SABADO

1 de noviembre de 2003

 

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Cambios que afectan a toda la familia
Una guía para padres de adolescentes

Dos especialistas aconsejan darles autonomía vigilada: espacios para crecer, pero sin perderlos de vista

·  Es bueno formar redes con otros padres para sentirse más seguros

·  Los diálogos tienen que ser breves

·  Hay que ponerles límites, pero no desde un lugar de omnipotencia

 

Los años pasan y, de pronto, es imposible soslayar que los chicos han crecido. "Pero la adolescencia no llega sólo para ellos, sino para toda la familia", dice la licenciada Rosina Crispo, psicóloga especializada en la atención de adolescentes y jóvenes, supervisora del Centro de Trastornos Alimentarios del Hospital de Clínicas, directora de una institución privada, La Casita, y autora de varios libros sobre la temática.

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Para los padres, que por motivos cronológicos enfrentan a su vez una etapa en que sus propios padres han envejecido y quizá necesitan de su cuidado y protección o que tal vez ya han partido de este mundo, la llegada de los hijos a la adolescencia marca una crisis especial "que pondrá en juego el estilo de afrontar los cambios que tuvo la familia desde que los chicos eran pequeños, la manera en que fueron incorporando novedades y cómo les dieron un mayor margen de acción a los hijos", dice Crispo.

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Junto a su colega, la licenciada Diana Guelar, graduada en la Universidad de Barcelona y residente del Mental Research Institute de Palo Alto, California, EE.UU., Rosina Crispo considera que la situación actual en materia de riesgos e inseguridad puede incrementar los temores y ansiedades de los adultos frente a la conducta de los adolescentes.

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"Por eso recomendamos que los padres no se aíslen. Lo mejor es que conformen redes con los padres de los amigos de sus hijos -afirman-. No es necesario que se hagan amigos de esos padres, pero sí que tengan un contacto fluido y que eso permita saber qué lugares visita el grupo de adolescentes, turnarse para llevarlos y traerlos y tener una política de puertas abiertas en la propia casa. Es un concepto que podríamos llamar de autonomía vigilada . Los chicos suelen expresarse más en hogares ajenos. Si los padres están comunicados esos datos les llegan."

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Las psicólogas agregan que la comunicación es la mejor herramienta para minimizar riesgos y respetar límites. Y, en este sentido, intentar que las familias de su grupo de amigos compartan códigos puede ser muy beneficioso.

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"Dialogar con los adolescentes no es sencillo, y esto es así fundamentalmente porque el chico se cierra y busca tomar sus propias decisiones, y ésa es una característica típica de esa etapa -agrega Rosina Crispo-. De todas maneras, hay algunas recomendaciones que conviene tener en cuenta: evitar los discursos, reproches y reprimendas durante las discusiones, porque en ese momento nadie estará claro ni tranquilo para expresarse bien. Para hablar hay que buscar momentos serenos y ser breves y concisos. Los adolescentes no tienen gran tolerancia a las largas exposiciones. Es importante llegar a acuerdos claros respecto de distintos temas para que después, si existe algo que no salió bien, los padres puedan introducir el antecedente de un acuerdo que no fue respetado en la conversación."

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A menudo, añaden Crispo y Diana Guelar, los padres olvidan detrás de sus recomendaciones y miedos que esos mismos chicos que hoy tanto les preocupan hace 14, 15 o 16 años que los vienen escuchando y que han incorporado gran parte de las pautas familiares: "Por eso, aunque uno crea que debe hacerlo, no es necesario repetirles decenas de veces las recomendaciones", dicen.

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El estilo de crianza actual muchas veces genera una relación demasiado igualitaria entre grandes y chicos, que hace difícil la puesta de límites.

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"Pero los límites deben estar y tienen que ser claros. Ellos querrán conocer y experimentar mucho, pero deben saber cuándo tienen que parar -aseguran las psicólogas Crispo y Guelar-. Un padre o una madre no pueden dejar que un hijo haga algo con lo que están completamente en desacuerdo porque después será imposible sostener el autorreproche si terminan cediendo ante la demanda de los hijos y algo sale mal..."

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Las psicólogas recomiendan que los padres sean capaces de pedir disculpas si se han equivocado frente a los hijos ("eso no los debilita -aseguran-; los adolescentes jamás lo confesarían, pero valoran mucho que un adulto reconozca abiertamente sus errores") y que pidan ayuda profesional si no están cómodos o seguros.

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"Quizás el adolescente no escucha al padre o a la madre, pero sí al médico", dice Rosina Crispo.

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Las drogas, el alcohol, los trastornos de la alimentación, las enfermedades de transmisión sexual, los embarazos juveniles. ¿Cómo se afrontan estas amenazas?

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"En primer lugar -afirma Rosina Crispo-, admitiendo una realidad: que no hay un tipo especial de familia que genere esta clase de trastornos. Quizás haya estructuras familiares que faciliten más o menos ciertas problemáticas, pero hoy en día estas situaciones pueden producirse en cualquier casa. También en la nuestra. Y desde ese lugar debe plantearse el diálogo, lo más abierto posible, con los hijos. No hablando desde un pedestal sino admitiendo que son cuestiones muy difíciles, pero que podrían ocurrirnos. Cuando un chico percibe que en su casa hay espacio para equivocarse puede plantear dudas e incluso errores. De lo contrario, jamás hablará por temor a ser juzgado."

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Según Crispo, la experiencia clínica demuestra que los chicos y chicas que tienen una actividad que les gusta y les demanda tiempo y dedicación -un deporte, la música, algo artístico, jugar al ajedrez, bailar, etc.- están más protegidos en cuanto a su estructura psíquica que aquellos que han pasado la mayor parte de su vida "yendo y viniendo de la escuela y de la plaza", dice.

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"No es que esos adolescentes no vayan a tener ningún problema -agrega la psicóloga-, sino que si lo sufren aceptarán mejor el tratamiento y podrán recuperarse mejor."

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El alcoholismo, una problemática que avanza a pasos agigantados entre adolescentes de todos los estratos sociales, es una realidad con la que muchos hogares deben lidiar.

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"Los adolescentes suelen caer en estos consumos indiscriminados de alcohol u otras sustancias -afirma Rosina Crispo- como una forma más de expresión de ese malestar general que provoca no saber qué hacer con sus ganas de concretar proyectos, de actuar y de sentir. Es cierto que también influye el efecto circular de estas conductas: si pertenecés a un grupo y no consumís alcohol te quedás afuera... Pero la problemática es mayor y para revertirla debemos preguntemos qué les ofrecemos como proyecto de vida. Los padres necesitamos reflexionar con sus hijos acerca de estas cuestiones, revisar qué mensajes les transmitimos. Es una de las formas de ayudarlos a enfrentar el mundo en el que les ha tocado vivir."

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Por Gabriela Navarra
De la Redacción de LA NACION

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Los años pasan y, de pronto, es imposible soslayar que los chicos han crecido. "Pero la adolescencia no llega sólo para ellos, sino para toda la familia", dice la licenciada Rosina Crispo, psicóloga especializada en la atención de adolescentes y jóvenes, supervisora del Centro de Trastornos Alimentarios del Hospital de Clínicas, directora de una institución privada, La Casita, y autora de varios libros sobre la temática.

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Para los padres, que por motivos cronológicos enfrentan a su vez una etapa en que sus propios padres han envejecido y quizá necesitan de su cuidado y protección o que tal vez ya han partido de este mundo, la llegada de los hijos a la adolescencia marca una crisis especial "que pondrá en juego el estilo de afrontar los cambios que tuvo la familia desde que los chicos eran pequeños, la manera en que fueron incorporando novedades y cómo les dieron un mayor margen de acción a los hijos", dice Crispo.

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Junto a su colega, la licenciada Diana Guelar, graduada en la Universidad de Barcelona y residente del Mental Research Institute de Palo Alto, California, EE.UU., Rosina Crispo considera que la situación actual en materia de riesgos e inseguridad puede incrementar los temores y ansiedades de los adultos frente a la conducta de los adolescentes.

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"Por eso recomendamos que los padres no se aíslen. Lo mejor es que conformen redes con los padres de los amigos de sus hijos -afirman-. No es necesario que se hagan amigos de esos padres, pero sí que tengan un contacto fluido y que eso permita saber qué lugares visita el grupo de adolescentes, turnarse para llevarlos y traerlos y tener una política de puertas abiertas en la propia casa. Es un concepto que podríamos llamar de autonomía vigilada . Los chicos suelen expresarse más en hogares ajenos. Si los padres están comunicados esos datos les llegan."

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Las psicólogas agregan que la comunicación es la mejor herramienta para minimizar riesgos y respetar límites. Y, en este sentido, intentar que las familias de su grupo de amigos compartan códigos puede ser muy beneficioso.

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"Dialogar con los adolescentes no es sencillo, y esto es así fundamentalmente porque el chico se cierra y busca tomar sus propias decisiones, y ésa es una característica típica de esa etapa -agrega Rosina Crispo-. De todas maneras, hay algunas recomendaciones que conviene tener en cuenta: evitar los discursos, reproches y reprimendas durante las discusiones, porque en ese momento nadie estará claro ni tranquilo para expresarse bien. Para hablar hay que buscar momentos serenos y ser breves y concisos. Los adolescentes no tienen gran tolerancia a las largas exposiciones. Es importante llegar a acuerdos claros respecto de distintos temas para que después, si existe algo que no salió bien, los padres puedan introducir el antecedente de un acuerdo que no fue respetado en la conversación."

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A menudo, añaden Crispo y Diana Guelar, los padres olvidan detrás de sus recomendaciones y miedos que esos mismos chicos que hoy tanto les preocupan hace 14, 15 o 16 años que los vienen escuchando y que han incorporado gran parte de las pautas familiares: "Por eso, aunque uno crea que debe hacerlo, no es necesario repetirles decenas de veces las recomendaciones", dicen.

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El estilo de crianza actual muchas veces genera una relación demasiado igualitaria entre grandes y chicos, que hace difícil la puesta de límites.

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"Pero los límites deben estar y tienen que ser claros. Ellos querrán conocer y experimentar mucho, pero deben saber cuándo tienen que parar -aseguran las psicólogas Crispo y Guelar-. Un padre o una madre no pueden dejar que un hijo haga algo con lo que están completamente en desacuerdo porque después será imposible sostener el autorreproche si terminan cediendo ante la demanda de los hijos y algo sale mal..."

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Las psicólogas recomiendan que los padres sean capaces de pedir disculpas si se han equivocado frente a los hijos ("eso no los debilita -aseguran-; los adolescentes jamás lo confesarían, pero valoran mucho que un adulto reconozca abiertamente sus errores") y que pidan ayuda profesional si no están cómodos o seguros.

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"Quizás el adolescente no escucha al padre o a la madre, pero sí al médico", dice Rosina Crispo.

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Las drogas, el alcohol, los trastornos de la alimentación, las enfermedades de transmisión sexual, los embarazos juveniles. ¿Cómo se afrontan estas amenazas?

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"En primer lugar -afirma Rosina Crispo-, admitiendo una realidad: que no hay un tipo especial de familia que genere esta clase de trastornos. Quizás haya estructuras familiares que faciliten más o menos ciertas problemáticas, pero hoy en día estas situaciones pueden producirse en cualquier casa. También en la nuestra. Y desde ese lugar debe plantearse el diálogo, lo más abierto posible, con los hijos. No hablando desde un pedestal sino admitiendo que son cuestiones muy difíciles, pero que podrían ocurrirnos. Cuando un chico percibe que en su casa hay espacio para equivocarse puede plantear dudas e incluso errores. De lo contrario, jamás hablará por temor a ser juzgado."

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Según Crispo, la experiencia clínica demuestra que los chicos y chicas que tienen una actividad que les gusta y les demanda tiempo y dedicación -un deporte, la música, algo artístico, jugar al ajedrez, bailar, etc.- están más protegidos en cuanto a su estructura psíquica que aquellos que han pasado la mayor parte de su vida "yendo y viniendo de la escuela y de la plaza", dice.

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"No es que esos adolescentes no vayan a tener ningún problema -agrega la psicóloga-, sino que si lo sufren aceptarán mejor el tratamiento y podrán recuperarse mejor."

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El alcoholismo, una problemática que avanza a pasos agigantados entre adolescentes de todos los estratos sociales, es una realidad con la que muchos hogares deben lidiar.

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"Los adolescentes suelen caer en estos consumos indiscriminados de alcohol u otras sustancias -afirma Rosina Crispo- como una forma más de expresión de ese malestar general que provoca no saber qué hacer con sus ganas de concretar proyectos, de actuar y de sentir. Es cierto que también influye el efecto circular de estas conductas: si pertenecés a un grupo y no consumís alcohol te quedás afuera... Pero la problemática es mayor y para revertirla debemos preguntemos qué les ofrecemos como proyecto de vida. Los padres necesitamos reflexionar con sus hijos acerca de estas cuestiones, revisar qué mensajes les transmitimos. Es una de las formas de ayudarlos a enfrentar el mundo en el que les ha tocado vivir."

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Por Gabriela Navarra