Ley de Matrimonio Homosexual: fruto de valores nihilistas, hedonistas y ateos.

     Muchas son las irregularidades que rodean la aprobación de esta ley, de la cual lo primero que podemos decir es que será legal pero es claramente ilegítima con un nacimiento viciado de nulidad por las graves manipulaciones a que se sometió el proceso de su aprobación a todas luces alejado de la normalidad. Hubo dos senadores opuestos a su sanción “secuestrados” a un viaje gubernamental internacional para que no concurran, otros que cambiaron sospechosamente su voto a último momento, otros que se borraron del recinto a la hora de votar, otros que disparatadamente votaron a favor diciendo que sabían lo hacían en contra de la opinión de su provincia y de la suya propia pero que debían respetar la decisión de su bloque, todo en el marco de una falta de debate más profundo y un apresuramiento innecesario que buscaba evidentemente llevar la cuestión a un todo o nada, una especie de ruleta rusa legislativa, cuando a nivel mundial solo cinco países tienen una legislación similar y con restricciones, estando en investigación y estudio en más de 200 que no lo ven como una necesidad imperiosa.  Además que en principio un tema tan delicado socialmente y susceptible a los sentimientos íntimos de la mayoría de la población (católica, cristiana, mayoritariamente heterosexual) debería en todo caso haber sido consultado por la vía de un plebiscito (consulta popular sobre un proyecto de ley), ya que no puede dejarse semejante definición en manos de la voluntad (endeble como se vio) o de la libertad de la conciencia individual de un legislador (que supuestamente representa intereses de la población) no capacitado para emitir opinión en tal sentido.  Se persiste en una negación de la realidad cuasi psicótica que quiere interesadamente hacer aparecer como blanco lo que es incuestionablemente negro (por ejemplo el estruendoso y humillante fracaso del equipo nacional de futbol en el mundial que se lo quiere travestir como éxito para mantener a su técnico para su utilización política).  Esa perversa actitud permanentemente confrontativa impide un diálogo normal y fecundo y acuerdos razonablemente fundados; dio la impresión que se manejó todo como un partido de futbol donde debía ganarse a toda costa no importara cómo y si debía aprobarse que la tierra está sostenida en el espacio por cuatro elefantes se lo hubiera hecho sin remordimiento alguno.  En fin, un conjunto de disparates y zafarrancho irresponsable muy pocas veces visto, un mal ejemplo político muy grave considerando sobre todo la trascendencia e importancia del tema para una sociedad mayoritariamente católica y cristiana como la argentina.  

     Pero además, estos vicios formales no solo darán lugar a las resistencias políticas y legales correspondientes, sino que aunados con la falta de fundamentación y detenido estudio ya están originando el repudio y rechazo de la mayoría de la sociedad argentina, a la que no le resulta muy comprensible que para igualar respetables derechos civiles de una minoría, se agredan y agravien irresponsablemente los de la gran mayoría de la población, ya que siendo la unión en pareja de personas del mismo sexo naturalmente distinta a la unión de una pareja heterosexual denominada matrimonio, como realidad distinta le corresponde en justicia una denominación distinta, para no dar lugar a una apropiación indebida del concepto de matrimonio. En tal sentido, son muy atendibles las razones esgrimidas por el Episcopado que dice que “si se otorgase un reconocimiento legal a la unión entre personas del mismo sexo, o se las pusiera en un plano jurídico análogo al del matrimonio y la familia, el Estado actuaría erróneamente y entraría en contradicción con sus propios deberes al alterar los principios de la ley natural y del ordenamiento público de la sociedad argentina”. Valoriza el bien inalterable del matrimonio y la familia, y agrega que "constatar una diferencia real no es discriminar", manifestándose en contra de que las parejas del mismo sexo puedan adoptar niños, pues señala que "la unión de personas del mismo sexo carece de los elementos biológicos y antropológicos propios del matrimonio y de la familia", porque "está ausente de ella la dimensión conyugal y la apertura a la transmisión de la vida", destaca que "en cambio, el matrimonio y la familia que se funda en él, es el hogar de las nuevas generaciones humanas".  Se opone a la posibilidad de que parejas del mismo sexo puedan adoptar manifestando que “desde su concepción, los niños tienen derecho inalienable a desarrollarse en el seno de sus madres, a nacer y crecer en el ámbito natural del matrimonio. En la vida familiar y en la relación con su padre y su madre, los niños descubren su propia identidad y alcanzan la autonomía personal". Además, el plenario episcopal insistió en que "la naturaleza no discrimina cuando nos hace varón o mujer" y agregaron: "Nuestro Código Civil no discrimina cuando exige el requisito de ser varón y mujer para contraer matrimonio; sólo reconoce una realidad natural. Las situaciones jurídicas de interés recíproco entre personas del mismo sexo pueden ser suficientemente tuteladas por el derecho común".

     Al respecto, un reconocido analista político, el Dr. Mariano Grondona, en un lúcido, ecuánime e inteligente análisis de la situación, ha expresado recientemente: ...si la discriminación de una categoría de ciudadanos como los homosexuales vulnera su igual derecho a la dignidad, debe ser condenada. Desde hace unos veinte años, detrás de liderazgos ampliamente reconocidos como el de los hermanos Jáuregui, la sociedad argentina ha avanzado un buen trecho contra la discriminación sexual, manifestándose por ejemplo a favor de la igualación de los derechos sociales y económicos de las parejas homosexuales respecto de las parejas heterosexuales. Pero este avance bienvenido de la igualdad, ¿no corre a su vez el riesgo de irse al otro extremo, convirtiéndose en "igualitarismo", si además se pretende igualar lo que no es igual? En su meritoria lucha contra la discriminación, ¿no han cruzado las organizaciones homosexuales esta sutil frontera al reclamar que también se llame "matrimonio" a la unión homosexual y al otorgar a una pareja homosexual de dos hombres o dos mujeres un idéntico derecho de adopción al de una pareja heterosexual que salva la distinción entre el padre y la madre, entre el hombre y la mujer?  Más allá de las pasiones y las ideologías en contraste, ¿no existe entonces una "diagonal" moralmente justificada en reconocerles a las parejas homosexuales todos los derechos económicos y sociales de las parejas heterosexuales mientras se reserva para éstas el uso exclusivo de la palabra "matrimonio" y un derecho de adopción abierto a la posibilidad de que cada hijo, adoptado o natural, tenga un padre y una madre en lugar de dos padres o dos madres?  No parece injusto buscarles entonces a las parejas homosexuales otro nombre, por ejemplo "unión civil", que preserve su derecho a una igual dignidad sin confundir por eso lo desigual con lo igual. Según una feliz metáfora de Pablo VI, en un coro es igual la dignidad del tenor y la soprano sin que se pretenda por eso que sus voces sean intercambiables. Más allá de la discriminación y el igualitarismo lo que debiera brillar es, simplemente, una justa igualdad.”    

     Es este inteligente concepto budista (del noble y justo medio) expresado tan perspicazmente por el Dr. Grondona, el que debiera prevalecer, o sea una justa igualdad, pero en cambio con esta ley asistimos a un intento de igualitarismo alejado de la realidad y corrido a uno de los extremos del espectro social y político.  Profundizando un poco más el análisis político-filosófico develamos entonces que fue un partido de izquierda el promotor de esta ley (de lo que luego se hizo cargo como propio el gobierno), lo que además corroboramos en la profusión de banderas rojas de estos partidos minoritarios celebrando su aprobación.  Vemos entonces que subyace a dicha aprobación una ideología respaldatoria pseudoprogresista de tinte marxista, atea, de un comunismo igualitarista alejado de la realidad que fácilmente derrapa hacia una intolerancia estalinista donde solo debe existir el pensamiento único (no importa que sea de una minoría) y toda disidencia es denostada, perseguida y acallada.  El caso más palmario y representativo de dicha situación es el de la Cuba actual, donde si bien podemos llegar a compartir las declamadas ansias de progreso y extensión de los beneficios sociales a la mayoría de la población dejando de lado las lacras explotadoras del capitalismo salvaje, luego en la práctica se verifica que más allá de algún logro social relativo, subsiste un asfixiante colectivismo y gran estancamiento económico que lleva a una continuación subterránea de las malas prácticas capitalistas (minorías estatales privilegiadas y enriquecidas, desabastecimiento y racionamiento extremo de alimentos para la mayoría, mercado negro y especulación de divisas, etc), todo aunado a la sistemática violación de los derechos humanos básicos como la libertad de expresión, de circular dentro y fuera del país (de lo cual la conocida y premiada blogera Yoani Sanchez es el caso más emblemático, junto con el periodista y psicólogo Fariñas). 

     Todo este background en realidad es sumamente importante considerarlo en relación a los valores que se ponen en juego, ya que estos impregnan la ética, la moral y las costumbres, que a su vez luego son el basamento sobre el que se construye la sociedad civil y su normativa regulatoria jurídica.  Por esto es menester empezar por esta distinción básica para entender que lo que se hace aprobando esta ley es poner el carro delante del caballo; se quiere normar algo a contrapelo y opuestamente a los valores religiosos trascendentes apreciados y estimados mayoritariamente por esta sociedad.  Se aprueba una ley inspirada en valores ateos (más allá de unas superficiales, confundidas y/o hipócritas declaraciones de legisladores que dicen ser católicos y/o cristianos pero la aprueban igual),  en nombre de una pretendida igualdad (que se trastoca en igualitarismo), una fraternidad mal entendida pues no se puede imponer a la mayoría la voluntad de una minoría, y una libertad que en esta posmodernidad de valores nihilistas ateos ya hemos visto suficientemente cuan fácil deriva en libertinaje (al no responder a una ética teísta de valores trascendentes, rige la ética moderna secular del todo vale, el cambalache, la falta de freno y descontrol hoy apreciable en los grandes problemas que aquejan a esta sociedad consumista, también conocidos como la tríada neurótica posmoderna: la violencia-agresión, la depresión-suicidio y las adicciones –alcohol, drogas, poder).  

     De ahí la importancia de clarificar bien todo este tema, pues no basta hablar de ética o modelo ético, en forma hipócritamente engañosa, ya que puede tratarse de un modelo ético moderno secular ateo carente de valores trascendentes que bajo la excusa de una pretendida “libertad” practique el más crudo materialismo consumista, verificado en la acumulación de propiedades inmobiliarias, dinero, joyas, etc (generalmente a costa de la miseria y pobreza de los otros); lacras todas insolidarias típicas del capitalismo salvaje, y dedicado al placer hedonista dentro de un exacerbado libertinaje (algunos de los popes de esta ética moderna secular atea son Saramago, Lacan, Savater, Vattimo, y algún otro que interesadamente son promovidos por medios periodísticos enfocados al negocio editorial y tratan el tema considerando en especial el rédito económico aunque dichas posturas dejen desde el punto de vista ético trascendente mucho que desear). 

     Antes de aclarar brevemente algunos conceptos básicos sobre la Ética, y por estar relacionados íntimamente con la situación vivida, es menester considerar asimismo dos opiniones vertidas en estos días, a fin de echar más luz sobre ellas.  La primera, es que la Iglesia Católica ha recibido el consejo de que se modernice y numerosas críticas de todo tipo; pero aún concediendo que algunas pudieran tener alguna cuota de verdad, es necesario recordar que oportunamente Juan Pablo II pidió perdón públicamente por todos los errores cometidos por la institución como tal, y que es propio de su dinámica interna el hecho de estar actualmente tratando de redefinir temas importantes como el celibato, la lucha contra la pedofilia, etc, pero todo esto no invalida para nada su mensaje trascendente y divino, que en su formulación postula la creencia en un Dios misericordioso pletórico de amor, creador del cielo y de la tierra y del ser humano que es un espíritu encarnado, y que en esta etapa de la evolución espiritual ha dispuesto la experiencia enriquecedora de vivir complementariamente como hombre y mujer a fin de aprender y progresar y retornar a Él a través del Cristo.  La segunda observación es que también mucho se ha hablado de la sociedad civil como algo separado por un hiato o brecha de la religión, lo cual no es tan así, pues si bien incorpora conceptos laicos no nace de un repollo, y al tener basamento social en una creencia religiosa mayoritaria evidentemente ha de tener connotaciones de ese estilo, como considerar el matrimonio como la unión de un hombre y una mujer.

     Podemos entonces principiar diciendo que la palabra Etica (Ethos) designa la existencia moral de una persona, su modo de obrar, se refiere a la vida moral, mientras que la Moral (Mores) se refiere a lo nominativo, lo establecido, lo que está escrito, el catecismo, lo codificado, por así decir. Son características básicas del ser hombre su libertad y responsabilidad; aunque sin libertad no hay responsabilidad, la responsabilidad agrega algo nuevo a la libertad, pues uno puede ser libre sin ser responsable.  La Etica es algo existencial, está en la persona, es su conducta, es la moral vivida, real.   La Etica entonces, no designa un código moral (ej.: Doctrina Cristiana), sino a cómo se vive ese código, a un modo de vida, a cómo viven los hombres en la actualidad.

En el marco de la sociedad occidental actual, pluralista, democrática, liberal, podemos afirmar que la ética de la responsabilidad (del dar respuestas) es el nombre de la Etica contemporánea.  La ética es el proceder fiel, respetuoso, a la palabra del sujeto moral que antes de obrar promete cumplir con ella. La conducta ética responde a una promesa, un compromiso, a la palabra libremente asumida por una persona.  El Ser ético obra de modo libre y responsable. El Ser moral es el Ser cuando actúa de acuerdo al deber ser (lo normado), a los valores.

La ética es la moral vivida, esta encarnada en la persona, es la forma en que se manifiesta la conciencia moral. Cada individuo y cada pueblo tiene su moral diferente. Una moral (Cristiana, Budista, Musulmana) es un código moral, una normativa.  Hay códigos de moral más modernos, como los establecidos por los colegios profesionales (ej.: deontología Médica). La ética implica un libre obrar, elegir con libertad un curso de acción o conducta, pero esta libertad se ve complementada por la responsabilidad, por el responder por los propios actos.

La libre elección conlleva al universo de valores, estos son universales, reglas de conducta probadas con el tiempo que pueden ayudar a tomar decisiones en situaciones vitales.  El valor es el grado de utilidad o aptitud de las cosas para satisfacer las necesidades, o proporcionar bienestar o deleite. El valor es la cualidad que poseen algunas realidades, por lo cual son estimables, dignas de elección o no. Tiene polaridad (positiva o negativa) y jerarquía (superior o inferior).

El valor es una idea supramundana que solo el hombre introduce en lo real, re-conociendo su presencia en el mundo. El obrar ético es el obrar libre y responsable en base a un proceso valorativo que determinará un ordenamiento armónico de las necesidades, pero dependientes de juicios de valor (lo bueno para mí). En la percepción de un objeto o acontecimiento se produce una valencia (rasgo de atracción o rechazo). Por ser heterogéneos los objetivos a que me dirijo, los organizo en un sistema jerárquico de prioridades y preferencias: importancia objetiva o subjetiva, diferentes evaluaciones o valencias.

Se establece un orden, un cuadro organizado, al que la personalidad subordinará la diversidad de aspiraciones, deseos o fines.  Un objeto solo tiene valor cuando es deseable para el sujeto en el marco de su propia escala valorativa, de ahí su aspecto subjetivo individual. Pero existen valores que son comunes a todos los hombres y por ellos buscados y aceptados: los valores ideales o trascendentales, que son los que persiguen la perfección ontológica de todo ser humano, y encierran la intencionalidad axiológica del mismo (ej.: unidad de la humanidad, amor, verdad, bondad, belleza).  Los valores son esencias objetivas y con validez a priori existentes en la realidad exterior. Son descubiertos por el pensamiento y preexisten a él.

Valorar es re-conocer un valor residente en el objeto aún cuando él no esté concorde con el punto de vista personal del sujeto.  Según Viktor Frankl, creador de la Logoterapia, el hombre es libre para dar una respuesta personal ante los condicionamientos, es responsable para responder ante cada circunstancia y mediante la autotrascendencia (que es su condición fundamental) redimensiona permanentemente su realidad, básicamente en la realización de valores, que pueden ser de tres tipos: a) Creativos, relacionados con el dar y la obra, el trabajo, la creatividad; b) Vivenciales, relacionados con el recibir-percibir: el amor, la belleza, el arte; c) de Actitud, la que se asume ante las situaciones límite, el sufrimiento, la culpa, la muerte.

Los valores de actitud son los que más plenifican al ser humano y ante la falsa dicotomía Éxito-Fracaso propuesta por la sociedad consumista es menester considerar asimismo la antítesis Plenitud- Desesperación. Un aparente fracaso para esta sociedad mercantilista (como el no poder enriquecerse), no lo será tal si se le encuentra sentido a la vida, lo que llevará a la Plenitud existencial; y al contrario un rutilante Éxito (ser rico y famoso) si hay falta de sentido conduce a la Desesperación existencial.

Socialmente abundan los ejemplos al respecto: grandes personajes cuyo afán de poder y status económico los sumergen en una vida frívola, egoísta e improductiva, insolidaria con el prójimo, propensa a todo tipo de adicciones, con abandono de los valores cristianos y el debido cuidado por la familia, y que muy frecuentemente acaban en la miseria moral o material, en la desesperación, la alienación o el suicidio.

El ser humano, como integridad bio-psico-socio-espiritual, obra éticamente al elegir en libertad y con responsabilidad, moralmente iluminado por un horizonte de valores trascendentes. Esta imbricación entre la ética, la moral, la libertad, la responsabilidad y los valores, nos da la idea de la íntima relación y necesaria interconexión existente entre dichos elementos, y sirve para entender la crisis ética que vivimos actualmente.

El estilo de vida posmoderno precipitó una caída de valores, de la moral normativa.  La posmodernidad, con su pragmatismo materialista ha llevado a la ética del todo vale, donde todo está permitido, todo es igual, no hay valores, modelos ni reglas, solo se adora al becerro de oro. Esta grave crisis de la ética contemporánea ha sido denunciada sorprendentemente desde las antípodas del espectro humano.  El Papa Juan Pablo II en sus escritos y encíclicas, si bien reconoce las bondades del liberalismo económico como factor de desarrollo de los pueblos, alerta expresamente contra las injusticias y abusos económicos egoístas del capitalismo salvaje que al alienar y degradar al hombre solo lo llevan a alejarse de sí mismo, de su propia esencia espiritual y de Dios.  En el otro extremo, el supremo gurú de las finanzas internacionales, el Pope del desarrollo capitalista George Soros, ha proclamado (en una inesperada autocrítica) las inequidades del sistema capitalista, que si bien permitieron su enriquecimiento personal, con su afán de lucro indiscriminado y desmedido, no contribuye a un desarrollo más justo, más equilibrado y equitativo de los pueblos, pues cada vez la minoría de ricos son más ricos y la mayoría de pobres son más pobres.

Ante estas contundentes críticas al modelo social capitalista carente de valores humanos, debemos recordar aquí la sabia sentencia bíblica: “de qué vale al hombre conquistar el mundo si pierde su alma”.  Hoy a esta sociedad con crisis de valores se la llama la sociedad pluralista. Se caracteriza por un gran conglomerado de gente, mucho más que en la antigüedad; se vive diferente al pequeño círculo de la familia, el barrio, el pueblo.  Hay una gran mezcla de gente, de etnias raciales y de culturas. El pluralismo es pues cuantitativo y cultural.

En la sociedad pluralista no hay una unidad moral desde el punto de vista normativo, mientras que en la vieja sociedad había una relación más estrecha de los padres con los hijos, con valores religiosos más importantes y enraizados.  Esta sociedad pluralista, entonces nos plantea una exigencia mayor para tener un comportamiento étnico y ser morales.  Aunque los valores tradicionales hayan desaparecido o estén en retirada, sin embargo aparece ahora la enorme importancia de la conciencia individual como guía interna ante la falta de guía externa.

Es prioritaria entonces una buena educación dirigida a formar la conciencia de responsabilidad, a inculcar sanos valores, a fomentar el surgimiento de la intuición en la conciencia individual como instrumento que permita descubrir la jerarquía de valores trascendentes que guíen éticamente nuestra acción. Así, aunque los valores tradicionales hayan caído, esta madurez de conciencia permite igual al hombre descubrir los sentidos únicos de la existencia y cumplir su misión en el mundo.

En una sociedad pluralista se vive en un relativismo. Existe pluralismo cultural pero no debe confundirse con pluralismo ético que no debe existir. La moral no puede ser relativa, toda moral reclama absolutez, lo que debe ser, debe ser (sin entender esto como rigidez). Es cuestión de encontrar algo absoluto en la sociedad pluralista que permita ser moral en dicha sociedad; algún valor que reconozca todo el mundo.

Existe eso absoluto que no hace diferencias de raza, culturas, religiones y que está en todos: la común condición humana (que en potencia y esencia es espiritual y divina).  Todos somos mortales y compartimos las mismas penurias, miserias y alegrías humanas en el camino hacia la perfección espiritual. La común condición humana es un valor absoluto, no idealmente abstracto sino tremendamente concreto, encarnado en el semejante que tengo delante mío.  Cuando se empieza a descubrir lo que nos hermana a todos en la sociedad pluralista, comienza entonces a haber más solidaridad y fraternidad, se va afinando el sentimiento moral.

La común condición humana es un valor absoluto porque es algo que nos trasciende, no depende de nosotros.  Descubrimos que su condición de valor absoluto, trascendente, lo hermana espiritualmente con los más puros valores  cristianos: “ama a tu prójimo como a ti mismo”  es entonces el paradigma a imitar.

Hallamos de esta manera un anclaje absoluto de la nueva moral, está fundada en un valor absoluto que es la común condición humana, a la vez terrestre y celeste, todos los hombres son iguales porque son mortales, con sus bondades y maldades.  Ser moral implica respetar la condición humana del otro, dar la mano, ayudar.  Debemos percibir lo común, lo que nos fraterniza: todos somos hombres finitos, abiertos a la trascendencia infinita.  Hay que ser solidarios, ver lo que aflige al otro.

En esta sociedad pluralista el individuo está aislado, solo, a veces entregado a sí mismo, no cuenta como antes con la ayuda del otro. Hay problemas y necesidades comunes, a veces se persigue el consumo desenfrenado, hay falencias en la salud, la alimentación, la educación, la seguridad jurídica.  La vida es difícil, hay angustias y temores que se deben vencer. Es posible ser moral ayudando al hermano, al semejante, respondiendo a ese reclamo y esperando que también nos ayude.

Este parece un adecuado diagnóstico de la situación. Pero eso no basta: hay que buscar una solución a la crisis de la ética contemporánea.

No basta con el imperativo racional categórico de Kant dirigido a la subjetividad del individuo, con su postulado voluntarioso que dice: “Obra únicamente según la máxima que hace que puedas querer al mismo tiempo que ella sea una ley universal”; ya que cualquier energúmeno de mala conciencia pregonaría constantemente que la ley de la selva es ley universal.

El imperativo de hoy es re-valorizar la ética, hay que infundirle nuevamente valores espirituales a esta ética actual tan vacía, light y superficial.

El problema de fondo a resolver se halla en recuperar los valores trascendentes que guían la conciencia moral, que nos permitan distinguir el bien del mal. Solo en la medida que podamos dilucidar claramente esto nos encaminaremos a una conciencia moral esclarecida.

Por supuesto no es este un camino llano, la conciencia moral se desarrolla progresivamente desde la más tierna infancia hasta la adultez, durante toda la vida. Nadie está exento de haber padecido alguna claudicación ética alguna vez  -a sabiendas o no- pero como “quien esté libre de culpas que lance la primera piedra”, debemos con indulgencia, comprensión y justa firmeza buscar el arrepentimiento y la toma de conciencia que posibilite que sean más los avances que los retrocesos; la obtención de la limpieza de conciencia y paz espiritual es la justa recompensa a tales esfuerzos.

Un adecuado equilibrio entre la imaginación provista por los sentimientos y el conocimiento propio de la razón, no sólo permite superar el viejo enfrentamiento Romanticismo-Racionalismo, sino que se convierte en el instrumento adecuado para accionar correctamente en la realidad.  De ahí la importancia de fortalecer no sólo la actitud racional sino básicamente toda enseñanza espiritual (sea o no estrictamente religiosa) y moral que, haciendo hincapié en los principios y valores cristianos privilegie el valor a la familia, al prójimo, a Dios, y busque realizar el supremo Bien.

Asimismo, desde un punto de vista psicológico, los beneficios se multiplican geométricamente, ya que una persona que accede al universo de los valores y dedica su tiempo y ajusta su conducta a realizarlos, encuentra un significado, un sentido a su vida; ya no vive en vano, supera la tríada neurótica de nuestro tiempo posmoderno (la violencia-agresión, la depresión-suicidio y las adicciones –alcohol, drogas, poder) plenificando así su existencia individual y su participación comunitaria a través  de su trabajo y obras, haciéndose útil y solidario para sí mismo y la sociedad en su conjunto.

Este enfoque permite así recuperar la iniciativa, creatividad y responsabilidad individual, el hombre vuelve a ser artífice de su propio destino; ni caerá en el conformismo consumista de hacer lo que otros hacen ni en el totalitarismo masificante de hacer lo que otros exigen que haga.   Dentro del libre juego de las instituciones democráticas debemos formarnos para la responsabilidad, hacernos cargos del otro, responder al otro, al hijo, al desamparado, al enfermo.  Ser moral hoy es una ética de servicio, un hombre es servidor del semejante, y en ese contexto, servicio a la humanidad es servicio a Dios.   Dentro de esa libre práctica democrática debieran evitarse entonces estos avasallamientos de la acción política propiciada por grupos minoritarios por sobre los valores trascendentes mayoritarios que inspiran el funcionamiento y estructura de una sociedad, y que la preservan de su disgregación moral y la dotan de un salvífico sentido de la existencia posibilitando así que cumpla su misión en el mundo cumpliendo su destino divino –de los individuos que la integran y como comunidad (iglesia)-  mediante la realización del amor de Dios canalizado por los caminos evolutivos que Él sabiamente ha dispuesto.

Juan Martín S. Núñez
Lic. en Psicología (UBA) Posgrado Logoterapia (UCA)
Asesor Cultural Mutual AEANA
Repres.Cap.Fed. Proyecto INFOCIBER-ISES
Inst.Salesiano Estud.Super.Río Gallegos,Santa Cruz.
www.aeana.org.ar www.biblioises.aike.org
Creador y Director Sitio Web Faro de la Utopia
http://farodelautopia.webcindario.com