DOMINGO

14 de marzo de 2004

 

 

La crisis de la enseñanza
"El país no tiene un sistema educativo, sino 24 sistemas fragmentados"

La investigadora Graciela Frigerio reclama un papel más activo del Ministerio de Educación

 

 

·  Acaba de ser distinguida por el gobierno de Francia

·  Afirma que los educadores no lograron armar un secundario para el adolescente de hoy

·  Los chicos están pagando "el pato de las reformas"

   

La adolescencia y el secundario no se llevan muy bien. Consciente de esa premisa, y preocupada, la investigadora argentina Graciela Frigerio afirma que "los educadores no hemos logrado dar en la tecla y no supimos proponer un modelo escolar que convierta a la enseñanza media en un espacio más hospitalario, propicio para todos".

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Su crítica mirada a la reforma educativa y a las cosas que se hicieron -y no se hicieron- en los últimos años asoma como un llamado de atención, que merece ser tenido en cuenta.

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Creadora y directora del Centro de Estudios Multidisciplinarios, donde desde 1995 realiza investigaciones sobre distintas problemáticas que afectan a la infancia y a la adolescencia, Frigerio acaba de ser reconocida por el gobierno de Francia, que le otorgó la Orden de las Palmas Académicas, en el grado de Chevalier, por su "trabajo constante en favor de la lengua y la cultura francesa y la cooperación cultural entre Francia y la Argentina".

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Sus aportes trascienden las experiencias y talleres que desarrolla en ese centro y en la maestría de Educación que dirige en la Universidad Nacional de Entre Ríos, entre otros posgrados que dicta en distintas instituciones. En 1997, durante la gestión de Mario Giannoni en la Secretaría de Educación porteña, fue una de las impulsoras del programa Zonas de Acción Prioritaria (ZAP), orientado a fortalecer la atención educativa de los sectores más postergados de la ciudad y que las sucesivas gestiones han mantenido.

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Un secundario limitado

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"Desde sus orígenes, el nivel medio no estaba destinado a toda la población, ni para que entraran todos ni para que permanecieran todos", recuerda la investigadora, al explicar las distintas modalidades en que se organizó el secundario (bachillerato, comerciales y técnicos), según las expectativas y necesidades del Estado y de las empresas.

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-¿Ese alcance limitado se mantiene hoy en el secundario?

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-Esa huella sigue pesando. La reforma educativa no logró construir una propuesta nueva para atender a un grupo etario que se ha ido modificando.

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-¿Es un problema argentino o se extiende a los países de América latina?

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-Se va agudizando en la región, porque el mundo se vuelve hostil a las nuevas generaciones. Crecen los niveles de pobreza y la miseria. Muchos chicos están obligados a salir a ganarse el pan. Muchos se mueren, no por enfermedades incurables, sino porque la política no se ha preocupado en atenderlos. Esta grave situación de la adolescencia se incrementa y es responsabilidad de los adultos y del Estado.

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-¿Cómo lo perciben los chicos?

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-Los chicos están pagando el pato de las reformas. En los últimos años la brecha creció. En muchos lados existe un prejuicio hacia los chicos atacados por la pobreza. Por su manera de vestir se los presume posibles delincuentes. Los chicos sufren ese prejuicio. El desafío es poder pensarlos como chicos, no como pobres. Si uno los piensa como pobres, sólo les ofrecerá cosas para pobres, no se podrá salir así del asistencialismo. Ellos siempre pueden pensar y siempre pueden aprender.

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-¿Cuál es la salida?

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-No hay una receta. Habría que poner en común todas las experiencias. Aprovechar las experiencias de otros. No son clonables, pero pueden servir para aprender e imaginar cosas nuevas.

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-¿Los docentes son responsables?

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-En la Argentina hay docentes que tienen mucha experiencia y práctica en interrumpir las profecías del fracaso, que fue el modo en que actuaron las políticas económicas. Se les decía "a vos no te puede ir bien en la vida". El problema no son los docentes, sino las políticas educativas, que no se pueden pensar con independencia de las políticas económicas, laborales y sociales. Más allá de las buenas intenciones, en la década del noventa la política educativa fue de la mano de la política económica. No se puede hablar de educación para todos con políticas que producen exclusión.

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-Pero los defensores de la reforma educativa advierten que incorporaron al aula chicos no escolarizados.

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-Incorporar chicos es importante. Pero el paso que sigue es qué hacer con ellos en la escuela, cómo hacer que se queden. No tenemos en el país un sistema educativo nacional, sino una cohabitación de 24 sistemas fragmentados y segmentados.

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-¿Por haber transferido las escuelas a las provincias?

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-Por la transferencia y por el modo en que se llevó adelante la reforma educativa. Muchas provincias estaban deseosas de asumir las responsabilidades educativas en su jurisdicción. Si queremos un sistema educativo nacional debemos pensar las funciones de un Ministerio de Educación nacional. Hoy están formuladas. Hay que ver si alcanzan.

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-¿Qué habría que incluir?

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-Tenemos que repensar lo que es común a todos, definir qué es regional y local. ¿Podemos tener un sistema educativo nacional sin una política nacional de formación docente, sin un salario nacional? El ministerio debe ser un ámbito de construcción de políticas, no un espacio compensatorio.

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-¿El país avanza en ese camino?

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-No tengo la sensación de que estemos avanzando en esa dirección. Es un problema de decisión política, de repensar temas cruciales, de fortalecer el sistema educativo. No se trata de ir para atrás. Sí de plantearnos qué es ir para adelante. No debemos pensar tanto en reformas estructurales, sino cómo hacer que los chicos se sientan tentados para descubrir cosas y aprender.

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-¿Es posible hacerlo?

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-Hoy, para los chicos, el futuro se ha vuelto aterrador. No les dan ganas de crecer. El desafío es cómo les transmitimos las ganas de participar para que el mundo sea mejor, la sensación de que el tiempo del futuro es para ellos. Tenemos que devolverle al sistema educativo la idea de que educar es algo que no se hace sólo para el presente.

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Por Mariano de Vedia
De la Redacción de LA NACION

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<< Comienzo de la nota

La adolescencia y el secundario no se llevan muy bien. Consciente de esa premisa, y preocupada, la investigadora argentina Graciela Frigerio afirma que "los educadores no hemos logrado dar en la tecla y no supimos proponer un modelo escolar que convierta a la enseñanza media en un espacio más hospitalario, propicio para todos".

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Su crítica mirada a la reforma educativa y a las cosas que se hicieron -y no se hicieron- en los últimos años asoma como un llamado de atención, que merece ser tenido en cuenta.

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Creadora y directora del Centro de Estudios Multidisciplinarios, donde desde 1995 realiza investigaciones sobre distintas problemáticas que afectan a la infancia y a la adolescencia, Frigerio acaba de ser reconocida por el gobierno de Francia, que le otorgó la Orden de las Palmas Académicas, en el grado de Chevalier, por su "trabajo constante en favor de la lengua y la cultura francesa y la cooperación cultural entre Francia y la Argentina".

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Sus aportes trascienden las experiencias y talleres que desarrolla en ese centro y en la maestría de Educación que dirige en la Universidad Nacional de Entre Ríos, entre otros posgrados que dicta en distintas instituciones. En 1997, durante la gestión de Mario Giannoni en la Secretaría de Educación porteña, fue una de las impulsoras del programa Zonas de Acción Prioritaria (ZAP), orientado a fortalecer la atención educativa de los sectores más postergados de la ciudad y que las sucesivas gestiones han mantenido.

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Un secundario limitado

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"Desde sus orígenes, el nivel medio no estaba destinado a toda la población, ni para que entraran todos ni para que permanecieran todos", recuerda la investigadora, al explicar las distintas modalidades en que se organizó el secundario (bachillerato, comerciales y técnicos), según las expectativas y necesidades del Estado y de las empresas.

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-¿Ese alcance limitado se mantiene hoy en el secundario?

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-Esa huella sigue pesando. La reforma educativa no logró construir una propuesta nueva para atender a un grupo etario que se ha ido modificando.

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-¿Es un problema argentino o se extiende a los países de América latina?

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-Se va agudizando en la región, porque el mundo se vuelve hostil a las nuevas generaciones. Crecen los niveles de pobreza y la miseria. Muchos chicos están obligados a salir a ganarse el pan. Muchos se mueren, no por enfermedades incurables, sino porque la política no se ha preocupado en atenderlos. Esta grave situación de la adolescencia se incrementa y es responsabilidad de los adultos y del Estado.

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-¿Cómo lo perciben los chicos?

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-Los chicos están pagando el pato de las reformas. En los últimos años la brecha creció. En muchos lados existe un prejuicio hacia los chicos atacados por la pobreza. Por su manera de vestir se los presume posibles delincuentes. Los chicos sufren ese prejuicio. El desafío es poder pensarlos como chicos, no como pobres. Si uno los piensa como pobres, sólo les ofrecerá cosas para pobres, no se podrá salir así del asistencialismo. Ellos siempre pueden pensar y siempre pueden aprender.

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-¿Cuál es la salida?

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-No hay una receta. Habría que poner en común todas las experiencias. Aprovechar las experiencias de otros. No son clonables, pero pueden servir para aprender e imaginar cosas nuevas.

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-¿Los docentes son responsables?

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-En la Argentina hay docentes que tienen mucha experiencia y práctica en interrumpir las profecías del fracaso, que fue el modo en que actuaron las políticas económicas. Se les decía "a vos no te puede ir bien en la vida". El problema no son los docentes, sino las políticas educativas, que no se pueden pensar con independencia de las políticas económicas, laborales y sociales. Más allá de las buenas intenciones, en la década del noventa la política educativa fue de la mano de la política económica. No se puede hablar de educación para todos con políticas que producen exclusión.

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-Pero los defensores de la reforma educativa advierten que incorporaron al aula chicos no escolarizados.

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-Incorporar chicos es importante. Pero el paso que sigue es qué hacer con ellos en la escuela, cómo hacer que se queden. No tenemos en el país un sistema educativo nacional, sino una cohabitación de 24 sistemas fragmentados y segmentados.

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-¿Por haber transferido las escuelas a las provincias?

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-Por la transferencia y por el modo en que se llevó adelante la reforma educativa. Muchas provincias estaban deseosas de asumir las responsabilidades educativas en su jurisdicción. Si queremos un sistema educativo nacional debemos pensar las funciones de un Ministerio de Educación nacional. Hoy están formuladas. Hay que ver si alcanzan.

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-¿Qué habría que incluir?

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-Tenemos que repensar lo que es común a todos, definir qué es regional y local. ¿Podemos tener un sistema educativo nacional sin una política nacional de formación docente, sin un salario nacional? El ministerio debe ser un ámbito de construcción de políticas, no un espacio compensatorio.

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-¿El país avanza en ese camino?

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-No tengo la sensación de que estemos avanzando en esa dirección. Es un problema de decisión política, de repensar temas cruciales, de fortalecer el sistema educativo. No se trata de ir para atrás. Sí de plantearnos qué es ir para adelante. No debemos pensar tanto en reformas estructurales, sino cómo hacer que los chicos se sientan tentados para descubrir cosas y aprender.

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-¿Es posible hacerlo?

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-Hoy, para los chicos, el futuro se ha vuelto aterrador. No les dan ganas de crecer. El desafío es cómo les transmitimos las ganas de participar para que el mundo sea mejor, la sensación de que el tiempo del futuro es para ellos. Tenemos que devolverle al sistema educativo la idea de que educar es algo que no se hace sólo para el presente.

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Por Mariano de Vedia
De la Redacción de LA NACION 

 

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