Muchos dicen que la crisis financiera mundial no se podía haber previsto.
Quizás no por los financistas y economistas, pero otros que observaban lo que
ocurría en los mercados estaban más que preocupados. Ya en 1997, planteé mi
preocupación de que se repitiera un colapso del sistema económico similar al de
1929-1933 en mi libro Una ética mundial para la economía y la política. En ese
entonces ya aventuraba el que para los economistas era un planteamiento
herético: que la teoría del caos se debía aplicar a la economía; que de las más
pequeñas causas pueden derivar efectos devastadores.
No se podía descartar de modo alguno "un retorno de la crisis económica mundial
y el colapso del orden económico mundial de 1929-1933". Así es que no me
sorprendió la rapidez y la dimensión de los acontecimientos de los últimos
meses. De hecho, sólo unos cuantos economistas -como los premios Nobel de 2001
Joseph Stiglitz y de 2008 Paul Krugman- advirtieron acerca de los fatales
sucesos que iban preparándose en la economía globalizada de hoy.
Contrariamente a muchas predicciones de los expertos económicos, la crisis no se
ha limitado al sector financiero. En lugar de ello, está generando un efecto
masivo sobre la economía real, afectando con especial dureza a las industrias
del automóvil y los productos químicos. En contraste con 1929, no se está
limitando el crédito; por el contrario, se está insuflando dinero público a los
bancos y a la economía. Sin embargo, estas medidas serán exitosas sólo si no se
toman de manera aislada y populista.
En lugar de ello, deber ser parte de un plan general convincente, que combine
una intervención estatal responsable con el alivio de las cargas financieras de
los ciudadanos comunes y corrientes, así como ahorrar en los presupuestos
públicos. Una deuda estatal de límites imprevisibles -que han de pagar las
generaciones futuras- no es una solución viable ni ética. Afortunadamente, hay
señales de que la mentalidad general que contribuyó a propagar la crisis está
cambiando.
En los países industrializados ricos, tras una época de conducta miope y cínica
de buscar las mayores ganancias posibles, es posible que estemos en los
comienzos de una nueva era de modestia y sostenibilidad. Las compañías enfrentan
una creciente presión para comportarse éticamente, y por fin se castiga el
comportamiento empresarial poco ético.
En una gira de conferencias en los Estados Unidos en noviembre de 2008, pude ver
que ahora muchas personas se están quejando del exagerado deseo de lucro de las
empresas y de la megalomanía en política. A medida que caen los mercados, los
llamados a aplicar una regulación ética de la búsqueda de ganancias se han visto
confirmados no sólo en términos de principios, sino también en los hechos.
Sin embargo, la ética no es sólo la guinda del pastel ni una adición incidental
en la economía de mercado global. En lugar de ello, la nueva arquitectura
financiera que muchos demandan hoy, y que se necesita con urgencia, debe estar
sostenida por un marco ético. Los fatales instintos humanos de la avaricia y la
soberbia sólo se pueden dominar mediante algunas normas éticas elementales. ¿Qué
contendría este marco ético? Un párrafo de la Declaración hacia una Ética Global
del Parlamento de las Religiones del Mundo en Chicago en 1993 señala lo
siguiente: "En las grandes religiones y tradiciones éticas de las antigüedad
encontramos la directriz: ¡No robarás! O, en términos positivos: ¡Haz tratos de
manera justa y honesta!
Nadie tiene derecho a robar o desposeer de manera alguna a otra persona o a la
comunidad. Más aún, nadie tiene derecho a utilizar sus posesiones sin considerar
las necesidades de la sociedad y el planeta. Ser auténticamente humanos, en el
espíritu de nuestras grandes religiones y tradiciones éticas significa lo
siguiente: a) Debemos utilizar el poder económico y político para servir a la
humanidad, en lugar de desperdiciarlo en implacables batallas por la dominación.
Debemos desarrollar un espíritu de compasión por quienes sufren, prestando
especial atención a los niños, los ancianos, los pobres, los discapacitados, los
refugiados y quienes se encuentran abandonados; b) Debemos cultivar el respeto
mutuo y la consideración, de manera de alcanzar un equilibrio de intereses
razonable, en lugar de pensar sólo en un poder ilimitado y las inevitables
luchas de competencia; c) Debemos valorar un sentido de moderación y modestia,
en lugar de una insaciable sed de dinero, prestigio y consumo.
En la avaricia los seres humanos pierden sus "almas", su libertad, su
compostura, su paz interior, y con ello lo que los hace humanos.
Muchas esperanzas en todo el mundo se centran en el presidente Barack Obama, que
asumió con una estatura moral extraordinaria para un político. No haré un juicio
sobre sus planes para la economía global hasta el momento; sin embargo, no hay
duda de que ha reconocido la dimensión ética de la crisis económica actual.
El sufrimiento de tantos en la actualidad significa una presión para emprender
reformas y Obama ha transformado hábilmente estas presiones en una fuerza
política. Todo esto muestra que la reflexión sobre los valores éticos comunes,
una ética global, se necesita hoy con más urgencia que nunca.
Copyright Clarín y Project Syndicate/Institute for Human Sciences, 2009.