Karl Jaspers (1883-1969) no sólo ha realizado una prolífica
obra de creación filosófica. Ha documentado su construcción con tal
minuciosidad que difícilmente haya entre sus biógrafos quien pueda añadir
algún dato significativo a lo que él mismo ha dicho sobre su vida y su
trabajo. Desde su historia familiar hasta sus hábitos de escritura, desde
los pasos seguidos en su trayectoria académica hasta las tensiones
impuestas y los consuelos brindados por su exilio en Suiza, todo consta
en sus libros testimoniales, incluyendo la amistad con Hannah Arendt y el
distanciamiento con Martin Heidegger, sin exceptuar la agobiante y larga
enfermedad que padeció en su juventud. Poco es, pues, lo que resta por
descubrir en este terreno. Mucho, en cambio, me parece que habría que
reconsiderar en lo relativo a su actual inscripción en la historia de la
filosofía.
.
Jaspers no goza del reconocimiento con que cuentan otros
autores alemanes que han sido sus coetáneos. Su prestigio está lejos de
ser el de Husserl, su renombre no es el de Heidegger, y Benjamin o
Wittgenstein lo superan ampliamente en la demanda del interés colectivo.
.
Se acaban de cumplir ciento veinte años de su nacimiento.
Ni las ciencias políticas, ni el psicoanálisis, ni las tendencias
epistemológicas en boga, ni las corrientes filosóficas fundadas en la
fenomenología, ni aquellas que buscan diagnosticar los síntomas de la
posmodernidad parecen haber encontrado estímulo en sus ideas. Cabe
esperar, por lo tanto, que este aniversario transcurra en medio de una cortés
indiferencia hacia el autor de La culpabilidad alemana . Para
colmo, no hay en su trayectoria personal contradicciones restallantes ni
secretos que, ventilados, resultarían rentables para el periodismo por su
dosis de escándalo virtual o la marea de cuestionamientos y sospechas que
podría desatar su divulgación.
.
Se estima de manera poco menos que unánime que la de
Jaspers es una perspectiva mansamente sometida al idealismo y el
humanismo clásicos del siglo XVIII. Tales características impondrían, en
consecuencia, límites insalvables a su vigencia filosófica. Suya sería,
según se cree, la convicción de que el hombre posee una esencia
impermeable a los condicionamientos históricos, cuyos ingredientes,
igualmente inalterables, serían la razón y la libertad, tal como el
Iluminismo las postuló. Un tinte eurocéntrico y desfachatadamente burgués
condicionaría, por lo demás, el alcance de su concepto de cultura y su
visión de lo social, y ello en tal forma que ambos quedarían hipotecados
en el universalismo abstracto de Herder y la ética glacial de Emmanuel
Kant. Para completar este cuadro de indigencias hay que recordar que la
izquierda de su tiempo, es decir, la de los años de la segunda posguerra,
no vaciló en rotularlo como reaccionario a raíz de su alineamiento con
Occidente y de su crítica implacable al mundo soviético. Vale la pena, no
obstante, ponderar la consistencia efectiva del conjunto de estas
acusaciones bajo la luz que, sobre la filosofía de Jaspers, echan los
dilemas del presente.
.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Jaspers comenzó a
ser frecuentemente consultado por las fuerzas aliadas de ocupación. En el
exterior había trascendido su posición antinazi, sostenida con serena
perseverancia y coraje a lo largo de los doce años que duró el régimen.
En su momento, las diferencias con Hitler le valieron la expulsión de la
universidad. Y poco faltó para que el hecho de estar casado con una judía
le costara la vida. Todo ello hacía de él un referente obligado para
quienes se empeñaban en diseñar las bases de la reconstrucción política
de Alemania. Los norteamericanos, en particular, deseaban reemplazar
cuanto antes a las personalidades germanas por ellos designadas para una
administración transitoria. Querían hacer lugar con premura a un gobierno
de partido surgido de las urnas y, por lo tanto, de incuestionable
extracción democrática. Jaspers no coincidió con esta urgencia. Veía en
ella el germen de una nueva catástrofe. En su Autobiografía filosófica
advierte: "Ustedes toman un camino que es funesto para Alemania.
Las mejores personalidades del país serán reemplazadas por los viejos
hombres de partido que antes de 1933 demostraron su ineptitud. [...]
Deberían ustedes administrar abiertamente a esta Alemania bajo su propia
responsabilidad, por conducto de los alemanes de mayor capacidad, cordura
y patriotismo. Así, el proceso educativo que nos ha sido negado por la
historia podrá, al menos, comenzar por cierto grado de independencia
alemana hacia abajo. Esta educación no se logra aleccionando, dando
conferencias y editando escritos que ensalzan las excelencias de la
democracia, sino única y exclusivamente por la práctica. [...] Entre
nosotros aún rige el principio de que la autoridad manda y la masa
obedece. [...] Lo cierto es que hoy Alemania no puede ser gobernada por
sus mejores hombres políticos, los que sólo podrán surgir al cabo de los
años y de elecciones libres. [...] Implantar desde arriba la democracia
basada en el juego de los partidos políticos, ahora que falta su premisa
en la conciencia de la población y la abrumadora mayoría de los alemanes
ni siquiera sabe qué quiere decir realmente, ni qué ni a quién deben
elegir, significaría poner en lugar de la autoridad de los alemanes
escogidos por ustedes, la de los dirigentes y burócratas de partido".
.
Los norteamericanos no coincidieron con él. Advirtieron
que, en un orden lógico, podría tener razón pero les era imposible
proceder como Jaspers les sugería. En primer término, porque el pueblo
estadounidense repudiaba toda forma de administración colonial y la
propuesta del filósofo, lo quisiera él o no, podía interpretarse de ese
modo. En segundo término, como apuntó Jaspers en su Autobiografía... ,
"porque los rusos lo tomarían como un ejemplo de administración
dictatorial y enseguida se aprovecharían para hacer lo mismo en Alemania
Oriental, pero con muy otros propósitos y en forma mucho peor".
Jaspers nunca se resignó a los hechos consumados. Jamás consideró que en
ellos radicara la solución del problema. Con el transcurso del tiempo, las
circunstancias parecieron reforzar la validez de su diagnóstico. La
convicción de que en Alemania se había realizado una transición
superficial del autoritarismo a la democracia lo acompañó toda su vida y
determinó su radicación ulterior en Suiza, así como su renuncia a la
nacionalidad alemana.
.
Jaspers no creía en la recuperación de su país a menos que
en él tuviera lugar una renovación sustancial de la sensibilidad
política. Cuando el auge económico de posguerra indujo a hablar de un
"milagro alemán", Jaspers no sumó su voz al coro festivo que
daba por cumplida la transición a la vida democrática. Por el contrario:
redobló sus advertencias y, una vez más, hizo pública su disconformidad.
El éxito del capitalismo, en un orden material y aislado, nada significaba
para él como indicio de vitalidad democrática. Era imprescindible que ese
éxito se inscribiera en un marco espiritualmente maduro, si se quería
hablar de progreso. La democracia, aseguraba, es mucho más que buenos
negocios. Ella constituye el fundamento ético y metafísico de la
convivencia y el trabajo. Implica contar con un Estado consciente de su
necesaria sujeción al principio que establece la autonomía primordial de
la persona con respecto a toda forma de poder político. El hombre es
libre; siempre más libre de lo que pretende cualquiera de las etiquetas
interesadas en rotularlo. Pero esa libertad, lejos de ser un atributo del
cual él dispone, es una tarea que lo convoca, un desiderátum de su
acción. Un verdadero Estado democrático ha de ser un Estado asentado en
la comprensión de la libertad personal concebida como tarea. Resguardará
su sentido y garantizará la defensa de su valor, en todas sus decisiones.
Jaspers partió siempre de la idea de que el hombre se manifiesta como tal
cuando busca trascenderse, antes que realizarse. El hombre ávido de
trascendencia trata de rebasar incansablemente su sujeción a lo
fragmentario, a la idolatría en cualquiera de sus formas, a lo dogmático
concebido como lo que inscribe la verdad en el terreno de lo indiscutible
y definitivamente asentado. Esta sed de trascendencia se traduce en el
afán de convivencia equitativa y en la apertura a una realidad que supera
al hombre como verdad siempre inabarcable y, sólo como inabarcable,
discernible por parte del espíritu. De esa verdad y de ese enigma que lo
exceden y a la vez lo manifiestan, el hombre debe aprender a descubrirse
como posible expresión mediante el cultivo de la conciencia de su
singularidad. Y lo decisivo, en esa conciencia, es la presencia del
prójimo. Ese que se hace ver para que yo lo reconozca en su alteridad; en
esa alteridad que, a su vez, él debe reconocer en mí para que podamos
identificarnos. Es ante todo por su intermedio como ha de manifestarse
ante mí esa realidad sin fronteras a la que Jaspers llama "lo
incondicionado".
.
Corresponde, pues, al Estado expresar y proteger, preservar
y alentar la concreción de esos valores que no se originan en él ni
equivalen a él, pero que sólo él puede socializar. Su función es, por lo
tanto, ejecutiva y no ontológica. Concebir al Estado como instancia
suprema y creadora de los valores primordiales implica caer en las peores
formas del fanatismo, de la arbitrariedad y de la incomprensión del
hombre como ser libre. Tal es, a juicio de Jaspers, lo que ocurrió
durante el III Reich y lo que, para él, representaba el mundo soviético.
.
Jaspers trató de dar a entender que podría encontrarse un
nuevo punto de partida para Alemania, tras la derrota del nazismo. El año
1945 abría, según él, esa posibilidad. Para que la reconstrucción de
Alemania resultara viable era preciso que los alemanes tomaran conciencia
de su responsabilidad específica. A fin de explicar qué entendía por
ella, Jaspers recurrió al concepto de "falta colectiva". La
"falta colectiva" consistía en la culpa de haber sobrevivido a
la catástrofe desatada por el nazismo, sin haber hecho lo necesario para
combatirlo. Responsabilidad de no haberse jugado la vida en defensa de
los ideales democráticos, de haber escapado a la masacre amparándose en
el silencio o la indiferencia. ¿Dónde estábamos, se pregunta, cuando
otros eran aniquilados en nombre de principios que no compartíamos? Todo
aquel que logró preservar su vida callando, abdicando de la conciencia,
emigrando o incluso adaptándose a las circunstancias impuestas por el
régimen ha contraído una deuda moral con el pasado. Esa deuda sólo puede
saldarse incidiendo en una nueva configuración del porvenir. Cada
ciudadano alemán, afirma Jaspers, debe asumir la falta que implica haber
escapado a la aniquilación, infundiendo a sus actos la orientación
requerida para que Alemania se encauce políticamente hacia la
instauración de un Estado donde el ideal del reconocimiento "de la
dignidad de los individuos, sea el único valor que otorga sentido y
grandeza a la existencia humana".
.
¿Tuvo lugar ese proceso? ¿Se encauzó la reconstrucción
alemana hacia donde Jaspers lo proponía?
.
Casi medio siglo más tarde, en 1992, Günter Grass
demostraría, en su Discurso de la pérdida , hasta qué punto las
previsiones de Jaspers habían sido desoídas: "¿Es que no ha crecido
hierba que cure la tendencia alemana a la reincidencia? [...] ¿Todavía no
somos capaces, dañados como aún estamos por las últimas incursiones en lo
absoluto, de un trato civil, es decir, humano, con los de dentro y con
los de fuera?"
.
Jaspers temía que se banalizara el horror y eso fue, a su
juicio, lo que no se evitó. Los imperativos de la política desoyeron los
de la ética. El Estado se hizo cómplice de una claudicación moral
inadmisible para el filósofo. No obstante, y fiel a su raigambre
socrática, el pensador no dejó de insistir en su prédica. Nunca renunció
a su concepción de la política como herramienta moral.
.
Cuando la burguesía alemana reclamó la reunificación, en
1948, Jaspers alzó su voz otra vez para advertir que la llamada Alemania
libre aún no lo era, puesto que no había superado los componentes
autoritarios que produjeron el ascenso del nazismo. De verificarse la
reunificación en aquellas condiciones, se potenciarían dos fuerzas
idénticas en su incapacidad para sostener el ideario democrático. Cuando,
finalmente y mucho después, la reunificación tuvo lugar, sus temores
parecieron perdurar en las palabras del Discurso... de Günter
Grass: "Los ciudadanos de la R. D. A., esos alemanes que se han
llevado la peor parte [...] han tenido que pagar por lo que no han pagado
los ciudadanos de la República Federal. No tuvieron la suerte de poder
optar por la libertad occidental. No hemos sido nosotros los que hemos
tenido que soportar por ellos, sino ellos por nosotros, la carga
principal de la guerra que perdimos todos los alemanes. A la comprensión
de todo esto es a lo que, nada más caer el muro, había que haber dado
preferencia. Esa es la deuda que teníamos con ellos. Y en vez de pagarles
los ponemos una vez más bajo tutela".
.
El Estado-Nación nada podía representar para Jaspers, en
términos de auténticos valores humanos, si no se veía a sí mismo como un
modo particular o específico de dar sustento y forma a los ideales
universalistas de justicia y convivencia entre los hombres. Jaspers
consideraba indispensable tender hacia la constitución de una sociedad
planetaria que se fundara en el despliegue de las particularidades
históricas y se valiera de éstas para llevar a cabo la siempre
perfectible realización del proyecto de encuentro solidario entre los
pueblos. No estimaba posible llegar a ser de veras alemán, francés,
italiano o portugués, si el esfuerzo de constitución nacional no
respondía, en lo esencial, al anhelo de concretar de un modo propio,
específico, esa voluntad común de humanizarse sin cesar, en una
convivencia sin fronteras ideológicas. Jaspers, que confiaba en un
humanismo apartidario, quería a cada cultura reconociéndose como parte de
una verdad que no se agota en ninguna de las determinaciones que toma y
que, al unísono, no puede prescindir de ninguna de ellas para darse a
conocer.
.
Al abordar en forma directa y central la cuestión del
prójimo, Jaspers evidencia, por lo demás, una sorprendente cercanía con
las proposiciones de Martín Buber, quien luchó incansablemente por el
reconocimiento recíproco entre palestinos e israelíes. De igual modo, su
pensamiento se enlaza, a este respecto, con el del filósofo católico
Gabriel Marcel y, también, con los enunciados centrales, y tan judíos, de
Emmanuel Levinas.
.
Sin subestimar lo ontológico, Jaspers se empeñó en
desplazar el centro problemático de la filosofía hacia el escenario de la
ética. Hay, para él, exigencias "éticas eternas" que no pueden
desoírse sin vulnerar la especificidad de lo humano. El hombre, afirma,
es ante todo un ser abierto al despliegue de lo ético, en su conciencia y
en su conducta.
.
Jaspers razonaba a escala mundial y estimaba que, si los
hombres seguían empeñados en desconocer su unidad como especie y la
exigencia de solidaridad que ella implica, terminarían aniquilándose sin
remedio. Si hoy viviera, se ubicaría seguramente al lado de quienes
luchan por impedir que la globalización agote su sentido en la mera
uniformidad. Y es probable que los centros de poder del presente, ésos que
se empeñan en homologar la democracia al éxito corporativo, no ahorraran
esfuerzos por acallarlo, tal como ocurrió en su propio tiempo.
.
Por Santiago Kovadloff
Para LA NACION - Buenos Aires, 2003
.
<< Comienzo de la nota
Karl Jaspers
(1883-1969) no sólo ha realizado una prolífica obra de creación
filosófica. Ha documentado su construcción con tal minuciosidad que
difícilmente haya entre sus biógrafos quien pueda añadir algún dato
significativo a lo que él mismo ha dicho sobre su vida y su trabajo. Desde
su historia familiar hasta sus hábitos de escritura, desde los pasos
seguidos en su trayectoria académica hasta las tensiones impuestas y los
consuelos brindados por su exilio en Suiza, todo consta en sus libros
testimoniales, incluyendo la amistad con Hannah Arendt y el
distanciamiento con Martin Heidegger, sin exceptuar la agobiante y larga
enfermedad que padeció en su juventud. Poco es, pues, lo que resta por
descubrir en este terreno. Mucho, en cambio, me parece que habría que
reconsiderar en lo relativo a su actual inscripción en la historia de la
filosofía.
.
Jaspers no goza
del reconocimiento con que cuentan otros autores alemanes que han sido
sus coetáneos. Su prestigio está lejos de ser el de Husserl, su renombre
no es el de Heidegger, y Benjamin o Wittgenstein lo superan ampliamente
en la demanda del interés colectivo.
.
Se acaban de
cumplir ciento veinte años de su nacimiento. Ni las ciencias políticas,
ni el psicoanálisis, ni las tendencias epistemológicas en boga, ni las
corrientes filosóficas fundadas en la fenomenología, ni aquellas que
buscan diagnosticar los síntomas de la posmodernidad parecen haber
encontrado estímulo en sus ideas. Cabe esperar, por lo tanto, que este
aniversario transcurra en medio de una cortés indiferencia hacia el autor
de La culpabilidad alemana . Para colmo, no hay en su trayectoria
personal contradicciones restallantes ni secretos que, ventilados,
resultarían rentables para el periodismo por su dosis de escándalo
virtual o la marea de cuestionamientos y sospechas que podría desatar su
divulgación.
.
Se estima de
manera poco menos que unánime que la de Jaspers es una perspectiva
mansamente sometida al idealismo y el humanismo clásicos del siglo XVIII.
Tales características impondrían, en consecuencia, límites insalvables a
su vigencia filosófica. Suya sería, según se cree, la convicción de que
el hombre posee una esencia impermeable a los condicionamientos
históricos, cuyos ingredientes, igualmente inalterables, serían la razón
y la libertad, tal como el Iluminismo las postuló. Un tinte eurocéntrico
y desfachatadamente burgués condicionaría, por lo demás, el alcance de su
concepto de cultura y su visión de lo social, y ello en tal forma que
ambos quedarían hipotecados en el universalismo abstracto de Herder y la
ética glacial de Emmanuel Kant. Para completar este cuadro de indigencias
hay que recordar que la izquierda de su tiempo, es decir, la de los años
de la segunda posguerra, no vaciló en rotularlo como reaccionario a raíz
de su alineamiento con Occidente y de su crítica implacable al mundo
soviético. Vale la pena, no obstante, ponderar la consistencia efectiva
del conjunto de estas acusaciones bajo la luz que, sobre la filosofía de
Jaspers, echan los dilemas del presente.
.
Al finalizar la
Segunda Guerra Mundial, Jaspers comenzó a ser frecuentemente consultado
por las fuerzas aliadas de ocupación. En el exterior había trascendido su
posición antinazi, sostenida con serena perseverancia y coraje a lo largo
de los doce años que duró el régimen. En su momento, las diferencias con
Hitler le valieron la expulsión de la universidad. Y poco faltó para que
el hecho de estar casado con una judía le costara la vida. Todo ello
hacía de él un referente obligado para quienes se empeñaban en diseñar
las bases de la reconstrucción política de Alemania. Los norteamericanos,
en particular, deseaban reemplazar cuanto antes a las personalidades
germanas por ellos designadas para una administración transitoria.
Querían hacer lugar con premura a un gobierno de partido surgido de las urnas
y, por lo tanto, de incuestionable extracción democrática. Jaspers no
coincidió con esta urgencia. Veía en ella el germen de una nueva
catástrofe. En su Autobiografía filosófica advierte: "Ustedes
toman un camino que es funesto para Alemania. Las mejores personalidades
del país serán reemplazadas por los viejos hombres de partido que antes
de 1933 demostraron su ineptitud. [...] Deberían ustedes administrar
abiertamente a esta Alemania bajo su propia responsabilidad, por conducto
de los alemanes de mayor capacidad, cordura y patriotismo. Así, el
proceso educativo que nos ha sido negado por la historia podrá, al menos,
comenzar por cierto grado de independencia alemana hacia abajo. Esta
educación no se logra aleccionando, dando conferencias y editando escritos
que ensalzan las excelencias de la democracia, sino única y
exclusivamente por la práctica. [...] Entre nosotros aún rige el
principio de que la autoridad manda y la masa obedece. [...] Lo cierto es
que hoy Alemania no puede ser gobernada por sus mejores hombres
políticos, los que sólo podrán surgir al cabo de los años y de elecciones
libres. [...] Implantar desde arriba la democracia basada en el juego de
los partidos políticos, ahora que falta su premisa en la conciencia de la
población y la abrumadora mayoría de los alemanes ni siquiera sabe qué
quiere decir realmente, ni qué ni a quién deben elegir, significaría
poner en lugar de la autoridad de los alemanes escogidos por ustedes, la
de los dirigentes y burócratas de partido".
.
Los
norteamericanos no coincidieron con él. Advirtieron que, en un orden
lógico, podría tener razón pero les era imposible proceder como Jaspers
les sugería. En primer término, porque el pueblo estadounidense repudiaba
toda forma de administración colonial y la propuesta del filósofo, lo
quisiera él o no, podía interpretarse de ese modo. En segundo término,
como apuntó Jaspers en su Autobiografía... , "porque los
rusos lo tomarían como un ejemplo de administración dictatorial y
enseguida se aprovecharían para hacer lo mismo en Alemania Oriental, pero
con muy otros propósitos y en forma mucho peor". Jaspers nunca se
resignó a los hechos consumados. Jamás consideró que en ellos radicara la
solución del problema. Con el transcurso del tiempo, las circunstancias
parecieron reforzar la validez de su diagnóstico. La convicción de que en
Alemania se había realizado una transición superficial del autoritarismo
a la democracia lo acompañó toda su vida y determinó su radicación
ulterior en Suiza, así como su renuncia a la nacionalidad alemana.
.
Jaspers no creía
en la recuperación de su país a menos que en él tuviera lugar una
renovación sustancial de la sensibilidad política. Cuando el auge
económico de posguerra indujo a hablar de un "milagro alemán",
Jaspers no sumó su voz al coro festivo que daba por cumplida la
transición a la vida democrática. Por el contrario: redobló sus
advertencias y, una vez más, hizo pública su disconformidad. El éxito del
capitalismo, en un orden material y aislado, nada significaba para él
como indicio de vitalidad democrática. Era imprescindible que ese éxito
se inscribiera en un marco espiritualmente maduro, si se quería hablar de
progreso. La democracia, aseguraba, es mucho más que buenos negocios.
Ella constituye el fundamento ético y metafísico de la convivencia y el
trabajo. Implica contar con un Estado consciente de su necesaria sujeción
al principio que establece la autonomía primordial de la persona con
respecto a toda forma de poder político. El hombre es libre; siempre más
libre de lo que pretende cualquiera de las etiquetas interesadas en
rotularlo. Pero esa libertad, lejos de ser un atributo del cual él
dispone, es una tarea que lo convoca, un desiderátum de su acción. Un
verdadero Estado democrático ha de ser un Estado asentado en la
comprensión de la libertad personal concebida como tarea. Resguardará su
sentido y garantizará la defensa de su valor, en todas sus decisiones.
Jaspers partió siempre de la idea de que el hombre se manifiesta como tal
cuando busca trascenderse, antes que realizarse. El hombre ávido de
trascendencia trata de rebasar incansablemente su sujeción a lo
fragmentario, a la idolatría en cualquiera de sus formas, a lo dogmático
concebido como lo que inscribe la verdad en el terreno de lo indiscutible
y definitivamente asentado. Esta sed de trascendencia se traduce en el
afán de convivencia equitativa y en la apertura a una realidad que supera
al hombre como verdad siempre inabarcable y, sólo como inabarcable,
discernible por parte del espíritu. De esa verdad y de ese enigma que lo
exceden y a la vez lo manifiestan, el hombre debe aprender a descubrirse
como posible expresión mediante el cultivo de la conciencia de su
singularidad. Y lo decisivo, en esa conciencia, es la presencia del
prójimo. Ese que se hace ver para que yo lo reconozca en su alteridad; en
esa alteridad que, a su vez, él debe reconocer en mí para que podamos
identificarnos. Es ante todo por su intermedio como ha de manifestarse
ante mí esa realidad sin fronteras a la que Jaspers llama "lo
incondicionado".
.
Corresponde,
pues, al Estado expresar y proteger, preservar y alentar la concreción de
esos valores que no se originan en él ni equivalen a él, pero que sólo él
puede socializar. Su función es, por lo tanto, ejecutiva y no ontológica.
Concebir al Estado como instancia suprema y creadora de los valores
primordiales implica caer en las peores formas del fanatismo, de la
arbitrariedad y de la incomprensión del hombre como ser libre. Tal es, a
juicio de Jaspers, lo que ocurrió durante el III Reich y lo que, para él,
representaba el mundo soviético.
.
Jaspers trató de
dar a entender que podría encontrarse un nuevo punto de partida para
Alemania, tras la derrota del nazismo. El año 1945 abría, según él, esa
posibilidad. Para que la reconstrucción de Alemania resultara viable era
preciso que los alemanes tomaran conciencia de su responsabilidad
específica. A fin de explicar qué entendía por ella, Jaspers recurrió al
concepto de "falta colectiva". La "falta colectiva"
consistía en la culpa de haber sobrevivido a la catástrofe desatada por
el nazismo, sin haber hecho lo necesario para combatirlo. Responsabilidad
de no haberse jugado la vida en defensa de los ideales democráticos, de
haber escapado a la masacre amparándose en el silencio o la indiferencia.
¿Dónde estábamos, se pregunta, cuando otros eran aniquilados en nombre de
principios que no compartíamos? Todo aquel que logró preservar su vida
callando, abdicando de la conciencia, emigrando o incluso adaptándose a
las circunstancias impuestas por el régimen ha contraído una deuda moral
con el pasado. Esa deuda sólo puede saldarse incidiendo en una nueva
configuración del porvenir. Cada ciudadano alemán, afirma Jaspers, debe
asumir la falta que implica haber escapado a la aniquilación, infundiendo
a sus actos la orientación requerida para que Alemania se encauce
políticamente hacia la instauración de un Estado donde el ideal del
reconocimiento "de la dignidad de los individuos, sea el único valor
que otorga sentido y grandeza a la existencia humana".
.
¿Tuvo lugar ese
proceso? ¿Se encauzó la reconstrucción alemana hacia donde Jaspers lo
proponía?
.
Casi medio siglo
más tarde, en 1992, Günter Grass demostraría, en su Discurso de la
pérdida , hasta qué punto las previsiones de Jaspers habían sido
desoídas: "¿Es que no ha crecido hierba que cure la tendencia
alemana a la reincidencia? [...] ¿Todavía no somos capaces, dañados como
aún estamos por las últimas incursiones en lo absoluto, de un trato
civil, es decir, humano, con los de dentro y con los de fuera?"
.
Jaspers temía que
se banalizara el horror y eso fue, a su juicio, lo que no se evitó. Los
imperativos de la política desoyeron los de la ética. El Estado se hizo
cómplice de una claudicación moral inadmisible para el filósofo. No
obstante, y fiel a su raigambre socrática, el pensador no dejó de
insistir en su prédica. Nunca renunció a su concepción de la política
como herramienta moral.
.
Cuando la
burguesía alemana reclamó la reunificación, en 1948, Jaspers alzó su voz
otra vez para advertir que la llamada Alemania libre aún no lo era,
puesto que no había superado los componentes autoritarios que produjeron
el ascenso del nazismo. De verificarse la reunificación en aquellas
condiciones, se potenciarían dos fuerzas idénticas en su incapacidad para
sostener el ideario democrático. Cuando, finalmente y mucho después, la
reunificación tuvo lugar, sus temores parecieron perdurar en las palabras
del Discurso... de Günter Grass: "Los ciudadanos de la R. D.
A., esos alemanes que se han llevado la peor parte [...] han tenido que pagar
por lo que no han pagado los ciudadanos de la República Federal. No
tuvieron la suerte de poder optar por la libertad occidental. No hemos
sido nosotros los que hemos tenido que soportar por ellos, sino ellos por
nosotros, la carga principal de la guerra que perdimos todos los
alemanes. A la comprensión de todo esto es a lo que, nada más caer el
muro, había que haber dado preferencia. Esa es la deuda que teníamos con
ellos. Y en vez de pagarles los ponemos una vez más bajo tutela".
.
El Estado-Nación
nada podía representar para Jaspers, en términos de auténticos valores
humanos, si no se veía a sí mismo como un modo particular o específico de
dar sustento y forma a los ideales universalistas de justicia y
convivencia entre los hombres. Jaspers consideraba indispensable tender
hacia la constitución de una sociedad planetaria que se fundara en el
despliegue de las particularidades históricas y se valiera de éstas para
llevar a cabo la siempre perfectible realización del proyecto de
encuentro solidario entre los pueblos. No estimaba posible llegar a ser
de veras alemán, francés, italiano o portugués, si el esfuerzo de
constitución nacional no respondía, en lo esencial, al anhelo de
concretar de un modo propio, específico, esa voluntad común de humanizarse
sin cesar, en una convivencia sin fronteras ideológicas. Jaspers, que
confiaba en un humanismo apartidario, quería a cada cultura
reconociéndose como parte de una verdad que no se agota en ninguna de las
determinaciones que toma y que, al unísono, no puede prescindir de
ninguna de ellas para darse a conocer.
.
Al abordar en
forma directa y central la cuestión del prójimo, Jaspers evidencia, por
lo demás, una sorprendente cercanía con las proposiciones de Martín
Buber, quien luchó incansablemente por el reconocimiento recíproco entre
palestinos e israelíes. De igual modo, su pensamiento se enlaza, a este
respecto, con el del filósofo católico Gabriel Marcel y, también, con los
enunciados centrales, y tan judíos, de Emmanuel Levinas.
.
Sin subestimar lo
ontológico, Jaspers se empeñó en desplazar el centro problemático de la
filosofía hacia el escenario de la ética. Hay, para él, exigencias
"éticas eternas" que no pueden desoírse sin vulnerar la
especificidad de lo humano. El hombre, afirma, es ante todo un ser
abierto al despliegue de lo ético, en su conciencia y en su conducta.
.
Jaspers razonaba
a escala mundial y estimaba que, si los hombres seguían empeñados en
desconocer su unidad como especie y la exigencia de solidaridad que ella
implica, terminarían aniquilándose sin remedio. Si hoy viviera, se
ubicaría seguramente al lado de quienes luchan por impedir que la
globalización agote su sentido en la mera uniformidad. Y es probable que
los centros de poder del presente, ésos que se empeñan en homologar la democracia
al éxito corporativo, no ahorraran esfuerzos por acallarlo, tal como
ocurrió en su propio tiempo.
.
Por Santiago
Kovadloff
Para LA NACION - Buenos Aires, 2003
.
Karl Jaspers (1883-1969) no sólo ha realizado una prolífica
obra de creación filosófica. Ha documentado su construcción con tal
minuciosidad que difícilmente haya entre sus biógrafos quien pueda añadir
algún dato significativo a lo que él mismo ha dicho sobre su vida y su
trabajo. Desde su historia familiar hasta sus hábitos de escritura, desde
los pasos seguidos en su trayectoria académica hasta las tensiones
impuestas y los consuelos brindados por su exilio en Suiza, todo consta
en sus libros testimoniales, incluyendo la amistad con Hannah Arendt y el
distanciamiento con Martin Heidegger, sin exceptuar la agobiante y larga
enfermedad que padeció en su juventud. Poco es, pues, lo que resta por
descubrir en este terreno. Mucho, en cambio, me parece que habría que
reconsiderar en lo relativo a su actual inscripción en la historia de la
filosofía.
.
Jaspers no goza del reconocimiento con que cuentan otros
autores alemanes que han sido sus coetáneos. Su prestigio está lejos de
ser el de Husserl, su renombre no es el de Heidegger, y Benjamin o
Wittgenstein lo superan ampliamente en la demanda del interés colectivo.
.
Se acaban de cumplir ciento veinte años de su nacimiento.
Ni las ciencias políticas, ni el psicoanálisis, ni las tendencias
epistemológicas en boga, ni las corrientes filosóficas fundadas en la
fenomenología, ni aquellas que buscan diagnosticar los síntomas de la
posmodernidad parecen haber encontrado estímulo en sus ideas. Cabe
esperar, por lo tanto, que este aniversario transcurra en medio de una
cortés indiferencia hacia el autor de La culpabilidad alemana .
Para colmo, no hay en su trayectoria personal contradicciones
restallantes ni secretos que, ventilados, resultarían rentables para el
periodismo por su dosis de escándalo virtual o la marea de
cuestionamientos y sospechas que podría desatar su divulgación.
.
Se estima de manera poco menos que unánime que la de
Jaspers es una perspectiva mansamente sometida al idealismo y el
humanismo clásicos del siglo XVIII. Tales características impondrían, en
consecuencia, límites insalvables a su vigencia filosófica. Suya sería,
según se cree, la convicción de que el hombre posee una esencia
impermeable a los condicionamientos históricos, cuyos ingredientes,
igualmente inalterables, serían la razón y la libertad, tal como el
Iluminismo las postuló. Un tinte eurocéntrico y desfachatadamente burgués
condicionaría, por lo demás, el alcance de su concepto de cultura y su
visión de lo social, y ello en tal forma que ambos quedarían hipotecados
en el universalismo abstracto de Herder y la ética glacial de Emmanuel
Kant. Para completar este cuadro de indigencias hay que recordar que la
izquierda de su tiempo, es decir, la de los años de la segunda posguerra,
no vaciló en rotularlo como reaccionario a raíz de su alineamiento con
Occidente y de su crítica implacable al mundo soviético. Vale la pena, no
obstante, ponderar la consistencia efectiva del conjunto de estas
acusaciones bajo la luz que, sobre la filosofía de Jaspers, echan los
dilemas del presente.
.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Jaspers comenzó a
ser frecuentemente consultado por las fuerzas aliadas de ocupación. En el
exterior había trascendido su posición antinazi, sostenida con serena
perseverancia y coraje a lo largo de los doce años que duró el régimen.
En su momento, las diferencias con Hitler le valieron la expulsión de la universidad.
Y poco faltó para que el hecho de estar casado con una judía le costara
la vida. Todo ello hacía de él un referente obligado para quienes se
empeñaban en diseñar las bases de la reconstrucción política de Alemania.
Los norteamericanos, en particular, deseaban reemplazar cuanto antes a
las personalidades germanas por ellos designadas para una administración
transitoria. Querían hacer lugar con premura a un gobierno de partido
surgido de las urnas y, por lo tanto, de incuestionable extracción democrática.
Jaspers no coincidió con esta urgencia. Veía en ella el germen de una
nueva catástrofe. En su Autobiografía filosófica advierte:
"Ustedes toman un camino que es funesto para Alemania. Las mejores
personalidades del país serán reemplazadas por los viejos hombres de
partido que antes de 1933 demostraron su ineptitud. [...] Deberían
ustedes administrar abiertamente a esta Alemania bajo su propia
responsabilidad, por conducto de los alemanes de mayor capacidad, cordura
y patriotismo. Así, el proceso educativo que nos ha sido negado por la
historia podrá, al menos, comenzar por cierto grado de independencia
alemana hacia abajo. Esta educación no se logra aleccionando, dando
conferencias y editando escritos que ensalzan las excelencias de la
democracia, sino única y exclusivamente por la práctica. [...] Entre
nosotros aún rige el principio de que la autoridad manda y la masa
obedece. [...] Lo cierto es que hoy Alemania no puede ser gobernada por
sus mejores hombres políticos, los que sólo podrán surgir al cabo de los
años y de elecciones libres. [...] Implantar desde arriba la democracia
basada en el juego de los partidos políticos, ahora que falta su premisa
en la conciencia de la población y la abrumadora mayoría de los alemanes
ni siquiera sabe qué quiere decir realmente, ni qué ni a quién deben
elegir, significaría poner en lugar de la autoridad de los alemanes
escogidos por ustedes, la de los dirigentes y burócratas de
partido".
.
Los norteamericanos no coincidieron con él. Advirtieron
que, en un orden lógico, podría tener razón pero les era imposible
proceder como Jaspers les sugería. En primer término, porque el pueblo
estadounidense repudiaba toda forma de administración colonial y la
propuesta del filósofo, lo quisiera él o no, podía interpretarse de ese
modo. En segundo término, como apuntó Jaspers en su Autobiografía... ,
"porque los rusos lo tomarían como un ejemplo de administración
dictatorial y enseguida se aprovecharían para hacer lo mismo en Alemania
Oriental, pero con muy otros propósitos y en forma mucho peor".
Jaspers nunca se resignó a los hechos consumados. Jamás consideró que en
ellos radicara la solución del problema. Con el transcurso del tiempo,
las circunstancias parecieron reforzar la validez de su diagnóstico. La
convicción de que en Alemania se había realizado una transición
superficial del autoritarismo a la democracia lo acompañó toda su vida y
determinó su radicación ulterior en Suiza, así como su renuncia a la
nacionalidad alemana.
.
Jaspers no creía en la recuperación de su país a menos que
en él tuviera lugar una renovación sustancial de la sensibilidad
política. Cuando el auge económico de posguerra indujo a hablar de un
"milagro alemán", Jaspers no sumó su voz al coro festivo que
daba por cumplida la transición a la vida democrática. Por el contrario:
redobló sus advertencias y, una vez más, hizo pública su disconformidad.
El éxito del capitalismo, en un orden material y aislado, nada
significaba para él como indicio de vitalidad democrática. Era
imprescindible que ese éxito se inscribiera en un marco espiritualmente
maduro, si se quería hablar de progreso. La democracia, aseguraba, es
mucho más que buenos negocios. Ella constituye el fundamento ético y
metafísico de la convivencia y el trabajo. Implica contar con un Estado consciente
de su necesaria sujeción al principio que establece la autonomía
primordial de la persona con respecto a toda forma de poder político. El
hombre es libre; siempre más libre de lo que pretende cualquiera de las
etiquetas interesadas en rotularlo. Pero esa libertad, lejos de ser un
atributo del cual él dispone, es una tarea que lo convoca, un desiderátum
de su acción. Un verdadero Estado democrático ha de ser un Estado
asentado en la comprensión de la libertad personal concebida como tarea.
Resguardará su sentido y garantizará la defensa de su valor, en todas sus
decisiones. Jaspers partió siempre de la idea de que el hombre se
manifiesta como tal cuando busca trascenderse, antes que realizarse. El
hombre ávido de trascendencia trata de rebasar incansablemente su
sujeción a lo fragmentario, a la idolatría en cualquiera de sus formas, a
lo dogmático concebido como lo que inscribe la verdad en el terreno de lo
indiscutible y definitivamente asentado. Esta sed de trascendencia se
traduce en el afán de convivencia equitativa y en la apertura a una
realidad que supera al hombre como verdad siempre inabarcable y, sólo
como inabarcable, discernible por parte del espíritu. De esa verdad y de
ese enigma que lo exceden y a la vez lo manifiestan, el hombre debe aprender
a descubrirse como posible expresión mediante el cultivo de la conciencia
de su singularidad. Y lo decisivo, en esa conciencia, es la presencia del
prójimo. Ese que se hace ver para que yo lo reconozca en su alteridad; en
esa alteridad que, a su vez, él debe reconocer en mí para que podamos
identificarnos. Es ante todo por su intermedio como ha de manifestarse
ante mí esa realidad sin fronteras a la que Jaspers llama "lo
incondicionado".
.
Corresponde, pues, al Estado expresar y proteger, preservar
y alentar la concreción de esos valores que no se originan en él ni
equivalen a él, pero que sólo él puede socializar. Su función es, por lo
tanto, ejecutiva y no ontológica. Concebir al Estado como instancia
suprema y creadora de los valores primordiales implica caer en las peores
formas del fanatismo, de la arbitrariedad y de la incomprensión del
hombre como ser libre. Tal es, a juicio de Jaspers, lo que ocurrió
durante el III Reich y lo que, para él, representaba el mundo soviético.
.
Jaspers trató de dar a entender que podría encontrarse un
nuevo punto de partida para Alemania, tras la derrota del nazismo. El año
1945 abría, según él, esa posibilidad. Para que la reconstrucción de
Alemania resultara viable era preciso que los alemanes tomaran conciencia
de su responsabilidad específica. A fin de explicar qué entendía por
ella, Jaspers recurrió al concepto de "falta colectiva". La
"falta colectiva" consistía en la culpa de haber sobrevivido a
la catástrofe desatada por el nazismo, sin haber hecho lo necesario para
combatirlo. Responsabilidad de no haberse jugado la vida en defensa de
los ideales democráticos, de haber escapado a la masacre amparándose en
el silencio o la indiferencia. ¿Dónde estábamos, se pregunta, cuando
otros eran aniquilados en nombre de principios que no compartíamos? Todo
aquel que logró preservar su vida callando, abdicando de la conciencia,
emigrando o incluso adaptándose a las circunstancias impuestas por el
régimen ha contraído una deuda moral con el pasado. Esa deuda sólo puede saldarse
incidiendo en una nueva configuración del porvenir. Cada ciudadano
alemán, afirma Jaspers, debe asumir la falta que implica haber escapado a
la aniquilación, infundiendo a sus actos la orientación requerida para
que Alemania se encauce políticamente hacia la instauración de un Estado
donde el ideal del reconocimiento "de la dignidad de los individuos,
sea el único valor que otorga sentido y grandeza a la existencia
humana".
.
¿Tuvo lugar ese proceso? ¿Se encauzó la reconstrucción
alemana hacia donde Jaspers lo proponía?
.
Casi medio siglo más tarde, en 1992, Günter Grass
demostraría, en su Discurso de la pérdida , hasta qué punto las
previsiones de Jaspers habían sido desoídas: "¿Es que no ha crecido
hierba que cure la tendencia alemana a la reincidencia? [...] ¿Todavía no
somos capaces, dañados como aún estamos por las últimas incursiones en lo
absoluto, de un trato civil, es decir, humano, con los de dentro y con
los de fuera?"
.
Jaspers temía que se banalizara el horror y eso fue, a su
juicio, lo que no se evitó. Los imperativos de la política desoyeron los
de la ética. El Estado se hizo cómplice de una claudicación moral
inadmisible para el filósofo. No obstante, y fiel a su raigambre
socrática, el pensador no dejó de insistir en su prédica. Nunca renunció
a su concepción de la política como herramienta moral.
.
Cuando la burguesía alemana reclamó la reunificación, en
1948, Jaspers alzó su voz otra vez para advertir que la llamada Alemania
libre aún no lo era, puesto que no había superado los componentes
autoritarios que produjeron el ascenso del nazismo. De verificarse la
reunificación en aquellas condiciones, se potenciarían dos fuerzas
idénticas en su incapacidad para sostener el ideario democrático. Cuando,
finalmente y mucho después, la reunificación tuvo lugar, sus temores
parecieron perdurar en las palabras del Discurso... de Günter
Grass: "Los ciudadanos de la R. D. A., esos alemanes que se han
llevado la peor parte [...] han tenido que pagar por lo que no han pagado
los ciudadanos de la República Federal. No tuvieron la suerte de poder
optar por la libertad occidental. No hemos sido nosotros los que hemos
tenido que soportar por ellos, sino ellos por nosotros, la carga
principal de la guerra que perdimos todos los alemanes. A la comprensión
de todo esto es a lo que, nada más caer el muro, había que haber dado
preferencia. Esa es la deuda que teníamos con ellos. Y en vez de pagarles
los ponemos una vez más bajo tutela".
.
El Estado-Nación nada podía representar para Jaspers, en
términos de auténticos valores humanos, si no se veía a sí mismo como un
modo particular o específico de dar sustento y forma a los ideales
universalistas de justicia y convivencia entre los hombres. Jaspers
consideraba indispensable tender hacia la constitución de una sociedad
planetaria que se fundara en el despliegue de las particularidades
históricas y se valiera de éstas para llevar a cabo la siempre
perfectible realización del proyecto de encuentro solidario entre los
pueblos. No estimaba posible llegar a ser de veras alemán, francés,
italiano o portugués, si el esfuerzo de constitución nacional no
respondía, en lo esencial, al anhelo de concretar de un modo propio,
específico, esa voluntad común de humanizarse sin cesar, en una
convivencia sin fronteras ideológicas. Jaspers, que confiaba en un
humanismo apartidario, quería a cada cultura reconociéndose como parte de
una verdad que no se agota en ninguna de las determinaciones que toma y
que, al unísono, no puede prescindir de ninguna de ellas para darse a
conocer.
.
Al abordar en forma directa y central la cuestión del
prójimo, Jaspers evidencia, por lo demás, una sorprendente cercanía con
las proposiciones de Martín Buber, quien luchó incansablemente por el
reconocimiento recíproco entre palestinos e israelíes. De igual modo, su
pensamiento se enlaza, a este respecto, con el del filósofo católico
Gabriel Marcel y, también, con los enunciados centrales, y tan judíos, de
Emmanuel Levinas.
.
Sin subestimar lo ontológico, Jaspers se empeñó en
desplazar el centro problemático de la filosofía hacia el escenario de la
ética. Hay, para él, exigencias "éticas eternas" que no pueden
desoírse sin vulnerar la especificidad de lo humano. El hombre, afirma,
es ante todo un ser abierto al despliegue de lo ético, en su conciencia y
en su conducta.
.
Jaspers razonaba a escala mundial y estimaba que, si los
hombres seguían empeñados en desconocer su unidad como especie y la
exigencia de solidaridad que ella implica, terminarían aniquilándose sin
remedio. Si hoy viviera, se ubicaría seguramente al lado de quienes
luchan por impedir que la globalización agote su sentido en la mera
uniformidad. Y es probable que los centros de poder del presente, ésos
que se empeñan en homologar la democracia al éxito corporativo, no
ahorraran esfuerzos por acallarlo, tal como ocurrió en su propio tiempo.
.
Por Santiago Kovadloff
Para LA NACION - Buenos Aires, 2003
.
Karl Jaspers (1883-1969) no sólo ha realizado una prolífica
obra de creación filosófica. Ha documentado su construcción con tal
minuciosidad que difícilmente haya entre sus biógrafos quien pueda añadir
algún dato significativo a lo que él mismo ha dicho sobre su vida y su
trabajo. Desde su historia familiar hasta sus hábitos de escritura, desde
los pasos seguidos en su trayectoria académica hasta las tensiones
impuestas y los consuelos brindados por su exilio en Suiza, todo consta
en sus libros testimoniales, incluyendo la amistad con Hannah Arendt y el
distanciamiento con Martin Heidegger, sin exceptuar la agobiante y larga
enfermedad que padeció en su juventud. Poco es, pues, lo que resta por
descubrir en este terreno. Mucho, en cambio, me parece que habría que
reconsiderar en lo relativo a su actual inscripción en la historia de la
filosofía.
.
Jaspers no goza del reconocimiento con que cuentan otros
autores alemanes que han sido sus coetáneos. Su prestigio está lejos de
ser el de Husserl, su renombre no es el de Heidegger, y Benjamin o
Wittgenstein lo superan ampliamente en la demanda del interés colectivo.
.
Se acaban de cumplir ciento veinte años de su nacimiento.
Ni las ciencias políticas, ni el psicoanálisis, ni las tendencias
epistemológicas en boga, ni las corrientes filosóficas fundadas en la
fenomenología, ni aquellas que buscan diagnosticar los síntomas de la
posmodernidad parecen haber encontrado estímulo en sus ideas. Cabe
esperar, por lo tanto, que este aniversario transcurra en medio de una
cortés indiferencia hacia el autor de La culpabilidad alemana .
Para colmo, no hay en su trayectoria personal contradicciones restallantes
ni secretos que, ventilados, resultarían rentables para el periodismo por
su dosis de escándalo virtual o la marea de cuestionamientos y sospechas
que podría desatar su divulgación.
.
Se estima de manera poco menos que unánime que la de
Jaspers es una perspectiva mansamente sometida al idealismo y el
humanismo clásicos del siglo XVIII. Tales características impondrían, en
consecuencia, límites insalvables a su vigencia filosófica. Suya sería,
según se cree, la convicción de que el hombre posee una esencia
impermeable a los condicionamientos históricos, cuyos ingredientes,
igualmente inalterables, serían la razón y la libertad, tal como el
Iluminismo las postuló. Un tinte eurocéntrico y desfachatadamente burgués
condicionaría, por lo demás, el alcance de su concepto de cultura y su
visión de lo social, y ello en tal forma que ambos quedarían hipotecados
en el universalismo abstracto de Herder y la ética glacial de Emmanuel
Kant. Para completar este cuadro de indigencias hay que recordar que la
izquierda de su tiempo, es decir, la de los años de la segunda posguerra,
no vaciló en rotularlo como reaccionario a raíz de su alineamiento con
Occidente y de su crítica implacable al mundo soviético. Vale la pena, no
obstante, ponderar la consistencia efectiva del conjunto de estas
acusaciones bajo la luz que, sobre la filosofía de Jaspers, echan los
dilemas del presente.
.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Jaspers comenzó a
ser frecuentemente consultado por las fuerzas aliadas de ocupación. En el
exterior había trascendido su posición antinazi, sostenida con serena
perseverancia y coraje a lo largo de los doce años que duró el régimen.
En su momento, las diferencias con Hitler le valieron la expulsión de la
universidad. Y poco faltó para que el hecho de estar casado con una judía
le costara la vida. Todo ello hacía de él un referente obligado para
quienes se empeñaban en diseñar las bases de la reconstrucción política
de Alemania. Los norteamericanos, en particular, deseaban reemplazar
cuanto antes a las personalidades germanas por ellos designadas para una
administración transitoria. Querían hacer lugar con premura a un gobierno
de partido surgido de las urnas y, por lo tanto, de incuestionable
extracción democrática. Jaspers no coincidió con esta urgencia. Veía en
ella el germen de una nueva catástrofe. En su Autobiografía filosófica
advierte: "Ustedes toman un camino que es funesto para Alemania.
Las mejores personalidades del país serán reemplazadas por los viejos
hombres de partido que antes de 1933 demostraron su ineptitud. [...]
Deberían ustedes administrar abiertamente a esta Alemania bajo su propia
responsabilidad, por conducto de los alemanes de mayor capacidad, cordura
y patriotismo. Así, el proceso educativo que nos ha sido negado por la
historia podrá, al menos, comenzar por cierto grado de independencia
alemana hacia abajo. Esta educación no se logra aleccionando, dando
conferencias y editando escritos que ensalzan las excelencias de la
democracia, sino única y exclusivamente por la práctica. [...] Entre
nosotros aún rige el principio de que la autoridad manda y la masa
obedece. [...] Lo cierto es que hoy Alemania no puede ser gobernada por
sus mejores hombres políticos, los que sólo podrán surgir al cabo de los
años y de elecciones libres. [...] Implantar desde arriba la democracia
basada en el juego de los partidos políticos, ahora que falta su premisa
en la conciencia de la población y la abrumadora mayoría de los alemanes
ni siquiera sabe qué quiere decir realmente, ni qué ni a quién deben
elegir, significaría poner en lugar de la autoridad de los alemanes
escogidos por ustedes, la de los dirigentes y burócratas de
partido".
.
Los norteamericanos no coincidieron con él. Advirtieron
que, en un orden lógico, podría tener razón pero les era imposible proceder
como Jaspers les sugería. En primer término, porque el pueblo
estadounidense repudiaba toda forma de administración colonial y la
propuesta del filósofo, lo quisiera él o no, podía interpretarse de ese
modo. En segundo término, como apuntó Jaspers en su Autobiografía... ,
"porque los rusos lo tomarían como un ejemplo de administración
dictatorial y enseguida se aprovecharían para hacer lo mismo en Alemania
Oriental, pero con muy otros propósitos y en forma mucho peor".
Jaspers nunca se resignó a los hechos consumados. Jamás consideró que en
ellos radicara la solución del problema. Con el transcurso del tiempo,
las circunstancias parecieron reforzar la validez de su diagnóstico. La
convicción de que en Alemania se había realizado una transición superficial
del autoritarismo a la democracia lo acompañó toda su vida y determinó su
radicación ulterior en Suiza, así como su renuncia a la nacionalidad
alemana.
.
Jaspers no creía en la recuperación de su país a menos que
en él tuviera lugar una renovación sustancial de la sensibilidad
política. Cuando el auge económico de posguerra indujo a hablar de un
"milagro alemán", Jaspers no sumó su voz al coro festivo que
daba por cumplida la transición a la vida democrática. Por el contrario:
redobló sus advertencias y, una vez más, hizo pública su disconformidad.
El éxito del capitalismo, en un orden material y aislado, nada
significaba para él como indicio de vitalidad democrática. Era
imprescindible que ese éxito se inscribiera en un marco espiritualmente
maduro, si se quería hablar de progreso. La democracia, aseguraba, es
mucho más que buenos negocios. Ella constituye el fundamento ético y
metafísico de la convivencia y el trabajo. Implica contar con un Estado
consciente de su necesaria sujeción al principio que establece la
autonomía primordial de la persona con respecto a toda forma de poder
político. El hombre es libre; siempre más libre de lo que pretende
cualquiera de las etiquetas interesadas en rotularlo. Pero esa libertad,
lejos de ser un atributo del cual él dispone, es una tarea que lo
convoca, un desiderátum de su acción. Un verdadero Estado democrático ha
de ser un Estado asentado en la comprensión de la libertad personal
concebida como tarea. Resguardará su sentido y garantizará la defensa de
su valor, en todas sus decisiones. Jaspers partió siempre de la idea de
que el hombre se manifiesta como tal cuando busca trascenderse, antes que
realizarse. El hombre ávido de trascendencia trata de rebasar
incansablemente su sujeción a lo fragmentario, a la idolatría en
cualquiera de sus formas, a lo dogmático concebido como lo que inscribe
la verdad en el terreno de lo indiscutible y definitivamente asentado.
Esta sed de trascendencia se traduce en el afán de convivencia equitativa
y en la apertura a una realidad que supera al hombre como verdad siempre
inabarcable y, sólo como inabarcable, discernible por parte del espíritu.
De esa verdad y de ese enigma que lo exceden y a la vez lo manifiestan,
el hombre debe aprender a descubrirse como posible expresión mediante el
cultivo de la conciencia de su singularidad. Y lo decisivo, en esa
conciencia, es la presencia del prójimo. Ese que se hace ver para que yo
lo reconozca en su alteridad; en esa alteridad que, a su vez, él debe
reconocer en mí para que podamos identificarnos. Es ante todo por su
intermedio como ha de manifestarse ante mí esa realidad sin fronteras a
la que Jaspers llama "lo incondicionado".
.
Corresponde, pues, al Estado expresar y proteger, preservar
y alentar la concreción de esos valores que no se originan en él ni
equivalen a él, pero que sólo él puede socializar. Su función es, por lo
tanto, ejecutiva y no ontológica. Concebir al Estado como instancia
suprema y creadora de los valores primordiales implica caer en las peores
formas del fanatismo, de la arbitrariedad y de la incomprensión del
hombre como ser libre. Tal es, a juicio de Jaspers, lo que ocurrió
durante el III Reich y lo que, para él, representaba el mundo soviético.
.
Jaspers trató de dar a entender que podría encontrarse un
nuevo punto de partida para Alemania, tras la derrota del nazismo. El año
1945 abría, según él, esa posibilidad. Para que la reconstrucción de
Alemania resultara viable era preciso que los alemanes tomaran conciencia
de su responsabilidad específica. A fin de explicar qué entendía por
ella, Jaspers recurrió al concepto de "falta colectiva". La
"falta colectiva" consistía en la culpa de haber sobrevivido a
la catástrofe desatada por el nazismo, sin haber hecho lo necesario para
combatirlo. Responsabilidad de no haberse jugado la vida en defensa de
los ideales democráticos, de haber escapado a la masacre amparándose en
el silencio o la indiferencia. ¿Dónde estábamos, se pregunta, cuando
otros eran aniquilados en nombre de principios que no compartíamos? Todo
aquel que logró preservar su vida callando, abdicando de la conciencia,
emigrando o incluso adaptándose a las circunstancias impuestas por el
régimen ha contraído una deuda moral con el pasado. Esa deuda sólo puede
saldarse incidiendo en una nueva configuración del porvenir. Cada
ciudadano alemán, afirma Jaspers, debe asumir la falta que implica haber
escapado a la aniquilación, infundiendo a sus actos la orientación
requerida para que Alemania se encauce políticamente hacia la
instauración de un Estado donde el ideal del reconocimiento "de la
dignidad de los individuos, sea el único valor que otorga sentido y
grandeza a la existencia humana".
.
¿Tuvo lugar ese proceso? ¿Se encauzó la reconstrucción
alemana hacia donde Jaspers lo proponía?
.
Casi medio siglo más tarde, en 1992, Günter Grass
demostraría, en su Discurso de la pérdida , hasta qué punto las
previsiones de Jaspers habían sido desoídas: "¿Es que no ha crecido
hierba que cure la tendencia alemana a la reincidencia? [...] ¿Todavía no
somos capaces, dañados como aún estamos por las últimas incursiones en lo
absoluto, de un trato civil, es decir, humano, con los de dentro y con
los de fuera?"
.
Jaspers temía que se banalizara el horror y eso fue, a su
juicio, lo que no se evitó. Los imperativos de la política desoyeron los
de la ética. El Estado se hizo cómplice de una claudicación moral
inadmisible para el filósofo. No obstante, y fiel a su raigambre
socrática, el pensador no dejó de insistir en su prédica. Nunca renunció
a su concepción de la política como herramienta moral.
.
Cuando la burguesía alemana reclamó la reunificación, en
1948, Jaspers alzó su voz otra vez para advertir que la llamada Alemania
libre aún no lo era, puesto que no había superado los componentes
autoritarios que produjeron el ascenso del nazismo. De verificarse la
reunificación en aquellas condiciones, se potenciarían dos fuerzas
idénticas en su incapacidad para sostener el ideario democrático. Cuando,
finalmente y mucho después, la reunificación tuvo lugar, sus temores
parecieron perdurar en las palabras del Discurso... de Günter
Grass: "Los ciudadanos de la R. D. A., esos alemanes que se han
llevado la peor parte [...] han tenido que pagar por lo que no han pagado
los ciudadanos de la República Federal. No tuvieron la suerte de poder optar
por la libertad occidental. No hemos sido nosotros los que hemos tenido
que soportar por ellos, sino ellos por nosotros, la carga principal de la
guerra que perdimos todos los alemanes. A la comprensión de todo esto es
a lo que, nada más caer el muro, había que haber dado preferencia. Esa es
la deuda que teníamos con ellos. Y en vez de pagarles los ponemos una vez
más bajo tutela".
.
El Estado-Nación nada podía representar para Jaspers, en
términos de auténticos valores humanos, si no se veía a sí mismo como un
modo particular o específico de dar sustento y forma a los ideales
universalistas de justicia y convivencia entre los hombres. Jaspers
consideraba indispensable tender hacia la constitución de una sociedad
planetaria que se fundara en el despliegue de las particularidades
históricas y se valiera de éstas para llevar a cabo la siempre
perfectible realización del proyecto de encuentro solidario entre los
pueblos. No estimaba posible llegar a ser de veras alemán, francés,
italiano o portugués, si el esfuerzo de constitución nacional no
respondía, en lo esencial, al anhelo de concretar de un modo propio,
específico, esa voluntad común de humanizarse sin cesar, en una
convivencia sin fronteras ideológicas. Jaspers, que confiaba en un
humanismo apartidario, quería a cada cultura reconociéndose como parte de
una verdad que no se agota en ninguna de las determinaciones que toma y
que, al unísono, no puede prescindir de ninguna de ellas para darse a
conocer.
.
Al abordar en forma directa y central la cuestión del
prójimo, Jaspers evidencia, por lo demás, una sorprendente cercanía con
las proposiciones de Martín Buber, quien luchó incansablemente por el
reconocimiento recíproco entre palestinos e israelíes. De igual modo, su
pensamiento se enlaza, a este respecto, con el del filósofo católico
Gabriel Marcel y, también, con los enunciados centrales, y tan judíos, de
Emmanuel Levinas.
.
Sin subestimar lo ontológico, Jaspers se empeñó en
desplazar el centro problemático de la filosofía hacia el escenario de la
ética. Hay, para él, exigencias "éticas eternas" que no pueden
desoírse sin vulnerar la especificidad de lo humano. El hombre, afirma,
es ante todo un ser abierto al despliegue de lo ético, en su conciencia y
en su conducta.
.
Jaspers razonaba a escala mundial y estimaba que, si los
hombres seguían empeñados en desconocer su unidad como especie y la
exigencia de solidaridad que ella implica, terminarían aniquilándose sin
remedio. Si hoy viviera, se ubicaría seguramente al lado de quienes
luchan por impedir que la globalización agote su sentido en la mera
uniformidad. Y es probable que los centros de poder del presente, ésos
que se empeñan en homologar la democracia al éxito corporativo, no
ahorraran esfuerzos por acallarlo, tal como ocurrió en su propio tiempo.
.
Por Santiago Kovadloff
Para LA NACION - Buenos Aires, 2003
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