Discurso
leído en las gradas del Lincoln Memorial durante la
histórica Marcha sobre Washington
Estoy
orgulloso de reunirme con ustedes hoy, en la que será ante
la historia la mayor manifestación por la libertad en la
historia de nuestro país.
Hace cien
años, un gran estadounidense, cuya simbólica sombra nos
cobija hoy, firmó la Proclama de la emancipación. Este
trascendental decreto significó como un gran rayo de luz y
de esperanza para millones de esclavos negros, chamuscados
en las llamas de una marchita injusticia. Llegó como un
precioso amanecer al final de una larga noche de cautiverio.
Pero, cien años después, el negro aún no es libre; cien años
después, la vida del negro es aún tristemente lacerada por
las esposas de la segregación y las cadenas de la
discriminación; cien años después, el negro vive en una isla
solitaria en medio de un inmenso océano de prosperidad
material; cien años después, el negro todavía languidece en
las esquinas de la sociedad estadounidense y se encuentra
desterrado en su propia tierra.
Por eso,
hoy hemos venido aquí a dramatizar una condición vergonzosa.
En cierto sentido, hemos venido a la capital de nuestro
país, a cobrar un cheque. Cuando los arquitectos de nuestra
república escribieron las magníficas palabras de la
Constitución y de la Declaración de Independencia, firmaron
un pagaré del que todo estadounidense habría de ser
heredero. Este documento era la promesa de que a todos los
hombres, les serían garantizados los inalienables derechos a
la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Es obvio
hoy en día, que Estados Unidos ha incumplido ese pagaré en
lo que concierne a sus ciudadanos negros. En lugar de honrar
esta sagrada obligación, Estados Unidos ha dado a los negros
un cheque sin fondos; un cheque que ha sido devuelto con el
sello de "fondos insuficientes". Pero nos rehusamos a creer
que el Banco de la Justicia haya quebrado. Rehusamos creer
que no haya suficientes fondos en las grandes bóvedas de la
oportunidad de este país. Por eso hemos venido a cobrar este
cheque; el cheque que nos colmará de las riquezas de la
libertad y de la seguridad de justicia.
También
hemos venido a este lugar sagrado, para recordar a Estados
Unidos de América la urgencia impetuosa del ahora. Este no
es el momento de tener el lujo de enfriarse o de tomar
tranquilizantes de gradualismo. Ahora es el momento de hacer
realidad las promesas de democracia. Ahora es el momento de
salir del oscuro y desolado valle de la segregación hacia el
camino soleado de la justicia racial. Ahora es el momento de
hacer de la justicia una realidad para todos los hijos de
Dios. Ahora es el momento de sacar a nuestro país de las
arenas movedizas de la injusticia racial hacia la roca
sólida de la hermandad.
Sería fatal
para la nación pasar por alto la urgencia del momento y no
darle la importancia a la decisión de los negros. Este
verano, ardiente por el legítimo descontento de los negros,
no pasará hasta que no haya un otoño vigorizante de libertad
e igualdad.
1963 no es
un fin, sino el principio. Y quienes tenían la esperanza de
que los negros necesitaban desahogarse y ya se sentirá
contentos, tendrán un rudo despertar si el país retorna a lo
mismo de siempre. No habrá ni descanso ni tranquilidad en
Estados Unidos hasta que a los negros se les garanticen sus
derechos de ciudadanía. Los remolinos de la rebelión
continuarán sacudiendo los cimientos de nuestra nación hasta
que surja el esplendoroso día de la justicia.
Pero hay
algo que debo decir a mi gente que aguarda en el cálido
umbral que conduce al palacio de la justicia. Debemos evitar
cometer actos injustos en el proceso de obtener el lugar que
por derecho nos corresponde. No busquemos satisfacer nuestra
sed de libertad bebiendo de la copa de la amargura y el
odio. Debemos conducir para siempre nuestra lucha por el
camino elevado de la dignidad y la disciplina. No debemos
permitir que nuestra protesta creativa degenere en violencia
física. Una y otra vez debemos elevarnos a las majestuosas
alturas donde se encuentre la fuerza física con la fuerza
del alma. La maravillosa nueva militancia que ha envuelto a
la comunidad negra, no debe conducirnos a la desconfianza de
toda la gente blanca, porque muchos de nuestros hermanos
blancos, como lo evidencia su presencia aquí hoy, han
llegado a comprender que su destino está unido al nuestro y
su libertad está inextricablemente ligada a la nuestra. No
podemos caminar solos. Y al hablar, debemos hacer la promesa
de marchar siempre hacia adelante. No podemos volver atrás.
Hay quienes
preguntan a los partidarios de los derechos civiles,
"¿Cuándo quedarán satisfechos?"
Nunca
podremos quedar satisfechos mientras nuestros cuerpos,
fatigados de tanto viajar, no puedan alojarse en los moteles
de las carreteras y en los hoteles de las ciudades. No
podremos quedar satisfechos, mientras los negros sólo
podamos trasladarnos de un gueto pequeño a un gueto más
grande. Nunca podremos quedar satisfechos, mientras un negro
de Misisipí no pueda votar y un negro de Nueva York
considere que no hay por qué votar. No, no; no estamos
satisfechos y no quedaremos satisfechos hasta que "la
justicia ruede como el agua y la rectitud como una poderosa
corriente".
Sé que
algunos de ustedes han venido hasta aquí debido a grandes
pruebas y tribulaciones. Algunos han llegado recién salidos
de angostas celdas. Algunos de ustedes han llegado de sitios
donde en su búsqueda de la libertad, han sido golpeados por
las tormentas de la persecución y derribados por los vientos
de la brutalidad policíaca. Ustedes son los veteranos del
sufrimiento creativo. Continúen trabajando con la convicción
de que el sufrimiento que no es merecido, es emancipador.
Regresen a
Misisipí, regresen a Alabama, regresen a Georgia, regresen a
Louisiana, regresen a los barrios bajos y a los guetos de
nuestras ciudades del Norte, sabiendo que de alguna manera
esta situación puede y será cambiada. No nos revolquemos en
el valle de la desesperanza.
Hoy les
digo a ustedes, amigos míos, que a pesar de las dificultades
del momento, yo aún tengo un sueño. Es un sueño
profundamente arraigado en el sueño "americano".
Sueño que
un día esta nación se levantará y vivirá el verdadero
significado de su credo: "Afirmamos que estas verdades son
evidentes: que todos los hombres son creados iguales".
Sueño que
un día, en las rojas colinas de Georgia, los hijos de los
antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de
esclavos, se puedan sentar juntos a la mesa de la hermandad.
Sueño que
un día, incluso el estado de Misisipí, un estado que se
sofoca con el calor de la injusticia y de la opresión, se
convertirá en un oasis de libertad y justicia.
Sueño que
mis cuatro hijos vivirán un día en un país en el cual no
serán juzgados por el color de su piel, sino por los rasgos
de su personalidad.
¡Hoy tengo
un sueño!
Sueño que
un día, el estado de Alabama cuyo gobernador escupe frases
de interposición entre las razas y anulación de los negros,
se convierta en un sitio donde los niños y niñas negras,
puedan unir sus manos con las de los niños y niñas blancas y
caminar unidos, como hermanos y hermanas.
¡Hoy tengo
un sueño!
Sueño que
algún día los valles serán cumbres, y las colinas y montañas
serán llanos, los sitios más escarpados serán nivelados y
los torcidos serán enderezados, y la gloria de Dios será
revelada, y se unirá todo el género humano.
Esta es
nuestra esperanza. Esta es la fe con la cual regreso al Sur.
Con esta fe podremos esculpir de la montaña de la
desesperanza una piedra de esperanza. Con esta fe podremos
trasformar el sonido discordante de nuestra nación, en una
hermosa sinfonía de fraternidad. Con esta fe podremos
trabajar juntos, rezar juntos, luchar juntos, ir a la cárcel
juntos, defender la libertad juntos, sabiendo que algún día
seremos libres.
Ese será el
día cuando todos los hijos de Dios podrán cantar el himno
con un nuevo significado, "Mi país es tuyo. Dulce tierra de
libertad, a tí te canto. Tierra de libertad donde mis
antecesores murieron, tierra orgullo de los peregrinos, de
cada costado de la montaña, que repique la libertad". Y si
Estados Unidos ha de ser grande, esto tendrá que hacerse
realidad.
Por eso,
¡que repique la libertad desde la cúspide de los montes
prodigiosos de Nueva Hampshire! ¡Que repique la libertad
desde las poderosas montañas de Nueva York! ¡Que repique la
libertad desde las alturas de las Alleghenies de
Pensilvania! ¡Que repique la libertad desde las Rocosas
cubiertas de nieve en Colorado! ¡Que repique la libertad
desde las sinuosas pendientes de California! Pero no sólo
eso: ! ¡Que repique la libertad desde la Montaña de Piedra
de Georgia! ¡Que repique la libertad desde la Montaña
Lookout de Tennesse! ¡Que repique la libertad desde cada
pequeña colina y montaña de Misisipí! "De cada costado de la
montaña, que repique la libertad".
Cuando
repique la libertad y la dejemos repicar en cada aldea y en
cada caserío, en cada estado y en cada ciudad, podremos
acelerar la llegada del día cuando todos los hijos de Dios,
negros y blancos, judíos y cristianos, protestantes y
católicos, puedan unir sus manos y cantar las palabras del
viejo espiritual negro: "¡Libres al fin! ¡Libres al fin!
Gracias a Dios omnipotente, ¡somos libres al fin!"
Washington, DC
28 de agosto de 1963
A 50 años del discurso de Martin Luther King, el racismo sigue en EE.UU.
Los afroamericanos son discriminados económica y penalmente. La candidatura
de Obama desató expresiones de intolerancia.
WASHINGTON. CORRESPONSAL - 25/08/13
La marcha que tuvo lugar ayer en Washington para conmemorar el 50°
aniversario del discurso de Martin Luther King conocido como “I
have a Dream ” se desarrolló
en un ambiente muy diferente al que imperaba en aquellos años de segregación
y violencia.
En efecto, entonces los afroamericanos no podían ir a las mismas escuelas
que los blancos, tampoco podían utilizar los mismos baños públicos ni beber
de las mismas fuentes de agua. En los ómnibus debían sentarse en la parte de
atrás. El Ku Klux Klan seguía amenazándolos con sus linchamientos y quemando
sus iglesias. La policía reprimía con saña cualquier manifestación cuyo
reclamo fuese cambiar esa terrible situación.
Nada de eso existe actualmente. Pero, pese
a que una serie de leyes claves protegen los derechos civiles de los
afroamericanos y han contribuido enormemente a la integración racial, el
racismo continúa.
“Este no es el momento de una conmemoración nostálgica’’, afirmó ayer Martin
Luther King III, el hijo mayor del famoso líder afroamericano, frente a lo
que se calcula fueron 100.000 personas. “Ni tampoco es el momento de una
celebración autocongratulatoria. La tarea no está terminada. El viaje no ha
terminado. Podemos y debemos hacer más’’.
La elección de Barack Obama provocó tantas ilusiones como las que causó el
discurso en el que Martin Luther King hace 50 años invitó a sus
conciudadanos a compartir su sueño de “que algún día los hijos de los
antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños podrán sentarse juntos
en la mesa de la fraternidad”.
Pero desde el momento en que Obama anunció su candidatura a presidente,
pudieron observarse expresiones
de un racismo recalcitrante que no se había visto en años. Obama fue
acusado de no ser estadounidense. Militantes de la ultraderecha se
disfrazaron de monos con una careta de Obama en su rostro.
Si bien la lucha contra el racismo no fue una de sus prioridades, Obama
adoptó una política inclusiva. Su elección y reelección se debieron al
apoyo de una coalición de blanco-hispanos y afroamericanos, y actualmente
está presionando al Congreso para que adopte una reforma migratoria. Además
con Obama, la clase media afroamericana logró un espacio en la Casa Blanca,
y en otros ámbitos de toma de decisiones muchos más grandes de los que tenía
antes.
La situación económica de los afroamericanos, sin embargo, no es mejor hoy
que hace 50 años. En efecto, entonces la tasa de desocupación era de 5 por
ciento entre los blancos y más del doble, el 10,9% entre los afroamericanos.
Hoy es de 6,6% entre los blancos y del 12,6 % entre los afroamericanos. De
acuerdo a las estadísticas oficiales, en los últimos 30 años el 13 por
ciento de los blancos no tuvo seguro médico mientras que la proporción de
afroamericanos fue del 21%.
Consciente de este hecho, Obama piensa dedicar el discurso que pronunciará
el miércoles, en honor a Martin Luther King, fundamentalmente al problema
económico de los afroamericanos. “No hay ninguna contradicción entre la
lucha por la igualdad racial y la lucha para colmar las diferencias entre
las condiciones de vida”, manifestó una de sus más cercanas asesoras,
Valerie Jarret.
La discriminación racial, sin embargo no es solo de tipo económico. También
se ve cuando los policías tienen un gatillo mucho más fácil con los
afroamericanos y las sentencias de los afroamericanos son mucho más severas
que las de los blancos.
Más aún, ayer el representante demócrata John Lewis, el único orador
sobreviviente de la Marcha a Washington de 1963, criticó duramente una
decisión de la Corte Suprema que eliminó un artículo antidiscriminatorio de
la Ley sobre el Derecho al Voto.
Lewis fue un líder de la marcha que en 1965 tuvo lugar en Selma para exigir
el acceso a los centros de votación. La represión de la policía ese día fue
sangrienta.
“Derramé un poquito de sangre en ese puente por el derecho a votar’’, dijo
Lewis ayer . “No voy a quedarme de brazos cruzados y dejar que la Corte
Suprema nos arrebate el derecho al voto. Ustedes no pueden quedarse
sentados. Tenemos que ponernos de pie y hacer oír nuestra voz’’.
El comentario gubernamental en el blog oficial
de la Casa Blanca (en inglés):
http://www.whitehouse.gov/blog/2013/08/24/50-years-later-our-march-goes?utm_source=snapshot&utm_medium=email&utm_content=082613-blog