Videla murió, pero no se acabó la cultura autoritaria

POR JORGE LANATA          18/05/13

Muerto el perro, ¿se acabó la rabia? Sostienen las enciclopedias que el sentido de este refrán español tiene que ver con la causa y el efecto: “Se aplica a un enemigo que ya no puede hacer más daño porque está muerto o, en sentido general, a cualquier persona que está causando perjuicio”. El sentido intrínseco no es sólo español, sino mundial. “Rabies end with the death of a dog”, la traducción literal al inglés no tiene mucha lógica. Ellos dirían: “The best way to solve a problem is to attack the cause”. Pero y entonces, ¿el efecto termina cuando la causa muere?

No termina; el refrán es una falacia. La mejor manera de librarnos de nuestras responsabilidades individuales es transformarlas en símbolos colectivos.

Ayer murió un símbolo de la dictadura de 1976, quizás el mayor, un integrista católico que se creyó predestinado, un militar completamente argentino que encabezó la masacre de miles de personas. Pero recordar hoy la última dictadura militar como un plato volador que aterrizó para sojuzgar a millones de argentinos honrados y pluralistas es mentira. Videla fue un asesino, pero un asesino emergente de su época, su cultura y su país.

Claro que hubo víctimas, y muchas, pero hubo también silencio cómplice, abulia y desinterés. Nadie mata a decenas de miles de personas en un país que no lo consiente por acción u omisión. Aunque no es cierto que “cada país tiene lo que se merece”, es fácil depositar la culpa en el otro y nivelar todas las responsabilidades. En un país del Tercer Mundo donde un tercio de la población está aún debajo de los niveles de pobreza, hay gente que no tiene lo que se merece, tan sólo tiene lo que le dan, lo que le toca.

Y hay, después, niveles de responsabilidad. Hubo, ayer, quienes se alegraron de la muerte: algunos recordaron el “Obituario con hurras”, de Mario Benedetti, el mayor de los poetas menores del Uruguay. Circuló con profusión por Internet luego de la muerte de Reagan, aunque el mismo Benedetti aclaró que había sido escrito en 1963 “y se refería a cierto crápula doméstico”.

“Se acabó el monstruo prócer, / se acabó para siempre, / vamos a festejarlo, / a no ponernos tibios, / a no creer que éste / es un muerto cualquiera” , dice el Obituario.

“Vamos a festejarlo, / a no ponernos flojos, / a no olvidar que éste / es un muerto de mierda” .

Videla fue la expresión más acabada del Partido Militar, de aquellos nacionalistas que tomaban por asalto el poder para nombrar luego a ministros de Economía liberales. Pero el Partido Militar contó con el apoyo de toda la clase política local: según las épocas, ya los radicales, comunistas, socialistas como los mismos peronistas llamaron con pasión a la puerta de los cuarteles. Hasta la propia guerrilla lo hizo, en la convicción de que una dictadura sangrienta haría que el pueblo apoyara los “ejércitos populares”. Mientras los Kirchner remataban departamentos en Santa Cruz, el Partido Comunista local sufría una división interna: estaban los que creían que “matando a diez mil” esto se arreglaba, y estaban los que decían que “eran necesarios cien mil al menos”. El apoyo de Moscú a la dictadura fue general: las diferencias estaban entre apoyar a Videla o a Massera y Viola. Esto suena tan extraño a la cultura de esta época como recordar a aquel tipo que durante el Juicio a las Juntas –yo estaba ahí– relató que lo liberaron de la ESMA cuando presentó el carnet del partido.

Ahora que pasaron casi cuarenta años y murió Videla, tal vez valga la pena preguntarse qué queda de Videla en nosotros, qué cosas de la dictadura militar sobreviven en una democracia autoritaria, la de un gobierno que completó e impulsó los juicios a los genocidas pero, a la vez, se preocupó más por los derechos humanos pasados que por respetar los presentes. ¿Son tan distintos los militares que se pensaban anteriores a la Nación que el grupo que sostiene el monopolio de lo nacional y popular? ¿Y las fantasías del poder eterno? ¿El sueño de Onganía de gobernar veinte años difiere en sustancia de la reelección indefinida? Se dirá que ahora, afortunadamente, el pueblo vota. Es obvio, ¿pero no se mantiene la lógica amigo-enemigo? ¿No hay, también hoy, quienes tienen el copyright de la verdad? El proyecto Equis o el infiltrado de la Policía en la agencia Rodolfo Walsh evocan los mismos fantasmas del pasado, como lo evoca la censura a los índices de precios de las consultoras o el acoso a los medios independientes.

“Hay dos modelos de periodistas: el liberal dependiente y el de la causa nacional”, dijo esta semana Carlos Kunkel, copropietario de la causa nacional. ¿No hay en ese pensamiento un hálito de Videla?

Las dictaduras de las mayorías o de las minorías no son tan distintas: ambas necesitan que el Otro desaparezca y ambas se sostienen en la convicción de que son los únicos representantes del Pueblo, la Verdad y la Nación. Por eso son personalistas, autoritarias y necesitan inventarse un pasado y un presente; por eso siempre son “fundacionales” y tienen un único interés: mantenerse en el poder a costa de lo que sea.

Videla murió ayer, pero la cultura autoritaria del Partido Militar aún sobrevive y atraviesa la historia argentina del siglo XX y el actual. Falta que pase mucha agua bajo el puente hasta que Videla esté definitivamente muerto.

 

“Si los mejores no hacen política, la política cae en manos de los peores”

POR EDUARDO VAN DER KOOY NOBO@CLARIN.COM          18/05/13

Mario Vargas Llosa está inquieto. En el día y medio de permanencia en Oslo, Noruega, donde cerró con un mensaje en inglés limpio el Freedom Forum sobre Derechos Humanos y libertades, alternó una parva de actividades programadas con su afición por el diálogo informal, distendido. En cada uno de esos diálogos –también con este periodista– interrogó sobre la situación en la Argentina, la reforma judicial y los avatares del periodismo. Sorprendió su nivel de información. Se animó a ensayar, en medio de una cena con manjares en el Grand Hotel, definiciones tajantes: “Si Cristina fuera contra Clarín estaría cruzando un límite muy peligroso para la democracia argentina”, apuntó. El Premio Nobel de Literatura disfruta de Oslo, la sede del Nobel de la Paz. La disfruta por la belleza cautivante de esta ciudad pero también, quizás, por su cercanía a Suecia. Allí recibió su galardón máximo en 2010. Otras actividades, simplemente, las cumpliría en su condición ineludible de hombre público y notorio en la escena mundial. De Oslo viajó a Bulgaria para recibir el Honoris Causa de la Universidad de Sofía. De allí a Budapest y a Madrid. Ya tiene agenda internacional incluso hasta 2016. “Está dando vueltas un compromiso en Chicago. Pero mi secretaria (que es Patricia, su mujer) me bajó de un golpe a la realidad. Me dijo que ese año cumpliré los 80. ¿Se imagina, 80? Ya no se puede planificar a tan largo plazo”, dice como envuelto en un asombro. En esa gira imaginaria a largo plazo, Vargas Llosa hace a cada rato una escala en la Argentina. Y así comienza la conversación, apenas con una botella de agua mineral como tercera compañía.

–Se lo observa y se lo escucha muy inquieto por lo que pasa en la Argentina...

Como para no estarlo. ¿Qué le parece? Siendo la Argentina un país tan importante, si hay –como hay– un retroceso tan brutal sobre la libertad de expresión va a tener una repercusión enorme. En América Latina y en el mundo de habla hispana. La opinión pública internacional sigue de cerca la hostilidad declarada del Gobierno hacia Clarín, sobre todo, y también hacia La Nación. Se han visto los pasos dados como un peligro creciente contra la libertad de expresión en la Argentina. La libertad de expresión no es sólo libertad de expresión. Implica también un proyecto de control de la información y probablemente un proyecto de eternización en el poder. Es decir que un retroceso de esa dimensión, dado el peso específico que tiene la Argentina, sería sumamente grave para todo el continente. Afortunadamente uno observa que hay, en el plano internacional y en el propio país, un fuerte rechazo a ese intento y una solidaridad declarada con el periodismo independiente.

–¿Qué razones encuentra usted para este proceso tan confrontativo en la Argentina, donde la prensa queda como principal contendiente?

–Creo que en la Argentina siempre hubo muchos problemas pero, desde el regreso de la democracia, la libertad de expresión no parecía un problema. Era como una garantía hacia el futuro. Si esa garantía que es la libertad de prensa se ve atacada o abolida no es sólo un problema de la libertad de expresión. Es un problema de la democracia y la institucionalidad. Pero lo que está ocurriendo en la Argentina tiene antecedentes. Es lo que sucede en Venezuela con la prensa libre recortada en sus funciones por medidas de toda índole, en Ecuador donde hay una confrontación muy violenta del presidente Correa (Rafael) con el periodismo crítico, ha ocurrido lo mismo en Bolivia con Evo Morales pero se pensaba que la institucionalidad estaba mucho más consolidada en la Argentina y que ese peligro allí no podía sobrevenir. Desgraciadamente es una tendencia que no sólo apunta a acallar las voces y las disidencias sino apunta al continuismo político. Y eso ocurre cuando América Latina parecía estar saliendo de la tradición autoritaria. Cuando uno mira el mapa de la región observa que hay un progreso muy considerable frente al pasado. De hecho, casi no existen dictaduras, hay menos populismos, hay gobiernos democráticos con consensos nacionales consolidados, con izquierdas y derechas asentadas que han aceptado jugar dentro de las reglas del sistema. Por eso ese presunto retroceso sería gravísimo.

–Usted dice que hay menos populismos; sin embargo, existe un eje claro identificado con esa tendencia.

Es el eje chavista, el delirio mesiánico de Chávez (Hugo), que ha tenido por desgracia extensión en algunos países, aunque no muchos. Digo Ecuador, Bolivia, Nicaragua. Y desde hace algún tiempo la Argentina, que ha mostrado un apoyo directo a Caracas, incluso ahora a Maduro (Nicolás) luego de un gran fraude electoral. La agresión del gobierno de Cristina Fernández al periodismo independiente sería la confirmación de que no hay sólo una simpatía chavista sino una cabecera de playa en la Argentina.

–La llegada de Maduro al poder tras la desaparición de Chávez puede anticipar alguna posibilidad de cambio.

La muerte de Chávez abre lentamente las puertas a la desaparición del chavismo. El régimen estaba ligado a la personalidad torrencial de Chávez y ese régimen no tiene posibilidades de continuar encarnado en una figura tan opaca, tan poco carismática como la de Maduro. Mi impresión es que estas elecciones –que probablemente ganó la oposición, como indica la negativa de Maduro de hacer el recuento de votos que le han pedido– indican que hay un proceso de desagregación, de ilusión perdida de lo que fue el régimen chavista. En parte por la desaparición de Chávez pero también por la espantosa crisis política, económica, social, de criminalidad y cultural. Lo que habría que esperar, a lo mejor, es que este proceso se acelere y venga una democratización de Venezuela y una institucionalización que le permita salir de la crisis.

–¿Cómo ha visto esta década argentina? ¿Hubo a su juicio ciclos diferentes? ¿Hubo un tiempo mejor y otro peor?

–Yo creo que ha habido un deterioro político e institucional en la Argentina en los últimos años. La era Kirchner comienza con una ilusión de bonanza económica pero con un deterioro progresivo en los otros campos.

–Usted no hace ninguna diferencia entre Néstor Kirchner y Cristina.

–Yo no hago diferencias. Y si las hago, son mínimas. Probablemente la radicalización que se observa en Cristina tenga que ver con el deterioro de la situación general. El régimen tiene mucho menos apoyo en la opinión pública, menos apoyo popular que en la primera época.

–Me gustaría recordarle que hace un año y medio Cristina ganó con el 54% de los votos.

Ese es uno de los grandes misterios de la Argentina. Su perseverancia en el error. Inexplicable, podríamos decir, en un país que tiene los índices culturales y de educación mas elevados de la región.

–¿Tiene esos niveles o los tenía?

–Yo creo que los mantiene todavía. Por eso se hace mas difícil la comprensión. Y creo que los tiene, por ejemplo, leyendo la prensa argentina. De las mejores, créame. Y no se lo digo para halagarlo. Leo y viajo mucho. La Argentina tuvo uno de los sistemas educativos mejor ponderados del mundo. Quizás eso no se recuerda hoy, pero es la realidad. Y hay muchísimos argentinos que se han beneficiado de eso. Puede ser, como ocurre en muchos lados, que esté un poco en declinación. Pero algo de eso tiene que haber quedado. En su periodismo, en sus academias, en su nivel cultural elevadísimo. Eso no se compadece con el deterioro de la clase política. Debiera tener una clase política que estuviera a esa altura. Pero, bueno, ese es el misterio no develado del que estábamos hablando.

–¿Cómo explica ese supuesto nivel cultural con la pobreza política e institucional del presente? Algo no parece cerrar en todo eso.

Cómo no, eso puede existir. Y existe. Los sectores más preparados de la Argentina tienen reticencia a entrar a la política. Ven esa actividad con mucho desánimo. Con cierto rechazo. Y prefieren dedicarse a otras actividades. Eso es gravísimo. Porque si los mejores no hacen política, la política cae en manos de los peores. Se trata de un problema de muchos países. Pero creo que ningún país lo vive de manera tan trágica como lo vive la Argentina. La crisis de la política, sobre todo, es la que la ha conducido a este tobogán.