Re-Valorizar la Etica: El
Imperativo Actual
La Etica es algo existencial, está en la persona, es su conducta, es la moral vivida, real.
La
Etica entonces, no designa un código moral (ej.: Doctrina Cristiana), sino a
cómo se vive ese código, a un modo de vida, a cómo viven los hombres en
la actualidad.
En
el marco de la sociedad occidental actual, pluralista, democrática, liberal,
podemos afirmar que la ética de la responsabilidad (del dar respuestas)
es el nombre de la Etica contemporánea.
La
ética es el proceder fiel, respetuoso, a la palabra del sujeto moral que antes
de obrar promete cumplir con ella. La conducta ética responde a una promesa, un
compromiso, a la palabra libremente asumida por una persona.
El
Ser ético obra de modo libre y responsable. El Ser moral es el Ser cuando actúa
de acuerdo al deber ser (lo normado), a los valores.
La
ética es la moral vivida, esta encarnada en la persona, es la forma en que se
manifiesta la conciencia moral. Cada individuo y cada pueblo tiene su moral
diferente. Una moral (Cristiana, Budista, Musulmana) es un código moral, una
normativa.
Hay
códigos de moral más modernos, como los establecidos por los colegios
profesionales (ej.: deontología Médica). La ética implica un libre obrar,
elegir con libertad un curso de acción o conducta, pero esta libertad se ve
complementada por la responsabilidad, por el responder por los propios actos.
La
libre elección conlleva al universo de valores, estos son universales, reglas
de conducta probadas con el tiempo que pueden ayudar a tomar decisiones en
situaciones vitales.
El
valor es el grado de utilidad o aptitud de las cosas para satisfacer las
necesidades, o proporcionar bienestar o deleite. El valor es la cualidad que
poseen algunas realidades, por lo cual son estimables, dignas de elección o no.
Tiene polaridad (positiva o negativa) y jerarquía (superior o inferior).
El valor es una idea supramundana que solo el hombre
introduce en lo real, re-conociendo su presencia en el mundo. El obrar ético es
el obrar libre y responsable en base a un proceso valorativo que determinará un
ordenamiento armónico de las necesidades, pero dependientes de juicios de valor
(lo bueno para mí).
En la percepción de un objeto o acontecimiento se produce
una valencia (rasgo de atracción o rechazo). Por ser heterogéneos los objetivos
a que me dirijo, los organizo en un sistema jerárquico de prioridades y
preferencias: importancia objetiva o subjetiva, diferentes evaluaciones o
valencias.
Se establece un orden, un cuadro organizado, al que la
personalidad subordinará la diversidad de aspiraciones, deseos o fines.
Un objeto solo tiene valor cuando es deseable para el sujeto
en el marco de su propia escala valorativa, de ahí su aspecto subjetivo
individual. Pero existen valores que son comunes a todos los hombres y por
ellos buscados y aceptados: los valores
ideales o trascendentales, que son los que persiguen la perfección
ontológica de todo ser humano, y encierran la intencionalidad axiológica del
mismo (ej.: unidad de la humanidad, amor, verdad, bondad, belleza).
Los valores son esencias objetivas y con validez a priori
existentes en la realidad exterior. Son descubiertos por el pensamiento y
preexisten a él.
Valorar es re-conocer un valor residente en el objeto aún
cuando él no esté concorde con el punto de vista personal del sujeto.
Según Viktor Frankl, creador de la Logoterapia, el hombre es libre para dar una respuesta personal
ante los condicionamientos, es responsable para responder ante cada circunstancia
y mediante la autotrascendencia (que es su condición fundamental) redimensiona
permanentemente su realidad, básicamente en la realización de valores, que pueden ser de tres tipos: a) Creativos, relacionados con el dar y
la obra, el trabajo, la creatividad; b)
Vivenciales, relacionados con el recibir-percibir: el amor, la belleza, el
arte; c) de Actitud, la que se asume ante las situaciones límite, el
sufrimiento, la culpa, la muerte.
Los valores de actitud son los que más plenifican al ser humano
y ante la falsa dicotomía Éxito-Fracaso propuesta por la sociedad consumista es
menester considerar asimismo la antítesis Plenitud- Desesperación. Un aparente
fracaso para esta sociedad mercantilista (como el no poder enriquecerse), no lo
será tal si se le encuentra sentido a la vida, lo que llevará a la Plenitud
existencial; y al contrario un rutilante Éxito (ser rico y famoso) si hay falta
de sentido conduce a la Desesperación existencial.
Socialmente abundan los ejemplos al respecto: grandes personajes
cuyo afán de poder y status económico los sumergen en una vida frívola, egoísta
e improductiva, insolidaria con el prójimo, propensa a todo tipo de adicciones,
con abandono de los valores cristianos y el debido cuidado por la familia, y
que muy frecuentemente acaban en la miseria moral o material, en la
desesperación, la alienación o el suicidio.
El ser humano,
como integridad
bio-psico-socio-espiritual, obra éticamente al elegir en libertad y con
responsabilidad, moralmente iluminado por un horizonte de valores
trascendentes. Esta imbricación entre la ética, la moral, la libertad, la
responsabilidad y los valores, nos da la idea de la íntima relación y necesaria
interconexión existente entre dichos elementos, y sirve para entender la crisis
ética que vivimos actualmente.
El estilo de vida posmoderno precipitó una caída de valores, de
la moral normativa.
La posmodernidad, con su pragmatismo materialista ha llevado
a la ética del todo vale, donde todo esta permitido, todo es igual, no hay
valores, modelos ni reglas, solo se adora al becerro de oro.
Esta grave crisis de la ética contemporánea ha sido
denunciada sorprendentemente desde las antípodas del espectro humano.
El Papa Juan Pablo II en sus escritos y encíclicas, si bien
reconoce las bondades del liberalismo económico como factor de desarrollo de
los pueblos, alerta expresamente contra las injusticias y abusos económicos
egoístas del capitalismo salvaje que al alienar y degradar al hombre solo lo
llevan a alejarse de sí mismo, de su propia esencia espiritual y de Dios.
En el otro extremo, el supremo gurú de las finanzas
internacionales, el Pope del desarrollo capitalista George Soros, ha proclamado
(en una inesperada autocrítica) las inequidades del sistema capitalista, que si
bien permitieron su enriquecimiento personal, con su afán de lucro
indiscriminado y desmedido, no contribuye a un desarrollo más justo, más
equilibrado y equitativo de los pueblos, pues cada vez la minoría de ricos son
más ricos y la mayoría de pobres son más pobres.
Ante estas contundentes críticas al modelo social
capitalista carente de valores humanos, debemos recordar aquí la sabia
sentencia bíblica:
"de qué vale al
hombre conquistar el mundo si pierde su alma”.
Hoy a esta sociedad con crisis de valores se la llama la sociedad
pluralista. Se caracteriza por un gran conglomerado de gente, mucho más que en
la antigüedad; se vive diferente al pequeño círculo de la familia, el barrio,
el pueblo.
Hay una gran mezcla de gente, de etnias raciales y de
culturas. El pluralismo es pues cuantitativo y cultural.
En la sociedad pluralista no hay una unidad moral desde el
punto de vista normativo, mientras que
en la vieja sociedad había una
relación más estrecha de los padres con los hijos, con valores religiosos más
importantes y enraizados.
Esta sociedad pluralista, entonces nos plantea una exigencia
mayor para tener un comportamiento étnico y ser morales.
Aunque los valores tradicionales hayan desaparecido o estén
en retirada, sin embargo aparece ahora la enorme importancia de la conciencia
individual como guía interna ante la falta de guía externa.
Es prioritaria entonces una buena educación dirigida
a formar la conciencia de responsabilidad, a inculcar sanos valores, a
fomentar el surgimiento de la intuición
en la conciencia individual como instrumento que permita descubrir la jerarquía
de valores trascendentes que guíen éticamente nuestra acción. Así, aunque los valores tradicionales hayan caído, esta
madurez de conciencia permite igual al hombre descubrir los sentidos únicos de
la existencia y cumplir su misión en
el mundo.
En una sociedad pluralista se vive en un relativismo.
Existe pluralismo cultural pero no debe confundirse con pluralismo ético que no
debe existir. La moral no puede ser relativa, toda moral reclama absolutez,
lo que debe ser, debe ser (sin entender esto como rigidez).
Es cuestión de encontrar algo absoluto en la sociedad
pluralista que permita ser moral en dicha sociedad; algún valor que reconozca
todo el mundo.
Existe eso absoluto que no hace diferencias de raza,
culturas, religiones y que está en todos: la
común condición humana (que en potencia y esencia es espiritual y divina).
Todos somos mortales y compartimos las mismas penurias,
miserias y alegrías humanas en el camino hacia la perfección espiritual.
La
común condición humana es un valor absoluto, no idealmente abstracto sino
tremendamente concreto, encarnado en el semejante que tengo delante mío.
Cuando se empieza a descubrir lo que nos hermana a todos en
la sociedad pluralista, comienza entonces a haber más solidaridad y
fraternidad, se va afinando el sentimiento moral.
La común condición humana es un valor absoluto porque
es algo que nos trasciende, no depende de nosotros.
Descubrimos que su condición de valor absoluto, trascendente,
lo hermana espiritualmente con los más puros valores cristianos: “ama a tu
prójimo como a ti mismo” es
entonces el paradigma a imitar.
Hallamos de esta manera un anclaje absoluto de la nueva
moral, está fundada en un valor absoluto que es la común condición humana, a la
vez terrestre y celeste, todos los hombres son iguales porque son mortales, con
sus bondades y maldades.
Ser moral implica respetar la condición humana del otro, dar
la mano, ayudar.
Debemos percibir lo común, lo que nos fraterniza:
todos somos hombres finitos, abiertos a la trascendencia infinita.
Hay que ser solidarios, ver lo que aflige al otro.
En esta sociedad pluralista el individuo está aislado,
solo, a veces entregado a sí mismo, no cuenta como antes con la ayuda del otro.
Hay problemas y necesidades comunes, a veces se persigue el consumo
desenfrenado, hay falencias en la salud, la alimentación, la educación, la
seguridad jurídica.
La vida es difícil, hay angustias y temores que se deben
vencer. Es posible ser moral ayudando al hermano, al semejante, respondiendo a
ese reclamo y esperando que también nos ayude.
Creo haber realizado un adecuado diagnóstico de la
situación. Pero eso no basta: hay que buscar una solución a la crisis de la
ética contemporánea.
No basta con el imperativo racional categórico de Kant
dirigido a la subjetividad del individuo, con su postulado voluntarioso que
dice: “Obra únicamente según la máxima que hace que puedas querer al mismo
tiempo que ella sea una ley universal”; ya que cualquier energúmeno de mala
conciencia pregonaría constantemente que la ley de la selva es ley universal.
El imperativo de hoy
es re-valorizar la ética, hay
que infundirle nuevamente valores
espirituales a esta ética actual tan vacía, light y superficial.
El problema de fondo a resolver se halla en recuperar los valores trascendentes que
guían la conciencia moral, que nos permitan distinguir el bien del mal. Solo
en la medida que podamos dilucidar claramente esto nos encaminaremos a una
conciencia moral esclarecida.
Por supuesto no es este un camino llano, la conciencia moral
se desarrolla progresivamente desde la más tierna infancia hasta la adultez,
durante toda la vida. Nadie está exento de haber padecido alguna claudicación
ética alguna vez -a sabiendas o no- pero
como “quien esté libre de culpas que lance la primera piedra”, debemos con
indulgencia, comprensión y justa firmeza buscar el arrepentimiento y la toma de
conciencia que posibilite que sean más los avances que los retrocesos; la
obtención de la limpieza de conciencia y paz espiritual es la justa recompensa
a tales esfuerzos.
Un adecuado equilibrio entre la imaginación provista por los
sentimientos y el conocimiento propio de la razón, no sólo permite superar el
viejo enfrentamiento Romanticismo-Racionalismo, sino que se convierte en el
instrumento adecuado para accionar correctamente en la realidad.
De ahí la importancia de fortalecer no sólo la actitud
racional sino básicamente toda enseñanza espiritual (sea o no estrictamente
religiosa) y moral que, haciendo hincapié en los
principios y valores cristianos privilegie el valor a la familia, al
prójimo, a Dios, y busque realizar el supremo Bien.
Asimismo, desde un punto de vista psicológico, los
beneficios se multiplican geométricamente, ya que una persona que accede al
universo de los valores y dedica su tiempo y ajusta su conducta a realizarlos,
encuentra un significado, un sentido
a su vida; ya no vive en vano, supera la
tríada neurótica de nuestro tiempo posmoderno (la violencia-agresión, la
depresión-suicidio y las adicciones –alcohol, drogas, poder) plenificando
así su existencia individual y su participación comunitaria a través de su trabajo y obras, haciéndose útil y
solidario para sí mismo y la sociedad en su conjunto.
Este enfoque permite así recuperar la iniciativa,
creatividad y responsabilidad individual, el hombre vuelve a ser artífice de su propio destino; ni caerá en el conformismo consumista de hacer
lo que otros hacen ni en el totalitarismo masificante de hacer lo que otros
exigen que haga.
Dentro del libre juego de las instituciones democráticas
debemos formarnos para la responsabilidad,
hacernos cargos del otro, responder al otro, al hijo, al desamparado, al
enfermo.
Ser moral hoy es una ética de servicio, un hombre es
servidor del semejante.
Dice la destacada espiritualista Alice A. Bailey: servicio a la humanidad es servicio a Dios. Y aquí hallamos el punto nodal que
da fundamento a la ética en el trabajo.
Entendiendo el
trabajo como una de las más importantes fuentes de realización de valores, y
como una dación, una prestación que el individuo hace a la comunidad toda, es
evidente el ámbito más apropiado (en especial en la función pública) para
canalizar su obra como una ética de servicio, que responde moralmente a las
necesidades comunitarias de la más variada índole.
En este sentido, es muy plausible y encomiable la
elaboración de los códigos de ética para los distintos desempeños laborales, ya
que al brindar sanas pautas orientativas induce al individuo a re-conocer
auténticos valores morales, consiguiendo así no sólo obrar adecuadamente en su
función sino también
encontrar un
sentido a su trabajo, a su vida, y trascender humanamente en la realización de
su esencia espiritual y divina.
Licenciado en
Psicología (UBA) Juan Martín Núñez
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