¿Por quién va a votar?
-Por Lula.
-Pero si Lula no es candidato.
-No importa. Yo voto por Lula.
El diálogo absurdo se repite decenas de
veces. La gente más pobre del nordeste de
Brasil no repara en formalidades.
Cree
en un solo político. Uno como ellos que
gobernó en los últimos ocho años y que logró
que 90 millones de personas tuvieran algún
tipo de ascenso social.
-Y si Lula no aparece en la boleta, ¿por
quién va a votar?
-Por Dilma, que es Lula.
Dilma Rousseff, la candidata del Partido
de los Trabajadores (PT) del presidente Lula
da Silva, que lidera las encuestas para las
presidenciales del 3 de octubre con un 50%
de intención de votos y supera a su rival
más próximo el socialdemócrata José Serra
por más de 22 puntos, pasa a representar al
líder por el que toda esta gente esparcida
por la mítica tierra de Pernambuco hoy le
pide que se quede, o por lo menos, que se
convierta en el garante de que nada va a
cambiar. Lula está dejando su gobierno con
un 77% de aprobación a nivel nacional y un
inédito 96% en esta región del nordeste.
Y es que nunca antes en la historia de este
país se había producido una transformación
social y económica como la que se vivió en
los últimos 15 años, con la estabilidad que
trajo Fernando Henrique Cardoso y, por sobre
todo, la redistribución realizada en los
ocho años de Lula.
El
PBI brasileño va a crecer este año, al
menos, un 7%, una de las mayores expansiones
detrás de China. De acuerdo al FMI, en la
última década Brasil tuvo un aumento de un
163% en su renta per cápita. En el 2011 se
prevé que traspasará la maravillosa barrera
de tener cada brasileño un promedio de
10.000 dólares al año. Un ejemplo concreto
de que este crecimiento está llegando a los
más pobres puede ser el de la cifra de
planchas y licuadoras vendidas sólo en el
primer semestre de este año: 10,3 millones.
O que en este 2010 hay 22 millones de
familias reformando o construyendo sus
casas. O que el uso de tarjetas de crédito
aumentó un 20% en el año, el crecimiento más
grande registrado en el planeta.
Y todo esto, por supuesto se traduce en la
felicidad y el bienestar de muchos. En la
calle Alfonso Pena del tradicional barrio de
Boa Vista, en el centro de Recife, me
encuentro con un grupo de vecinos jugando al
dominó frente a un conventillo medio
derruido. Los cuatro jugadores Valmi,
Fernando, Beté e Isa, que van de los 20 a
los 50 años, coinciden en que están mejor
que hace cinco años. “Lula es legal”, dice
Valmi y todos dicen “si, si” ríen y levantan
el pulgar tratando de que las piezas no se
les caigan de las manos. “Hay trabajo, hay
subsidios para estudiar, hay crédito…Lula lo
hizo bien. Lo hizo por nosotros”, remata
Fernando que viene de un pueblo del sertao
pernambucano cercano a donde nació el
presidente.
La revista Istoé hablaba hace algunas
semanas de “la generación del bienestar” y
decía que existe un consenso entre los
economistas de que hay una relación muy
estrecha entre el aumento de la renta de las
personas y la sensación de felicidad,
particularmente en los países en desarrollo.
En un país rico tener un poco más o menos de
dinero no hace grandes diferencias. En
cambio, para los que no tienen nada, como
era la situación de casi 100 millones de
brasileños hasta la década pasada, un
subsidio de unos pocos reales significa un
cambio profundo. Y
la
clave de esto está en la llamada “Bolsa
Familia” un subsidio que da el gobierno a
todas las madres pobres proporcionalmente a
la cantidad de hijos y los estudios que
éstos realicen. “Este programa es una
transferencia directa de recursos que
beneficia a 42 millones de personas. Nunca
antes había sucedido algo así. Es la mayor
redistribución de ingresos jamás emprendida
aquí”, explica Ermani Carvallo, coordinador
del programa de posgraduados de Ciencias
Políticas de la Universidad Federal de
Pernambuco.
Susana Helia es una chica de 25 años, con
tres hijos pequeños y otro por nacer en unos
pocos días. Se mueve entre la gente del
mercado popular de Santo Antonio. “Hoy cobré
el Bolsa Familia. Recibo 185 reales (115
dólares) por los meninos. Vine a ver si
puedo comprar un poco de carne barata. En la
favela donde vivo todo es muy caro”, dice
Susana, mientras sus hijas juegan con el
agua podrida de la calle. No le alcanzará
para todo el mes, pero esos 185 reales son
sólo de ella y los niños. Su marido,
alcohólico, no los puede cobrar. Una vez que
tenga al nuevo bebé se va a anotar en una
escuela de peluquería gratuita para intentar
cambiar de vida: “Hay mucho trabajo en
peluquería”. Dice no saber nada de política
pero que va a “votar por Lula”. “Gracias a
él mis hijos pueden comer”, dice con los
ojos brillosos, junto a un árbol.
Y no son sólo los más pobres. Los
empresarios apoyan en un porcentaje muy alto
al gobierno del socialista PT. Tomo una
caipirinha con el constructor Manoel Nunes
en el bar Central del barrio de Santo Amaro.
Él cuenta que está levantando 1.500 casas en
tres pueblos alrededor de Recife y que nunca
antes hizo tan buenos negocios.
“Cuando Lula llegó al gobierno, la verdad es
que teníamos miedo. Pensé que era un loco
izquierdista. Pero poco tiempo después me di
cuenta que era un gran líder y muy centrado.
Comenzó a dar crédito y muchos trabajadores
salieron a buscar casas. El negocio creció a
una velocidad increíble. Hoy tengo 1.000
personas trabajando directa o indirectamente
conmigo”, dice. Se refiere al financiamiento
inmobiliario que en los primeros seis meses
de este año sumaron 3.400 millones de
reales, unos 2.000 millones de dólares.
Nunes también habla del desarrollo en el
interior. Voy a comprobarlo. Hago 250
kilómetros por la ruta 232 hasta Arcoverde y
doblo en la 424 para pasar por Caetés, el
pueblo donde nació Lula, y luego retornar
por Garanhuns hacia Recife. Hasta hace 20
años esto era un desierto. Millones de
personas escapaban de la pobreza y se iban a
San Pablo, la gran ciudad industrial del
país. Hoy, esta geografía se modificó. Un
acueducto que traspasa la zona hizo posible
que se desarrollara la agricultura. Y a su
alrededor florece una agroindustria de nivel
internacional gracias a los incentivos que
dio el gobierno para zonas desprotegidas. A
esta región, que era históricamente la más
desprotegida, se le transfirió más riqueza
que a cualquier otro punto del país. El
sertao pernambucano está desconocido. Y no
es sólo agricultura. El puerto de Suape ya
tiene 70 grandes compañías internacionales
trabajando allí; construye más de 20 barcos
y levanta una refinería impresionante junto
a capitales venezolanos.
De regreso a Recife me topo con otro buen
ejemplo de progreso. Josue de Oliveira, 48,
sale de la casa de materiales de
construcción Achaqui, en la calle Duque de
Caxias. Lleva varias latas de pintura,
bolsas de yeso y diluyentes. También cuatro
chapas de zinc. Parte de la pintura es para
un vecino al que le está haciendo un trabajo
de reparación. El resto, es para levantarse
una mediagua en el barrio de Baixada, donde
vive con su mujer y seis hijos. “Siempre
construí para otros. Ahora voy a hacer una
pieza bien legal (muy buena) para mis hijas
más grandes”, comenta Josue mientras sube
las latas en la camioneta destartalada de un
amigo. Camino a su barrio tendrá que pasar
el puente sobre el río Capibaribe donde
podrá ver una enorme favela levantada sobre
pilotes que son arrasados con cada crecida.
Allí la pobreza tradicional brasileña que
afecta al 40% de la población sigue intacta.
Hasta ese lugar todavía no llegó el crédito
ni la posibilidad de construir nada. “No hay
trabajo para gente como yo. Ahora hay que
ser un operario especializado para que te
tomen en una constructora. Y el Bolsa
Familia no da para que comamos los diez que
somos nosotros. Nos obligan a salir a
robar”, dice Luiz, un garoto de 21 años y un
rostro curtido por la vida en la entrada de
la Ilha do Leite.
Las voces críticas también se hacen escuchar
dentro de la campaña electoral. El martes
pasado, en los festejos del Día de la
Independencia marcharon por la avenida Boa
Vista las organizaciones de izquierda
extraparlamentaria que piensan que el
gobierno dejó a mucha gente fuera del
progreso. Una enorme columna, llena de color
y música, con una gran bandera en la que se
leía “El grito de los excluidos”, avanzaba
lentamente. Muchos exhibían carteles a favor
de la candidatura de Dilma. ¿No es esta una
gran contradicción?, pregunté a Roberta da
Silva, una mulata que bailaba entusiasmada.
“No, nosotros somos el apoyo crítico del PT.
Pensamos que hay que profundizar las
políticas sociales y hay que empezar a
perjudicar un poco más al capitalismo.
Votamos por Dilma para que lo haga”, dice
antes de seguir sambando.
El profesor Marcos Costa Lima, del Centro
de Filosofía y Ciencias Humanas de la
Universidad de Pernambuco, explica así lo
que sucede. “La verdad es que Lula arrasa
con toda la política. Hay muy pocos que se
atreven a enfrentarlo. La gran mayoría de
los coroneles (caudillos) locales presentan
candidatos propios a nivel estatal pero
apoyan a Dilma a nivel nacional”, sostiene.
“Por
eso es bueno que exista una oposición que
presione. Acá aún queda pendiente una gran
reforma política que modernice el sistema. Y
también una reforma de la tenencia de la
tierra. Si Dilma no emprende esto que le
quedó pendiente a Lula, le va a ser difícil
avanzar”, afirma Costa Lima. “Nos falta
mucho por hacer -explica Jorge Pérez, el
veterano líder del PT de Pernambuco y ex
diputado, cuando charlamos en su oficina
comiendo abacaxi (ananá) dulce- pero lo que
hicimos fue monumental. Tenemos orgullo como
generación por lo que estamos haciendo en
términos históricos”.
A pocos metros de donde marchan los
“excluidos” se desarrolla el desfile oficial
que comienza con el paso de decenas de
fantásticas bandas de las escuelas
secundarias de Recife y termina con una
parada militar. Unas 20.000 personas están
en las tribunas. Agitan banderas verde-amarelas
y se mueven con enorme gracia ante los
diferentes ritmos. Me subo a una de las
gradas y hago una pequeña encuesta.
Todos dicen estar mucho mejor que hace ocho
años. La mayoría cuenta que en los últimos
meses compró a crédito lo que siempre había
soñado con tener. Esto explica que entre
enero y julio se hayan vendido 1,9 millones
de autos fabricados enteramente en el país.
En el mismo período se vendieron 6,4
millones de televisiones. A fin de año se
habrán vendido 14 millones de computadoras,
lo que convierte a Brasil en el tercer
mercado mundial detrás de Estados Unidos y
China. Y para la Navidad, las asociaciones
nacionales de comerciantes prevén vender por
9.800 millones de reales (5.700 millones de
dólares).
Pasa la banda de la escuela Pessoa tocando A
Felicidade, el tradicional samba de Antonio
Carlos Jobim y Vinicius de Moraes.
“Tristeza nao tem fim, felicidade sim”,
tararea la familia Oliveira que tengo a mi
lado. Pero acá bajo este sol de primavera,
con la brisa que llega de la bahía, los
chicos desfilando con enormes sonrisas, la
gente tranquila y divertida, pareciera que
lo único que no tiene fin es esta felicidad
que está disfrutando hoy la mayoría de los
brasileños.