El papel de la espiritualidad

17/08/2001 - Autor: Ervin Laszlo, Stanislav Grof y Peter Russell

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Durante varias jornadas, tres representantes de la llamada "psicología transpersonal"

(Ervin Laszlo, Stanislav Grof y Peter Russell) se reunieron para —en palabras de

Ervin Laszlo—:

"reflexionar sobre las posibilidades de que haya paz en el mundo...".

En el presente fragmento se debate sobre los papeles encontrados de la espiritualidad

y la religión —institucionalizada— en la "revolución de la conciencia" que los

autores preconizan.

GROF: Dejadme volver al desafío del que hablábamos antes, la síntesis de las

concepciones científica y mística del mundo. En los círculos académicos reina la

sensación de que la ciencia y su monismo materialista han refutado y descalificado de

una vez por todas lo espiritual y lo religioso, desde las primitivas creencias populares

hasta las grandes tradiciones místicas. Creo que, además de reflejar un profundo

desconocimiento de la naturaleza y la función de la ciencia, confunden la

espiritualidad con la religión, Considero que es un problema grave y creo que es

imposible reconciliar ciencia y espiritualidad si no aclaramos este punto.

LASZLO: Muy bien. ¿Cómo definirías tú la espiritualidad? ¿En qué sentido es

distinta de la religión?

GROF: La espiritualidad es un asunto privado y refleja la relación existente entre el

individuo y el cosmos. Por analogía, la religión es una actividad organizada que

precisa de un lugar concreto y un sistema de mediadores asignados y distribuidos

jerárquicamente. En teoría la religión debería ofrecer a sus miembros los medios y el

apoyo necesario para que desarrollaran sus experiencias personales. Sin embargo, eso

no ocurre jamás.

De hecho, las experiencias espirituales personales son una clara amenaza para las

religiones organizadas, porque independizan a sus miembros de la organización, del

sistema de creencias. Los místicos no necesitan mediación, están en contacto directo

con lo divino, porque la espiritualidad se basa en una experiencia directa cuya

perspectiva sobre la realidad consensuada es radicalmente distinta o cuyas

dimensiones de la realidad por lo general suelen permanecer veladas.

Estas experiencias transcurren durante los estados atípicos de la conciencia y su

estudio compete a la psicología transpersonal. Es un campo de fenómenos que debería

estudiarse a fondo, y los resultados habrían de incluirse en una concepción científica

globalizadora del futuro.

En el albor de todas las grandes religiones siempre hay estados visionarios, que son

las experiencias transpersonales de sus fundadores: la iluminación del Buda bajo el

árbol de la bodhi, el milagroso viaje de Muhammad o la visión de Jehová en la zarza

ardiendo. En la Biblia abundan descripciones de esta clase de experiencias: la visión

de Ezequiel del carro en llamas, Jesús tentado por el diablo, la visión cegadora de

Jesús que Saulo presenció en su viaje a Damasco o la revelación apocalíptica de san

Juan en la cueva de la isla de Patmos.

Sin embargo, al organizarse las religiones, los creyentes oyeron hablar de estas

experiencias en los sermones y las leyeron en las sagradas escrituras. El acceso

directo a la divinidad ya no era posible y, a menudo, ni siquiera aceptable. Si se diera

el caso de que alguien tuviera una auténtica experiencia mística en alguna de las

iglesias actuales, los sacerdotes le enviarían al psiquiatra. Cuando la religión se

organiza, las experiencias transpersonales directas suelen darse sólo en las ramas

místicas o las órdenes monásticas que realizan prácticas espirituales: meditación,

ayuno, oraciones, etc.

Existe una diferencia fundamental entre religión y misticismo. Hay religiones sin

espiritualidad y espiritualidad sin religión. La religión organizada necesita convencer

a la gente de que tiene que acudir con periodicidad a un lugar específico e implicarse

en el sistema para relacionarse adecuadamente con la divinidad.

Para los místicos, la naturaleza y su propio cuerpo ya desempeñan el papel del

templo. Su conexión con lo divino es directa y no precisa de mediadores, sobre todo

cuando éstos jamás han pasado por estas experiencias y tan sólo son dirigentes

nombrados a dedo. Los místicos cuentan, por el contrario, con el apoyo de una

comunidad de personas y maestros que han recorrido un camino más largo en pos de

la verdad.

Los verdaderos sistemas espirituales son el producto de un análisis sistemático y

secular de la psique gracias a tecnologías precisas que alteran los estados mentales.

Son el resultado, por otro lado, de un proceso que en muchos sentidos se parece al

método científico.

LASZLO: El filósofo Alfred North Whitehead dijo algo muy bonito: la ciencia, y

también la cultura, progresa con la llegada de una mente preclara que arroja una

nueva luz, más integrada y comprensiva, sobre un aspecto en particular de la

experiencia y la investigación. Las ideas que postula son correctas en general pero

inconsistentes en detalle.

Entonces entran en escena sus seguidores, quienes las reducen hasta darles una cierta

consistencia, aunque en el proceso se pierda una cierta frescura de la idea original. Se

convierten, por consiguiente, en algo estéril, un mero dogma.

El dogma, a su vez, se destruye con el tiempo, y entonces aparece otro nuevo ser

integrador con una nueva y creativa manera de reflexionar, y el proceso vuelve a

comenzar desde el principio. Esto también le ocurre a la religión.

RUSSELL: Es inevitable que esto suceda. Acabamos de decir que las religiones

siempre las han empezado los individuos o, a veces, grupos de individuos que han

vivido una profunda experiencia personal de liberación. De alguna manera se les ha

revelado la verdad, y desean trasladarla a los demás. Así es como surgieron por

primera vez las enseñanzas.

Por desgracia, las enseñanzas nunca se reciben en el mismo estado de conciencia con

que se imparten. El maestro habla desde la iluminación, mientras que el discípulo

intenta entender desde una conciencia que no participa de la misma iluminación, y es

inevitable que algo se pierda por el camino. Mientras el maestro siga junto al

discípulo, podrá intentar corregir sus errores y asegurarse de que reciba la instrucción

de forma adecuada.

Sin embargo, cuando el maestro muera, sus enseñanzas irán pasando de unos a otros

y, a cada paso, algo se perderá o no se entenderá del todo, o bien se añadirán nuevos

datos al original. Es un poco como el juego de los secretos, en que las personas se

disponen en un círculo y se van pasando mensajes. A cada mensaje, la información se

distorsiona un poco y cuando vuelve al punto inicial, es completamente distinta del

principio.

Con las enseñanzas espirituales ocurre otro tanto de lo mismo, pero a mayor escala. El

mensaje no sólo pasa de una persona a otra, sino de una generación a otra, de una

cultura a otra y, a menudo, de un idioma a otro. A cada nueva versión se pierden

trozos y se añaden otros nuevos, y la versión resultante apenas guarda parecido con la

original. Es lo que en alguna ocasión he llamado "la decadencia de la verdad", y

justifica la abismal diferencia entre las principales tradiciones espirituales, no

obstante partir todas ellas de experiencias muy similares. Necesitamos redescubrir ese

tronco común en lugar de preocuparnos por las diferencias.

Por eso es importante no intentar resucitar las tradiciones espirituales anteriores.

Estaríamos resucitando una versión adulterada del original sin poder evitarlo. El

desafío consiste en volver a las fuentes, la viva fuente que se basa en la experiencia

personal en lugar de la doctrina y el dogma, y vivir esa experiencia en nuestras

propias vidas.

LASZLO: Las tradiciones místicas ya se encontraban presentes en las escuelas

griegas, incluso las conocían los presocráticos, aunque sus reflexiones no llegaran a

formularse en un lenguaje ordinario para divulgarlas al público. El enunciado que sí

se formuló era de compromiso, para que la sociedad lo entendiera. La esencia de las

enseñanzas no podía captarse de oídas o por medio de lecturas, debía vivirse. No

sorprenderemos a nadie entonces si decimos que de la tradición nos ha legado sólo un

cadáver, del que no ha sabido conservar vivo el espíritu.

GROF: Lo que hoy en día necesitamos en el mundo es más espiritualidad, no más

religiones. Las religiones organizadas tal y como se presentan en la actualidad forman

parte del problema, y no de la solución. Los conflictos religiosos son una de las

principales fuentes de violencia en muchos lugares del planeta.

RUSSELL: Debemos recordar que la religión organizada no refleja la iluminación de

la conciencia. Por muy loables que sean sus objetivos, sus promotores o defensores,

por lo general carecen de la misma iluminación que nosotros. Es triste, pero suelen

ser un reflejo más de los defectos de la sociedad.

Todo se reduce al egocentrismo. El egocentrismo está bien en el plano biológico;

necesitamos ser egocentristas si queremos asegurar nuestra alimentación y nuestra

propia seguridad: necesitamos ese nivel básico de egocentrismo para poder sobrevivir

físicamente. Sin embargo, también aplicamos esa misma manera de pensar orientada

al yo a ámbitos absolutamente improcedentes. Hasta podríamos decir que hemos

olvidado lo que interesa a nuestro propio yo.

La conclusión final vendría a decir que lo que todos deseamos es estar en paz.

Queremos sentirnos bien, en equilibrio con nosotros mismos. La sociedad nos dice

que esa experiencia interna la obtendremos a partir de lo que poseamos y hagamos, de

lo que percibamos en el mundo exterior; y eso nos conduce a un egocentrismo

intrínseco. Siempre estamos pensado en lo que podríamos obtener y hacer para ser

felices, en cómo nos ven los demás y qué sistema de valores deberíamos adoptar.

Esta búsqueda subyace a gran parte de nuestro materialismo, y además también es la

razón de que las religiones nos atrapen. Creemos que tal creencia o tal enseñanza en

concreto nos salvarán, y que siguiendo una senda determinada, no tendremos

problemas. Luego nos sentimos tan ligados a nuestra fe en particular que hacemos

cualquier cosa para defender y proteger el camino que hemos elegido. En este sentido

la religión puede anclarse muy fácilmente en el egocentrismo; lo cual es irónico,

porque la religión parte de la idea de liberar a las personas de su egocentrismo.

LASZLO: La religión también es un fenómeno social, una cuestión de identidad

colectiva. Necesitamos pertenecer a una comunidad, un grupo cultural y social o una

congregación religiosa. En la actualidad respondemos a esta necesidad de una manera

muy distinta a como lo hacíamos en la Edad Media, cuando la congregación religiosa

era la comunidad clave a la que uno pertenecía, al menos en Europa. Ahora tenemos

comunidades nacionales y regionales, divididas a su vez en múltiples niveles hasta

llegar a la comunidad étnica del vecindario.

Pertenecer a un grupo o congregación religiosa genera una sensación de identidad

entre un número limitado de personas; y eso cada vez se aleja más de la idea de captar

la verdad última. Las doctrinas que allí se imparten se limitan a trazar límites entre el

grupo de "iniciados" y el resto: entre los "creyentes" y los "infieles".

1. Dimensiones de la transformación

GROF: Tradicionalmente lo que ha hecho la religión organizada ha sido unificar a un

grupo de personas basándose en la singularidad de ciertos personajes y temas

arquetípicos. Como es natural, el grupo entraba en conflicto con otras comunidades

que habían elegido una manera distinta de representar y relacionarse con lo divino:

los cristianos contra los judíos, los hinduistas contra los musulmanes, los sijs contra

los hinduistas, etc., etc.

A veces incluso alguna de estas religiones organizadas ni siquiera lograba unir a los

miembros de su mismo credo en su propio seno. Un ejemplo clarísimo lo tenemos en

el cristianismo y el exacerbado conflicto entre católicos y protestantes que empezó a

apuntar a finales de la Edad Media y causó un gran derramamiento de sangre y un

profundo dolor.

En cambio, las experiencias espirituales facilitan el acceso directo a las dimensiones

sagradas de la existencia. Revelan la unidad que subyace al mundo de la aparente

separación, la naturaleza divina de la creación y nuestra divinidad. Nos apartan del

chovinismo sectario de las religiones organizadas y nos conducen a una visión de la

realidad y la humanidad universal, globalizadora y unificadora. Las religiones

organizadas tal y como existen en la actualidad alimentan la discordia y contribuyen a

agudizar la crisis mundial. No obstante, una religión con un enfoque místico genuino

podría cambiar de verdad el mundo.

LASZLO: El otro día en Berlín, en un simposio de la Universidad Internacional de la

Paz, el Dala¡ Lama me dijo que nunca intentara convertir a la gente a una religión en

concreto. Él mismo jamás intentaba convertir a los demás al budismo tibetano. Ése no

es el propósito, justificaba: el propósito es el espíritu que subyace a la religión, que es

el amor, la solidaridad y la compasión. Nos aconsejó que jamás creyéramos que una

única religión puede ofrecer todas las respuestas. Lo que cuenta es el espíritu de la

religión, y no las palabras de la doctrina.

Hay lugares donde han puesto en práctica esta idea. Por ejemplo, en Auroville, una

comunidad espiritual experimental de la India, sus fundadores decidieron que no

debería haber ninguna religión. Las doctrinas religiosas debían evitarse de manera

explícita, al igual que los ritos religiosos. Sólo se fomentaría una profunda

espiritualidad en la vida diaria a través de la meditación individual y colectiva.

Cuando la religión se institucionaliza, según Sri Aurobindo, divide más que une.

RUSSELL: Esto lo han dicho muchísimos líderes espirituales, quienes nos han

advertido también de que sus enseñanzas podrían convertirse en una religión. El Buda

dijo a sus discípulos que no creyeran sus palabras sólo porque las había dicho él. Sólo

debían aceptarlas tras contrastarlas con sus propias experiencias.

Más recientemente Rudolf Steiner afirmó que si volviera al cabo de cien años,

seguramente quedaría aterrado de ver lo que la gente había hecho con sus enseñanzas.

La sabiduría espiritual es una sabiduría universal, pero a medida que va pasando de

unos a otros, las enseñanzas de cada maestro van compilándose en un conjunto de

doctrinas y dogmas que inspiran religiones muy distintas entre sí. Estoy seguro,

Ervin, de que si volvieras a Auroville al cabo de doscientos o trescientos años, te

encontradas con una nueva religión.

Hoy en día somos testigos del surgimiento de una nueva espiritualidad. Todavía no

tiene nombre y, en realidad, tampoco posee una forma específica ni cuenta con

líderes. Sin embargo, está apareciendo una nueva manera de ver las cosas muy al

estilo de la "filosofía perenne" de Aldous Huxley. Muchas personas están empezando

a descubrir la sabiduría eterna de la conciencia humana y a ponerla en práctica en sus

propias vidas.

En algunos aspectos se advierten ciertos paralelismos con el Buda y su búsqueda de la

liberación interior. Cuando el Buda se adentró en el bosque, pasó seis años en

compañía de varios maestros y practicó diversas técnicas hasta finalmente adquirir

plena conciencia de lo que supone liberar a la mente del sufrimiento. Hoy nos

encontramos en un proceso similar. Sin embargo, ahora no es sólo cuestión de una

persona; somos millones, y todos vamos en el mismo barco, aprendiendo de las

experiencias mutuas sobre la marcha.

Cuanto más aprendemos, más nos acercamos a la misma verdad. Estamos puliendo

nuestro conocimiento del desarrollo espiritual. Lo he visto en libros, debates y

conferencias: todos decimos lo mismo. Quizás con el tiempo esta recuperación de la

espiritualidad se convierta en otra religión fosilizada, pero ahora, a finales del siglo

XX, está vivita y coleando, y se ha lanzado a la búsqueda de esa verdad universal que

es la base de todas las religiones.

Por eso creo que esta época es tan fascinante. Nos hallamos en medio de un nuevo

renacimiento espiritual, pero a diferencia de otros renacimientos anteriores, éste no

tiene líder; por primera vez, lo estamos redescubriendo colectivamente.

GROF: Me gustaría mencionar aquí una cosa que se desprende del estudio de los

estados atípicos de la conciencia y que encuentro fascinante. Hemos visto repetidas

veces, trabajando con la psicodelia y la respiración holotrópica (ejercicios de

inhalaciones rápidas acompañados de una música evocadora), que las experiencias

nos permiten acceder a todo el espectro de la mitología existente, las figuras

arquetípicas y la totalidad de las culturas, incluyendo las experiencias procedentes de

contextos raciales, culturales, geográficos e históricos distintos al nuestro.

El hecho de conocer previamente estas mitologías no parece ser de gran importancia.

Las personas actuales parecemos tener acceso a todos los ámbitos del inconsciente

colectivo. Eso confirma básicamente las observaciones que hace varias décadas hizo

C. G. Jung, observaciones que le llevaron a formular el concepto de inconsciente

colectivo.

Hemos trabajado con personas en Europa, América del Norte y del Sur y Australia, y

sus experiencias entroncan con la mitología hindú, japonesa, china, tibetana o egipcia,

y viceversa, durante nuestra estancia en la India y Japón, gente de formación

hinduista, budista o sintoísta a menudo revivían episodios claramente cristianos

durante las sesiones. A lo largo de estos años yo mismo he tenido visiones de un

acusado simbolismo religioso budista, cristiano, musulmán, sintoísta y zoroástrico, y

también de temas africanos, mesoamericanos, sudamericanos y de los aborígenes

australianos.

¡Es realmente asombroso! Muchos grupos humanos utilizaron en el pasado poderosas

técnicas de perturbación de la mente, entre las que podríamos incluir algunas de las

que ahora emplearnos nosotros: sustancias psicodélicas, música y diversos ejercicios

respiratorios. Sin embargo, su acceso al inconsciente colectivo parece haber sido

mucho más específico y restringido, limitado en esencia a sus propios arquetipos

culturales.

Por ejemplo, no veremos referencia alguna en el Libro tibetano de los muertos al

espíritu del ciervo, que desempeña un importante papel en la mitología y la religión

de los indios huichol de México, y tampoco se menciona el dhyána búdico en la

Biblia o El libro de Mormón. Es decir, esta permeabilidad del inconsciente colectivo

parece ser un nuevo fenómeno característico de los tiempos modernos. Si en la

antigüedad hubiera podido accederse al inconsciente colectivo como en la actualidad,

hoy en día no dispondríamos de unas mitologías tan distintas y específicas para cada

grupo humano y su religión. En el pasado acceder a través de la experiencia a los

arquetipos debía de ser muy específico culturalmente.

De algún modo existe un paralelismo con lo que está ocurriendo en el mundo exterior.

En el pasado la humanidad se hallaba mucho más fragmentada y los distintos grupos

se encontraban apartados y aislados entre sí. Por ejemplo, los europeos no tuvieron la

más remota idea de que existía el Nuevo Mundo hasta el siglo XV, y hasta mediados

de ese mismo siglo, el Tíbet tenía un contacto mínimo con el resto del mundo.

En la actualidad podemos ir a cualquier parte del mundo viajando tan sólo unas horas

en avión, y existe un floreciente intercambio de mercancías, libros y películas.

Asimismo, los programas de radio de onda corta, la televisión vía satélite, el teléfono

e Internet conectan todas las partes del globo entre sí.

Pasamos con extrema rapidez de un mundo fragmentado y dividido a una aldea global

unificada; y nuestro acceso ilimitado al ámbito arquetípico del inconsciente colectivo

parece una parte fundamental del proceso. Espero y creo firmemente que eso servirá

para crear una base de donde pueda surgir una religión universal del futuro.

En mi opinión, una religión así debería ofrecer un contexto propicio para las

experiencias espirituales y proporcionar los medios adecuados para hacerlas realidad

("tecnologías de lo sagrado"), sin interesarle dictar o promover los numerosos marcos

arquetípicos entre los que el individuo debería elegir para penetrar en el ámbito de lo

divino y trascendental.

Creo que si las religiones organizadas constituyen una fuerza relevante y constructiva

en nuestro futuro global, tendrán que flexibilizar sus arquetipos y aceptar que,

efectivamente, son relativos. Esto generaría una atmósfera de tolerancia en los

distintos sistemas que optaran por una forma simbólica alternativa de adoración de lo

divino. Vincularía las religiones con sus raíces místicas y su común denominador,

reverenciar lo absoluto, aquello divino que trasciende todas las formas.

Joseph Campbell solía citar a Graf Durkheim y su manera de interpretar la función de

las formas arquetípicas específicas o "deidades". Para ser de utilidad en una búsqueda

espiritual genuina, la deidad debe mostrarse transparente respecto a lo trascendente.

Ha de ser una puerta hacia lo supremo, pero no debe confundirse con ello. Su papel es

de mediadora de lo absoluto y, por lo tanto, constituye un camino, no un objeto de

adoración en sí y por sí. Hacer de los arquetipos algo opaco e impermeable conduce a

la idolatría, que es una fuerza divisoria, destructiva y peligrosa del mundo.

RUSSELL: Éste es otro aspecto del cambio que implica pasar de considerar a

deidades y dioses algo que está "ahí fuera", separado de nosotros, a verlos como

aspectos de nuestra propia psique. Cada vez nos damos más cuenta de que la toma de

conciencia interior no consiste en realizar un ritual para comunicamos con otro ser,

sino en trabajar con nuestra propia mente. Lo que nos preguntamos, por lo tanto, es

cómo puedo liberar mi mente de la rutina en la que ha caído y cómo abrirme a las

experiencias de que estamos hablando.

GROF: Respecto a lo que comentaba antes sobre abrimos al inconsciente colectivo,

tengo toda la sensación de que la religión del futuro se basará en la experiencia, hará

honor a la búsqueda espiritual y respetará las formas específicas que adopte en los

distintos individuos. Por suerte esta religión no será una organización que postule

dogmas y objetos de adoración específicos, sino una comunidad de gente inquieta que

se ofrecerá apoyo mutuo en el campo de la búsqueda espiritual, al ser consciente de

estar explorando un fragmento en concreto del gran tapiz del misterio universal. La

conciencia de la unidad que subyace a toda la existencia y el sentido de estar

íntimamente vinculado con los demás, la naturaleza y el cosmos sería la característica

más importante de este credo.

RUSSELL: Sí, y las enseñanzas que se desprendan de esta nueva espiritualidad

versarán sobre nuestra propia psique, al igual que hace el budismo. Será una

enseñanza contemporánea que tratará de cosas como, por ejemplo, el desarrollo de

ego, cómo derivamos nuestro sentido de la identidad, creamos temores injustificados,

interpretamos, equivocadamente o no, nuestras experiencias y la manera de liberar la

mente de todas estas limitaciones. Serán enseñanzas psicológicas en lugar de

centrarse en deidades y entidades parecidas.

GROF: En 1985 vivimos una experiencia muy interesante durante la celebración del

congreso de la Asociación Internacional Transpersonal (AIT) en Kioto. La AIT es una

organización que intenta reunir espiritualidad y ciencia esforzándose por abolir los

límites raciales, culturales, políticos y religiosos del mundo. En esa época en cuestión

unos ejecutivos estadounidenses y japoneses negociaban las posibles salidas a un

grave conflicto que se había desatado.

Uno de los ponentes era un psicólogo junguiano japonés, Hayao Kawai, que había

vivido varios años en Zurich, en Suiza, y conocía bien la mentalidad occidental, así

como, por supuesto, la japonesa. Cuando veía las negociaciones por televisión, no

paraba de reírse. Según afirmaba, aquellos ejecutivos creían que por el hecho de

contar con un intérprete ya se estaban comunicando, que se entendían; y no era así,

porque partían de enfoques muy distintos. Le pedimos que se explicara y lo hizo

empleando el sistema junguiano.

«Los marcos arquetípicos de sus lugares de origen son distintos —nos contó—, y sus

premisas metafísicas también lo son. Oriente tiene un modelo de cosmos centrado en

un vacío. La creación surgió de este vacío como una gestalt total en la que las cosas

están interconectadas, tienen un lugar y, en último término, constituyen una parte

fundamental del todo. En Occidente tenéis un modelo cosmogónico muy distinto.

En el centro se sitúa la fuente de todo poder. Es Dios, el gran jefe, el que creó el

universo y desde esa fuente inagotable hizo que emanara un sistema jerárquico de

orden decreciente. En el mundo arquetípico contáis con tropas de seres celestiales

dispuestos en gradación: desde los superiores, como, por ejemplo, serafines y

querubines, hasta arcángeles y ángeles comunes pasando por principados, potestades,

tronos y virtudes. En la naturaleza, también separáis los organismos inferiores de los

superiores, rango en el que aparecen los humanos en último lugar, como la perla de la

creación».

Hayao Kawai explicó que en un diálogo entre Oriente y Occidente la diferencia en los

supuestos metafísicos básicos se manifiesta en todas las afirmaciones. Es como una

conversación entre físicos newtonianos y einsteinianos. Ambos utilizarían las mismas

palabras (materia, energía, tiempo y espacio), pero estos términos significarían algo

muy distinto según el marco conceptual en el que se insertaran. Todos encontramos

esta idea muy interesante, e incluso motivó otras comparaciones culturales de algunos

participantes.

André Patsalides, un psicólogo belga nacido en Siria, nos habló de las diferencias

existentes entre la mentalidad árabe y la occidental. Karan Singh, erudito hindú y

antiguo regente de Jaminu y Cachemira, hizo un análisis comparativo de la manera de

pensar hindú y la occidental; y Credo Mutwa, antropólogo y curandero zulú, expuso

la concepción del mundo de los africanos y la comparó con la de los

angloamericanos.

Fue fascinante ver que a raíz de esta discusión surgía una nueva perspectiva

completamente diferente. Nos sentíamos ligados por nuestra humanidad, por todo lo

que compartíamos y teníamos en común, y empezamos a considerar las diferencias

raciales, culturales y religiosas como inflexiones y variaciones de una humanidad

básica. Era como si reflejaran la extraordinaria creatividad de la inteligencia creativa

cósmica surgida de una matriz subyacente e indiferenciada.

Al mismo tiempo, estas diferencias resultaban de lo más excitante, algo interesante de

lo que podíamos aprender y con lo que podíamos enriquecemos. Pudimos liberamos

de nuestros programas culturales idiosincrásicos y de la vana ilusión de que nuestra

manera de entender la realidad y hacer las cosas era la mejor o la más correcta. No

resultó muy fácil ver lo arbitraria y relativa que era.

LASZLO: Teilhard de Chardin habló de un proceso de intensificación o

concretización progresivas, cuyas causas se remontaban al número cada vez mayor de

personas en el planeta y al cúmulo de información que generaban. Quizás sea posible

que unos seis mil millones de personas hayan creado, tal y como tú apuntabas, Pete,

una especie de cerebro global.

Yo creo que este cerebro también posee una dimensión subyacente que nos vincula de

una manera que el consciente ignora, pero que podemos entrever a niveles más

profundos. Puede que bajo la superficie exista un ámbito de la conciencia colectiva

que se va intensificando y volviendo accesible a esos individuos con un estado

alterado de la conciencia: el estado que Stan ha estudiado y en el que encontraremos

los potenciales ya mencionados.

*El papel de la espiritualidad, La revolución de la conciencia, ed. Kairós, pp. 55-68

Fuente: http://www.unidad-servicio-uruguay.org/a12r6.pdf