Cuando uno observa a Andrés Oppenheimer en
sus programas televisivos, siempre rodeado
de expertos y analistas, se percibe algo
diferente. Sonríe, y en eso difiere de las
muecas o de la seriedad y la tensión que
emanan tantos de sus colegas a través del
continente cuando conducen programas
políticos. Oppenheimer emana una suerte de
optimismo, un optimismo infrecuente y
sonriente.
En los Estados Unidos le reconocen su
pasión y precisión para tratar los avatares
latinoamericano. Acaba de editar su nuevo
libro ¡ Basta de historias! (Debate),
una suerte de manifiesto crítico de la
mirada retrospectiva dominante en
Latinoamérica y una apología de la educación
y del futuro.
La obsesión latinoamericana por el pasado
es muy notoria en Argentina. La celebración
gubernamental a través de actos
grandilocuentes de ciertos hechos históricos
se ha enfatizado en este año del
Bicentenario.
¿Cuáles cree usted que son las
razones políticas que potencian esa mirada
épica y retrospectiva?
En muchos países
latinoamericanos, el más obvio es Venezuela,
los gobiernos se declaran herederos de
legados históricos -verdaderos o inventados-
para consolidar sus propios proyectos de
acaparamiento del poder, o para tener un
relato legitimador. Argentina no es la
excepción, aunque tampoco es un caso tan
flagrante como el de Venezuela.
¿En qué consiste ese ritual de ciertos
países de nuestro continente de sacar a
pasear ataúdes? ¿Cómo se vincula la
necrofilia con el populismo?
En mi libro,
cuento que en todos mis viajes a China,
India, Singapur y varios otros países que
están logrando reducir la pobreza a pasos
acelerados, ningún funcionario me citó el
pasado. Todos hablan del futuro. Cuando
llegué al aeropuerto de Singapur y cambié
dinero para tomar un taxi al hotel, me llamó
muchísimo la atención que el billete de dos
dólares de Singapur tiene en su parte de
atrás la imagen de una universidad, con un
profesor y alumnos escuchando. En la parte
de abajo, hay una sola palabra: educación.
Nosotros, en nuestros billetes, ponemos a
nuestros próceres. Mientras los asiáticos
están mirando para adelante, hablando de la
educación de las nuevas generaciones,
nosotros estamos mirando para atrás.
¿Cómo se hace para mirar hacia adelante
sin dejar de lado la historia?
Ojo, yo no
digo que haya que dejar de lado la historia,
ni olvidarla, ni dejar de discutirla.
Nuestros países tienen historias muy
valiosas, que no hay que olvidar. El
problema es cuando tenemos una excesiva
obsesión con la historia que nos distrae de
la urgente tarea de concentrarnos en la
educación, la ciencia y la innovación.
Tenemos que mirar un poco menos para atrás,
y un poco más para adelante.
¿Por qué no existe un Bill Gates
latinoamericano?
Esa es la pregunta que le
hice a Bill Gates, y con la que arranqué el
primer capítulo del libro. Y Gates me dio
una respuesta muy interesante: me dijo,
entre otras cosas, que lo que nos está
faltando en Latinoamérica, y también en
Estados Unidos, es “humildad”. Creemos que
estamos bien, y no nos damos cuenta de que
nos estamos quedando cada vez más atrás de
los asiáticos en educación, ciencia y
tecnología. Le doy un ejemplo dramático: el
año pasado, Corea del Sur -un país que en
1970 tenía un ingreso per capita cuatro
veces menor que el de Argentina- registró
8.800 patentes de nuevas invenciones en
Estados Unidos, mientras que Argentina ese
mismo año registró apenas 45 patentes, según
datos de la Oficina de Patentes y Marcas de
Estados Unidos. Pero mientras los coreanos
piensan que están mal, y que tienen que
ponerse las pilas porque los japoneses
registraron 35.500 patentes, nosotros en
Latinoamérica -y también en Estados Unidos-
nos creemos el cuento de que nuestros
científicos son los mejores del mundo. Lo
cierto es que en Argentina hay un talento
enorme, más que en muchos otros países, pero
falta una dosis de paranoia constructiva
para que el país se ponga las pilas y
convierta ese talento en un motor de la
economía, por ejemplo, produciendo
invenciones patentables a nivel mundial.
¿Qué es la “paranoia constructiva”?
Es
creer que uno está mal y que otros están
mejor. Eso te saca de la complacencia, te
lleva a reconocer que tenés un serio
problema al que hay que resolver. Los chinos
tienen esa paranoia constructiva: cuando fui
a Pekín a entrevistar a los funcionarios del
ministerio de Educación, me decían que China
está muy mal y que India está haciendo las
cosas mejor. Y en India, me dijeron que
tenía que ir a Singapur, porque ahí estaban
haciendo las cosas mejor ...
Su libro es una crítica al descuido en
Latinoamérica por la educación. ¿A qué se
debe ese descuido? ¿Cómo se recupera el rol
central de la educación y de la
investigación?
El libro es una crítica tanto
a Latinoamérica como a Estados Unidos, por
no entender que estamos en la era de la
economía del conocimiento, donde una patente
de un programa de software o una nueva
tecnología valen muchísimo más que las
materias primas, o las manufacturas. Hoy
día, una empresa como Google vale más que el
producto bruto de varios países
latinoamericanos. Y en Latinoamérica no
tenemos ninguna universidad entre las 200
mejores del mundo, y nuestros alumnos salen
en los últimos puestos de los tests
internacionales de matemáticas, ciencia y
comprensión de lenguaje. Al final del libro
reproduzco 12 ideas muy concretas que vi en
los más de 15 países que recorrí para
escribir este libro. Una de las principales
es que la educación es algo demasiado
importante como para ser dejada a los
gobiernos. La solución no va a venir de
ningún gobierno, porque los políticos
piensan en plazos de cuatro años, en la
próxima elección, y la calidad educativa es
una inversión que da frutos en 20 años.
Entonces, la solución es crear coaliciones
de organizaciones civiles, empresarios y
medios de comunicación para presionar tanto
al gobierno como a los sindicatos a mejorar
la calidad de la educación. Es lo que se
hizo en Brasil, con excelentes resultados.
¿Qué relación existe entre demagogia y
debacle educacional?
La demagogia lleva a
que se nos diga que las cosas están bien,
aun cuando están mal. Eso lleva a la
complacencia y a la debacle educacional.
¿Por qué la Argentina es el país de las
oportunidades perdidas? ¿Cuáles son nuestros
pecados capitales?
Creo que Argentina, en
esta última década, ha perdido una
oportunidad sin precedentes para aprovechar
una buena coyuntura económica internacional
para apostarle a la calidad educativa, pero
soy optimista sobre el futuro. Por suerte,
Argentina tiene ese “efecto underground” de
talento del que hablo en el libro, que en
muy poco tiempo puede dar vuelta el país y
convertirlo en un país de avanzada. Es
cuestión de poner la educación en el centro
de la agenda nacional.
¿Por qué avanzan los países que avanzan?
Por lo que vi en Asia, porque tienen visión
periférica y paranoia constructiva. Visión
periférica, porque viven mirando lo que
están haciendo sus competidores, y paranoia
constructiva, porque siempre creen que están
peor que los demás, y que se están quedando
atrás.
¿Por qué afirma que en China se enseña
capitalismo y que allí la globalización
ayudó a los pobres?
No me gusta mucho poner
a China como ejemplo, porque es una
dictadura horrible. Pero me llamó la
atención en mis viajes a China que el país
comunista más grande del mundo tenga una de
sus escuelas de negocios entre las mejores
10 del mundo en el ranking del Financial
Times , casi a la par de las de Harvard,
Wharton y Columbia. Y también me llamó la
atención que en China ya hay 126 facultades
en donde se dan maestrías en administración
de empresas, incluidas unas 35 de Estados
Unidos y Europa, que están autorizadas a dar
títulos válidos en China. O sea, China está
creando una nueva elite de emprendedores
capitalistas a todo vapor. Y todos los
funcionarios con quienes hablé en China me
dijeron que el país empezó a crecer y a
reducir la pobreza dramáticamente desde que
Deng Xiao Ping empezó a abrir la economía en
1978. O sea, según el propio gobierno de
China, la globalización y la apertura
económica sacaron de la pobreza a más de 400
millones de personas desde 1978.
¿Por qué dijo Obama: “Podríamos aprender
de Brasil”? ¿Qué hace bien Brasil que no
hace bien la Argentina?
Obama se refería a
los avances de Brasil en el desarrollo del
etanol y otras fuentes de energía
alternativa. En cuanto a qué hace bien
Brasil, diría que es un país que a pesar de
los cambios políticos, ha mantenido sus
políticas económicas y ha proyectado una
imagen de estabilidad. Esa es una asignatura
pendiente de Argentina, aunque también
menciono en el libro varias ventajas
comparativas que tiene Argentina; entre
ellas, una reserva de talentos mayor que la
de la mayoría de los países
latinoamericanos.
¿Cómo observa usted a la Argentina en
estos días, tras la muerte de Kirchner y el
año electoral por delante?
Agitada. Ojalá en
la campaña electoral se hable un poco menos
del pasado y un poco más del futuro, y que
se haga con menos demagogia. Hay que
apostarle a la educación y al futuro. Todo
lo demás son historias.
Copyright Clarín, 2010.