LOS
NUEVOS POBRES DE CLASE MEDIA
Tienen buena educación, valores y cultura de
clase media
Según las estimaciones, desde 2007 más de un
millón de personas cayeron en la pobreza. Están bien
capacitados, pero se sienten solos y deprimidos. Hay muchas
parejas con hijos adolescentes.
Claudio
Savoia.
csavoia@clarin.com
Son invisibles. Para el
Estado, para las organizaciones civiles, para sus amigos,
hasta para ellos mismos, que en muchos casos reniegan de
mirarse en un espejo al que no consideran propio. Negados
por las estadísticas del INDEC, ignorados por el Gobierno en
el reparto de los planes sociales y subsidios, sumergidos
por las olas de la inflación, los nuevos pobres se siguen
acumulando bajo la alfombra de una Argentina que parece
mirar para otro lado.
Habían logrado levantar cabeza con la recuperación de la
economía que comenzó a sentirse en el 2003, reanimó su
capacidad de consumo y hasta les permitió trazar algunos
pequeños proyectos, pero su fuerza comenzó a desacelerarse a
fines de 2005 y se detuvo un año después. Desde entonces
vienen retrocediendo, y aunque en el país de Guillermo
Moreno la aritmética dejó de ser una ciencia exacta, una
proyección conservadora de las estadísticas más confiables
dice que en sólo dos años más de un millón de personas ya
perforaron la línea de la pobreza. ¿Quiénes son?
El análisis profundo de una pila de encuestas de los últimos
dos años recogidas por el prestigioso Observatorio de la
Deuda Social de la Universidad Católica, realizado por su
director Agustín Salvia a pedido de Clarín, revela datos
inesperados y permite construir un minucioso perfil de los
nuevos pobres: "Lo primero que llama la atención es que la
pobreza aumentó entre personas con muy buen nivel educativo,
que como mínimo terminaron el secundario y tienen un ideario
de clase media. Eran trabajadores formales de empresas y
pymes que cerraron o a quienes echaron cuando estalló la
crisis internacional, asalariados y cuentapropistas no
profesionales que ahora se defienden en empleos precarios o
que hacen changas", explica Salvia. En los últimos dos años,
la pobreza alcanzó más rápido a parejas con hijos
adolescentes y a personas mayores de 60 años que viven
solas.
Miriam Varsi tiene 50 años, ojos cansados y un decir
pausado: "El primer gran golpe lo recibí en 1999, cuando
murió mi marido. Teníamos dos hijos, y otros tres de una
pareja anterior mía. Después me fui acomodando, en un
momento las cosas me fueron mejor. Pero ahora quedamos casi
todos sin trabajo, hasta las changas se cortaron. Menos mal
que hace dos años empecé a cobrar la pensión, sin eso ahora
estaría en la calle", suspira.
Miriam habla en el comedor de su casa en Don Torcuato, un
chalet de madera estilo alpino que supo de tiempos mejores:
hace dos años intentaron revestirlo de ladrillos, pero la
plata se fue en pagar impuestos atrasados, algo de ropa y
comida, que ya se encarecía a un ritmo veloz. Dos granizadas
perforaron el techo del altillo, y desde entonces la lluvia
también convive de a ratos con Miriam y sus tres hijos
menores; Vanesa (25), Sebastián (17) y Lorena (14). Los más
grandes, Fernando (31) y Daiana (23), ya viven con sus
parejas. No aportan, pero tampoco traen gastos.
Cada plato sobre la mesa, cada útil que le piden a Lorena en
el colegio o los cigarrillos que se atropellan entre los
labios de Vanesa inclinan la frágil balanza sobre la que se
monta la economía de la familia Varsi. Repasemos: Miriam no
consigue nada desde diciembre, cuando la remisería en la que
una vez por semana tomaba pedidos la despidió por última vez
para bajar costos. Vanesa tampoco hace nada, porque el
mercadito en el que trabajaba por 900 pesos resignó sus
servicios hace unos meses. Sebastián sí changuea en una
verdulería, que le paga 30 pesos por día. Y está la pensión
de papá, que trabajó 30 años como metalúrgico en grandes
empresas y 11 como taxista. Son unos 1.200 pesos que, aunque
de inmediato significaron la baja del plan Jefes y Jefas,
hoy valen oro. La suma no llega a los 2.000 pesos mensuales,
para mantener a flote a un adulto y tres adolescentes.
Vanesa abandonó el colegio cuando estaba por terminar el
octavo año del EGB. Varias veces intentó retomar los
estudios, varias veces interrumpió sus intentos porque le
salían oportunidades para trabajar. "Yo necesito plata para
mis cigarrillos, las tarjetas del celular y para ayudar a
mamá. Cuando puedo, prefiero trabajar. Ya tendré tiempo de
estudiar", dice, y ni ella parece creérselo. Sebastián
estudia en una escuela técnica del barrio, cuyos egresados
salen con una pasantía segura en las fábricas de autopartes
de Mercedes Benz o Volkswagen. Y Lorena, la más chica y
desenvuelta, está becada desde 2009 en un colegio privado de
la zona, el Don Torcuato. Es alumna de diez. "Me costó
adaptarme, porque en la escuela pública eran menos
exigentes, aprendía menos. Cuando acabe el polimodal pienso
estudiar Medicina", asegura, con un destello en sus ojos
celestes.
Lorena sueña con un futuro mejor, y pelea por él. Necesitará
mucho empeño: en su análisis de las estadísticas, Salvia
también destaca: "es fuerte el salto en la participación de
la pobreza de personas con un nivel óptimo de "capital de
agencia", una categoría en la que los sociólogos incluimos
las capacidades necesarias para acceder a un trabajo
moderno: buena educación, buena salud, excelente comprensión
de textos, capacidad para establecer relaciones y resolver
con éxito problemas diferentes." Con sus proyectos truncos,
Miriam podría estar un poco por debajo de esta categoría,
pero sus hijos menores sin duda la integrarán.
Los chicos que viven en hogares recién ingresados en la
pobreza también muestran características singulares. Sus
amigos son más de la escuela que del barrio -ya que sus
familias o las suyas propias debieron mudarse por aumentos
en los alquileres, por ejemplo- y son los que masivamente
alimentan la matrícula de los colegios parroquiales: sus
padres desean mantener la continuidad y la contención que
suelen ofrecer los colegios privados, pero con una cuota más
barata.
Como en cualquier hogar, los problemas de la casa también
repercuten en el estudio: los hijos de los nuevos pobres son
los que en proporción más problemas de repitencia y
deserción escolar tuvieron en los últimos dos años. Los
nervios que la nueva situación económica causó a los padres
también se reflejaron con una mayor cantidad de chirlos que
en otros sectores sociales. ¿Una buena? Pese a todos los
problemas sus padres son los que menos dejaron de
festejarles sus cumpleaños.
Según los datos recopilados por la UCA -que registraron el
pico de la pobreza en mayo del 2009, con un 36,5% que hacia
fin de año había bajado a 33,5%- los nuevos pobres viven en
casas con todos los servicios, que en algunos casos hasta
cuentan con aire acondicionado y computadora con acceso a
Internet: dos de los electrodomésticos que compraron gracias
a la continuidad de su empleo y los planes de cuotas que
proliferaron desde 2004. En cambio, no llegaron al auto
propio. En algún mueble también conservan su biblioteca
familiar, aunque en los últimos años la descuidaron un poco.
Aunque precaria, la casa de Miriam y sus hijas está bien
equipada: hace unos años pudieron comprar en cuotas la
cocina, el televisor, un lavarropas, un radiograbador y una
multiprocesadora. La plata no alcanza en cambio para
instalar el gas natural, que pasa por la puerta. Las
facturas están al día, excepto algunas de Rentas. En la
biblioteca lucen todos los libros de narrativa de las
colecciones que saca Clarín -"hasta el año pasado
comprábamos el diario tres veces por semana", dice Miriam-,
las enciclopedias universales y los libros de mecánica que
tenía el padre de las chicas. "Hoy le sirven a Seba para la
escuela", acota Vanesa.
Los ojos de Miriam hablan más que su lengua. Miran a sus
hijas, bajan hasta la mesa, giran por la casa repasando cada
mueble, hasta que se detienen en la biblioteca. Entonces se
pone de pie y saca de entre los libros una hojita manuscrita
con letra prolija. "Acá está mi curriculum, por si sabés de
algo", susurra. Costurera de mantelería para hoteles de
lujo, tareas de limpieza en casas y comercios, niñera,
cuidadora de abuelos, telefonista de varias agencias de
remís. Una trabajadora que necesita un empujón. Y también
consejo, para recuperar el control sobre una casa en Moreno
que heredó de su marido y hoy está tomada, y un auto que él
estaba pagando en cuotas cuando murió. Nadie en la casa sabe
cómo defender esos derechos.
"Sus hogares no cambiaron, pero sí su capacidad de consumo.
Por eso vemos tantos rasgos de clase media venida a menos",
analiza Agustín Salvia. "El hecho de que en este grupo haya
tantas familias con hijos adolescentes agrava todo, porque
cualquiera que tenga chicos de esa edad sabe que comen más
que un adulto, consumen más ropa y requieren de más dinero
para llevar adelante una vida social acorde a su edad. Por
todo esto es clave poder identificar a estas familias y
ayudar a sostenerlas para que no sigan cayendo", advierte. Y
subraya un dato: "en estos años aumentó la cantidad de
pobres no indigentes que en los últimos doce meses sintieron
hambre en alguna ocasión. Esto se refleja con claridad en
los comedores sociales, adonde comenzó a llegar gente que
jamás los había pisado, para poder zafar algún almuerzo."
En la casa de Miriam, la única carne que llega a la mesa es
picada, y cada vez menos. El pescado es un recuerdo. El
pollo y las verduras son más habituales, aunque no tanto
como los guisos, salsas y tartas que se repiten en las
comidas. "Es que la inflación está terrible", protesta
Vanesa. "Un litro de leche cuesta tres pesos, una locura".
Miriam interviene: "Hubo un momento con Néstor Kirchner que
estuvo bastante bien. Se cayó un poco cuando vino Cristina.
Nosotros vivíamos mejor antes."
Están solos, aislados. No confían en el Gobierno -sobre
todo-, en la Justicia, ni en el Congreso, y jamás creyeron
en los piqueteros. Ahora menos que hace dos años. Comenzaron
a perder la confianza en sus propias capacidades, y en este
tiempo se redujeron sus redes sociales: no tienen muchos
contactos, y cada vez cuentan con menos personas en las que
apoyarse.
Entre ellos también es notorio el aumento del "padecimiento
psíquico", es decir la propensión a cuadros de ansiedad o
depresión.
Esta angustia también se refleja en otras estadísticas: los
"nuevos pobres" son los que engrosan la lista de
"desalentados" para buscar trabajo. "Es gente que tiene
proyectos, y que siempre creyó que podía controlar los
imponderables. Pero su caída en la pobreza por causas ajenas
a su desempeño los golpeó mucho", explica el director del
Observatorio, que también es investigador de la UBA y el
Conicet. Su principal consuelo, según los datos de la UCA,
son las organizaciones de caridad, de las que se fían mucho
más que en el 2007.
Miriam firmaría esas estadísticas. Tres tardes por semana va
a cocinar como voluntaria al comedor Madre Teresa de
Calcuta, a cuatro cuadras de su casa. Esos días también come
ahí, o se lleva comida a la casa. "Voy hace más de diez
años, porque en los malos momentos también me ayudan a mí."
Juan Manuel Casolati, alma mater del comedor y titular de la
fundación Comprometerse más, asiente: "Miriam es una gran
mujer. Acá hay cada vez más trabajo, y eso que en la zona
norte las cosas no son tan bravas como en el oeste y el sur
del conurbano".
A pocos metros revuelve una olla Susana Vega, 35 años y ocho
hijos. "Yo hice el secundario, y mis hijos van a la escuela.
Siempre les dijimos que había que estudiar para ser alguien,
pero a los que terminaron la primaria no pudimos hacerlos
seguir. Mi marido hace changas armando computadoras, pero
con eso no alcanza. Los chicos almuerzan en la escuela y
todos venimos a cenar acá. Yo no almuerzo nunca, me arreglo
con mate. Hasta hace dos años trabajaba en casas de familia
y mi marido como albañil, pero nos echaron por el mismo
motivo: en las casas tomaron a extranjeros que cobraban
menos", explica Susy, sin que la sonrisa abandone jamás su
cara. Pide donaciones para el comedor, no para ella. "Alguna
milanesa, papas fritas. ¿Te imaginás la cara de los chicos
si algún día les sirviéramos eso?"
Perfil de los
nuevos pobres de clase media
Tienen el secundario completo y un
ideario de clase media.
Viven en pareja y tienen hijos adolescentes, o son mayores
de 65 años que viven solos.
Eran trabajadores formales de empresas y PyMEs que cerraron
o los despidieron, y ahora tienen empleos precarios o hacen
changas.
En proporción, muchos de ellos tienen buenos niveles de
"capital de agencia": cuentan con buena educación y buena
salud, tienen buena comprensión y análisis de textos y saben
establecer relaciones y resolver con éxito problemas
diferentes.
Viven en hogares que cuentan con todos los servicios
públicos y muy buen equipamiento. Incluso hay casas con aire
acondicionado y computadora con acceso a Internet.
Están deprimidos o ansiosos.
A ESPALDAS DEL INDEC, LA
INFLACION REAL DISPARO FUERTES RECLAMOS
SALARIALES Y VARIAS DISCUSIONES
La cantidad de pobres sube junto a los
precios de la comida
Claudio Savoia.
csavoia@clarin.com
Las
noticias de la semana pasada ofrecieron
el mejor marco para comprender el
ignorado fenómeno de los "nuevos
pobres". Según los datos del Instituto
de Estadísticas de Santa Fe, que hasta
la intervención del Gobierno en el INDEC
-hace más de tres años- venía obteniendo
cifras técnicamente comparables con las
del organismo nacional, la inflación de
los alimentos casi triplica los números
de la oficina de estadísticas
intervenida por Guillermo Moreno.
El detalle de estos aumentos dice que en
Rosario los precios minoristas subieron
16,7% en un año, y que los aumentos en
alimentos y bebidas fueron de casi el 22
por ciento: un golpe mortal para la
frágil economía de las familias más
pobres. Un ejemplo sirve para estimar
mejor este impacto; mientras que para el
INDEC una familia con dos niños necesita
1.032 pesos por mes para estar a salvo
de la pobreza, ese monto sube a 1.702
pesos según una canasta alternativa
construida por el Observatorio de la
Deuda Social de la UCA en base a datos
de la fundación FIEL y los institutos
provinciales de estadística de Mendoza,
Entre Ríos, San Luis, Mendoza, Salta y
Córdoba.
Otros cálculos conocidos en estos días
confirmaron el tremendo impacto de la
inflación sobre los bolsillos de los más
pobres. La consultora SEL, que dirige
Ernesto Kritz, estimó que las familias
que accedieron a la asignación por hijo
que brinda el Estado vieron escurrirse
por los aumentos la mitad del valor de
ese ingreso, que hasta hoy es de 180
pesos por hijo.
Hasta el oficialista titular de la CGT,
Hugo Moyano, también viene subiendo el
volumen de sus quejas: "Nadie puede
negar la inflación", dijo sin
despeinarse, mientras el ministro de
Economía Amado Boudou seguía ensayando
eufemismos para negar el problema.
"Reacomodamiento" y "tensión de precios"
fueron las expresiones elegidas en su
intento. Los gremialistas no necesitan
decir más nada. Los aumentos salariales
que están negociándose en las distintas
paritarias están entre 23 y 30 por
ciento. Anteayer, Moyano envió otra
señal pidiendo que el Gobierno devuelva
parte del IVA que se paga con la compra
de alimentos. Hace tres semanas, además,
trascendió el valor de la "canasta
básica" que reconocen los sindicatos:
3.800 pesos, más del triple de la que
propone el Indec.
La cátedra de Economía General y
Familiar de la Escuela de Nutrición de
la facultad de Medicina de la UBA
también hizo números: para comprar una
canasta básica alimentaria saludable,
dicen, hacen falta 1.576 pesos. A este
costo habría que sumar los gastos de
indumentaria, transporte y el pago de
impuestos y servicios.
Los analistas también señalan como
factor importante en la creación de
"nuevos pobres" el aumento del 20 por
ciento en los boletos de colectivos y
subtes, en enero de 2009. Y ayer se supo
que durante el año pasado se perdieron
casi 145.000 empleos privados. Muchos
datos para que nadie los vea.