en la cultura política y en la
organización de los movimientos sociales, que también se
pluralizan y democratizan, porque la clase obrera ya no es
más agente de la revolución en ninguna parte. También se
presenta una ciudadanía más activa, que promueve la
democratización de instituciones estatales. Pero estos
rasgos chocan con un movimiento neoliberal que ratifica la
posición periférica o semiperiférica del subcontinente y una
apertura al exterior de la economía, asumiendo que se agotó
el proceso de sustitución de importaciones. Y esto conlleva
también reformas de la política social, ya que el movimiento
de democratización demanda derechos sociales, pero el modelo
neoliberal no los satisface, con lo que la democracia, un
proyecto global, queda limitada a una baja intensidad.
¿Qué perspectiva tiene en este escenario la pretensión de
algunos gobiernos de dotar a las burguesías nacionales y al
campo industrial de más potencia para el desarrollo
económico? ¿Se logra quebrar la hegemonía neoliberal en la
economía?
Es una discusión interesante. Vivimos ya una era
posneoliberal en América latina, pero soy pesimista sobre
esa corriente que, en Brasil, y en buena parte de América
latina, habla de un nuevo desarrollismo. A pesar de los
intentos de Brasil y Argentina -Bolivia va a intentar
hacerlo-, el camino es muy difícil, porque en los últimos 30
años América latina se retrasó ante la revolución
científico-tecnológica.
¿Puede brindar alguna ventaja ese atraso? Me refiero a que
pueda alentar realmente la incorporación definitiva a la
sociedad del conocimiento.
Ese es un reto tremendo para América latina. Aunque en
Brasil tengamos un aparato de ciencia y tecnología bastante
desarrollado y una base industrial fuerte, se carece de los
sectores más importantes, más adelantados de la ciencia y
tecnología, que Estados Unidos, Japón y Europa tienen.
Argentina tiene un buen sistema de ciencia y tecnología,
pero debe avanzar más. Tenemos que pensar el proceso de
integración regional no solamente en términos de comercio,
sino también planteando la cuestión de un desarrollo
científico y tecnológico integral, porque, insisto, los
retos son muy grandes.
¿Cuál es el principal obstáculo para la integración
regional?
Que las economías no sean complementarias. Es cierto que
Brasil y Argentina tienen cierta complementariedad en
términos industriales, y para América latina lo que pase
entre Brasil y Argentina es absolutamente decisivo.
Venezuela tiene mucha plata, pero carece de un proyecto de
industrialización y de desarrollo científico tecnológico.
Chile se conformó con una posición de exportador de
productos primarios. La hegemonía del pensamiento neoliberal
es muy profunda y lleva a que se debata la macroeconomía y
no las estructuras de asociación de la economía
latinoamericana. La economía política latinoamericana
prácticamente no existe, fue colonizada por el pensamiento
neoliberal. Perdimos consistencia intelectual para
enfrentarnos con un debate que no es sencillo, pero que en
Asia está hecho y da resultados para salir de la periferia
sin aceptar el consenso neoliberal. Ahí hay verdaderamente
un neodesarrollismo y de ellos podríamos aprender mucho.
¿Usted cree que los países latinoamericanos comparten agenda
en materia de construcción y fortalecimiento de la
ciudadanía?
La izquierda en la región tenía una visión instrumental de
la democracia y de los derechos. El corporativismo
presentaba una noción de ciudadanía muy controlada. Pero
hubo una democratización social muy grande, con movimientos
sociales fuertes y reacciones a las dictaduras militares,
que hicieron que se desarrollara una agenda distinta, con
énfasis en los derechos sociales y civiles. También en este
terreno hay mucho por avanzar.
El Estado parece ausente en muchos ámbitos comunitarios que
escapan a sus regulaciones. Este rasgo de cierto pluralismo
jurídico, ¿es compatible con un proyecto de desarrollo
moderno?
Hay pluralismos que deben reconocerse, como los que se
presentan en las sociedades andinas, con sus tradiciones.
Pero hay límites que no se pueden sobrepasar. En Brasil, en
las favelas, hay un pluralismo jurídico que está vinculado a
las reglas del narcotráfico y los grupos paramilitares
ligados a la policía.
Hay mucho por hacer en muchos ámbitos.
¿Pero no cree que se están registrando cambios en los lazos
familiares y en materia de género en nuestros países?
Coincido: hay una apertura tremenda, que es parte del
proceso de democratización social. La gente ya no tiene
posiciones fijas, puede elegir su vida. Un matrimonio no
tiene que perdurar eternamente, y eso conlleva también
cambios en las estructuras de la familia porque la gente se
casa, se separa y las familias se descentran. La familia se
volvió bastante más compleja pero mucho más abierta, la
gente es mucho más libre. Lo mismo pasa con el género, pero
tenemos que avanzar más para llegar a la igualdad todavía.
Las identidades sexuales y de género se pluralizaron mucho
porque la gente ya no tiene que aceptar definiciones que
están dadas desde el nacimiento.
¿Cómo entiende el desenvolvimiento demográfico en América
latina? ¿Haría falta que los Estados tuvieran políticas
activas para controlar la natalidad?
No, no creo, ese no es un gran problema para América Latina.
Es grave el problema urbano, con poblaciones que son
marginales y no tienen acceso a servicios básicos ni a
derechos de ciudadanía. Estamos haciendo otra transición
demográfica, después de lograr una disminución de la
mortalidad y de la natalidad. Lo que va a pasar ahora es más
complejo.
¿Se vincula al crecimiento de las ciudades y a que el sector
agroproductivo dejó de ser relevante en términos
ocupacionales?
La agricultura en América latina incluía una proporción muy
importante de la población, y ya no es así. Brasil,
Argentina, México y Chile son países totalmente urbanizados.
Pero no tenemos una economía industrial ni de servicios
adelantada, que incorpore a esta gente a las ciudades.
¿Estamos, entonces, condenados a tener favelas y villas
miserias?
No, no es un destino. Depende de decisiones políticas; no
hay ninguna razón para que las villas miserias, las favelas,
sigan existiendo. No es fácil solucionarlo, pero en Brasil
ahora vemos que hay intentos de lidiar con ese problema de
una manera democrática, ofreciendo servicios a las
poblaciones de las favelas. Una manera de controlar la
violencia es través de asignar derechos sociales y
manteniendo un Estado que brinde servicios y no sea sólo
represivo. Insisto en que hay una cuestión de voluntad
política que está vinculada a la persistencia o erradicación
de favelas y villas miserias. Es imprescindible reforzar las
economías para incorporar esas poblaciones a un mercado de
trabajo formal, más adelantado, con ocupaciones que paguen
mejor y que hagan de las villas miserias y de las favelas un
fenómeno residual del pasado.
¿Transformaciones de ese tipo se darán de modo gradual?
Creo que hubo una revolución democrática, popular y
molecular. De a poco, sin un proyecto muy claro, tuvimos una
transformación del paisaje latinoamericano de gran alcance,
pero creo que es verdad. En términos económicos las cosas
son más complicadas; no soy pesimista, pero es difícil.
Estamos quizás en los umbrales de un proyecto
neodesarrollista, pero para mí no está nada claro si va a
funcionar.
¿Deberíamos seguir empleando el término "América latina"?
Es un término convencional, porque no somos latinos en un
sentido formal. ¿Qué quiere decir latino? Podríamos hablar
de América ibérica, pero así dejamos a los indígenas a un
costado; podríamos hablar de América negra, pero dejamos a
la población no negra a un costado. América latina remite de
alguna manera a las poblaciones de origen blanco del sur de
Europa que están en la región. No es muy preciso, pero no es
fácil encontrar un término para sustituir la noción de
América latina. Si entendemos lo que hablamos, la expresión
"América latina" está muy bien, pero como un término
convencional y no como uno que apunte a algo sustantivo, a
una esencia latinoamericana, como en muchos momentos se
pensó.
Copyright Clarín, 2010.