el amor....
1. Amor inclusivo.
El amor de todo amor, aquél que recorre a todos los otros
amores, los inunda, los desborda, los hace fecundos y
profundiza, es el amor más grande, el que se identifica con la
infinitud y con la eternidad, el primero y último, el que está
antes, durante y después de todo otro amor.
Si Dios es amor -como dice la Biblia (Cfr. 1 Jn 4,8.16)- se
constituye en el secreto y en el misterio que está en la raíz y
en la cumbre de todo otro amor.
Si Dios se ha hecho hombre -como afirma nuestra fe- el amor
humano está sostenido por el amor divino. A partir de la
Encarnación, no existe separación entre lo divino y lo
humano, incluso en el amor. No hay amor divino que no se
exprese humanamente y no hay amor humano que no pueda
madurar hasta una verdadera experiencia de trascendencia de
sí.
No hay que amar a Dios excluyéndolo de todo otro amor. Hay
que amarlo en los otros amores. Se lo ama cuando se ama a
los que amamos. Cuando se ama a amores amados se lo ama a
Dios. Los amores humanos son también amores sagrados. Son
amor de Dios. El primer mandamiento no se cumple sólo con el
amor exclusivo a Dios sino con el amor inclusivo de Dios en
todo lo humano y el amor humano formando parte del amor
divino. No soy dos amores. El genuino y auténtico amor es
siempre uno solo. La fuerza del amor es idéntica, ya sea que
se ame a Dios o algún otro afecto. Todo lo que es de Dios es
amor. Todo lo que es amor es de Dios.
Si Dios es amor y se ha hecho hombre para amarnos, el amor
divino y el amor humano son uno solo. El corazón no se
divide al amar, al contrario, se unifica, se integra y se
armoniza. El amor de Dios es el amor de todo otro amor y
todo amor humano aspira -lo sepa o no- al amor de Dios, a la
fuente de donde abreva todo amor. Allí damos con aquél amor
más grande que el amor, el que llega hasta la eternidad y la
traspasa, vuelve y se sumerge en los latidos del amor humano
y lo alimenta y sostiene.
No hay que hablar de un amor de la gracia, espiritual,
trascendente, sagrado, teologal, religioso, por un lado y un
amor humano, profano, terrestre, por el otro.
Cuando hablamos de amor lo hacemos de todo amor y del único
amor en todos. Dios en el amor humano y los amores humanos
en Dios. No hay separación, aunque pueda haber distinción.
Hay unión y complementación. El amor divino tiene
características humanas y el amor humano -cuando se da
verdaderamente- nos hace tocar el cielo con el corazón y las
manos. En el amor, lo humano se enlaza con lo divino y lo
divino se hace humano. El amor divino es humano y el amor
humano es divino. Si Dios nos ha amado con corazón de
hombre, el desafío de los seres humanos es amarnos con el
corazón de Dios.
¿En qué amores amás al amor?; ¿En qué amor humano se esconde
para vos el amor de Dios?; ¿En qué amores sentís que Dios te
ama?; ¿Vos le decís a alguna persona que la amás?; ¿A
quién?; ¿Le decís a Dios lo mismo?
2. El amor siempre es un regalo.
En el amor todo es regalo. El mismo corazón se hace regalo y
nos recuerda que lo fundamental ya ha sido dado. Si todo es
regalo: ¿Por qué no compartirlo? En cada don, el otro nos
regala renovadamente nuestra propia capacidad de regalarnos.
El amor es esencialmente entrega. Lo que no se regala y
comparte, no es que se guarde sino que se pierde. La
gratuidad consiste en devolver amor al amor. Podemos olvidar
todo, menos a aquellos que gratuitamente nos han amado. La
ingratitud es un pecado contra el amor.
Si estamos incapacitados de amar, estamos incapacitados para
lo fundamental. El más pequeño acto de amor, ennoblece. Una
ráfaga de amor arranca de los corazones más duros las
ternuras más hondas y las delicadezas más suaves. Todos los
milagros son posibles. Sólo hay que esperar que el amor
suceda; aunque sea fugazmente. Su intensidad puede ser
contenida en un detalle y toda su profundidad, en un simple
gesto.
Todo es para decir la única palabra del amor. Un gesto de
amor es también una palabra dicha desde el silencio,
pronunciada de otra manera. Los gestos y los detalles nos
llevan a lo esencial. Son esas diminutas revelaciones que
manifiestan lo más importante, lo que no se ve. Cada detalle
es la suavidad de una presencia sigilosa, una caricia del
alma. Cada gesto ha sido primero un sentimiento. Siempre
necesitamos la seguridad de sentirnos amados. Precisamos de
la expresión y del gesto para que se confirme el regalo del
amor.
Aceptarnos tal cual somos es un regalo del amor, el cual
incluso nos reconcilia con lo que no nos gusta de nosotros
mismos. El amor es así una verdadera sabiduría. El Apóstol
San Pablo dice que "la única deuda es el amor" (Rm 13,8),
una deuda que nunca se cancela porque todo en la vida es
devolución de gratuidad a Dios y a los demás. Todo amor es
un don y un privilegio a la vez.
El amor inmerecido e incondicionalmente le otorga un sentido
pleno a la existencia, nos hace ser, nos rescata de la nada.
Basta haberlo probado una sola vez para que toda la vida
sienta su nostalgia. En el amor, el don viene del exceso, no
de la carencia. De la plenitud que se desborda, no de lo que
falta. El amor se fecunda, dándose a sí mismo y prodigando
sus dones. En el amor se ofrecen y se dan todos los dones.
Él es el don de los dones. Nadie queda vacío, nadie queda
con menos, siempre se gana, aunque se pierda. Lo que se
"pierde" en el amor, se lo encuentra de otra manera.
"El amor es el regalo fundamental. Todo lo demás, que se nos
da sin merecerlo, se convierte en regalo en virtud del amor"
. Cuando hacemos un regalo, el don es primero para nosotros.
Cuando lo entregamos, ningún don disminuye. Al contrario,
permanece y se acrecienta. En cada regalo ejercitamos la
libertad de entregarnos, la apertura de no retener nada,
disminuye nuestra pobreza.
Cuando las palabras del corazón son verdaderas, permanecen
para siempre. No obstante, no alcanzan las palabras, ni los
silencios para nombrar al amor. Nada lo pronuncia y, sin
embargo, todo lo nombra. El amor que no expresamos es el un
dolor que nos llevamos. El amor necesita su propio verbo. Al
amor hay que decirlo, hay que proferirlo con silencios, con
miradas, con gestos y con palabras: ¿Cuál es la palabra
impregnada de silencios, que decís cuando intentás
pronunciar al amor?
3. Amores dramáticos y heridos.
Todo amor -el de Dios y el de los seres humanos- resulta
como un juego y un drama a la vez. A veces sólo se vive como
drama. El amor cristiano no es trágico pero sí dramático.
Tiene su cruz, también su infierno, su purgatorio y su
cielo. Poseemos un corazón frágil, tan frágil que sólo Dios
puede amarlo sin quebrarlo; aunque, a veces, a su modo,
también lo hiere. Un corazón sensible tiene la capacidad de
ser más comprensivo que otros, precisamente porque se siente
todo más profundamente. La lenta entrega del amor tiene
caminos de sangre. Cada uno está todo entero en su amor y en
su dolor. Cada amor trae una nueva herida y cada herida nos
trae, extrañamente, la esperanza de que el amor cicatrice.
El amor nos crucifica y -a la vez- nos recrea. Es
purificación y transfiguración. El amor, el sufrimiento y la
muerte coinciden en que no se pueden comunicar. ¡Son tan
paradójicos los caminos del amor cuando ingresamos en sus
laberintos! No hay que preguntarse demasiado: Si nos
encontramos en ese camino, no hay retorno posible, hay que
seguir. Si amas, ya está todo perdido y ganado a la vez.
No siempre en el dolor se acepta el amor, pero siempre en el
amor se acepta algún dolor: “El amor vale más que todos
los sacrificios” (Mc 12,18-34) porque él es, en sí
mismo, sacrificio. Hasta los pequeños sacrificios nos
revelan grandes amores. En la vida, una de las más grandes
tristezas es la pena de no amar y de no haber sido amado.
Amar y ser amado es tan decididamente hermoso que, privarse
de ese don, es ser demasiado mezquino consigo mismo. El
más hermoso riesgo que corremos en la vida es la posibilidad
de amar y ser amados. Lo más hermoso del amor es que
pueda acontecer para nosotros. Es un milagro, un indecible
prodigio, una seducción irresistible. En todo existe una
victoria para el amor. En el amor, ya todo está dado
Todo verdadero amor vale la vida y también la muerte.
Lo heroico del amor consiste en amar lo que existe. Es
tan fácil amar lo ideal, lo que no existe, lo que imaginamos
o fantaseamos del amor. Lo heroico es amar lo real.
Para algunos “no existe el «amor» sino que existen las
experiencias amorosas; las historias de cada uno respecto de
su propia vida y dentro de ellas, las posibilidades de que
el amor exista” (Savero Bianchi). El amor ideal no
existe, sólo existen estos amores reales, los pequeños
amores fallidos y doloridos, tortuosos y dramáticos que
conllevan la promesa de transformarse en el amor de la vida
si es que optamos por trabajar con madurez cada relación.
Cada vínculo tiene que reinventar el amor dentro de sus
posibilidades. Recrear nuevas formas de amar. Buscar
diferentes modalidades de expresar el amor. Las relaciones
verdaderas son siempre un trabajo. Requieren energía,
tiempo, atención, sacrificio, cuidado, espera, diálogo,
madurez, entrega, benevolencia, palabras, silencios, gestos
y esfuerzos. Las relaciones son fragilidades intensas que
requieren mucha dedicación artesanal y paciencia de orfebre
ya que los corazones quedan transfigurados o heridos,
unificados o rotos según sea la calidad de las relaciones.
Un vínculo es un don caro y frágil, siempre vulnerable y
delicado. Cuando se abre el corazón quedamos más
vulnerables, a la intemperie, despojados. Nos sentimos
desvalidos frente a otro, en una constante exposición por
todo lo que sabe de nosotros, de nuestras debilidades y
límites. Esta es la debilidad intrínseca a todo verdadero
amor pero también aquí, paradójicamente, reside su
fortaleza.
En el amor existen gritos silenciosos. Quien sabe escuchar
el amor, percibe también sus ahogos. ¡Hay tanto silencios
y palabras en el amor! Hay silencios en las palabras y
hay palabras en los silencios. Para el lenguaje del corazón,
resulta lo mismo uno u otro. Sólo hay que acercarse y
percibirlos porque cada amor es una nueva promesa ya sea que
dure un día o toda la vida. Hay que procurar que después del
amor quede aún el amar. Que más allá del amor quede el amor
y más. Amar más allá de todo final. Amar en lo que queda y
en lo que se va, en lo que está y en lo que vendrá. Amar
sin pretender más que amar. Hay amores que nos dejan
herida la capacidad de amar. Sin embargo, hay que
recuperarla, curarla y amar. El amor se cura amando. Se
cura con más amor.
4. Cada amor es igual a sí mismo, nunca es como otro amor.
El último espejo que nos devuelve el tiempo -a lo largo de
su recorrido- es nuestro propio rostro en el cual se dibuja
una misteriosa geografía de huellas. No deja de ser un
“espejo” inconcluso porque nadie es totalmente "espejo" de
sí mismo. Se necesita la mirada de otro para que nos
devuelva el reflejo de nosotros mismos. El mejor destino es
aquél que nos lleva hasta nosotros mismos desde el corazón
de otra persona. Hay que tomar el camino más largo, más
lento y más difícil. Precisamente el que pasa por nuestro
centro. Cuando encuentran a otra persona es cuando muchos
–recién- empiezan a buscarse. Encontrar un “tú” es hallar el
propio “yo”. Amar es permitirle a otra persona que te
devuelva tu propio corazón, que te recree tu propia
identidad. El amor a otra persona nos mejora el amor a
nosotros, lo hace más sano, menos egocéntrico y narcisista,
nos acompaña para el encuentro con nosotros, nos reconcilia.
Su amor cura las heridas que nos hemos provocado.
La “matemática” misteriosa del amor el único número que
reconoce es el uno. Aunque seamos dos o más, el amor es
siempre múltiplo de uno. Todo se convierte y se reduce a la
unidad. Hay amores que no entran en un solo corazón,
entonces el amor busca que haya dos. Hay amores que incluso
que no entran siquiera en dos corazones, tiene entonces que
existir una eternidad. Cada soledad guarda la promesa de una
compañía; cada ausencia, el anhelo de una presencia.
Nunca el amor es igual al amor. Cuando somos amados, somos
recibidos. Si bien, la iniciativa del amor la tiene una de
las personas; dar respuesta al amor, recibiéndolo, no es
menos comprometido y maravilloso. Aquél que en el amor todo
lo deja; también en el amor todo lo encuentra. El que ama
comienza a ver el mundo a través de los ojos de la persona
amada y comienza a ver a quien ama en todo el mundo. Cuando
uno ama es como si todo el mundo estuviera ceñido a esa sola
presencia amada. El amor es fundamentalmente presencia y
comunión, incluso en la distancia y en la ausencia. Las
verdaderas presencias y ausencias, las únicas cercanías y
distancias son las que reconoce el corazón. En el amor nunca
estamos lejos, ni alejados. En el amor, todo está cercano.
No hay distancia, ni separación.
Cada uno tiene que hacer el ejercicio de salir de su propio
y encapsulado yo. Amar es desposeerse. Quedar vacíos
por amor es estar colmados de él. Amar a otra persona es
perpetuarlo en el ser, casi inmortalizarlo, colaborar
anticipadamente con la gracia de su resurrección y
co-participar con Dios en el milagro de la Creación. Sólo el
amor nos redime de la nada. Nos hace ser, nos saca del
anonimato.
El amor crea belleza. A los ojos de aquellos que nos
aman somos hermosos, incluso aunque no seamos bellos. No
hace falta ser bello para ser hermoso. La belleza es
estética; la hermosura -en cambio- es ética, surge del alma,
brota del interior. Cada uno es bello porque es "especial"
si hay alguien que lo ama especialmente. El amor de quien
nos ama nos hace hermosos, su mirada nos hace resplandecer
el alma cuando el nos contiene y nos abraza.
5. La libertad de quien amamos es un aprendizaje para quien
ama.
La libertad de quien amamos a veces nos duele. No
simplemente porque el amor es ofrenda y donación hasta el
sacrificio sino porque, además, la otra persona tiene y
ejerce su propia libertad de manera distinta a la nuestra.
Es difícil el aprendizaje de esa libertad que sólo es amor
gratuito, en la cual dejemos a la persona amada ser sólo
ella misma, sin nuestra influencia, condicionamiento,
presión o exigencia. No imponer nuestra manera de pensar, de
decir o de sentir, recibiendo con alegría y paciencia la
riqueza de la forma de ser de quien nos ama.
Hay que dejar de esperar lo que deseamos recibir para sólo
recibir lo que la otra persona quiera dar. Sentirnos
agradecidos y queridos en el don compartido. A veces,
injustamente, creemos no recibir porque sólo esperamos tal
como nosotros sabemos dar. Hay que decirle a la persona
querida: Enséñame a recibirte, recibiéndote como te quieras
dar.
Ciertamente el respeto por la libertad ajena -en ciertos
momentos- es un ejercicio sacrificado. A veces creemos amar
y no nos damos cuenta que nos estamos sólo buscando a
nosotros mismos. Creemos amar y, en definitiva, nos buscamos
a nosotros en una proyección de nuestro propio deseo, en un
amor hecho a nuestra propia medida, a nuestra imagen y
semejanza. Amamos con nuestras mejores intenciones pero no
nos percatamos que la otra persona, tal vez, quiera otra
cosa o necesite de un tiempo distinto del nuestro. Nuestro
amor se vuelve un peso y una exigencia. Creemos que
aceptamos a la otra persona tal cual es y, sin embargo,
pretendemos cambiarla. Lo que no elija, nunca podrá vivirlo
como propio. El amor acepta sin pretender cambiar, ni
perfeccionar. Si la otra persona cambia no tiene que ser por
nosotros. Nadie tiene que cambiar por otro. Si alguno
cambia, debe ser por sí mismo y porque está convencido.
Nadie tiene que cumplir un código de exigencias y requisitos
para estar con otra persona. Si eso ocurre, entonces, no son
uno para el otro. El amor comienza con la aceptación. Sin
eso, no hay vínculo.
No todos tienen amor en sus vidas. Algún día alguien te
reclamará amor: ¡Qué pena no haberlo dado antes! Hay que
empezar ahora. No hay que desear un amor excepcional o
espectacular. El amor más común y sencillo también es
auténtico amor. El amor más profundo es, a menudo, también
el más anónimo, el que no se nota. Nos sostiene aquello
que menos aparece, lo invisible. Los pequeños amores dan
grandes alcances. El amor nos regala sus particulares
bellezas. Es una verdadera alquimia: Todo lo transfigura en
luz, brillo y resplandecencia. Hay amores que nos cautivan
por su suave belleza, milagros que siempre empiezan. Aún los
grandes mares son alimentados por pequeños ríos.
6. El amor tiene a la libertad prisionera.
Se es libre en el amor hasta el momento en que nos decidimos
en concreto a amar a alguien. Una vez que lo hacemos, ya no
somos libres. Amar es decidir una pertenencia para dejar de
pertenecerse a sí mismo. Así el amor paradójicamente nos
libera, tomándonos por entero, no dejando resquicio donde no
lo sintamos.
En cada elección de amor hay siempre un riesgo. Cuando uno
se decide amar, elige –a menudo- romper su corazón.
Contrario a los que todos creen, amar es decidir vivir sin
complemento. Optamos vivir partidos, entregando el alma
entera para que se la lleve toda la otra parte. Nos sentimos
desgarrados, gustosamente insatisfechos, incompletos,
tironeados, inacabados.
Todo amor es voraz. Es feroz su apetito. Se alimenta
principalmente de lo que da y todos los días necesita de una
nueva entrega. No hay que cansarse de dar, ni de recibir. El
amor es la más grande de las pasiones. Todas las otras
convergen en él, incluso el odio que, en cuanto pasión, no
se explica sino por contraste y oposición al amor. Todas las
pasiones más extremas, paradójicas y contradictorias, tienen
su centro en el amor. Todas las tempestades profundas del
alma tienen los nombres de la única intensidad que es la
vida.
El amor sólo es posible mientras haya un corazón. La
pasión, en cambio, se alcanza cuando encuentra la
posibilidad de dos corazones.
Hay quienes idealizan el amor de una manera exagerada,
especialmente cuando no lo tienen, lo han perdido, se
encuentra lejos o lo añoran. Cuando acontece el amor y el
peso de los días va rodando, el complot de la rutina lo va
desgastando todo y nos damos cuenta que incluso ajado, el
amor que nos sostiene es un amor sufrido, transido de días y
fracasos, lleno de preguntas y temores, con trampas y
vergüenzas escondidas. El amor es como nosotros. Es
nuestro reflejo. El amor de cada uno es como cada uno,
tiene nuestros brillos y sombras, errores y aciertos, sueños
y pesadillas, lo pendiente y lo que está hecho, el ayer y el
hoy, todo a cuestas.
Hay amores escondidos en ocultos deseos. Amores perdidos y
encontrados, recientes y añejos, largos como la vida y
cortos como el día. El amor es travieso y casual. A veces
inoportuno para nuestro tiempo pero exacto para su reloj y
su calendario. Cambia días por noches. Cambia las estaciones
del año. No todo le sale bien. Ensaya, una y otra vez.
Yerra, se arrepiente y vuelve a intentarlo tenazmente. A
veces, nos gana por cansancio. El amor no es lo que soñamos,
no es lo que parece.
No es como creen.
El amor no es perfecto.
Se equivoca muchas veces.
Otras tantas es tentado y cae en su propia debilidad.
Sufre y llora, con lágrimas o sin ellas.
Se cansa.
Hay noches en que se queda sin sueños y sin deseos.
Se entristece y deja olvidada su esperanza.
Junta, poco a poco, su paciencia desperdigada.
Piensa en cartas que no escribe.
Promete cosas que no siempre puede cumplir.
A menudo le falta tiempo
y hasta se queda sin fuerzas.
Se aleja.
Se cansa de que lo crean tan especial,
algunos le dicen que es inmortal.
Todas esas son fantasías
de quienes necesitan que el amor sea así.
Sin embargo, el amor sabe que es humano.
Sabe que a veces
ni siquiera quisiera ser amor.
7. Amor divino, amor humano.
El amor humano es también amor de Dios. A veces no lo
podemos percibir así porque hemos empañado y contaminado
tanto el amor humano que no lo dejamos que refleje su
horizonte trascendente. Lo hemos mutilado y empequeñecido,
le cortamos las alas, los alcances y los sueños. Lo
destinamos a que se arrastre y mendigue migajas. Lo colmamos
de indignidad, dudas, culpas, temores, miedos, complejos y
vergüenzas, propias y ajenas, personales y sociales. No
dejamos que el cuerpo toque el alma y que el espíritu viva
en paz con su propia carne. Todo lo hemos separado, dividido
y fragmentado.
Nos hemos olvidado aquello que dice el Nuevo Testamento.
“Dios es Amor” (1 Jn 4, 8.16) y que además “el Verbo se hizo
carne” (Jn 1, 14). Dios es también el rostro del amor
humano, un Dios humanado en el amor.
Si Dios está humanado en el amor humano –entonces- el
amor humano está divinizado en Dios. Dios es amor humano: El
amor humano es divino. El tiempo del amor humano se hace
eterno y la eternidad del amor divino navega en el tiempo.
Hay que dejar que el Verbo se haga carne en el amor para que
el amor se haga verbo y se conjugue en nosotros.
8. Un amor con todos los sentimientos humanos.
El amor es generoso: Alberga dentro de sí los sentimientos
más dispares y contrarios. No todos los sentimientos que
guarda el amor son de alegría y paz, luz e irradiación. A
veces lo acosan sentimientos duros, opacos, dramáticos y
oscuros. El amor tiene muchos sentimientos dentro.
Hay amores que tienen muchos amores dentro.
Sentimientos de tristeza, melancolía, nostalgia, angustia,
ansiedad e impaciencia pueden revestir las fibras con las
que se cubre el amor. Hay amores que gozan y hay otros que
sufren, sangran y lloran. Amores que se rompen y quiebran.
Amores que no sueñan con ningún deseo y que se ponen en el
último lugar. Hay amores que son humillados y olvidados,
envejecen en silencio y soledad. Amores que aman desde la
distancia, sin pronunciarse. Que respiran y laten desde
otros corazones, esperando milagros y un camino sin huellas
de tristezas que le haga trampa al tiempo aunque el tiempo,
siempre mezquino, termina traicionándonos: Nos convierte
definitivamente en quienes somos. El tiempo resulta corto
cuando el amor es grande.
Cada historia traza las líneas de amores y desamores. El
relato del amor requiere de sentimientos que no siempre se
pueden expresar. Pronunciar un sentimiento de amor es
casi imposible, para hacerlo, uno tendría que morir. Sin
embargo, el amor insiste en ser nombrado y en resucitar. No
tiene en cuenta la muerte que acaece. Su vocación es la
vida. Lo más asombroso del amor es aquello que aún no
conocemos, algo inverosímil y superlativo, utopía y
fascinación. El amor es resurrección. Quien no ama, muere.
Dios nos ama en los que nos aman. Si Dios nos ama, todo es
posible. Existimos para amar porque existimos amados. Si es
posible el amor, nada hay imposible. Todo amor es una
"bendición": Es querer el bien, compartir el bien,
queriéndonos bien y haciéndonos bien.
Hay que aceptar ser amados por la sola "razón" de sí
mismo: En eso consiste la gratuidad. No hay otra razón que
el “porque sí” del amor. La otra persona nos ama simplemente
porque somos nosotros. No hay que buscarle “razones” al
amor. Es así de simple y así de profundo. Sólo es. Sólo
acontece. No sabemos cuándo, ni cómo, ni dónde pero
ciertamente aparece y lo cambia todo.
El amor, incluso el más pobre, es omnipotente, puede hacerlo
todo y alcanzarlo todo. Todo lo que ha sido amor; ha sido de
Dios. En el amor todo es gracia y en la gracia todo es amor.
El amor es el secreto de todos los misterios. El amor es
la más hermosa metáfora de Dios.
Le doy gracias a
Dios porque te hizo y, al crearte, creó también la
posibilidad de este vínculo. Te doy gracias por existir. Mi
mundo sería inmensamente más pobre sin ti. Te doy gracias
porque te has convertido en un milagro para mí y por todo lo
que me has hecho ganar y también por lo que aún tengo que
entregar. Con sólo amarme, me has hecho especial.
Deseo un corazón agradecido capaz de guardar todo lo tuyo y
lo mío. Y si no puedo anclar en tu corazón, déjame al menos,
naufragar en él y conocer así el mar inmenso de este amor
que recorre todos mis amores.
El amor nos pronuncia. Hay que pronunciar al amor. El
amor es ese invento que Dios hizo para que nos pareciéramos
a Él.