Miércoles 1 de diciembre de 2004
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Evidencia científica
El estrés envejece hasta una década
Altera
la genética de células y tejidos
NUEVA
YORK.– En la intimidad de los delicados mecanismos genéticos que rigen la
división y la multiplicación celular, los científicos han hallado por primera
vez pruebas fehacientes de que el estrés anticipa el envejecimiento.
El hallazgo de investigadores del Laboratorio de Neuroendocrinología de la
Universidad de California demuestra que una acumulación de situaciones
estresantes es capaz de agregar muchos años más al ADN de una persona que los
de su edad cronológica real.
Los científicos encontraron que las células de la sangre de mujeres que habían
pasado la mayor parte de sus vidas cuidando de un hijo discapacitado tenían,
genéticamente hablando, una década más de edad que las mismas células de
aquellas madres que llevaban menos tiempo en la misma difícil tarea.
El estudio, que aparece en las actas de la Academia Nacional de Ciencias de los
EE.UU., sugiere también que la percepción de estar estresado puede agregar años
genéticos a la edad biológica de una persona.
A pesar de que los médicos han relacionado el estrés psicológico con una
función inmunológica débil y un mayor riesgo de contraer infecciones, aún
intentan comprender cómo es que esta tensión permanente daña y debilita los
tejidos del organismo.
La nueva investigación sugiere una manera en que ese deterioro podría ocurrir y,
lo que es más promisorio, abre al mismo tiempo la posibilidad de que el proceso
pueda ser revertido.
“Este es un significativo descubrimiento”, afirmó el doctor Bruce McEwn,
director del Laboratorio de Neuroendocrinología de la Universidad Rockefeller
de esta ciudad, quien agregó que el hallazgo brinda algunas de las más claras
evidencias jamás halladas hasta ahora acerca "del daño que pagan los
tejidos luego de una vida con alto estrés".
"Ya sabemos que al envejecer -continuó el doctor McEwen- tenemos más
tendencia a engordar, a desarrollar enfermedades de corazón y diabetes, pero
esto es una novedad."
En el experimento, las doctoras Elissa Epel y Elizabeth Blackburn, de la
Universidad de California, en San Francisco, dirigieron un equipo de investigadores
que analizaron muestras de sangre de 58 madres jóvenes y de mediana edad, 39 de
las cuales cuidaban a un hijo con enfermedades crónicas, como autismo o
parálisis cerebral. Utilizando técnicas genéticas, examinaron el ADN de los
glóbulos blancos, que son fundamentales para la respuesta del cuerpo ante una
infección.
Las científicas se centraron en una parte del ADN llamada telómero, en el
extremo de los cromosomas de la célula.
Como la cabeza de un fósforo partido, el telómero se contrae cada vez que la
célula se divide y se duplica.
Las células se reproducen a sí mismas muchas veces en la vida para reparar y
fortalecer al órgano que las alberga, para crecer o para luchar contra
cualquier enfermedad.
Una sustancia química llamada telomerasa ayuda a restaurar una porción del
telómero en cada división.
Pero luego de 10 a 50 divisiones, aproximadamente, el número varía según el
tipo de tejido y el estado de la persona: los biólogos aún no comprenden bien
cómo funciona el sistema, pero el telómero se vuelve tan corto que la célula no
puede reproducirse más.
Las personas que nacen con una enfermedad genética llamada disqueratosis
congénita, que causa un acelerado acortamiento de los telómeros, mueren
jóvenes, habitualmente a mediana edad, muy frecuentemente por complicaciones
debidas a un sistema inmunitario débil.
En resumen, se cree que el cambio en la longitud del telómero, a través del
tiempo, es la medida de la edad de la célula, de su vitalidad.
Cuando los investigadores compararon el ADN de madres que cuidaban hijos
discapacitados, encontraron una impactante tendencia: luego de considerar los
efectos de la edad, calcularon que cuanto más tiempo las mujeres habían estado
cuidando a su hijo, más corto era el largo de su telómero y más baja la
actividad de su telomerasa.
Algunas de las madres más experimentadas tenían más años que su edad
cronológica, según las mediciones de sus glóbulos blancos.
"Cuando la gente bajo estrés aparece ojerosa, es como si envejeciera
delante de nuestros ojos, y acá está sucediendo algo a nivel molecular";
eso es lo que refleja esa impresión, aseguró la doctora Blackburn, profesora de
bioquímica y biofísica.
Los investigadores también dieron a las mujeres un cuestionario donde se les
pedía que establecieran un puntaje, en una escala de tres puntos, para indicar
el grado de agotamiento que sentían en su vida cotidiana y con qué frecuencia
se veían incapacitadas para controlar las cosas importantes. Las mujeres que
estaban bajo fuerte estrés también tenían telómeros significativamente
acortados comparados con los de las que se sentían más relajadas, estuvieran
criando o no a un niño discapacitado.
"Algunas de las mujeres que tenían un estrés real también tenían una baja
percepción del mismo y el próximo paso será tratar de comprender qué es lo que
provoca este tipo de poder de recuperación", afirmó la doctora Epel.
Epel agregó que planeaban estudiar el efecto de la
meditación y el entrenamiento de la meditación y el yoga, tanto en la
percepción del estrés como en la longitud del telómero. Un tipo de tratamiento, la
terapia cognitiva, en la que la gente aprende a moderar sus respuestas al
estrés, también podría ayudar, aseguran los psicólogos.
Genes y educación
Sin embargo, la personalidad y la educación recibida seguramente también
cuentan para lograr una diferencia.
En 2003, un grupo de investigadores comenzó a estudiar a 850 personas de
Nueva Zelanda desde el nacimiento hasta los 26 años e informó que las
variaciones en un solo gen ayudaron a predecir qué niños serán más tarde
susceptibles a la depresión ante acontecimientos estresantes, como el divorcio
y el desempleo.
Los investigadores de los Institutos Nacionales de Salud de los EE.UU.
demostraron en monos que una crianza afectuosa y atenta de las crías podía
proteger a los animales jóvenes de esta variación genética promoviendo el poder
de recuperación en individuos genéticamente vulnerables. Una educación fría y
abusiva, afirman los psiquiatras, puede tener el efecto opuesto.
"Todos estos factores se entrelazan en la forma en que una persona
maneja el estrés -dijo el doctor Ronald Glaser, director del Instituto de
Investigación de Medicina Conductista de la Universidad de Ohio, quien con su
esposa, la doctora Janice Kiecolt-Glaser, documentó el efecto del estrés en la
función inmunológica-. Ahora tenemos evidencias, desde un amplio rango de
campos, de estudios de curación de heridas, de inflamación, de vacunas, y
recientemente, de la edad de las células, lo que realmente explica que el
estrés puede causar daño."
Los expertos advierten que el estudio del telómero necesita ser repetido y que
por ahora nadie ha demostrado convincentemente que el estrés psicológico acorta
significativamente la vida de las personas.
Además, está lejos de quedar claro con exactitud cómo inquietarse por los
problemas de aprendizaje de un niño, por ejemplo, puede causar que los
telómeros de los padres se acorten antes de tiempo. A pesar de que los
investigadores saben que la tensión emocional de este tipo provoca la liberación
de hormonas del estrés, como el cortisol, que con el tiempo puede dañar las
células, nadie sabe cómo estas hormonas u otras toxinas relacionadas con el
estrés afectan a los telómeros.
"Por ahora, ésa es la caja negra", aseguró la doctora Blackburn.
"Y eso es lo próximo que vamos a estudiar."
Por Benedict Carey
De The New York Times
Traducción: María Elena Rey