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Iglesia y Sociedad

Nuevo Papa, nueva Iglesia
 
Autor: Germán Díaz 
Religioso Salesiano. Lic. en Comunicación Social
germansdb@gmail.com

 

 
 
A tan solo siete días del “Habemus Papam”, no sé si escribir sobre Benedicto XVI o Francisco I. Solo quiero sumergirme, por un momento, en ese corazón tan grande de Joseph Ratzinger, que un día decidió renunciar al poder “terrenal” y espiritual de su investidura en la Iglesia Católica para elegir aquello del Principito: “Lo esencial es invisible a los ojos”.
 
La grandeza de un Papa que deja un “reinado” y la de un Papa entrante que asegura, con gestos y palabras, que su pastoreo no pretende ser vertical y dogmático, sino reflexivo y popular. La sorpresa aleccionadora fue para el mundo del escándalo mediático que conjeturaba sobre bandos de poder, de estrategias eleccionarias, de arreglos precónclave y de una misteriosa profecía que avecinaba un Papa negro.
 
La verdad que sale a la luz es una ejemplar actitud de dos grandes hombres que, en solo un mes, hablaron con su conducta a un mundo que esta descreído de todo. La Institución Iglesia vive unos días de primavera, de renovación, de esperanza; lejos de mostrarse fría y vacía, desborda de alegría y se puebla de gente. Un Papa nuevo, una esperanza nueva, una Iglesia nueva. Contra todo criterio humano, sea quien sea, el humo blanco y el “Habemus Papam” se celebran con cantos, aplausos y rezos.
 
Joseph Ratzinger, un Papa que eligió estar a la sombra y al costado de tanta algarabía, ¿fue un místico, un sabio, un conservador? ¿Un buen Papa? ¿Un teólogo? Todo eso pudo ser. Pero lo más importante es saber que es un hombre de Dios. Que Benedicto XVI abrió su corazón y, con su arrolladora sencillez, tendió el camino para una Iglesia que sigue viva, andando, caminando, construyendo y confesando.
 
Comienza una nueva etapa para Benedicto XVI y para la Iglesia que tanto amó. Supo sobrellevar la pesada carga de suceder a Juan Pablo II, el Papa que la gente pedía a gritos: “¡Santo súbito” o “Santo ya!”. No era fácil comenzar un Papado después de un líder carismático y popular como Karol Wojtyla. Pero Joseph Ratzinger, un grande de la fe y de la Iglesia, vino a sucederlo con el nombre de Benedicto XVI.
 
Hoy el Francisco I nos dice bellas palabras, que también las pronunciaba con el peso de su ancianidad el Benedicto XVI. Amamos a este nuevo Papa por muchos motivos: austeridad, pobreza, espontaneidad, alegría, cercanía, contundencia de palabra y gestos. El papa Francisco nos entusiasma con su personalidad arrolladora y su fuerte convicción de una Iglesia pobre para los pobres. Benedicto, quizá con un carácter tímido, caminó con su Iglesia en su vejez, lleno de sabiduría que la compartió con humildad.
 
Amamos al Papa, y esa es la gran revolución de la muestra de cariño que otorgamos a nuestro Pastor. Es el gran interrogante del mundo del Poder. ¿Cómo aman súbitamente a quien no eligieron ni conocen demasiado? Hoy en este mundo, marcado por la desesperanza y la continua visión fatídica de un apocalipsis “hollywoodense”, el catolicismo, manteniendo la sana tradición y como en la antigüedad, sigue creyendo en la mediación de Dios. El gran amor de Dios se comunica a seres de carne y hueso, como los profetas, los patriarcas, los rabinos sabios, los santos especialísimos, y hoy presente y evidente en la presencia del Papa.
 
En medio de la gran fiesta, siempre están los que no quieren participar. Los que no se sienten contentos con la felicidad de los demás. Los que guardan rencor y odio en su corazón. Tal vez se hizo muy evidente en nuestro país. Con muy mal gusto, como acostumbran desde hace un tiempo las maliciosas ideologías izquierdistas argentinas, quisieron acusar al papa Francisco de complicidad con la dictadura. Pura ignorancia y maldad. Si el ex cardenal Jorge Bergoglio tuvo algo que ver o una responsabilidad criminal: ¿Por qué no lo dijeron antes? ¿Por qué no lo juzgaron ante la justicia? ¿Por qué esperaron que el mundo mirara nuestro país para mostrar la mala gente que hay aquí liderando una política de odio y división? La vergüenza que producen es ilimitada. No pararán, o quizás paren cuando se les termine el buen pasar económico que hoy los encuentra ociosos pensando en quién puede ser enemigo, de dónde pueden seguir despertando fantasmas para conservar su estatus de mártires de los tergiversados derechos humanos de los cuales se sienten dueños y exclusivos defensores. La aparente reconciliación política con el ex Cardenal Bergoglio no nos hace olvidar los Te Deum fuera de la Catedral Metropolitana y que se pueden llamar Te Deum del desprecio o lo vivido en Salta.
 
Aquí, seguramente, cabrán las sabias expresiones de Francisco en su homilía de asunción: “Recordemos que el odio, la envidia, la soberbia ensucian la vida. Custodiar quiere decir entonces vigilar sobre nuestros sentimientos, nuestro corazón, porque ahí es de donde salen las intenciones buenas y malas: las que construyen y las que destruyen”.
 
Hoy vivimos una fiesta de la Iglesia. La fiesta de la bondad. Recordemos este gran día con las expresiones “No debemos tener miedo de la bondad, más aún, ni siquiera de la ternura”.
 
No podía escribir solo de Benedicto o solo de Francisco, elegí los dos y agradezco a Dios por regalarnos Pastores santos y buenos. Es una señal de que sigue amando y renovando a su Iglesia, y continúa invitándonos a creer y esperar en su Infinita Providencia.