EE.UU. estrenó un nuevo rol en El Cairo

13/02/11 Por Ana Baron
 

Si bien el presidente Obama aplaudió la renuncia de Hosni Mubarak, ni él ni nadie en la Casa Blanca saben realmente qué puede pasar de ahora en más, no sólo en Egipto sino en toda la región de Oriente Medio. Los intereses en juego son enormes. Sobre el tapete está el acuerdo de paz con Israel; el acceso al Canal de Suez y la posibilidad de un avance de fuerzas islámicas fundamentalistas.

Ayer en Washington, toda la atención estaba centrada sobre el Consejo Militar que asumió el poder en El Cairo. Sus integrantes tienen una relación muy estrecha con el Pentágono. Todos fueron entrenados aquí y el armamento que utilizan es también de este origen. Pero, ¿EE.UU. está en condiciones de influir en el proceso iniciado en las calles de Egipto? ¿Quiere hacerlo? Muchos, fundamentalmente los ultraconservadores, criticaron a Obama por no haber liderado el proceso egipcio y haberse limitado a seguir los acontecimientos. Pero algunos analistas, como Simon Tidsall de The Guardian , piensan que en las calles de Egipto comenzó a tomar forma una nueva doctrina : la doctrina Obama. Su enunciado es que entre la revolución y la represión, el presidente de EE.UU. elige la primera. Lo único que aparentemente hizo en la crisis egipcia fue presionar al ejército para que no reprima y se mantuviera neutral. El vocero de la Casa Blanca llegó a amenazar con quitarles la ayuda de 1.300 millones de dólares que reciben por año.

Pero ya sea por falta de capacidad para influir o por convicción, todo el resto quedó en manos de los egipcios. Lejos estamos de la doctrina de los neoconservadores que creían que se podría exportar o imponer la democracia por la fuerza. En Egipto ocurrió lo contrario de lo que sucedió en Irak y eso es lo que espera Obama que ocurra en Irán y otros países en manos de dictadores.

“Los egipcios nos han inspirado. Y lo hicieron terminando con la idea de que se puede lograr justicia a traves de la violencia,” dijo Obama el viernes. “Y mientras que los gritos que escuchamos eran todos egipcios, no pudimos dejar de pensar en los alemanes derribando el muro de Berlín, en los estudiantes de Indonesia manifestando en las calles o en Gandhi.” Tidsall piensa que esta nueva doctrina se aplicará de ahora en más en otros países donde el pueblo se levante en busca de más justicia. De hecho, el discurso del viernes de Obama tiene implicancias que van mas allá de Egipto. “EE.UU. ha sido claro –aseguró–. Estamos a favor de una serie de principios. Creemos que los derechos universales del pueblo egipcio deben ser respetados, y sus aspiraciones, satisfechas. Creemos que esta transición deben producir un cambio político verdadero y un camino negociado hacia la democracia.” No pidió nada distinto de lo que exigían los manifestantes en la plaza Tahrir.

 
 

Obama llamó al ejército egipcio a garantizar una transición “creíble”

12/02/11 El presidente estadounidense dijo que éste es recién el comienzo del proceso.

PorAna Baron
Washington. Corresponsal

De la desilusión y la preocupación a la esperanza y el entusiasmo, el presidente Barack Obama vivió las últimas 24 horas que culminaron con la renuncia de Hosni Mubarak más como observador que como actor. Si bien ayer trascendió que el Pentágono tuvo una gran influencia sobre los militares que asumieron el poder, el ritmo de los acontecimientos fue determinado fundamentalmente por los miles de manifestantes que decidieron no ceder cuando el dictador anunció un día antes que no renunciaría.

“El pueblo de Egipto ha hablado. Sus voces fueron escuchadas. Y Egipto nunca será el mismo” , señaló Obama, y remarcó que es “un triunfo de la dignidad humana”, un modelo a seguir, un ejemplo de cómo un pueblo puede imponer su voluntad sin recurrir a la violencia. “Pocas veces tenemos la oportunidad de vivir la historia en directo. Esta es una de ellas”, dijo.

Ahora, les toca a las fuerzas armadas garantizar una transición política “creíble a los ojos del pueblo egipcio”, agregó.

Obama prometió que EE.UU. seguirá siendo aliado de Egipto. Aunque nadie sabe cuál será el desenlace del proceso iniciado ayer ni si el próximo gobierno de Egipto defenderá los intereses de Washington en la región como lo hizo Mubarak.

Lo que está en juego para la Casa Blanca es la paz con Israel, el acceso al canal de Suez y la lucha contra el extremismo islámico .

Según Obama, éste es el comienzo de la transición que debe incluir el levantamiento del estado de emergencia, el cambio de la constitución y la organización de elecciones libres para setiembre. ¿Está el Ejército en condiciones de asegurar eso? Mohamed Hussein Tantawi (75), ministro de defensa desde 1991, estará al frente del Consejo Supremo militar que asumió el poder. En un documento difundido por WikiLeaks, es considerado “el perro faldero” de Mubarak. Pero será su sucesor, aunque sea temporalmente.

Tantawi fue uno de los interlocutores de los numerosos llamados telefónicos que hicieron el ministro de defensa estadounidense, Robert Gates, y el jefe del estado mayor conjunto, almirante Mike Mullen, a los militares egipcios para convencerlos de que no reprimieran y permanecieran neutrales. El vocero de la Casa Blanca, Robert Gibbs, llegó a amenazar con que EE.UU. podría suspender su ayuda militar.

El Departamento de Estado está calculando cuál de los países gobernados por autócratas podría ser el próximo.

Hubo claros mensajes para Irán. “El gobierno iraní debería permitir que el pueblo tenga los mismos derechos de reunirse y de comunicar sus deseos que tuvieron los egipcios”, exhortó el vocero de la Casa Blanca.

Mubarak, un dictador que se creyó faraón y acabó acorralado por su pueblo

12/02/11   Por Alberto Amato
 

Tiene la salud y el futuro al borde de un alfanje. La primera, acosada por un cáncer de esófago. El segundo, sentenciado por una marea de furia popular que no supo ni adivinar ni prevenir nada menos que en Egipto, tan propenso a los presagios.

Hosni Mubarak tuvo el raro privilegio de ser el tercer presidente en más de 60 años de tormentosa vida política del país árabe más poblado del mundo, tal vez el más antiguo, simiente de más de una civilización que se espejó en el Nilo y que le regaló, como a sus dos antecesores, un destino de faraón que él anduvo, hasta hace días, con ese paso lánguido pero firme de quien está seguro de su destino.

Nació el 4 de mayo de 1929 en una familia de clase media y en un mundo que iba al desastre: Mubarak era un chico cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y un adolescente cuando terminó, en 1945. Era casi inevitable que a los 19 años, cuando Israel nacía como nación, ingresara en la Academia Militar Egipcia. Allí se graduó en Ciencias Militares y pasó la primera guerra árabe-israelí de 1948. En 1950 se convirtió en piloto.

Dos años después, Egipto era otro: estaba en manos de Gammal Abdel Nasser, un coronel nacionalista, líder del Movimiento de Oficiales libres, que derrocó a una monarquía enclenque y corrupta para dar nacimiento a la República Arabe de Egipto. Nasser nacionalizó el estratégico Canal de Suez, se enfrentó en los campos de batalla a Francia e Inglaterra con el apoyo explícito del entonces líder soviético Nikita Khruschev, puso a Egipto en el Movimiento de Países No Alineados y se recostó en la URSS, que apoyó su intento político de unir al mundo árabe para contrarrestar el apoyo manifiesto que EE.UU. daba a Israel.

Esa fue la escuela de Mubarak que en 1964 fue nombrado comandante de la Fuerza Aérea. Desde esa jerarquía, en junio de 1967, Mubarak vio impotente cómo la aviación israelí destruía en tierra a la fuerza aérea egipcia durante el sorpresivo ataque que dio origen a la Guerra de los Seis Días. A la muerte de Nasser, en 1970, Mubarak se convirtió en el hombre de confianza de su sucesor, Anwar el Sadat, que lo hizo su mejor alumno: lo nombró Jefe del Estado mayor del Ejército y vice ministro para asuntos militares. Sadat dio un giro a la política exterior egipcia, quebró la alianza con la URSS, usó a las milicias islámicas para contener y reprimir a la oposición de izquierda y nacionalista, e instauró una singular política dual con EE.UU.: se acercó a Washington, pero en 1973 desató una guerra revancha contra Israel. En 1977, cuando Sadat viajó a Jerusalén en la primera e histórica visita de un líder árabe a tierra israelí, Mubarak fue el encargado de viajar a la URSS para explicar lo que los soviéticos creían inexplicable: Egipto había virado hacia Occidente. La gran aventura de Sadat le costó a Egipto la expulsión de la Liga de Países Arabes y convertirse en una nación paria. A Sadat le costó la vida. El 6 de octubre de 1981, mientras presidía un desfile, un grupo de militares islamitas ametralló el palco. Sadat murió. Mubarak se salvó por milagro: una semana después era el nuevo presidente.

La nueva revolución islámica desatada en Irán por el Ayatollah Khomeini, que se expandía por el mundo árabe, pasó a ser enemiga de Egipto.

Mubarak decidió ser un aliado más confiable para EE.UU .En 1987, Mubarak, un tipo con la misma tendencia a sonreír de una locomotora e igual apariencia física, conquistó un imposible: la XIV Cumbre de la Liga Arabe reunida en Amman, autorizó a sus miembros a reanudar relaciones con El Cairo. Los hermanos estaban juntos otra vez.

Los años 90, que lo cambiaron todo, lo vieron, conciliador y moderado, hacer equilibrio para acercar posiciones entre palestinos e israelíes. Fue aliado de Yasser Arafat; acusó a Israel de ser el culpable del conflicto y de usar una violencia insensata contra los palestinos; al mismo tiempo, frenó a los países árabes que pretendían borrar del mapa a Israel. Por eso le buscaron la yugular. Sobrevivió a varios atentados.

No fue un moderado a la hora de gobernar. Cerró con más fuerza su puño de hierro para instrumentar las políticas económicas dictadas en los 90 por el FMI. Egipto pasó del modelo estatal y planificado de los coroneles nacionalistas de Nasser, al libre mercado basado en la reducción de subsidios estatales, alza de precios, reducción en los gastos educativos y privatización de empresas públicas, con su secuela de corrupción. Egipto tiene hoy más de 30 millones de personas bajo el nivel de pobreza y una desocupación mayor al 20 %.

Mubarak mantuvo durante 29 años el estado de emergencia decretado, persiguió a opositores, encarceló a disidentes, torturó a enemigos; con la excusa de la lucha contra el terrorismo limitó los derechos civiles, de culto y de prensa . Bregó por impedir que Egipto se convirtiera en un estado regido por el Corán. Eso está por verse. El fuego que se lleva a Mubarak tiene reminiscencias de la hoguera que a fines de los ‘70 llevó al Sha de Irán a abandonar el trono, el país y luego la vida. Si el futuro de Mubarak está echado, el de Egipto está por escribirse. Y Egipto ama los enigmas.

Una revuelta que asusta a los líderes árabes y da aliento a sus pueblos

12/02/11 Los gobiernos temen el “efecto contagio”. Pero la gente, ávida de libertad, ve un ejemplo en Egipto.

Por María Laura Avignolo   PARIS. CORRESPONSAL

 
Si el ahora ex presidente Hosni Mubarak pudo abroquelarse en el trono de dictador durante 18 interminables días de revolución y espera, se debió a la indecisión y el vaivén del gobierno estadounidense ante la crisis. ¿Las razones? Las enormes presiones del rey Abdullah de Arabia Saudita, el más poderoso aliado de EE.UU. en el Golfo, para no dejar partir al “rais” egipcio humillado y no dar paso a un impredecible cambio de régimen después de 30 años de mano de hierro.

En una larga llamada del rey Abdullah al presidente Barack Obama el pasado 29 de enero, el monarca saudita le exigió “no humillar a Mubarak” y amenazó con subsidiar a Egipto si EE.UU. retiraba su ayuda de US$ 1.300 millones anuales. El rey pedía que su amigo Mubarak pudiera mantenerse en el poder para supervisar la transición en orden.

El rey estaba en Marruecos, reponiéndose desde enero de una operación, y desde su palacio había visto por TV con asombro cómo estallaba la Revolución de los Jazmines en Túnez. Hablaba diariamente con su amigo Mubarak por teléfono.

El podría ser el próximo . Sentía no sólo temor a un expansionismo iraní, sino la sensación de que Estados Unidos abandonaba una vez más a sus aliados en la región, como habían hecho con el Sha de Irán en 1978.

Los temores del rey de Arabia Saudita no son diferentes a la de otros líderes no elegidos en Oriente Medio , que ven que el efecto dominó podría extenderse más tarde o más temprano a sus países. Con la Plaza Tahrir como símbolo del cambio en paz y sin sangre de una nueva generación secular, Arabia Saudita ve a la revolución egipcia como un muy peligroso fenómeno para la estabilidad regional . O al menos, para la permanencia de los regímenes hereditarios y los presidentes de por vida. Exhiben las cartas de la amenaza de Al Qaeda e Irán como banderas para frenar el tsunami que se impuso en Túnez y ahora en Egipto.

La caída de Mubarak no tranquilizará a los autócratas en Medio Oriente. Si la epidemia se repite en Jordania, Yemen, Argelia, Marruecos, Siria, Bahrein o Arabia Saudita, un modelo sin sangre y sin revancha podría ser imitado, con los militares de garantes ante eventuales caídas y renuncias. Aunque ningún país es una copia del otro en Medio Oriente. Cada uno tiene sus especificidades, más allá de los comunes autócratas e incondicionales aliados occidentales. Nadie sabe aún si Mubarak consiguió negociar inmunidad para ser juzgado con su renuncia, pero Suiza ya congeló los fondos en los bancos de su cuantiosa fortuna. Una decisión que va a inquietar a los autócratas que pueden sucederle en su destino.

Una nueva generación de jóvenes soñadores, educados y desocupados mayoritariamente, consiguió la libertad egipcia. Prometen un Egipto secular, sin violencias ni extremismo, donde todas las religiones tengan lugar: desde los musulmanes a los coptos. Para ellos, los extremos religiosos eran funcionales al régimen y quieren vivir en un país sin fantasmas ni terrorismo.

Medio Oriente estalló en celebraciones al conocerse la renuncia de Mubarak . Hamas, la organización shiíta en Gaza, se lanzó a las calles de Gaza y llamó a los egipcios a levantar el bloqueo que los aísla del mundo. En Beirut, estallaron los fuegos artificiales y al sur de la capital, habitado por los shiítas, se escuchaban armas de fuego disparadas al aire, como cuando se festejan casamientos o victorias. Una protesta se espera hoy en Argelia y otra está planeada en Libia para el 17 de febrero. En Jordania, centenares acudieron el viernes a apoyar a la protesta egipcia. Israel continúa mudo y temeroso de que la revolución ponga en duda su acuerdo de paz con Egipto. Aún no cree que la revolución egipcia es secular y que una era, con una nueva generación, está naciendo en Oriente Medio. Tan estratégica como cuando, en 1989, cayó el Muro de Berlín.

Una zona en ebullición con autócratas, amplia pobreza y hambre de libertad

12/02/11  Las protestas se multiplican en la región y amenazan cambiar el escenario.

 
Menos de un mes después de que el mundo presenciara cómo Túnez celebraba la caída del dictador Ben Ali, que había gobernado durante 23 años, las escenas de ayer en el centro de El Cairo ofrecieron una imagen más elocuente del nuevo poder de los pueblos árabes: una multitud jubilosa celebrando el fin del régimen de Hosni Mubarak.

La caída de Mubarak –uno de los sostenes de las políticas de Oriente Medio y de Occidente en la región durante casi tres décadas– sella otro momento histórico para el mundo árabe desde un país considerado por muchos como su centro político y cultural.

Lo que comenzó a fines de enero como una protesta tentativa contra un régimen atrincherado fue creciendo hasta convertirse en una insurrección popular que obligó a Mubarak a renunciar, algo que nadie imaginaba semanas atrás.

Pero esta “revolución del Nilo” plantea serios interrogantes sobre la estabilidad a largo plazo de otros regímenes de la región aliados a Occidente y podría reconfigurar significativamente la política estadounidense desde el Mediterráneo hasta el Golfo Pérsico.

No hay garantías de que la ola reformista inunde pronto otro país. Un intento por despertar protestas en Siria este mes fue sofocado por las fuerzas de seguridad.

Pero la reverberación ya se hace sentir de otros modos en varias naciones de la región, dirigidas por gobiernos autocráticos que llevan años o hasta décadas en el poder, y donde la mayor parte de la población vive en condiciones de pobreza, sin empleo, mientras sus dirigentes ostentan grandes lujos y censuran a las voces disidentes.

En Arabia Saudita –otro bastión tradicional de los intereses de Washington en la región– un grupo de activistas de oposición dijo el jueves que solicitó al rey el derecho a formar un partido político, en un inusual desafío al poder absoluto de la dinastía gobernante.

“Usted sabe muy bien que en el mundo islámico se están produciendo grandes acontecimientos políticos y se presta atención a la libertad y los derechos humanos”, expresó el grupo en una carta al rey Abdullah, que fue uno de los más firmes sostenes de Mubarak.

El nuevo premier de Jordania, Marouf Bakhit, prometió esta semana continuar las reformas políticas demandadas por los manifestantes que forzaron al rey Abdullah II a reorganizar el gabinete.

La semana pasada, el presidente de Yemen, Ali Abdulá Saleh –aliado clave de EE.UU. que gobierna desde hace 32 años– cedió ante las presiones de los manifestantes y anunció que no buscará la reelección en el 2013 ni tratará de pasar el poder a su hijo.

Para hoy se espera una manifestación contra el gobierno en Argelia , pese a que fue prohibida. Y también en Libia se está convocando a una protesta contra el líder Muhamar Kadafi el 14 de febrero.

“Egipto tendrá un gran, gran impacto en la región”, pronosticó Salman Sheikh, director del Centro Brookings Doha en Qatar. “Es, como siempre ha sido, un desencadenante de lo que ocurre afuera. Pero es ilusorio intentar adivinar qué país será el próximo. El verdadero impacto se está viendo en las reformas en los países que sienten la presión”, agregó.