Este nuevo ensayo del Licenciado en Psicología Juan Martín Núñez, continuación de sus anteriores trabajos "Mensaje a nuestros hijos: prevención de adicciones", "La adolescencia en la posmodernidad: crisis y oportunidades", "No globalizar el corazón: recordemos al Dr. Favaloro" y "Revalorizar la ética: el imperativo actual", aborda y profundiza tópicos de suma actualidad en relación con la gran crisis que padecemos actualmente en todos los órdenes, buscando siempre brindar los elementos positivamente esclarecedores y esperanzados que nos permitan superarla tales como la Etica trascendente y la Religiosidad tan bien ejemplificada en el mito del eterno retorno.

Ponemos entonces a consideración aquí este ensayo, con el convencimiento que ha de ameritar una profunda y fructífera reflexión por parte de los lectores atentos y comprometidos con su condición humana.

 

Crisis Global , Etica Trascendente y Religiosidad: el mito del eterno retorno.

Si bien la crisis que azota Argentina desde hace casi treinta años es esencialmente ficticia, ya que no responde a ninguna catástrofe natural ni a una pobreza intrínseca del país (ya que en realidad éste es inmensamente rico en muchos aspectos), y sólo tiene explicación en el voraz saqueo económico a que ha sido sometido sistemáticamente al amparo de estructuras democráticas ineficientes e inoperantes (deuda externa generada ilegítimamente, privatizaciones fraudulentas, lavado de dinero, corrupción social endémica); lamentablemente sufrimos en carne propia los reales efectos devastadores de la misma: millones de pobres y excluídos, hambre y miseria, pavoroso desempleo, pauperización salarial, destrucción de la red estatal y social reguladora, protectora y proveedora de salud, educación, justicia y seguridad, en fin, las mil y una joyitas que adornan la corona del reinante capitalismo salvaje globalizado, el nuevo imperio cuyos objetivos principales son el lucro, la generación y acumulación de riquezas en pocas manos a cualquier costo, y no precisamente la protección del medio ambiente y promoción personal y social del ser humano que lo habita.

En esta ocasión nuevamente es muy útil echar una mirada no solo sobre aquellas consecuencias prácticas estrictamente individuales de orden psicológico e incluso social derivadas de la actual crisis global sino que también resulta aleccionador recurrir a la ética y la historia de las religiones para tratar de entenderla y pensar qué podemos hacer ante ella. Ambas vertientes de análisis se complementan perfectamente, y si bien el tema es muy vasto para ser desarrollado en un artículo, por lo menos es un aporte terapéutico positivo sembrar la semilla de la inquietud para favorecer la participación dinámica de cada uno en este proceso de superación de la crisis global que enfrentamos.

En principio, recordemos que la sabiduría china representa la palabra crisis con un dibujo o ideograma compuesto: una parte representa peligro, y la otra oportunidad. Vemos entonces que la crisis representa peligros y padecimientos, pero al mismo tiempo genuinas oportunidades de crecimiento y maduración. El peligro es el estancamiento, la anulación como ser humano participante, el entregarse mansamente a la inacción, al pensamiento fatalista de que nada puede ser cambiado, al vacío existencial y la huída de los límites sanos, de los verdaderos valores y tareas, al nihilismo y falta de fe, a no asumir la misión personal y no buscar el sentido de la propia vida como aporte solidario al prójimo, todo lo cual ha llevado psicológicamente al incremento de la tríada neurótica de nuestro tiempo posmoderno: la violencia-agresión, la depresión-suicidio y las adicciones (drogas, alcohol, dinero, poder, y sexo indiscriminado).

Como contrapartida, la oportunidad que genera una crisis es poder participar solidaria y activamente y comprometerse responsablemente con el propio ser, con el prójimo y con aquellos valores trascendentes (sean o no religiosos en sentido estricto) que nos conectan con el Cosmos donde vivimos y desarrollamos nuestra existencia. Muchos son los ámbitos donde esta participación puede y debe darse: organizaciones comunitarias solidarias barriales, parroquiales, asistenciales, gubernamentales o no, también de índole gremial, mutualista o cooperativista, e inclusive políticas, que mediante nuevas formas de organización y expresión permitan encontrar y desarrollar más transparentes y efectivos caminos de realización de una equitativa justicia social.

Aquí es ya pertinente señalar un dato no menor, que nuestro tiempo posmoderno con su pragmatismo materialista precipitó una caída de valores, de la moral normativa, por lo cual vivimos una gran crisis ética. La ética moderna secular resulta ser una ética del todo vale donde todo es relativo, está permitido y es igual, da lo mismo un burro que un gran profesor, por lo que el imperativo de hoy es revalorizar la ética, recuperando los valores espirituales trascendentes que guían la conciencia moral, que nos permitan distinguir el bien del mal para obrar éticamente en libertad y con responsabilidad, cumpliendo nuestra misión en el mundo. Y el valor absoluto que nos permite actuar éticamente en esta sociedad pluralista es la común condición humana, dado que es algo que nos trasciende, no depende de nosotros, todos somos mortales y compartimos las mismas penurias, miserias y alegrías humanas en el camino de evolución espiritual.

La común condición humana nos hermana a todos en esta sociedad pluralista, el descubrirla hace surgir la solidaridad y fraternidad, ser moral implica entonces respetar la condición humana del otro, dar la mano, ayudar y ser ayudado. La común condición humana es un valor absoluto, no idealmente abstracto sino tremendamente concreto, encarnado en el semejante que tengo delante de mí, por ello hermanada espiritualmente con los más puros valores cristianos: "ama a tu prójimo como a ti mismo" es entonces el paradigma a imitar.

Aún en medio del atroz dolor que esta crisis nos ha generado, es preciso asumir que una nueva oportunidad de crecimiento espiritual se ha abierto ante nosotros, y mientras que luchamos socialmente en lo cotidiano para cambiar este destino aciago que nos quiere imponer esta globalización salvaje, también debemos generar la fortaleza y entereza para reflexionar profundamente sobre la crisis, reacomodarnos y crecer pese a ella. Esta dualidad característica de peligro y oportunidad, junto con la existencia de una crisis en la ética secular actual carente de valores espirituales trascendentes podemos también relacionarla provechosamente con el concepto de religiosidad y el de simbología mítica desarrollados ampliamente por el mundialmente conocido historiador de las religiones Mircea Eliade con base en "el mito del eterno retorno".

Entendemos el mito como una tradición alegórica, una fábula o relato, que tiene por base un hecho real, histórico o filosófico. Los más conocidos son los mitos griegos, en que los dioses eran la personificación de elementos, fuerzas físicas (aire, agua, sol, trueno, etc) o ideas morales; a través de la fábula mitológica accedemos a los tiempos primigenios de los dioses, semidioses y héroes de la antigüedad; mediante el relato mítico encontramos asimismo una vía regia para acceder a la vivencia religiosa de lo sagrado como oposición a lo profano.

La religión, del latín religare, re-ligar, re-unir al hombre con Dios, con lo trascendente en un sentido espiritual amplio (más allá de sus falencias o errores históricos, reconocidos recientemente por Juan Pablo II) posibilita mediante la vivencia y experiencia religiosa que toda la Naturaleza en su totalidad se revele al hombre como sacralidad cósmica, el Cosmos u Orden en oposición al Caos primordial, puede en su totalidad convertirse en una hierofanía, o sea una muestra de lo sagrado.

Una hierofanía elemental, por ejemplo la manifestación de lo sagrado en una piedra, o un templo, al ser captada por la vivencia religiosa, justificará que sean venerados, pero no por sí mismos, sino por mostrar lo sagrado, y aunque sigan siendo los mismos objetos pues continúan participando del mundo circundante, para quienes se revelan como sagrados se transmutan en una realidad sobrenatural, trascendente. La piedra, que permanece siempre igual, asombra al hombre por lo que tiene de irreducible y absoluto, y le devela por analogía la irreductibilidad y lo absoluto del Ser, de Dios.

El simbolismo religioso, trascendente, desempeña un papel fundamental en la vida de la humanidad; gracias a los símbolos el Mundo se hace "transparente", puede "mostrar" la trascendencia, lo espiritual subyacente. Lo sagrado equivale a la divina potencia creadora, está saturado de ser, equivale a la realidad por excelencia, a la perennidad y eficacia, por oposición a lo irreal o pseudo real. De aquí todas las admoniciones que en general las religiones e incluso las filosofías realizan al ser humano para que no se deje atrapar por las engañosas formas del mundo externo (la maya del budismo, el cielo del Tao, el mito platónico de la caverna, etc), y que trate de juntar tesoros en el Cielo, o sea valores espirituales y trascendentes antes que objetos materiales; de ahí la terrible irresponsabilidad de aquellos materialistas que emprenden una exagerada acumulación de riquezas más allá de lo necesario para una vida razonablemente digna, a costa del hambre y miseria de sus semejantes; de tal irreal afán egoísta han de ser apartados y corregidos por su propio bien y el de los demás, y puestos a salvo mediante su reintegro al mundo real de la solidaridad con el prójimo, de la sacralidad cósmica.

Una de las formas privilegiadas en que el ser humano retoma su contacto con la realidad, con lo sagrado, es mediante la reactualización del Tiempo mítico primordial, y lo hace mediante las fiestas, conmemoraciones o ritos litúrgicos, adquiere así la posibilidad de vivir la vida en un doble plano: como existencia humana y participando asimismo de una vida trans-humana, transcendente, cósmica, sacra (sagrada). El Tiempo sagrado es por su propia naturaleza reversible, actualizable, es un Tiempo mítico primordial hecho presente; mediante el rito, la conmemoración o la fiesta litúrgica se reactualiza un acontecimiento sagrado que tuvo lugar en un pasado mítico, "al comienzo".

El Tiempo sagrado es indefinidamente recuperable y repetible por el artificio de los ritos o fiestas, no "transcurre", ni cambia ni se agota, en cada fiesta se reencuentra la primera aparición del Tiempo sagrado tal como se efectuó en el origen de los tiempos, cuando al crear las diferentes realidades que constituyen hoy día el Mundo, los dioses fundaban asimismo el Tiempo sagrado, ya que el Tiempo contemporáneo de una creación quedaba necesariamente santificado por la presencia y la actividad divina. Y aquí aparece una concepción que puede sernos de gran ayuda en este tiempo inclemente de crisis, comprender que no sólo vivimos en el "presente histórico" posmoderno, sino que podemos con decisión y esfuerzo personal incorporarnos a un Tiempo sagrado que en ciertos aspectos puede equipararse con la "Eternidad".

Podemos permanecer en el torbellino ilusorio del ritmo temporal posmoderno con un comienzo y un fin que es la muerte, sujetos al sufrimiento pasivo de las vicisitudes temporales, o comenzar a participar de la experiencia y vivencia religiosa que aún mediante una simple oración, plegaria, meditación o contemplación nos conecta con la realidad cósmica permitiéndonos hacer un intervalo "sagrado", que "detiene" y no participa de la duración temporal profana que le precede y le sigue, que tiene una estructura totalmente diferente y otro "origen", pues es un Tiempo primordial, sagrado, no-histórico, y que posibilita la inserción de la presencia divina, "salir" de la duración profana para enlazar con un Tiempo "inmóvil", con la Eternidad, o sea permite santificar el mundo, el tiempo profano, mediante su intersección con el Tiempo sagrado (el "Eterno Ahora" de los hinduistas).

Por la reactualización de sus mitos el hombre religioso se esfuerza por aproximarse a lo trascendente, a Dios, y por participar en el Ser. En las distintas religiones, la eterna repetición de los gestos divinos se justifica para imitar a Dios; así el calendario sagrado, las fiestas y conmemoraciones se presentan como "el eterno retorno" de un limitado número de gestos divinos, como un retorno periódico de las mismas situaciones primordiales y por consiguiente la reactualización del Tiempo sagrado. Gracias a ese"eterno retorno" a las fuentes de lo sagrado y lo real se salva la existencia humana de la nada y de la muerte, y enriqueciendo aún más el concepto desde el cristianismo, la intervención de Dios en la Historia, especialmente la encarnación en la persona histórica de Jesucristo, hace que la Historia se presente como una nueva dimensión de la presencia de Dios en el mundo, y vuelve a ser Historia santa, con un fin trans-histórico: la salvación del hombre.

Tal como postula el Dr. Víctor Frankl, creador de la logoterapia, la auténtica religiosidad es una realidad en el ser humano, perteneciente a la decisión personal y propia del yo, puede permanecer o hacerse inconsciente o ser reprimida, en este sentido la denomina "la presencia ignorada de Dios", significando con ello que hay siempre en nosotros una tendencia inconsciente hacia Dios, que Dios a veces nos es inconsciente, que nuestra relación con Él puede ser inconsciente, es decir reprimida y por tanto oculta para nosotros mismos. La tarea del psicoterapeuta, de hacer consciente lo inconsciente, también consiste en reactualizar esta realidad espiritual inconsciente pero siempre presente, pues el hombre neurótico acusa una deficiencia: su relación a la trascendencia se halla perturbada, está reprimida, lo que puede llegar a ser patógeno; y cuando Freud dice que la religión es la neurosis obsesiva común al género humano, podríamos responderle que por el contrario la neurosis obsesiva es la religiosidad psíquicamente enferma, es una fe atrofiada, que se ha deformado o desfigurado, así, en la existencia neurótica se venga de sí misma la deficiencia de su trascendencia.

En la investigación clínica, en especial el análisis y fenomenología existencial han desarrollado numerosos estudios que demuestran que la experiencia subjetiva del tiempo personal es la del fluír de la vida, como una energía viviente espontánea que es percibida fluyendo a distinta velocidad según las etapas de la vida (a un niño pequeño le parece que fluye mucho más despacio que a un adulto y dicha velocidad parece aumentar con la edad); y también según las circunstancias: parece correr más despacio en momentos de ansiedad, aburrimiento, pena, tristeza, y más aprisa en tiempos de gozo, felicidad o exaltación; e incluso según el estado psíquico: para el depresivo el tiempo parece fluír desesperadamente despacio, estancarse y hasta detenerse; para el maníaco acelerarse excesivamente; para el esquizofrénico fijarse en el presente.

En el individuo normal, pasado, presente y futuro constituyen una unidad estructurada, aunque cada uno aisladamente sea experimentado en forma distinta, donde el futuro se presenta abierto a la proyección de planes y el pasado accesible, con valor y resignificable; a diferencia del maníaco y el sicópata que no proyectan plan alguno sobre el futuro pues les resulta vacío, y del depresivo que lo vive como inaccesible y bloqueado.

La construcción de altares y templos, los calendarios y la significación religiosa del Año Nuevo, remiten simbólicamente a la renovación anual del Mundo, al reencuentro, restitución o reactualización en cada nuevo año de la santidad original que tenía cuando salió de manos del Creador. Dado que toda existencia comienza en el tiempo, pues antes que el Cosmos entrase en la existencia no había tiempo cósmico, o que una determinada especie vegetal fuese creada, el tiempo que ahora necesita para brotar, dar fruto y perecer no existía, todo creación es concebida como si tuviera lugar en el comienzo del Tiempo, in principio, y es por eso que el mito desempeña tan considerable papel, ya que revela como ha llegado a la existencia una realidad.

Aquí ya empezamos a encontrar puntos de contacto con lo recomendable en una sana terapéutica psíquica: el rearmar y readaptar la personalidad restituyendo y reactualizando un punto de equilibrio psicológico que nos permita ir de a poco dando respuestas positivas a los requerimientos generados por la crisis global y readaptarnos dinámicamente a la nueva realidad, no para aceptarla pasivamente sino para participar activamente en su transformación y al mismo tiempo madurar personalmente. En las ceremonias del año nuevo hay una reactualización de la cosmogonía, implicando la reanudación del Tiempo en su comienzo, es decir la restauración del Tiempo "puro" que existía en el momento de la Creación, que hacen de ésta una época propicia para la realización de las "purificaciones" y la "expulsión de los pecados".

Vivencias análogas pueden hallarse en las purificaciones rituales: simbolizan una combustión, una anulación de los pecados y de las faltas del individuo y de la comunidad en su conjunto, renovando todo lo que el Tiempo profano desgastó, se procede así a abolir la duración, se reintegra el momento mítico en que el mundo había venido a la existencia inmerso en un tiempo "puro", "fuerte" y sagrado. De aquí que el hombre religioso, sediento de realidad, ha de esforzarse por incorporarse periódicamente a ese Tiempo original de la Creación del Mundo; la festividad no es la "conmemoración" de un acontecimiento mítico (y por ende, religioso), sino su reactualización. Mediante la vivencia religiosa, el hombre reactualiza, entonces, la cosmogonía no sólo todas las veces que "crea" cualquier cosa (una ciudad, una casa, un libro), sino que inclusive el mito cosmogónico también desempeña un importante papel en las curaciones, en las que se persigue la regeneración del ser humano; y aquí pensamos si por analogía no debiéramos considerar más de una festividad o actividad multitudinaria moderna cuasi ritual como por ejemplo los cacerolazos o justas deportivas populares, como intentos imperfectos (pero aún así válidos) de purificación, regeneración y restauración psicológica –de lo sano, real, sagrado, eterno- en la conciencia individual y colectiva desgarradas y enfermas por la egoísta maldad histórica temporal profana.

La repetición o recitación ritual del mito cosmogónico implica la reactualización de este acontecimiento primordial, ya que aquél para quien se hace o recita queda proyectado mágicamente al "comienzo del Mundo" y se convierte en contemporáneo de la cosmogonía, retornando así al Tiempo de origen, cuya finalidad terapéutica es la de comenzar una nueva vez la existencia, es como que no hay una reparación de la Vida, sino una re-creación, una regeneración por este retorno al Tiempo sagrado del origen. Aquí también adquiere suma importancia la simbología religiosa de las aguas: el contacto con ellas implica siempre un renacer (como en el rito del bautismo); preceden a la Creación (dice el Génesis: "el Espíritu de Dios se cernía sobre las Aguas") y por la inmersión en ellas los pecados se lavan y purifican y las formas se disuelven pasajeramente para dar lugar a una nueva creación, una nueva vida regenerada. Esto podemos también relacionarlo con el concepto filosófico dialéctico hegeliano de tesis-antítesis-síntesis, donde ante la interacción con la realidad un punto de síntesis es al fin encontrado en un nivel superior de la espiral evolutiva, transformándose en una nueva tesis y así sucesivamente al infinito; y con la concepción hindú del Ser supremo en su aspecto trinitario (Brahma, Vishnu y Shiva) como creación, conservación y destrucción del universo, para volver nuevamente a comenzar en un eterno retorno a la existencia.

También el mito del origen de la terapéutica curativa está siempre incorporado al mito cosmogónico, describiendo la enfermedad y evocando el momento mítico en que una divinidad o un santo logran dominar el mal, o sea da cuenta del origen de la enfermedad y de su tratamiento.

 

 

En conexión con el tema de la enfermedad, las hierofanías del Sol y la Luna dan cuenta de todo lo que en el Cosmos participa de la Vida, es decir del devenir, del crecimiento y decrecimiento, de la "muerte" y la "resurrección", revelando al hombre religioso que la Vida y la Muerte están indisolublemente ligadas y sobre todo que la Muerte no es definitiva, que va siempre seguida de un nuevo nacimiento, una recreación, una regeneración.

El hombre religioso asume un modo de existencia específico en el mundo, siempre reconocible. En cualquier contexto histórico, el homo religiosus cree siempre que existe una realidad absoluta, lo sagrado, que trasciende este mundo, pero que se manifiesta en él y, por eso mismo, lo santifica y lo hace real. Cree que la vida tiene un origen sagrado y que la existencia humana actualiza todas sus potencialidades en la medida en que es religiosa, es decir en la medida en que participa de la realidad. Al reactualizar la historia sagrada y los mitos, al imitar el comportamiento divino, el hombre se instala y mantiene junto a los dioses, lo divino, es decir, en lo real, significativo y trascendente. Este modo de estar en el mundo lo separa grandemente del hombre arreligioso para el cual lo sacro es el obstáculo que se opone a su libertad, aunque en el fondo el hombre profano es el resultado de una desacralización de la existencia humana, lo cual implica que se formó por oposición a su predecesor, esforzándose por vaciarse de toda religiosidad y significación trans-humana, pero sin conseguirlo plenamente ya que haga lo que haga es heredero del homo religiosus, y todo esto puede ser captado en los innumerables ritualismos degradados de aún la más desacralizada de las sociedades modernas. También en las seudo religiones, en las místicas políticas y aún en movimientos laicos y técnicas terapéuticas modernas como el psicoanálisis se encuentran comportamientos religiosos mítico-iniciáticos camuflados o degradados.

Toda crisis existencial, como la que hoy vivimos, pone de nuevo sobre el tapete a la vez la realidad del Mundo y la presencia del hombre en el Mundo: la crisis existencial es, a fin de cuentas, "religiosa", puesto que en los niveles arcaicos de cultura, el ser se confunde con lo sagrado. Es la experiencia de lo sagrado la que fundamenta el Mundo, o sea que en la medida en que el inconsciente es el resultado de innumerables experiencias existenciales, no puede dejar de parecerse a los diversos universos religiosos. Entonces es la religión la solución ejemplar de toda crisis existencial, no sólo porque es capaz de repetirse indefinidamente, sino también porque se la considera de origen trascendente y por consiguiente, se la valora como revelación recibida de otro mundo, trans-humano. La solución religiosa no sólo resuelve la crisis, sino que al mismo tiempo deja a la existencia "abierta" a valores que ya no son contingentes y particulares, son absolutos, permitiendo así al hombre el superar las situaciones personales y tener acceso al mundo del espíritu. Vemos así que aún el hombre más decididamente antirreligioso comparte aún en lo más profundo de su ser un comportamiento orientado por la religión. En este sentido, gracias a los símbolos, el hombre sale de su situación particular y se "abre" hacia lo general y universal.

Los símbolos despiertan la experiencia individual y la transmutan en acto espiritual, en aprehensión metafísica del Mundo; al comprender el símbolo, el hombre religioso llega a vivir lo universal, mientras que para el hombre arreligioso, el símbolo no despierta su conciencia total haciéndola abierta a lo universal, solo lo salva en parte de su situación individual, permitiéndole, por ejemplo integrar una crisis de profundidad y devolverle provisionalmente el equilibrio psíquico amenazado, pero no lo eleva aún a la espiritualidad, no ha logrado revelarle una de las estructuras de lo real. El hombre arreligioso de las sociedades modernas recibe aliento y ayuda de la actividad de su inconsciente, sin llegar empero, a acceder a una experiencia y a una visión del mundo propiamente religiosas. El inconsciente le ofrece soluciones a las dificultades de su propia existencia, y en este sentido desempeña el papel de la religión, pues, antes de hacer a la existencia creadora de valores, la religión le asegura la integridad.

 

En cierto sentido, podría decirse que entre los modernos que se proclaman arreligiosos, la religión y la mitología se han "ocultado" en las tinieblas de su inconsciente, en una perspectiva judeo-cristiana podría decirse igualmente que la no-religión equivale a una nueva "caída"del hombre, que habría perdido la capacidad de vivir conscientemente la religión y por tanto, de comprenderla y asumirla, pero en lo más profundo de su ser, en el inconsciente conserva aún su recuerdo, al igual que después de la primera caída.

Si la psicoterapia considera el fenómeno de creer no como una fe en Dios, sino de una manera más amplia, como fe en un sentido, entonces le es enteramente legítimo ocuparse de este fenómeno. Así, Albert Einstein decía que "preguntarse por el sentido (de la propia vida) significa ya tener religión"; en forma similar Paul Tillich afirmaba: "ser religioso significa preguntarse apasionadamente por el sentido de nuestra existencia". La fe religiosa es en último término una fe y una confianza en este "ultrasentido" o último sentido. Este concepto de la religión es amplio y alejado de las iglesias que exigen creer a toda costa: el amor y la fe no pueden ser manipulados. En ese sentido, parecería que más que a una religión universal, estaríamos marchando a una religiosidad personal, a partir de la cual cada uno encontrará su lenguaje propio, personal, el más afín a su íntima naturaleza, cuando se torne hacia Dios. Por supuesto, podrán existir rituales y símbolos comunes, pero como pasa con la diversidad de lenguas, que en todas y cada una el hombre puede acercarse a la verdad, así también cualquier religión puede servirle de vehículo para llegar al único Dios.

Cuando el hombre reactualiza su religiosidad latente, se conecta con lo real, sabe, y el que sabe dispone de una experiencia más rica y diferente a la del profano, esto equivale a decir que toda experiencia humana es susceptible de ser transfigurada, de ser vivida en otro plano trans-humano, trascendente, sagrado. En lenguaje sencillo esta postura significa que para salvarnos como seres humanos, para no suicidarnos como especie, debemos volver a las fuentes espirituales, recrear nuestra religiosidad y el mensaje cristiano de amar al prójimo ("Dios es Amor por sobre todas las cosas"), volver a revalorizar y reactualizar la insustituible contención afectiva de la familia más allá de los defectos que pueda tener; volver a sentir con el corazón a los seres queridos y las pequeñas grandes cosas como el mate compartido, el bullicio de los niños, el cariño de los animalitos, el barrio, los vecinos, las plantas del jardín y las arboledas, la calesita y los amigos de la niñez, las calles y el potrero del parque trajinados cuando chicos, nuestros viejos poemas y canciones, el club que se lleva en el alma, los amaneceres, las puestas de sol y las noches estrelladas, volver a sentir el milagro de abrir los ojos cada día, volver a sentir que con cada latido participamos de la Creación divina, nos abrimos a su amor y descubrimos el sentido a nuestra vida contribuyendo así con la evolución universal.

                                                           Licenciado en Psicología (UBA) Juan Martín Núñez ?                 Santos Lugares, Argentina ,  19 de Marzo de 2002