MARISA GONZALEZ DE OLEAGA : HISTORIADORA
"Para
vivir mejor, hay que optar por las pequeñas utopías de todos
los días"
Los enclaves de un suizo anarquista en
Paraguay, de los menonitas en el Chaco o de los galeses en
la Patagonia fueron, en los siglos XIX y XX, formas de dar
cuerpo a los sueños. ¿Por cuáles ideas de felicidad podemos
pelear hoy?
Claudio
Martyniuk.
La carga de
frustración que rodea el presente es muchas veces compensada
por la imaginación utópica. Y no siempre esa utopía queda
sin realizar. América latina ha sido especialmente atractiva
para las experiencias utópicas, algunas efímeras y
olvidadas, otras más extensas e influyentes.
Marisa González de Oleaga, que vive en Madrid y estudia las
colonias experimentales de nuestra región, tiene localizado
un espacio de plenitud: su casa del arroyo Caracoles en el
delta del río Paraná, donde puede contemplar los más bellos
cambios de luz. Concreta esa pequeña utopía personal en
distintos momentos del año.
¿Qué representó América latina para la imaginación utópica?
Para el imaginario español, América latina ha representado
lo ubérrimo y lo femenino. Pero esto empieza a cambiar a
partir de la Segunda Guerra Mundial. Cuando uno habla ahora
en Europa de nuestra región aparece la idea de continente
maltrecho, la miseria, el narcotráfico, la violencia. Me
parece terrible, porque es escamotear toda una parte de la
historia de la utopía del XIX. Nunca nadie nos contó de la
cantidad de pequeños emprendimientos de gente que vino y que
montó comunidades, en muchos casos exitosas aunque sin
continuidad.
¿Por ejemplo?
Puerto Bertoni, que es un enclave de un suizo anarquista en
medio de la selva paraguaya. O el caso de los galeses en la
Patagonia. Hay una historiografía latinoamericana muy
obsesionada con el Estado y la construcción de la ciudadanía
-utopías en su momento-, sin darse cuenta de que existían
otros emprendimientos muy interesantes.
Lamento que los
experimentos que aparecen a partir de 2001 en Argentina
nunca apelen a esta tradición autogestionaria muy potente.
Se sabe muy poco de ellas, hay poco escrito.
Hay también cierto desdén.
Sí, seguro. Me pasó en una librería porteña. Pido mi libro,
El hilo rojo, y el librero me dice "sí, ese sobre la utopía,
esos experimentos que nunca llegaron a nada". Le aclaré que
una cosa es que no hayan sido continuos y otra cuestión es
que hayan fracasado.
¿Qué resultados dejaron?
Dejaron un capital simbólico del que tenemos que
apropiarnos, con todos sus claroscuros. Capital que tiene
que ver con la dignidad. Nadie va a copiar el experimento de
Nueva Australia -han pasado 150 años-, pero sí el gesto de
trazar en el horizonte la idea de posibilidad de otros
mundos.
¿Qué fue Nueva Australia?
Fue un experimento de William Lane, un sindicalista
australiano que se exilia y llega al Paraguay, que como
todos los países latinoamericanos de entonces, intentaba
captar inmigrantes blancos, con la idea de "mejorar" la raza
y progresar. Este hombre monta una colonia agrícola de
australianos. De ahí sale gente que después tendrá gran
relevancia en Australia y Paraguay. Lo más fascinante de
este experimento es el valor de la cultura. Llegaron a tener
una biblioteca de varios miles de ejemplares. Hubo
conflictos -Lane era bastante autoritario-, pero hay que
acostumbrarse a que el conflicto es parte de lo humano.
¿Y Puerto Bertoni?
Fue una utopía científica llevada adelante por un sabio
enciclopédico, que trabajó en antropología, meteorología,
etnobotánica, medicina natural y que era teósofo. Los
anarquistas suizos que acompañaron a Moisés Bertoni lo
abandonaron. Imagino que porque la imagen que tenían de
ciudad no tenía nada que ver con lo que se encontraron en
Misiones y después al lado de la Triple Frontera, en lo que
hoy es Puerto Bertoni.
Además de utopías revolucionarias y científicas las hay
religiosas.
Ah, las utopías
religiosas son fascinantes. Hay experiencias de
colonias menonitas que se instalan en 1929 y se prolongan
hasta el día de hoy. Y tienen, en Paraguay, una renta per
cápita más de diez veces superior a la media nacional. Voy
al Chaco paraguayo todos los años y me encuentro con un
enclave sin correlación con el ambiente. Tienen un hospital
a nivel europeo, neuropsiquiátrico, banco: son un Estado
dentro del Estado. No son ángeles alados, pero sus proyectos
son muy interesantes. Montan un hospital de leprosos -ellos
no tienen lepra, son los indígenas los que tienen lepra- y
una escuela bilingüe. Este es un grupo humano que tiene un
gran sentido de la acumulación y de la rentabilidad
económica; por otro lado, tenemos indígenas
cazadores-recolectores.
¿Cómo se relaciona esa comunidad con los indígenas?
Es complicado, porque ellos utilizan a los indígenas en
muchos casos como peones, y eso genera conflictos. Esos
pueblos indígenas no tienen sentido de la acumulación -no
tienen por qué tenerlo, no hay nada intrínsecamente bueno en
la acumulación-. Trabajan y en cuanto cobran tienen una
especie de mandato comunitario que es el de gastar lo que
han ganado. Son modelos de vida radicalmente diferentes.
Hubo algunos episodios de violencia que llevaron a la
intervención de la policía paraguaya, pero como los
menonistas son pacifistas, algunos decidieron organizarlos,
proporcionarles todos los materiales y conocimientos para
que ellos montaran sus propias cooperativas, lo cual duplicó
su nivel de vida. No sólo comen tres veces al día, sino que
hablan de la dignidad y de no esperar que alguien desde
arriba les diga lo que tienen que hacer o vengan con
colchones y comida. Se sienten dueños del propio destino.
Para las utopías del siglo XlX, ¿qué significó la Patagonia?
¿Por qué los galeses pensaron en ella?
Nadie pensó en ningún lugar en concreto. Se encontraron con
enviados de distintos gobiernos que prometieron tierra,
buenísimas condiciones y respeto a una idiosincrasia dada
por la lengua y la religión que pretendían mantener. También
hubo muchas mentiras. De hecho, la idea que tienen los
galeses cuando llegan a Patagonia es de que es un vergel,
que es la misma que tienen los menonitas para ir al Chaco.
Les cuentan que ahí se tiran semillas y todo nace. Y de
repente se encuentran con el gran desierto. Era un
territorio más o menos en litigio y a los gobiernos
nacionales les interesaba asentar gente ahí.
¿Era preferible la presencia o la ausencia del Estado?
Siempre pensamos que los Estados débiles -y en buena medida
es cierto- son el gran lastre de América latina. Con los
galeses, el problema ha sido el Estado no débil. El Estado
argentino asfixió ese pequeño emprendimiento que tuvo un
gran éxito económico. El Estado se apropió de los éxitos y
destruyó los logros de las colonias. Se prefirió eso, con
tal de que los logros no fueran de esos galeses al margen de
la nacionalidad.
¿Qué muestran estas experiencias utópicas?
Muchas veces implican el pasaje de la política heroica a la
pequeña política. Y hoy, que no tenemos muy claro hacia
dónde vamos, la pequeña política,
los pequeños
emprendimientos son faros que nos pueden orientar.
Son importantísimos para la gente que participa y son
referentes simbólicos para otros emprendimientos. Pertenezco
a una tradición de izquierda, pero me resultan agresivos los
grandes proyectos nacionales y continentales. El siglo XX,
con las ideologías que prometían acabar con el sufrimiento
humano para siempre, casi acaba con la humanidad. Entonces,
dejemos la política heroica para las novelas.
Para vivir mejor,
hay que optar por las pequeñas utopías de todos los días.
Concretemos lo cotidiano. Es el tiempo de lo cotidiano, de
la micropolítica. Está muy bien el dar la vida por los demás
y por las grandes causas, pero tenemos una sola vida y la
gente necesita comer todos los días y sentirse digna en la
vida que le tocó vivir. Los pequeños emprendimientos cumplen
estas metas.
¿Acaso las estrategias de reconocimiento en muchos casos
serían más importantes que las pujas redistributivas?
Sí, yo creo que hay un acento en la dignidad, hay un
acento en todos los procesos de identificación, que a mí me
parece que es fundamental, tanto como la redistribución de
la riqueza o el acceso al trabajo. La acción humana
individual y colectiva está mediada por la capacidad para
imaginar cursos de acción y por la autoestima, la capacidad
para creer que se es capaz de hacerlo. Sin esto, todo lo
demás no funciona.
Esto implicaría quebrar algunos presupuestos ideológicos.
Liberalismo y socialismo son hijos del mismo padre y
comparten la idea de que ahora unos están arriba, otros
abajo, y que si se invierte la pirámide los que estaban
abajo quedan arriba.
La idea debe ser otra: no dominar,
negar que haya un único juego posible. La gran apuesta es
apartarse de ese juego de rivalidades, dar un paso al
costado y decir no. Es como cuando alguien quiere discutir
con uno y uno, sin saber muy bien por qué, entra en la
pelea. Se aceptó el juego, y eso es parte del ejercicio de
dominación. Pero si uno le dice no a ese juego de poder tan
masculino se abre un campo de cambios posibles.
Copyright Clarín, 2009.
Señas particulares
Marisa
González de Oleaga
NACIONALIDAD: ARGENTINA
ACTIVIDAD: PROFESORA DE LA UNIV. NACIONAL DE EDUCACION A
DISTANCIA, MADRID.
Doctora en Historia (Universidad Complutense de Madrid). Su
interés por las utopías en América latina surgió en una
estancia en el Public Record Office de Londres. Compiladora,
junto a Ernesto Bohoslavsky, de El hilo rojo. Palabras y
prácticas de la utopía en América latina (Paidós).
La revolución de las gallinas
Marisa González de Oleaga es
categórica. No cree en la posibilidad de volver a un paraíso
perdido. La utopía, entonces, no está detrás de la historia
ni en un horizonte que se aleja. "La vuelta a la Arcadia
primigenia, señala, no es viable; me parece que esa idea
forma parte de una sacralización de las utopías y del legado
histórico. No creo que haya que sacralizar ni idealizar.
Hay que asumir
que la sociedad está atravesada por el conflicto y que los
proyectos y experiencias utópicas nacen, crecen, se
reproducen, mueren y aparecen otras en su lugar.
Hay una tendencia a pensar que las comunidades son buenas si
duran mucho en el tiempo. Y yo
creo que las comunidades, como el amor y como todo, se
transforman. Insisto, es importante no confundir éxito con
continuidad, porque son cosas muy diferentes."
González, alejada de la sensibilidad de las utopías
centradas en el Estado o en la toma de algún Palacio de
Invierno, rescata la atención a los problemas cotidianos que
brindan algunas experiencias políticas contemporáneas. "A
mis alumnos norteamericanos de un curso que dicto en Toledo
les cuento algunas reivindicaciones del movimiento zapatista
en México, como el pedido que hacen los indígenas de la
Selva Lacandona de tela para los gallineros. Me miran como
si les estuviera tomando el pelo. No pueden entender que un
grupo revolucionario, en lugar de hablar de la revolución o
la igualdad, hable de la tela para los gallineros. Yo les
digo que las gallinas son muy importantes para quienes piden
autonomía, reconocimiento, dignidad."