Estimados amigos:
este texto que les
envío es el resultado de una jornada de reflexión propósito de los
sucesos acaecidos estos últimos días en nuestra Comarca (Viedma-Carmen de
Patagones).
La producción es de alumnos de nivel medio
y la universidad.
Les ruego que, en la medida en que
compartan nuestras apreciaciones, reenvíen este texto a todos sus conocidos.
Somos tristemente conocidos en el mundo por el horror de los últimos días.
Nuestros jóvenes tienen derecho a que se escuchen sus opiniones sobre lo
sucedido.
Muchas gracias.
Cordialmente.
Mónica
Larrañaga
Cátedra
de Literatura Argentina.
Universidad
Nacional del Comahue
Viedma (ciudad contigua a Carmen de Patagones)
Patagonia Argentina
Desde el Ojo de la Tormenta
(fragmentos)
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Latinoamérica es un continente cuya identidad se
definió por la violencia. Argentina no es ajena a dicho proceso de
formación identitaria, y la Patagonia tampoco. Desde la colonización hasta estos días,
estamos rodeados por la violencia en toda sus manifestaciones: verbal, física,
simbólica, etc. Cada uno de nosotros vive agobiado por una realidad creada, que
intenta ocultar un trasfondo adverso. Esto tiene como consecuencia:
-la naturalización
de los hechos violentos
-la exacerbación del individualismo, reconocido por todos en el lamentable slogan: “no te metás”, y que llega a nosotros intacto y vigente desde la década del ’70, el golpe más trágico que conocimos.
Los medios masivos difunden un modelo a seguir, que culmina con la destrucción del vínculo social inmediato, ocasionando la fragmentación social. Esto ocurre al punto tal que vestirse de negro carga de un significado negativo.
El surgimiento de nuevos actores sociales, que son
marginados y discriminados, acarrea como emergente la violencia. En
esta sociedad, formada por sujetos que intentan diferenciarse y reconocerse al
mismo tiempo, la idea de afirmar la
heterogeneidad, recibe como premio el desdén, la censura, etc.
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¿Cómo
se llega a marcar a un joven que escucha Heavy Metal,
usa ropa negra, no se relaciona con el resto, y “es raro”? ¿A partir de qué
elemento del conjunto de alternativas, consumos culturales, se adopta una
mirada agresiva contra este sujeto? ¿Ser
joven, ser pobre, ser diferente, son categorías criminales?
La visión de los medios de comunicación, de nuestro país y
del resto del mundo, ha tomado esta tragedia, nuestra tragedia, traduciéndola
según los esquemas de otros países, en los que ya se ha establecido que la juventud suele ser peligrosa. Junto a ello, recibimos las posibles soluciones, criminalizando así también, la institución
escolar; nos presentan la solución final
al problema de la violencia juvenil. Pero esa violencia ¿no es el emergente de un conjunto mayor, que traspasa
los límites de una escuela pública, que transcurre en un tiempo superior a las
cuatros horas de clases?
Creemos que hay una invasión de la violencia, tanto verbal como física y simbólica; desde nuestra gente, nuestra policía, nuestro Estado. Existe una tradición violenta que nos marca: dictaduras, censura, guerra, desapariciones, atentados, desempleo, hambre, y sobre todo: impunidad. Conocemos de sobra quiénes son los que merecen la categoría de criminales; deambulan por los Ministerios, aparecen en televisión, contestan reportajes desde Chile. Pensar que esta tragedia debe castigarse con todo el rigor de la ley, o sea, modificar una ley (porque, en este caso, el menor no es imputable) es lo mismo que ocultar el sol con un dedo; importar detectores de armas para nuestras escuelas públicas es trazar, o acentuar aún más, la línea que nos divide como sociedad, es verter ese líquido corrosivo que, poco a poco, nos anestesia.
Considerar peligrosa la juventud, decir que los chicos son propensos a la violencia, es olvidar/ocultar el carácter hereditario de ésta en nuestro país, propagada desde hace algunos años. Porque ¿no nos suena toda esta mirada, la mirada alarmista de los medios de comunicación, como un pedido de mano dura? ¿No se vuelven a los mismos temas hipócritas, como el control de armas, imputación a menores, más cárceles, y sobre todo: seguridad? Palabra que, sin duda, posibilita más de un sentido. No olvidemos que seguridad fue también un fin perseguido por nuestros militares, nuestra policía corrupta, arrasando las villas miserias. Y, justamente, hoy, los comentarios de algunos habitantes de esta comarca, sentencias resumibles en “y, sí, de esa escuela era de esperarse”; la cómoda posición de relegar en el otro las carencias generales.
Pensar que las escuelas públicas, en barrios pobres, sólo albergan futuros criminales, es olvidar que nuestros más ilustres asesinos fueron sujetos muy educados, con excelente entrenamiento, alimentación, y oportunidades. Hoy , cuando la escasez de oportunidades es lo que más abunda; los espacios para la expresión y convivencia con los otros son mínimos o nulos.
En una tragedia no hay culpables sino víctimas, responsables. Víctimas los muertos, los vivos, el que disparó el arma; víctimas nosotros/sociedad; responsables Todos.
La criminalización de sólo unos pocos es evadirse, es no aceptar ni hacerse cargo de que nuestra pasividad, nuestra comodidad, nuestro silencio, es también violencia, violencia que sutilmente se instala en nuestra percepción, y nos adormece. Frente a esto, entonces, procuremos el insomnio.
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Individualizar culpas y castigos sería una buena manera de
tapar las raíces que, en realidad, fueron las detonantes de este suceso en particular. La violencia está presente, explícita o implícitamente en nuestra
sociedad, sin distinción de clases, edades, y sexos. Resumir este problema a un determinado sector, no nos asegura que esto
no vuelva a pasar.
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Como comunidad debemos reflexionar y sentirnos responsables
de una situación social que está signada
por la violencia. Somos partícipes activos cuando realizamos prácticas
culturales que naturalizan hechos violentos.
Reproducimos una cultura impregnada de valores destructivos, que nos lleva a
descreer de palabras como libertad, solidaridad, igualdad. Esta cultura, mediante sus prácticas,
naturaliza el individualismo, el “no te metás”, la no
garantización de los derechos, que nos lleva a
competir para sobrevivir, y no a unirnos para cambiarla.
Reflexionar sobre este hecho nos hace partícipes de un cambio futuro que nos han hecho creer lejano e imposible.
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Al parecer, este hecho tiene matices particulares que lo convierten en trascendente, y a simple vista se tiende a pensar que estamos frente a una serie de circunstancias que difieren mucho de los demás hechos violentos que acontecen día tras día. Pero ¿existen efectivamente diferencias entre ambos? No nos resulta un misterio comprender que un adolescente que reacciona de una manera tan violenta contra sus compañeros de escuela, no es un caso cotidiano; pero cuántas personas como él tienen los mismos impulsos de violencia. Nos sorprende que una persona arremeta disparos contra otras dentro de una escuela, pero si esto sucede en otro ámbito nos resulta de la más abrumadora cotidianeidad. Hasta aquí no se hace más que poner en papel algo que resulta obvio, y justamente, por resultar obvio desencadena un proceso de naturalización.
La naturalización de
la violencia, además de generar un estado de disgregación social, genera un
discurso que se cristaliza en las conciencias individuales y en la conciencia
social, que tiende a buscar soluciones
nefastas, destinadas a los sectores desplazados.
En este momento, buscar culpables y criminales es reduccionista, y cuando no tendencioso. Que no nos sorprendan que en los próximos días aparezcan en los medios, algunos personajes que enarbolen este hecho como bandera propia, buscando avanzar sobre las garantías y los derechos, en pos de una cura definitiva.
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Buscar culpables es
siempre el camino más fácil en esta sociedad propensa a simplificar las cosas.
De seguro, se escuchará hasta el hartazgo discusiones sobre si los culpables
son los padres, el joven, la escuela, etc. En realidad, lo que debemos asumir
es que ese ejercicio maquiavélico de
encasillar e individualizar las culpas, no nos lleva a la raíz del conflicto.
Lo ideal sería tomar conciencia de que los
responsables de esta situación somos todos. No podemos encerrarnos en el
problema de las alteraciones psicológicas del chico, la música que escuchaba,
su ropa, su clase social, y otros tan o más descabellados juicios. Es hora de
revisar exhaustivamente qué es lo que en definitiva causó este lamentable
episodio; comprender qué porción de responsabilidad nos cabe, y llevar adelante una reestructuración de los
lazos sociales. Convencernos de que la tolerancia es el único camino, que si no procesamos la otredad,
estamos condenados a ejercer y padecer discriminación, exclusión, u otras
calamidades sociales y culturales, similares o peores.
El tema requiere un nivel de profundidad que exige nuestro total compromiso. No es fácil
replantear una introspección hacia lo
más íntimo de nuestro ser. Sin embargo es
nuestra obligación determinar qué parte nos toca en esta inmensa empresa, qué
es lo que pretendemos cambiar, qué es lo que nos asegurará que esto no sucederá
de nuevo.
Epílogo
§
Alumnos de la cátedra de Literatura Argentina, de la Universidad
Nacional del Comahue,
§
Alumnos de Educación Media,
§
Profesores de la Universidad,
§ Y personas cercanas.