Diez años atrás, Alejandro Olmos Gaona se vio en una
encrucijada: su padre había muerto y su trabajo de 18
años investigando –y denunciando– el procedimiento de
endeudamiento externo argentino podía desvanecerse. Así
que a los 53 años decidió cambiar de vida. Dejó sus
viejas tareas, se presentó en varios tribunales para
ampliar las denuncias de su padre, continuó con las
investigaciones y en 2007 fue designado asesor del
presidente de Ecuador, Rafael Correa, para auditar la
deuda de ese país. Olmos Gaona, por estos días teñidos
del Fondo de Bicentenario, propone repetir esa
experiencia en la Argentina.
–Usted rechaza el discurso de que no hay que pagar la
deuda, que no se puede o que sólo se pagará con una
quita. ¿Por qué?
–Decir no hay que pagar la deuda es un eslogan. Y uno no
puede decir “no hay que pagar la deuda” sin saber que
hay tramos que hay que pagar. Por eso, hace unos días le
mandé una carta a la Presidenta de la Nación, cuando
dijo que la deuda ya estaba legitimada, haciéndole ver
que como abogada no podía decir semejante barbaridad.
–¿Por legitimarla?
–Lo que es ilegal no puede ser legalizado por ningún
Congreso, ni por ningún Poder Ejecutivo ni por ninguna
ley de Presupuesto. Segundo, porque el Gobierno no puede
refinanciar ni reestructurar una deuda que, en este
momento, está siendo investigada a través de tres
procesos penales en la justicia federal. Hay que hacer
una auditoría de la deuda pública desde el 76 hasta hoy
para ver cuánto se pagó, qué es lo que no se pagó, qué
es lo que se debe y qué no. Porque hay otra situación:
casi la mitad de la deuda externa de hoy es deuda
privada estatizada.
–Si se piensa en los lugares comunes que pueblan el
asunto, puede decirse que hay algo clave a la hora de
hablar de deuda externa. Y usted lo dice, citando a Raúl
Scalabrini Ortiz: “Es preciso exigirse una virginidad
mental a toda costa”.
–De ahí surge el tema de lo difícil. Si uno al
cuestionar la deuda cuestiona a Martínez de Hoz, a
Cavallo, a Lavagna, bueno. Pero el problema es
cuestionar no sólo a los que intervinieron sino también
a los diputados que no hicieron nada, a los senadores
que no hicieron nada y a toda la estructura empresaria
argentina que se vio beneficiada.
–La llamada opinión pública también tiene su
culpa. Repitió una y mil veces aquello de que las
empresas estatales daban pérdida porque estaban mal
administradas, cuando hay pruebas de que fueron
endeudadas y nunca vieron el dinero. Y todo eso sirvió
para respaldar la política de privatizaciones.
–Claro. Y además el problema es que la denuncia apunta
al corazón financiero. Cuando tuve que presentar los
resultados de la auditoría, a pedido del presidente
Correa, cuando terminó el acto, a las cinco horas
exactas tenía un mail del principal abogado del Chase
Morgan, dos o tres horas después un llamado telefónico
para decirme “cómo se arreglaba esto”. El problema no
era la deuda ecuatoriana susceptible de ser impugnada,
de unos 3.500 millones de dólares; el problema era
mostrar por primera vez contratos secretos, maniobras,
extorsiones, la complicidad del Fondo, cómo había
violado el Fondo su propio reglamento, etcétera. Ésa es
la dificultad aquí. En este momento, excepto los
diputados del interbloque de Proyecto Sur, todos están
de acuerdo en pagar la deuda.
–Uno de los problemas es cómo resolver las posibles
represalias, porque enfrente están quienes tienen la
llave del financiamiento posible para el país.
–La inversión extranjera siempre ha sido mínima en el
país. Y una cosa son operaciones financieras normales y
otra cosa son operaciones financieras delictivas. Por
eso, los acreedores no quieren que esto vaya a ningún
tribunal internacional: porque no es lo mismo un
préstamo a tasas de interés convencionales con cláusulas
normales que un préstamo en el que las cláusulas violan
la ley del país y aun la ley de los acreedores.
–El ejemplo que usted da de eso en la deuda argentina es
cuando las tasas pasaron de un 3% al 22 por ciento.
–Fue cuando el Banco de la Reserva General de Estados
Unidos aumentó la tasa de interés, y eso incrementó
nuestra tasa y nuestra deuda en la misma proporción.
También hay cláusulas que la gente ignora. Nadie se ha
tomado el trabajo de ir a ver un contrato de deuda
pública al Ministerio de Economía. En Ecuador, había
cláusulas en las que se ponía que si lo que estaba
firmando era ilegal, el gobierno renunciaba a cualquier
acción.
De Cuba al caso Swift
Cuando decidió hacerse cargo del legado de su padre,
Alejandro Olmos Gaona empezó a investigar sobre
doctrinas jurídicas, laberintos legales, experiencias
exitosas y no tanto vinculadas a las deudas de los
Estados. Y encontró una experiencia que le pareció
singular, poco visitada, pero clave.
La deuda odiosa, el libro que editó Peña Lillo, centra
el relato en una vieja doctrina usada por Estados Unidos
en 1898 para negarse a pagar la deuda cubana luego del
Tratado de París, que puso a la isla del Caribe bajo
protectorado norteamericano.
Olmos Gaona cree que, además de esa doctrina, la
Argentina debería basar sus acciones a futuro,
cuestionando la deuda, usando el fallo del doctor
Salvador María Lozada cuando decretó la quiebra de
Swift, haciéndola extensiva a su sociedad controlante,
Deltec.
Es decir, que debería adoptar un enfoque jurídico
–como lo hacen los acreedores tantas veces– para librar
al Estado nacional de una deuda que, como ya dictaminó
la justicia argentina, es “ilegal, inmoral, ilegítima y
fraudulenta”.
proponen una comisión que estudie
los pagos ilegítimos
15.03.2010
Una bicameral para no pagar toda la
deuda
La iniciativa es del partido
Proyecto Sur y está respaldada por el SI
y por el GEN de Margarita Stolbizer.
Propone crear un cuerpo especial de 24
legisladores que estudie la composición
del endeudamiento y mecanismos para
evitar juicios por la suspensión de
pagos.
Mientras el Gobierno y el grueso
de la oposición siguen dando su
batalla para ver de qué manera
les pagan la deuda a los
acreedores privados, diez
diputados presentaron un
proyecto para suspender los
pagos hasta tanto se determine
qué se le debe y a quién. El
planteo, liderado por Fernando
Solanas y acompañado, entre
otros, por Margarita Stolbizer,
Miguel Bonasso, Claudio Lozano y
Eduardo Macaluse, se basa en las
distintas resoluciones
judiciales que observaron graves
irregularidades en el proceso de
endeudamiento.
Los diputados pretenden que se
conforme una comisión bicameral
con 24 representantes. Que, en
un plazo de 12 meses, elabore un
informe final que puntualice
actos ilegales, ilícitos e
irregularidades en el proceso de
endeudamiento desde el 24 de
marzo de 1976 hasta la última
reestructuración ordenada por
Néstor Kirchner en 2005.
“Tomamos en cuenta la
experiencia del Parlamento de
Brasil, que hoy está
investigando la deuda de sus
últimos 30 años. Y el caso de
Ecuador, que no fue
parlamentario. Nuestra idea es
no sólo mirar el pasado sino
también el presente y el
futuro”, explicó Claudio Lozano
a Crítica de la Argentina.
La investigación, según se
prevé, arrancaría con el
voluminoso trabajo que provocó
Alejandro Olmos en su denuncia
contra Alfredo Martínez de Hoz
(que acabó en un fallo del juez
Jorge Ballestero en el año 2000)
y otras tres causas aún abiertas
y en etapa de investigación.
“A los efectos de evitar
cualquier acción por parte de
los acreedores, ante la
suspensión de tales pagos, el
Estado nacional consignará, a
cuenta de lo que debería pagar
durante el transcurso de la
presente investigación, todas
las sumas que sean necesarias en
el banco que oportunamente se
designe, sin que ello implique
en ningún caso reconocimiento de
derecho alguno a favor de los
acreedores”, dice el artículo
cinco. Con esa redacción, los
legisladores pretenden marcar
una diferencia con el default
que declaró Adolfo Rodríguez Saá
en su breve presidencia, y que
podría sintetizarse en “sólo se
pagará lo que realmente se
debe”.
En los fundamentos del proyecto,
los diputados destacan el fallo
de la causa Olmos, que en su
momento fue remitido al Congreso
y que, sin embargo, desde
entonces convive con el polvo.
En ese fallo, Ballestero
determinó que no existen
registros contables de la deuda;
destacó la “manifiesta
arbitrariedad” de los máximos
responsables políticos y
económicos, y también directivos
de empresas, organismos públicos
y privados, y señaló el proceso
por el cual importantes
compañías pagaron sus deudas con
los fondos del Tesoro.
Los legisladores añaden que,
luego, todos los créditos
solicitados por el gobierno
argentino al Fondo Monetario, al
Banco Mundial y a otros bancos
del exterior fueron al solo
efecto de refinanciar la deuda
contraída durante la dictadura
militar, declarada “ilícita” por
Ballestero.
La iniciativa destaca que es el
Congreso de la Nación el que
debe, como manda la Constitución
Nacional, celebrar empréstitos y
arreglar la deuda exterior. Y,
al pasar, apunta un dato que
describe la atención que se le
presta al tema.
En el juzgado en lo Criminal y
Correccional Federal número dos,
están radicadas las tres causas
que actualmente indagan sobre el
proceso de endeudamiento. La
tarea gigantesca recae sobre la
pobre espalda de un único
funcionario judicial, sin ningún
tipo de colaboración.
Perpetradores y
beneficiarios
del Golpe
La dictadura
significó un
maridaje entre
las Fuerzas
Armadas
nacionalistas y
los grupos
empresariales
concentrados.
Los militares
recibieron
condena judicial
y social pero el
esquema
económico
continúa.
Sergio
Wischñevsky*
24.03.2010
DIARIO
CRITICA
A 34 años del golpe de Estado que dio inicio a la última dictadura militar, y en pleno proceso de enjuiciamiento a los perpetradores del horror, queda aún pendiente posar la mirada sobre quienes fueron los beneficiarios. Las declaraciones del ex jefe de Inteligencia de la ESMA Jorge Acosta, en las que explicó que “el gran problema fue dejar gente viva”, fueron sin dudas irritantes pero a la vez caricaturescas. Muestran una y otra vez la naturaleza de un grupo de militares entrenados para matar, aleccionados en la doctrina de la Seguridad Nacional en la Escuela de las Américas, o en la Escuela Superior de Guerra de Francia, cuna de la doctrina de la guerra contrarrevolucionaria. Fueron educados en una época que redefinió el rol de los ejércitos latinoamericanos en función de hipótesis de enemigos internos considerados subversivos o comunistas, en base a los intereses y presiones de Estados Unidos durante la guerra fría, quien les proveyó armamentos para tales fines al tiempo que bloqueó todo desarrollo para guerras convencionales.
Si bien es cierto que el proceso de enjuiciamiento a los militares tiene enormes falencias, por otro lado es indiscutible que la Argentina es, por lejos, el país que más ha avanzado en investigar y hacer justicia en el contexto latinoamericano. Pero sólo en el discurso de estos vetustos genocidas puede tener sentido entender el golpe de 1976 motivado por la lucha anticomunista. Esta vía discursiva esconde la actuación civil de aquella época y el hecho de que aquellos sucesos arrojaron claros beneficiarios, que no están aún en la picota.
La cacería. Para marzo de 1976 las agrupaciones armadas ya estaban derrotadas o en franca retirada. Los principales sindicatos independientes y los liderazgos disidentes fueron eliminados: René Salamanca, del SMATA; Agustín Tosco, de Luz y Fuerza; Raimundo Ongaro, del sindicato gráfico, y Julio Guillán, máximo dirigente de los telefónicos, se encontraban en retroceso. Quienes no tenían ya intervenidas sus organizaciones muy pronto pasarían por esa experiencia. Las huelgas masivas de la dirigencia de la CGT constituyeron acciones defensivas para cuidar el salario frente a la descontrolada inflación. El gobierno de Isabel Perón pudo haber sido calificado de muchas maneras, pero sin duda no fue un refugio de comunistas.
No hay ningún elemento concreto que muestre una escalada revolucionaria en la Argentina previa al golpe, sino más bien todo lo contrario. La toma del poder por parte de los militares, lejos de desatar la resistencia popular, fue vista como la crónica de una muerte anunciada. Claro está, muy pocos sabían lo que se venía. El secretario general de la CGT, Casildo Herrera, anunció desde Montevideo y sin tapujos: “Me borré”. El Congreso de la Nación, a diferencia de otros golpes anteriores en los que algunos legisladores mostraron algún ánimo de resistencia, dejó a los militares que lo intervinieron solos con el eco de sus botas como única compañía. Algunos diputados, incluso, previsores, días antes habían pedido por anticipado el pago de sus dietas.
No hubo guerra civil: el 62% de los detenidos desaparecidos fueron capturados en sus casas, lo que pone de manifiesto que más bien se trató de una cacería. No de una guerra, como quiso (y quiere) instalar cierto sector ligado a los militares.
Pero sin peligro comunista y casi sin resistencia ¿qué es lo que vino a instalar la dictadura más sangrienta de nuestra ya de por sí violenta bicentenaria historia? ¿Quiénes se beneficiaron?
En 1975 se publicó un estudio que resultaría muy influyente y que dio la tónica a los tiempos por venir. Había sido encargado por la Comisión Trilateral (integrada por varios de los más poderosos grupos económicos del mundo). Allí se quejaban de lo que llamaban “un exceso de democracia”, que había conducido a una “igualdad inaceptable” en detrimento de la gobernabilidad y la factibilidad de los negocios, y por ello diagnosticaban que se imponía recuperar la autoridad y realizar los ajustes económicos necesarios. Éste será el discurso de una naciente derecha mundial.
En la Argentina, un exótico y complejo maridaje se concretó entre las Fuerzas Armadas, con sus ideologías nacionalistas, por un lado, y los más encumbrados y concentrados grupos empresariales nacionales y extranjeros, con sus ideas liberales. La astucia del planteo del liberalismo económico consistió en convencer a las Fuerzas Armadas de que el esquema político-institucional que procuraban reemplazar estaba ligado estrechamente al ordenamiento económico que le daba sustento. El plan económico fue justificado en tanto atendía, de ese modo, más que a objetivos económicos, a los objetivos políticos del proyecto de transformación de las Fuerzas Armadas.
La idea de esta unión tuvo pretensiones de largo aliento. Nada más y nada menos que fundar una nueva Argentina, pero para ello era necesario no sólo eliminar a los grupos políticos que se opusieran sino las condiciones económico sociales existentes.
Todos para uno. Una apreciación del programa económico no puede sino enfatizar su crudo carácter clasista. Más allá del enorme beneficio que significó el enorme endeudamiento protagonizado por algunas grandes empresas, del que finalmente se hace cargo el Estado, lo que está en juego es un cambio estructural. Los salarios nominales fueron congelados en medio de un proceso inflacionario agudo facilitado por la liberalización generalizada de los precios. El salario de los trabajadores sufrió la caída más brutal que se registre. Si tomamos a 1975 como base 100 tenemos que para 1978 se ubica en 53,9.
Otro tanto ocurre con la ocupación que no para de caer durante todo el período de gobierno militar. Por ello no es casual que más del 50% de los desaparecidos sean trabajadores asalariados. Las acciones militares en las fábricas y la desaparición de delegados gremiales fue una constante ampliamente comprobada.
En el conjunto, los precios agropecuarios fueron exceptuados de las retenciones a la exportación y alentados por el incremento de la tasa de cambio, lo que trajo como consecuencia que subieron por encima de los restantes precios. Entretanto, una intensísima especulación en títulos públicos produjo una enorme transferencia de riquezas desde los ahorristas de las clases medias a las empresas y grupos financieros.
Los beneficiarios de estas políticas supieron acompañar y agradecer. El propio ministro de Economía de la dictadura, José Alfredo Martínez de Hoz, había sido hasta 1976 presidente de Acindar y representante de la emblemática APEGE (Asamblea Permanente de Entidades Gremiales Empresarias) que estaba conformada por la CEA (Consejo Empresario Argentino), la Sociedad Rural, Carbap, la Cámara de la Construcción, la de Comercio, la de grandes tiendas, las cámaras de importadores y exportadores, la de supermercados y las cámaras de bancos. Su programa de acción planteaba “la supresión directa de todos los obstáculos legales y de otro orden que traban la producción, afectan la productividad y dificultan la comercialización, entre otras, las leyes de contrato de trabajo, control de precios y horarios de comercio”.
El impulso decisivo al golpe lo protagonizan el 16 de febrero de 1976, en el que declaran un paro patronal que recibe un apoyo masivo y paraliza el país. Su último acto antes de disolverse fue la publicación de una solicitada aparecida el 24 de marzo de 1977, en la que felicitan al gobierno por el rumbo encarado y los logros conseguidos.
La Argentina que emergió con el fin de la dictadura fue más pobre, más desigual y más condicionada. Los militares perpetradores no son hoy una alternativa de poder real y tienen sobre sí la condena de la mayoría de la población, más allá de las declaraciones de algún político trasnochado. Pero el esquema de relaciones sociales y económicas que emergió después de los años de plomo ha logrado escapar a la condena y se ha naturalizado. Lo bueno de los aniversarios es que son una oportunidad para escaparnos un poco de las chicanas políticas de cada día y plantear los debates profundos que nos debemos.
*Historiador profesor de la UBA