Era el lugar. Era el momento. Sandra estaba de novia desde hacía casi un año, había cumplido 18 y él le profesaba su amor a ritmo constante. En esa tarde de sol en casa prestada, con más énfasis que nunca. ¿Por qué entonces sopesaba la decisión en su cabeza como un silogismo? De un lado, las amigas que ya habían debutado, la presión del rito necesario, las canciones, las películas, la promesa de aquel libro robado de la biblioteca paterna. Del otro: el miedo a embarazarse, a cruzar cierta barrera, y una inquietud sin nombre desparramada por el cuerpo. Su cuerpo. El único que faltó a la cita. Aún se apena al recordarlo.
Las congéneres de Sandra –que como todas las mujeres
en esta nota, aceptó compartir su intimidad a cambio de
guardarse el nombre–, las que hoy navegan los treinta,
cuarenta, cincuenta, llegaron a la madurez en un mundo
en el que el sexo ya no estaba prohibido; tampoco
entendido, ni celebrado, ni transmitido de madres a
hijas como un legado precioso de emoción y placer, de
saber y sentir. El debut se cumplía a tientas, con la
poca o mucha información que cada una hubiera podido
acuñar. Algunas saldaron esos comienzos con años de
terapia, amantes más o menos idóneos, sensibles,
compañeros. Otras, demasiadas, siguen sin comprender, en
sus tripas, el motivo de tanto alboroto.
"La verdad, te diría que en este momento de mi vida el
sexo me da fiaca. Supe disfrutarlo con algunas parejas.
Siempre fui buen copiloto, pero no me pidas que inicie
ni sostenga yo la cuestión..." Carina, 45, está en
pareja desde hace cinco años. Ambos son divertidos,
cariñosos, disfrutan de sus comidas gourmet, de sus
paseos, de transitar la vida lado a lado. Pero ante la
pregunta, ella reconoce que el modesto casillero en el
que arrumbaron el deseo tiene consecuencias. "Y... la
autoestima. Me siento menos valorada como mujer y me voy
aseñorando. ¿Autoerotismo? Ni de eso me dan ganas."
Carina no está sola en su desgano: es más, puede decirse
que integra la mayoría. Según un estudio realizado por
el sector de Disfunciones Sexuales del Servicio de
Urología del Hospital Durand, el 63% de las mujeres
sondeadas manifestó dificultades para conectarse con el
deseo. En menor proporción, hablaron también de aversión
al sexo, problemas para llegar al orgasmo o lograr la
excitación, miedos, dolores y otras interferencias.
¿Quiénes dan cuenta de esta realidad? ginecólogas,
psicólogos, sexólogos confesores, parteras. También
instructoras de preparto que abren los ojos grandes
cuando la a-punto-de-ser-mamá admite no saber distinguir
las partes de su anatomía: no la sinuosa intimidad de la
vagina, sino aquella que aflora y es pura piel y
sensación y secreto a descubrir.
"Una mujer de 36 años, profesional, sofisticada, vino a
mis clases de preparación para el parto –cuenta Viviana
Tobi, psicóloga, sexóloga y especialista en salud
perinatal–. Un día, mientras les mostraba imágenes de
genitales femeninos para que aprendieran a reconocerse,
esta mujer me confesó, con gran alivio, que lo que ella
siempre había creído una malformación, un apéndice raro
que le había crecido allí abajo, no eran más que sus
labios vaginales. Esta mujer había vivido su sexualidad
con vergüenza por lisa y llana ignorancia". Otra mujer,
algo mayor, contó con pudor que padecía de incontinencia
urinaria al tener relaciones sexuales: resultó ser que
lo que ella creía una emisión de orina involuntaria era
en realidad la tan mentada como poco conocida
eyaculación femenina.
"No se trata de reducir la sexualidad a la genitalidad
–explica Tobi–. Pero gran parte de las mujeres viven
sus genitales como una ausencia. Es un aspecto negado,
desconocido y desvalorizado. Yo trabajo para
reconectarlas con su erotismo a nivel de la piel y lo
corporal, y parte del camino es que aprendan a mirarse,
a nombrarse, a jerarquizar eso que habían negado y darse
el lugar de poder disfrutar de ellas mismas".
La revolución pendiente
Escuchar a una mujer de 66 años hablar de sexo no es
cosa de todos los días. Si además lo hace con elegancia,
contundencia y savoir vivre, es un diálogo difícil de
olvidar. Danièle Flaumenbaum, ginecóloga francesa, no
habla de sexo metafórico, ni frívolo, ni de película.
Habla de sexo-sexo.
Aquel que, en su opinión, tantas mujeres se están
perdiendo sin saberlo. Danièle estuvo en Buenos Aires
invitada por la Fundación Creavida para presentar su
libro Mujer deseada, mujer deseante, en el que cruza
conceptos de la medicina china y la psicología transgeneracional para dibujar el mapa y señalar el
camino de vuelta.
Empieza por desarmar un mito: "Las mujeres que crecimos en los 70 vivimos la revolución sexual, fuimos las primeras en tener la píldora, que nos habilitó el sexo sin reproducción. Las primeras en salir a conquistar el mundo. Nuestras vidas dieron un vuelco respecto a las de nuestras madres". Pero enseguida apunta: "Sin embargo, a diferencia de lo que los medios nos hacen creer, la mayoría de las mujeres –el 85 por ciento, según lo que veo en mi consultorio– experimenta conflictos con su sexualidad. ¿Por qué? Porque tienen derecho a hacer el amor pero no lo saben hacer. La memoria de sus células sigue bajo el control del ancienrégime (antiguo régimen)".
Las ideas de Daniéle parten de una teoría provocadora: que toda relación amorosa (para ambos sexos) renueva la primera historia de amor con la madre. El famoso complejo sobre el que Freud fundó un imperio tiene aquí un lugar secundario; ella apunta su lente a la poderosa presencia materna en esos cruciales primeros años. "Al comienzo de la vida, nuestra madre era la totalidad del mundo y en ese mundo nos construimos –narra en su libro–. La memoria de ese período de inclusión durante el cual, siendo niñas, vivíamos por completo en el espacio psíquico, geográfico y energético de nuestra madre es lo que reproducimos a través de la entrega y el abandono al hombre amado".
Las
consecuencias son fáciles de imaginar: ese amor-fusión
proyectado sobre la figura de un hombre no deja lugar
para la más mínima chispa. La única manera para que una
mujer deje de ser niña es que rompa el hechizo y dé
lugar al encuentro con otro diferente, la polaridad
opuesta, el yang para su yin.
Según la especialista, pocas mujeres logran hacer ese
despegue, y su energía sexual estancada asoma en una
gama de patologías: cistitis, colitis, vaginitis y otras
inflamaciones, más toda variedad de micosis e
infecciones locales. Estas enfermedades recurrentes son,
para la médica, indicio de que "el sexo no está habitado
por la vida e ignora cómo estarlo", y deben ser el
puntapié para una profunda indagación en la vida de sus
pacientes... ¿Cómo viven su sexualidad? ¿Cuándo les
sobrevienen las molestias? ¿Cómo fue la sexualidad de
sus madres y sus abuelas? De igual modo, considera que
las menstruaciones dolorosas, o excesivas, los fibromas
y embarazos extrauterinos son huellas de esas historias
grabadas a fuego en el inconsciente desde el nacimiento.
Enfermedades de linaje, las llama. Reescribir la propia
historia –y la de las que nos precedieron– sería
sinónimo de curación.
Sufriré en silencio
¿Es la falta de deseo un problema de la mujer madura? Después de todo, las adolescentes de hoy son precoces, osadas, desenvueltas... ¿no? Magirena se permite disentir: "Las chicas vienen con sus mamás, que las traen porque están a punto de debutar y quieren que les explique cómo cuidarse. Yo me quedo a solas con ellas y pregunto: '¿Probaste a ver qué es lo que te gusta y lo que no? ¿Exploraste tu cuerpo?'... Nueve de cada diez ponen cara de espanto y dicen: '¿Masturbarme? Ay, no, qué asco...'." Así, se lanzan a sus primeros encuentros como si quisieran degustar un menú gourmet antes de haber probado su primera papilla.
"Una cosa es poner el cuerpo, hacer lo que haya que hacer –aclara la médica–, y otra es conocerse, quererse y darse tiempo para aprender a gozar." Tampoco se salvan las jovencitas –por frescas y lozanas– de la tiranía de la imagen.
A sus 22 años, Luz es una belleza curva que hechiza las miradas. Sin dudas ya lo era en el recuerdo que narra: "Debuté en el secundario. Como todas mis amigas estaba pasando por una 'etapa anoréxica'. Era casi una moda, algo que había que hacer. Hice dieta toda la semana antes, pero igual estuve todo el tiempo consciente del rollito de la panza que no quería que él tocara". Nada de esto sorprende a Adrián Helien, psiquiatra y sexólogo del Sector Disfunciones Sexuales del Durand. Después de todo, no es raro que mujeres de cualquier edad se le planten enfrente y le digan: "Ya probé todo y nada, doctor... no sé lo que es un orgasmo. ¿Qué hago?". Otras veces son los maridos quienes se acercan, frustrados por demasiados fracasos en sus intentos por complacer a sus amantes.
"Hay desconocimiento, miedos por experiencias traumáticas no examinadas, y en algunos casos, problemas hormonales. Pero lo cierto es que la tendencia en el mundo es la baja del deseo, el sexo cada vez más esporádico. A la vez, ser sexualmente activo se convirtió en una exigencia más. Y la exigencia es una de las cosas que más rápido mata el deseo. La actitud que le sienta mejor al erotismo es la del principiante".
Las paredes de su consultorio conocen de memoria ciertas preguntas. Por ejemplo: "Con mi pareja tenemos relaciones cada quince días. El otro día leí que hay que tenerlas al menos una vez por semana... ¿somos anormales?". "¡Claro que no! –responde él, enérgico–. Lo que importa es si esa sexualidad los gratifica.
De nada sirve estar encerrado
todo el día teniendo un sexo
horrible." Concede, no obstante,
que
quien se resigna a una
sexualidad poco creativa "se
pierde gran parte de su
potencial como ser humano".
El psicólogo Raúl Noceti también
ha sido receptor de inquietudes
femeninas. Ante la pregunta de
por qué un grupo de psicólogas
le pidió que coordinara un
taller sobre energía femenina,
responde, sincero: "Me dijeron
que era por mi metodología. Pero
creo que hay algo más: subsiste
la tendencia de depositar el
saber en el hombre, de
descubrirse en la mirada
masculina".
Les propuso explorar cómo se
manifestaron corporalmente las
etapas evolutivas en sus vidas y
en su sexualidad como mujeres.
"Surgieron miedos, vergüenzas,
necesidad de abrazos, y también
una hermandad especial entre
ellas." ¿Cómo es que subsisten
miedos y vergüenzas en la
psiquis de mujeres adultas y
educadas? "La información no
equivale al cambio –sugiere
Noceti–.
Ni siquiera una toma de
conciencia equivale a un cambio,
porque la conciencia es volátil.
El cambio aparece con la
vivencia, con la apropiación del
cuerpo".
El caldero alquímico
Para la
médica,
el sexo
suele
malentenderse
como un
intercambio,
un
trueque
que deja
agotados
a los
amantes;
ella lo
entiende,
en
cambio,
como una
potencialización
de cada
uno.
"Para
una
mujer,
hacer el
amor no
es sólo
darse y
abandonarse
al
hombre
amado,
sino
también
saber
acogerlo
y
recibirlo
en ella,
en su
mente y
su
corazón,
pero
también
en su
sexo."
Traza el
siguiente
recorrido:
cuando
el
encuentro
se
produce
en
profundidad,
las
fuerzas
sexuales
unidas
invaden
los
cuerpos,
viajan
de uno a
otro,
alimentan
y
regeneran
los
órganos,
recorren
la
columna
y llegan
hasta el
cerebro,
descargándolo
de
obstrucciones
y
aclarando
el
espíritu.
La
autora
se
limita a
observar
el
intercambio
amoroso
heterosexual.
Pero
está
claro
que a
idéntica
entrega,
igual
dimensión
de goce
entre
amantes
del
mismo
sexo. Y
si no,
habrá
que
preguntarle
a Pamela
Madison.
Esta
acupunturista
californiana
creció
en una
familia
de
tradición
mormona.
Como
diría
Woody
Allen,
represión
sexual
era su
segundo
nombre.
Pero
llegando
a la
adolescencia,
se
propuso
que no
conocería
el sexo
hasta no
encontrar
una
forma
coherente
de
integrarlo
con su
vida
espiritual.
La
encontró
en el
tantra.
Empezó
por
leer,
siguió
por
probar,
y cuando
al fin
tuvo
relaciones
por
primera
vez, a
los 22
años,
fue todo
lo que
esperaba
y más.
Hoy vive
para
contarlo.
O, más
bien,
enseñarlo.
¿Qué es
lo que
enseña?
Que
los
principios
del
tantra
–que en
sánscrito
significa
tejido–
pueden
aplicarse
a
cualquier
orientación
sexual,
aunque
tradicionalmente
se
asociaran
con el
encuentro
sagrado
entre el
lingam y
el yoni
(genitales
masculinos
y
femeninos).
El
camino
que
propone
Madison
es una
ferviente
y
decidida
autoexploración.
"La
manera
en que
nos
enseñaron
a pensar
el sexo
–dice la
voz
pausada
del otro
lado de
la
línea–
no sirve
para
nada.
Aquello
del sexo
'hot',
la
búsqueda
del
placer
por el
placer
mismo,
el
esfuerzo
por
seducir
todo el
tiempo...
a la
larga,
eso es
lo que
hace las
que
mujeres
digan:
'Basta,
me
cansé'.
No nos
enseña a
ir más
profundo,
a
conectar
con la
energía
propia y
la de la
pareja.
Si una
mujer
puede
descubrir
quién es
sexualmente,
como
quien
encuentra
otra
pieza
del
rompecabezas,
gana en
satisfacción,
tenga o
no tenga
pareja,
tenga o
no tenga
orgasmo".
Esto no
quiere
decir
que
Pamela
subestime
el poder
del
orgasmo.
Lo que
propone
es
sacarlo
de los
parámetros
estrechos
que
enseñan
los
medios y
las
películas.
¿Orgasmo
vaginal
o
clitoriano?
"Qué más
da?
–responde–:
eso es
tan
reduccionista...
El
orgasmo
puede
partir
de
cualquiera
de esos
puntos,
o del
punto G,
o de las
caricias
en otras
partes,
o de un
lugar
tan
profundo
en el
cuerpo
que no
hay
forma de
ponerle
nombre."
De todos
modos,
ella se
declara
partidaria
de los
masajes
del
punto G
(un
tejido
rugoso
ubicado
en la
pared
interior
de la
vagina,
enfrentado
a la
espalda).
"He
advertido
que es
un
reservorio
de
vivencias
antiguas,
y si las
mujeres
soportan
un
estímulo
prolongado,
no sólo
facilitan
la
eyaculación
sino que
despiertan
recuerdos
olvidados
y
secretos
de sus
psiquis".
En sus
talleres,
Madison
enseña a
las
mujeres
menopáusicas
a
evitar
los
síntomas
del
climaterio
sin
píldoras
ni
hormonas;
sólo con
trabajar
los
chakras
bajos
(centros
energéticos)
mantienen
vibrante
su
energía
sexual.
"Yo me
estimulo
todas
las
mañanas,
y
mediante
la
respiración
llevo la
fuerza
de mi
orgasmo
a mi
sonrisa,
a mis
ojos, a
las
puntas
de los
dedos.
Después
de eso,
mi
estado
de ánimo
es una
bendición
para
todos
los que
me cruzo
en el
día".
La
ciencia
la
respalda:
una vida
sexual
rica y
asidua
es lo
que más
se
asemeja
al
elixir
de la
juventud.
¿Cómo?
El
orgasmo
libera
una
catarata
de
hormonas:
la
feniletilamina
(que
segregamos
cuando
nos
enamoramos),
responsable
del
estado
de
euforia;
la
dehidroespiandrosterona
(que
contribuye
a
mantener
sano el
sistema
inmune y
retrasa
el
envejecimiento);
endorfinas
(generan
bienestar
y
alivian
dolores);
estrógeno
y
testosterona
(pilares
de la
sexualidad);
y, tras
el
clímax,
oxitocina
(la
hormona
que
segregan
las
mujeres
al
parir, y
que
estimula
el
vínculo
con el
bebé).
Pero de
nada
serviría
generar
este
torrente
químico
con
trucos
de
laboratorio.
Hay un
camino
directo,
una
medicina
antigua
y
eficaz:
la
entrega
amorosa.
Quizá
por eso,
voces
autorizadas
señalan
que el
mayor
placer
sexual
se
descubre
en la
madurez,
cuando
las
personas
se
sienten
suficientemente
seguras
de sí
mismas
para
poder
mostrarse
al otro
como
son, en
toda su
vulnerable,
preciosa
desnudez.
Lo dice
el
sexólogo
David Schnarch:
"La
intimidad
no es
para los
débiles
de
espíritu".
Tampoco
el amor.
Y sobran
los
valientes
que lo
siguen
buscando.
Producción:
Marta
Susavila
Modelo:
Mulan,
de Lo
Management
Maquilló:
Gervasio
Larrivey
Peinó:
Cristina
Bozza
Fuentes:
'El
embarazo
transformador'
(Viviana
Tobi,
Paidós),
'Orgasmos
para
mujeres'
(Jenny
Hare,
Ediciones
Saga) y
'Matrimonio
apasionado'
(David
Schnarch)
• Sienta la parte baja del vientre como un recipiente lleno de energía. La energía de ese recipiente –que es nuestra fuerza vital– va a desbordar desde los muslos hasta los pies. Sienta el periné, los pies sobre la tierra, las fuerzas que emanan de la tierra. Deje que esos soplos remonten hacia su pelvis.
• Fortalezca el periné con ejercicios de Kegel (contracciones rítmicas del músculo), o con ayuda de bolas chinas (también conocidas como 'huevos de jade'; los que usaban las emperatrices de Oriente). Ganará dominio del piso de su pelvis, responsable en gran parte del placer orgásmico.
• Explore y acepte su cuerpo como escenario privilegiado de sus emociones y sensaciones.
Fuentes: Danièle Flaumenbaum, Viviana Tobi y Sandra Magirena