Secreto con el Papa Juan Pablo II : un extraño y peculiar suceso el día que estreché la mano de Su Santidad en el Vaticano (15 de Octubre de 1980).

En el año 1980, la Divina Providencia hizo que, siendo en ese entonces soltero, tuviera la posibilidad (que por razones económicas ya no se repetiría) de viajar por Europa, en la búsqueda de conocer otros modos de vida y forjar lazos fraternales con otros seres humanos en diversos países, algunos incluso no habitualmente visitados.  Pude tomar contacto con distintas culturas e idiosincracias, y admirar en el viejo mundo un patrimonio artístico-histórico realmente hermoso y espectacular. 

Así, durante 45 días visité entre otros países, España, Holanda, Suiza, Francia, Alemania, Inglaterra, Dinamarca, Suecia, y también Italia. En este último, hallándome en Roma, me apresté para asistir en el Vaticano a la Audiencia Papal y poder lograr el difícil objetivo de saludar al Santo Padre, tal como lo había planeado previamente en Argentina, habiendo inclusive averiguado por otras personas que ya habían concurrido en ocasiones anteriores, el lugar exacto del vallado por donde se retiraba caminando el Santo Padre (eran los comienzos de su pontificado) estrechando la mano de los fieles luego de oficiar la misa en la Plaza de San Pedro (todavía no había ocurrido el atentado que posteriormente modificaría el lugar de realización de la ceremonia).  

En un día soleado, fue una misa tocante y emotiva; la Plaza de San Pedro estaba colmada y recuerdo que junto a mí estaba un grupo de entusiastas y alegres catalanes. Terminada la ceremonia litúrgica -seguida con gran recogimiento por la multitud-, que fue oficiada por Juan Pablo II en un altar especialmente situado en un sector vallado de la Plaza, el Papa descendió de dicho proscenio y se encaminó con paso ágil a bordear internamente el vallado perimetral consistente en simples barandas metálicas de un metro de alto, estrechando las manos de los fieles que ansiosamente le sacaban fotos y pedían su bendición.  El Papa Juan Pablo II  era apenas seguido a distancia por dos o tres guardias suizos, y recorría con estampa atlética y sin ninguna dificultad todo lo largo del vallado, siguiendo tal cual el camino previsto, saludando a los fieles y acercándose prontamente hacia el lugar donde yo me encontraba apoyado en la baranda esperando su paso.  

Casi llegando a mí, cuando yo me aprestaba con el corazón latiéndome aceleradamente por la emoción, a estrechar su mano, imprevistamente se detuvo, haciendo un alto para observar algo que despertó su atención a lo lejos entre los obispos que habían concelebrado la misa.  En ese momento, encontrándose tan cerca mío, diría a escasos centímetros, el mundo se detuvo para mí, debía decidir en escasos segundos qué hacer, pues corría el riesgo cierto que decidiera retomar su camino hacia el interior de la Basílica con lo cual perdería la tan preciadísima oportunidad de saludarle.

Fue entonces que sucedió lo que he guardado como un celoso secreto hasta el día de hoy, ese raro e inesperado acontecimiento que incluso comentando la situación que se daba y preguntándole a personas conocidas y amigas, ya sea laicas o religiosas, para que adivinen lo sucedido entonces, nadie pudo descubrir qué había pasado de extraño y peculiar en ese instante tan trascendente e  importante para mí. 

En esa crucial encrucijada, y decidido a no perder tamaña ocasión, quizás única en mi vida, extendí entonces trémulamente mi mano hacia él, y Juan Pablo II, girando su rostro hacia mí al par que esgrimía su dulce sonrisa y su mirada tan expresiva, como comprendiendo mi sufriente disyuntiva, desde la posición oblicua en que se encontraba, con un leve movimiento de su brazo estrechó mi mano derecha con su mano......izquierda!!!,  ¿verdad que nunca se lo hubieran imaginado?. 

A veces pienso que he sido afortunado, si bien pocos han estrechado la mano del Papa, creo que poquísimos, casi nadie puede decir que ha estrechado su mano izquierda, lo cual siempre me conmueve y emociona pues es un recuerdo extraordinario de un paseo imborrable, en su doble vertiente de viaje turístico exterior y también hacia mi interior espiritual, pues fue grabado a fuego en mi alma con su actitud bondadosa y es motivo de gran orgullo, pues se dice que simbólicamente la izquierda es la mano del corazón y del amor, ese Amor que tan pletóricamente derrama eternamente Juan Pablo II, verdadero mensajero de Dios, sobre nosotros.

Licenciado en Psicología (UBA) – Posgrado en Logoterapia (UCA) Juan Martín Nuñez

 

Google