1.1.
Introducción
El potencial evangelizador de la
Escuela Salesiana se deriva del compromiso efectivo que sus educadores asumen de
crear espacios generadores de relaciones solidarias, fraternas, promotoras de
participación, de justicia y de derecho. En el horizonte del Reino de Dios es
como podemos percibir con más claridad las referencias más importantes de la
misión, de la finalidad educativo-evangelizadora de la escuela salesiana. La
escuela salesiana se realiza como tal si contribuye a realizar la Buena Nueva
de Jesús: “El Reino de Dios está dentro de ustedes” (Lc.17,21), es decir: “El Reino de Dios está entre
ustedes, en medio de ustedes” .
Jesús esbozó las líneas
fundamentales de su predicación en torno al tema del Dios del Reino, de tal
modo que podemos decir que el Reino es como el corazón del mensaje de Jesús, es
como la síntesis del acontecimiento salvífico que El representa, es la Buena
Noticia anunciada a los pobres, a los hombres y mujeres de buena voluntad.
Lo mismo que Jesús que, además de
anunciar, fue portador del Reino de Dios, los educadores salesianos, por ser
seguidores de Jesucristo, tienen que actuar en coherencia con los criterios
evangélicos de tal forma que hagan el Reino de Dios “ya presente y ligado a su
acción educativa y a su misión”[1]
1.2
. Vertientes que interpelan la buena nueva del
reino
Entre los muchos aspectos del
mensaje central de Jesús – el anuncio del Reino de Dios – podemos enunciar
algunas vertientes que constituyen criterios iluminadores de la misión
educativo-evangelizadora de las escuelas salesianas.
1.2.1. La soberanía de Dios Padre
/ Madre.
Para Jesús, hablar del Reino de
Dios es hablar de Dios mismo, toda vez que la idea de dominio de Dios es
intrínseca a la idea de su propia divinidad. Lo que importa para Jesús, al
anunciar el Reino, es, sobre todo, la soberanía de Dios; o sea, que Dios sea
aceptado en verdad, como Dios, en la vida de los discípulos, en la vida de los
seguidores/as, en la práctica de las comunidades y de todos aquellos que se
abren a su mensaje liberador. Siempre que Dios
es aceptado como Dios, allí surge su Reinado. Por tanto, los que acogen
el mensaje, los discípulos/as, están convidados a vivir una nueva relación con
Dios. Es esto lo que enseña Jesús, en el Padre Nuestro, pidiendo la venida del
Reino. Todo lo demás, el pan, el perdón, la resistencia al mal, etc., se pide
en unión con el Reino, con la soberanía de Dios, el Reino, elemento prioritario
para Jesús (Mt. 6,33) y que se resume en la aceptación de Dios, como Dios, en
la propia vida[2].
Ahora, para comprender la forma
de realización de la soberanía de Dios, es necesario tener claridad sobre el
rostro de Dios revelado por Jesús en sus discursos sobre el Reino y en sus
actividades. La imagen global del Dios del Reino que se puede tomar de los
evangelios sinópticos, de las parábolas, es la imagen de un Padre Bueno y
misericordioso hasta la contradicción (Mt. 5,45; 6,9; Lc.11,2.9-13; etc.). En
las parábolas de la oveja desarriada (Lc. 15, 4-7), de la dracma perdida (Lc.
15, 8-10) y del hijo pródigo (Lc. 15, 11-32). Jesús llega al culmen, sobre todo
en la parábola del hijo pródigo, de su discurso sobre la imagen de Dios, al
afirmar que el Dios que lo mueve a comportarse en forma acogedora y
misericordiosa con los pobres y los pecadores, inclusive haciéndolos sentar a
la mesa junto a él (Lc. 15,1), es la de un Dios Padre / Madre, que ofrece a
todos su amor sin excluir a ninguno. Un Dios Padre / Madre solícito, que da
salud y bienestar verdadero a sus hijos; que da un futuro victorioso
especialmente a quienes, desde el punto de vista de este mundo, jamás podrían
esperarlo, en modo alguno. El Dios del Reino es, en una palabra, el Dios de la
vida que, en Jesús, se manifiesta a todos los hombre y a todas las mujeres,
comenzando por los más necesitados. En el discurso del buen pastor, Jesús, al
hablar de su misión en el mundo, afirma: “Yo vine para que todos tengan vida y
la tengan en abundancia” (Jn.10,10). Vida, vida en abundancia y Reino de Dios
se equivalen. Por tanto, “Dios del
Reino” y “Reino de Dios” son
expresiones equivalentes[3].
A partir de su experiencia
personal, de su manera habitual de relacionarse con Dios: una relación hecha de
intimidad y de confianza, de familiaridad extrema, Jesús se atrevió a
transgredir la tradición judía y llamó
a Dios: “Padre” Esta experiencia intensamente filial de Jesús en sus encuentros
con Dios fue acompañada, como consecuencia lógica, de una intensa experiencia
de vida fraterna. Filiación y fraternidad son, pues, dos experiencias
estrechamente ligadas en el horizonte del Reino, de la soberanía de Dios. Los
evangelios comprueban que, justamente porque estuvo siempre estrechamente unido
al Padre, Dios de vida, Jesús se involucra, intensamente, en las situaciones de
aquellos y aquellas que encontraba a lo largo de su camino. Una experiencia de
paternidad divina que compromete en una vivencia porfiadaa de fraternidad:
hijos/as y hermanos/as. De ahí surge la relevancia dada al: Padre Nuestro que
estás en los celos[4].
La soberanía o dominio de Dios,
de Dios Padre / Madre, amor gratuito, del Dios de Vida, implica, entonces, en
el establecimiento de las relaciones de filiación y de fraternidad mediante las
cuales será constituido el Reino de los hijos/hijas, el Reino de Dios, que es
Padre/Madre.
1.2.2 – El carácter UNIVERSAL de
la gracia, de la salvación, del Don del Reino.
En su predicación, Jesús se dirige
inicialmente a Israel, pueblo de la Alianza, exigiéndole la conversión para que
se vuelva, una vez que acepta el llamamiento divino, intermediario de
salvación de todos los otros pueblos. Jesús no se restringe, por tanto, a
Israel, no excluye, sin más, a los “paganos”, a los que no constituyen
el “pueblo de la alianza”. Muy al contrario, la práctica de Jesús acaba
definitivamente con el nacionalismo cerrado y reductor de los israelitas y lo
coloca lejos de los esquemas excluyentes de los fariseos, de los esenios, de
los zelotes, de la religión del Templo, de los sacerdotes y de la mentalidad
legalista que se regía por la Ley de la Pureza. La razón de tal diferencia es
que para Jesús todo hombre / mujer
es objeto del amor de su Padre que “manda la lluvia a justos e
injustos” (cf.:Mt. 5.45). La relación con el Dios verdadero no puede ser
privilegio de una personas, ni de unas naciones: “Ni en Israel he encontrado
una fe tan grande” (cf.:Lc. 7.9)[5].
El Reino de Dios se
realiza con relación a la totalidad de la humanidad y de la historia, sin
ninguna restricción. Sus exigencias no miran únicamente a beneficiar la
nación judía. El principio igualitario de Jesús le impedía interpretar en
sentido meramente judaico la presencia y la actuación del Reino de Dios (cf.
Mt25,31s). Ser prójimo no se identifica con pertenecer a una misma etnia o
nacionalidad; por esto, Jesús introduce un principio de universalidad
radical. Rompe las murallas que aislaban al judaísmo y se inserta en el
mundo de los pobres, del judío marginado, de todos los grupos que constituían
el Imperio. Los destinatarios de la gracia salvadora, concedida por el Padre,
por medio de Jesús, en Jesús y por Jesús no son solo y exclusivamente para los
compatriotas de Jesús. De igual manera, las exigencias y los beneficios del
Reino de Dios se dirigen a todas las personas y no solo a los habitantes de
Israel. La universalidad del Reino constituye, por tanto, una Buena
Noticia para los pobres en cuanto pobres, y no tanto como miembros del pueblo
judío; dicho de otra manera, derriba cualquier justificación ideológica
religiosa o política destinada a mantenerlos mansamente sometidos a su destino.
Esto se debe a que la causa real de la universalidad y del Reino es la
universalidad del amor del Padre[6].
Intrínsecamente dispuesto a la
acogida del Don de Dios, todo ser humano, independientemente de su origen
cultural, étnico, social o religioso, es destinatario del amor amoroso del
Padre, de su gracia, y del Don de salvación. El Don de salvación /liberación
es, por tanto, universal e incluye a todas las criaturas. Es un don incluyente
que abraza a toda la humanidad, exigiendo solo para su acogida una actitud de
apertura, de aceptación y de correspondencia.
1.2.3. La Gratuidad del Reino de
Dios, Amor-ágape, y la opción por los pobres.
El carácter de gratuidad propio
del Reino de Dios es tan importante y tan fundamental como el de la
universalidad de la salvación. El don de la salvación es universal y
gratuito porque Dios es Amor-Agape y ama de modo incondicional. La
gratuidad del Reino de Dios, don de amor del mismo Dios aparece anunciado, de
modo muy explícito, tanto en las bienaventuranzas como en el padrenuestro. El
Reino viene por iniciativa gratuita de Dios, tocándole al ser humano abrirse
para acoger, con alegría y gratitud, ese don estupendo que ningún esfuerzo
humano es capaz de conquistarlo o de comprarlo. Solo Dios puede ofrecerlo,
porque es obra suya.
Con respecto a la gratuidad del
Reino, también podemos referirnos a las conocidas parábolas de la oveja
descarriada (Lc. 15,4-7), de la dracma perdida (Lc.15, 8-10), del hijo pródigo
(Lc.15, 11-32), y también la de los dos servidores (Lc. 7,41-43), de los
trabajadores de la undécima hora (Mt. 20,1-15), del fariseo y del publicano
(Lc. 18, 9-14) que apenas quieren revelar la experiencia que Jesús tuvo de
Dios. Un Dios que no mide al hombre por lo que realiza en el campo religioso o
moral, sino un Dios que acepta al hombre
como es, que lo ama y perdona sin imponer condiciones[7]
El tema de la gratuidad del Reino
también puede abordarse a partir de sus destinatarios: los pobres, los niños y
los pequeños y pecadores, según el mismo Jesús. Por esto, en la predicación de
Jesús, la transmisión de la Buena Noticia a los pobres constituye el aspecto
central del “ya” del Reino de Dios: “Ustedes, los pobres, son felices! El Reino
de Dios les pertenece” (cf. Lc. 6,20;7,22). Pero se debe anotar que el Reino se
les ofrece no porque sean buenos o porque tengan méritos especiales para
recibirlo, sino simplemente por su condición de pobreza. De hecho, Dios toma
partido por los pobres, los desposeídos y marginados no porque sean más
despojados, más hospitalarios o más solidarios que el rico, sino que es la
situación objetiva de pobreza, de injusticia y de marginación en la que el
pobre se encuentra la que clama por la intervención del Reino de Dios, el Dios
realmente justo, el defensor de los marginados y despreciados. Por medio de
Jesús, los convida con total gratuidad a participar del Reino de Dios[8].
La inclusión de pecadores/as
junto a los pobres, a los niños y a los abandonados, como principales
beneficiarios del Reino de Dios hace aún más clara la perspectiva de inclusión
/gratuidad de la Buena Noticia de Jesús. Si el Reino de Dios es de los niños,
de los pequeños y de los pobres, esto es, de quienes, desprovistos de títulos,
de riquezas y de otras recomendaciones, no tienen qué presentar a Dios para
“merecer” su Don, es porque el Reino de Dios es Don gratuito, ofrecido a
aquellos y aquellas que lo reciben simplemente como un Don, a aquellos que no
exigen paga por sus supuestas virtudes o cualidades. Todos están convocados a entrar
en la dinámica incluyente y liberadora del Reino, porque la opción por los
pobres, por los pecadores y excluidos abre las puertas de acceso a la
experiencia de Dios amor, que es Padre / Madre, también para los ricos, los
sabios y poderosos, siempre que acepten la lógica de la gratuidad, de la
reconciliación universal, de la soberanía de Dios y se conviertan al amor que
libera y que reúne a todos, sin exclusiones.
Jesús vino para salvar a los
“dolientes”, entre los cuales se incluyen los pecadores, y no para los “sanos”
(los que se consideran “justos”, como los fariseos que despreciaban a Jesús
porque frecuentaba a los pecadores – cf. Mt 9, 9-13). Pero, Jesús es el
salvador – actuación gratuita del Reino de Dios – de todo pecador que reconoce su propio pecado y acepta el
don de la misericordia del Padre. Y las actitudes de Jesús confirman el
significado de sus palabras: come con los pecadores públicos (para los judíos, sentarse a la mesa con alguien
significa entrar en comunión de vida con esa persona), se hospeda en casa de
algunos de ellos y hasta convida a uno (Mateo) para que sea su discípulo (Cf.
Mt.9,10 y los paralelos: Lc.15,1-2; 19,5-7; Mt 9,9...). Este comportamiento de
Jesús en conexión con la reconciliación y el perdón, gratuitamente ofrecidos, constituyó una señal de las más
importantes de la actuación del Reino de Dios en el corazón de la historia
humana[9].
1.3
– Las señales del reino de Dios
En el anuncio de la Buena Noticia
del Reino, Jesús se refiere tanto al “todavía no”, o sea, a la realización
futura, escatológica del Reino (Mc. 9,1; Lc.13,28), como afirma la actuación
del Reino en el aquí y ahora de la historia, es decir, el Reino “ya” realizado,
en medio de la ambigüedad histórica (cf. Mt. 12.28; Lc. 4,18; Mt. 21,31): “pues
es que el Reino de Dios está en medio de ustedes” (Lc.17,21).
Es de fundamental importancia el
tomar conciencia sobre la realización del Reino, toda vez que la participación
en la plenitud futura, en la reconciliación universal, se relaciona íntimamente
con la acogida y la vivencia actual del don que es El. La semilla necesita ser
tirada a la tierra y ser cultivada para que haya una cosecha abundante (cf. Mt.13,
4-8 y 18-23). Mirando las actividades de Jesús percibimos diversas semillas o
signos históricos del Reino de Dios:
1.3.1- Gestos de liberación: los
milagros (promoción y liberación de vida).
En los evangelios, los milagros son
predicación en hechos sobre el Reino de Dios que indican la cercanía del Dios
del Reino que salva, que libera, por medio de gestos, de señales liberadoras,
de Jesús. Los milagros de Jesús son señales concretas de la misericordia de
Dios, de su amor eficaz, que actúa en la profundidad de lo natural y humano,
para suscitar salud y libertad, para suscitar una vida más plena. Naturalmente
que son una comunicación de Dios hecha con poder, pero una comunicación de la
presencia divina vivificadora y liberadora. En todos los milagros se advierte
una manifestación del mesianismo de servicio de Jesús: “Se opone al mal
haciendo el bien, liberando a la persona para que viva de manera más íntegra y
pueda ser ella misma, libre para aceptar el don de Dios y para vivir el
amor-servicio”.
En cuanto acciones que
manifiestan al Dios de la vida, los milagros son una forma de ayudar a las
personas en su camino de liberación: pasó haciendo el bien y curando a todos
aquellos que habían caído en el poder del diablo” (Hch.10,38). Pasar
haciendo el bien implica la comunicación de vida, esperanza, alegría,
libertad... es un servicio liberador mediante el cual Jesús comunica el
Espíritu de vida y de libertad, favoreciendo la rehabilitación de la persona y
su reintegración más plena en la convivencia comunitaria[10].
1-3-2- Repartición - justicia, solidaridad y misericordia.
Desde el origen de la experiencia
cristiana, encontramos las marcas del esfuerzo comunitario para superar las
situaciones de pobreza, para que no hubiera pobres y necesitados, desigualdades
e injusticias entre sus miembros (cf. Tg. 2,5). A pesar de las muchas
dificultades, las primeras comunidades demostraban haber comprendido la
centralidad del mandamiento: “Tomen esto y repártanlo entre ustedes (...).
El tomó un pan, dio gracias, lo partió y se lo distribuyó diciendo: “Ese es mi
cuerpo que se da por ustedes. Hagan esto en memoria mía” (Lc. 22,17-19).
Así, desde la primera comunidad cristiana, la fraternidad nace de la
repartición, del compartir los bienes (ropa, comida, casa). Se trata de un
cristianismo solidario, en el que no hay lugar para las prácticas de
explotación, de injusticia, o de desigualdades.
El compartir los bienes siempre
fue una regla básica de las comunidades de los seguidores de Jesús, porque sus
seguidores/as comprenden que la opción, el amor por el pobre y necesitado, así
como lo hizo Jesús, remite a Dios, es una señal de la irrupción del Reino de
Dios, de su soberanía amorosa y salvadora[11].
“Ellos se manifestaban asiduos
a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión fraterna, a la fracción del pan
y a las oraciones (...). Todos los que habían abrazado la fe se reunían y
ponían todo en común: vendían sus propiedades y bienes y los dividían entre
todos, según las necesidades de cada uno” (Lc.2, 42-45).
La repartición, la justicia y la
solidaridad se entrelazan recíprocamente y, cuando se viven, concretamente, se
vuelven señales más fuertes del amor liberador de Dios Ágape, del Dios del
Reino revelado en el mensaje y en la vida de Jesús. Sea a través del Sermón de
la Montaña o sea a través de los milagros de curación, Jesús anuncia que “El
Reino de Dios es justicia que libera” (Mt.5 y 7) y que las acciones concretas
de justicia liberan al pobre de la
opresión y curan a las personas devolviéndoles la dignidad y la capacidad de
reintegrarse como ciudadanos/as, participativos y activos, en la convivencia
social. Es por medio de acciones concretas de justicia como las personas que
están en situaciones de marginación, en situaciones difíciles, de carencia y de
opresión, pueden ser liberadas para una vida nueva. El cristiano y la
cristiana, al luchar contra la injusticia, la marginación y la opresión,
realiza, con y como Jesús, un enorme servicio a la liberación, a la salvación y
contribuye a que el Reino irrumpa en la historia (cf. Mt. 8 y 9)[12].
La solidaridad cristiana se
inspira también y sobre todo en la solidaridad de Jesús con nosotros,
demostrada a lo largo de todo su caminar terreno y que es la expresión más
auténtica y más reveladora del amor salvador, misericordioso y liberador del
Padre. La existencia vivida por Jesús de Nazaret es una existencia solidaria,
testimoniada reiteradamente por el Nuevo Testamento. “Solidario, El sale de sí
mismo hacia el Padre en la obediencia radical, y hacia los hermanos en la
vivencia del amor-servicio” (cf. 2Cor.5,17; Gal.6,15)[13]
Otra señal fuerte del Reino es la
misericordia, hermana gemela de la solidaridad, “acción concreta provocada
mediante el sufrimiento de alguien. Es un proceso continuo, señal e instrumento
del amor entrañable de Dios para con el mundo, que comienza por la ayuda
personal e individual, pero que la sobrepasa y continúa ayudando hasta devolver
a la persona toda su dignidad perdida y extorsionada”. Somos movidos por el
actuar misericordioso del Dios del Reino para articularnos evangélicamente a la
justicia y a la misericordia en nuestras acciones, conmoviéndonos mediante el
sufrimiento de los hermanos, ofreciéndoles nuevas oportunidades y ayudándoles
solidariamente para recuperar la dignidad, los derechos, los espacios perdidos
o nunca poseídos[14]: “Sean
misericordiosos como el Padre del cielo es misericordioso” (Lc. 6,36).
1.3.4 – Fiesta, alegría y
abundancia
Con la Buena Noticia del Reino,
Jesús irrumpe con una nueva propuesta, teniendo en cuenta lo que el pasado tenía de bueno e indicando el camino
de una realidad nueva: “el Reinado de Dios es reinado de gracia, de favor, de
bendición y de superación de las estructuras opresoras. Este era el
cumplimiento de las promesas y de la Ley antigua: perdonar las deudas, liberar
a los rehenes de la guerra, a los prisioneros de hipotecas y muchos otros
motivos”[15]. Jesús
anuncia que llegó el tiempo del Señor favorable para los pobres y éste
realmente llega para los que creen despertando esperanza, paz y alegría. Señal
del Reino es, por tanto, el clima de acción de gracias, de fiesta, de paz, de
celebración creado y vivenciado por quienes acogen el Don y ofrecen espacio
para que crezca y se desarrolle.
Jesús describió muchas veces el
Reino como felicidad: Bienaventuranza como “alegría compartida, que irradia
contagiosamente sobre los hombres (y mujeres), como forma de sobreabundancia
que se distribuye sin medida y trata de traducirse de modo estable en el orden
interhumano. El saludo característico del ofrecimiento del Reino es por eso: La
Paz sea en esta casa” (Lc. 15,5). Paz que significa, ante todo, plenitud
objetiva del bien, relación ordenada entre los hombres conforme a los
principios de justicia y solidaridad. La comensalidad, la paz, el don ilimitado
son así los símbolos que mueven el Reino y, por tanto, el fundamento de la
práctica que vive su realización”[16]
1.3.5 – Inclusión de los
pequeños, de los pobres y desposeídos, de los pecadores, en forma preferencial.
Junto con el item de la gratuidad
del Reino de Dios, quedó evidenciado el interés y la atención particular de
Jesús por los pobres, por los pecadores, por los publicanos, por las
prostitutas (cf. Mc2,6; Mt.11,19; 21.32; Lc. 15,1). Igualmente privilegiados a
la mirada de Jesús son los pequeños, los sencillos, los que ejercen profesiones
humildes, los que gozan de mala reputación y estima, los incultos e ignorantes;
en fin, los marginados de la sociedad (incluyendo a los enfermos), a los cuales
en la época de Jesús se les cerraban las puertas de acceso a la salvación. Constituyen
todos ellos los grupos de excluidos de los bienes religiosos y, por
consiguiente, de los bienes sociales, los hambrientos, los sedientos, los desnudos,
los forasteros y los encarcelados; los que están bajo algún tipo de opresión y
que sufren de alguna necesidad real. Esos y estas, porción sin voz, sin
participación efectiva en el grupo social, fueron señalados por Jesús como
los destinatarios del Reino de Dios. Ahora, si la Buena Noticia es de
salvación, de liberación, naturalmente que ella se dirige preferentemente a
quien la recibe como tal[17].
El destinatario privilegiado –
lugar privilegiado del anuncio – es la señal de cómo se realiza el amor
misericordioso y gratuito de Dios Ágape y señal también de cómo se debe
corresponder al Don gratuito de salvación, de liberación: con apertura de
corazón, reconociéndose “carente” de cualquier mérito. El Reino irrumpe en
todo gesto incluyente y rehabilitador de Jesús. Luego, el Reino ya está en
medio de nosotros, aunque al modo de la semilla, siempre que los que perdieron
la esperanza la recuperen, siempre que la dignidad sea restituida a los
humillados y oprimidos, siempre que los hambrientos sean saciados, siempre que
los perseguidos injustamente sean liberados, siempre que los difamados y
marginados sean consolados y reintegrados a la convivencia social (cf. El
Sermón de las Bienaventuranzas: cf. Mt. 5,1-12; Lc. 6,20-23).
1.4
El
compromiso etico social de los seguidores de Jesús: una sociedad de hijos/as,
hermanos/as.
La Buena Noticia del Reino no es indiferente a la historia, sino que posee claras implicaciones que indican su fuerte y decisiva incidencia en los problemas humanos. Del mensaje del Reino de Dios surgen innumerables implicaciones para la organización y la vivencia comunitaria y, por consiguiente, para el comportamiento ético social de quienes lo acogen.
La práctica alternativa propuesta
por Jesús, la práctica del Reino, se fundamenta en principios básicos que son
el fundamento de una vida comunitaria, vivida en “ekklesia” – Iglesia. Jesús no
funda un cenáculo privado sino una comunidad de discípulos liberados, con una
misión abierta, en confrontación con el mundo que sigue la pendiente de su
misma y esclavizante inercia. Jesús no crea un modelo rígido de acción, sino que impele a los discípulos a prolongar
críticamente la lógica de su práctica en las diversas circunstancias históricas
en las que la comunidad deberá proclamar, con hechos y palabras, el Evangelio
(buena noticia) del Reino, desempeñando por consiguiente una función crítica,
profética y dinamizadora dela historia[18].
Esquemáticamente, los niveles de
integración de la práctica que resulta del anuncio del Reino de Dios pueden
articularse así:
1.4.1- El nivel de vida concreta,
el nivel económico o de producción y circulación de bienes.
Del mensaje y de la práctica de
Jesús, se desprende una lógica de don y de comunión con el pobre, opuesta punto
por punto a la lógica de la acumulación y del enriquecimiento excluyente del
sistema. La lógica del Reino es la de
la sobreabundancia promovida y compartida. En textos como el de Lc. 6,38 y 45,
la circulación económica expresa la circulación de bienes espirituales, la
reciprocidad debe ser material, si de hecho es auténticamente espiritual: “Dar
y darse con una buena medida, apretada, sacudida, desbordante, que llegue a
caer por las orlas del manto, pues la medida que uses para medir, con esa misma
medida serás medido...” La lógica
del imperio y de la deuda que somete y humilla, es la lógica que procura
culpabilizar al oprimido para impedirle rebelarse contra su situación. La
práctica de Jesús va así a dejar a la comunidad la responsabilidad de
construirse sin inclinarse ante el sistema de acumulación de bienes y riquezas,
características del imperio.
1.4.2- Un segundo nivel es el
político, de ejercicio de la autoridad.
La lógica del Reino se expresa a
través de una manera de realizar la autoridad como servicio al pobre (diakonía)
y como poder verdadero, es decir, basado en la justicia y en la equidad. La
lógica opuesta, atribuída al Imperio, sigue preferentemente el camino de la
explotación y del dominio de las masas, del propio provecho, de la tolerancia
de los abusos y, por tanto, de la falta de verdad, del poder mentiroso, que
masacra. Jesús muestra sufrimiento ante el abatimiento del pobre (cf. Mt.9,36;
Mc. 1,41 y 43) y condena formalmente el modo como funciona el poder de su
época: “En cuanto a ustedes no debe ser así; al contrario, el mayor entre
ustedes hágase como el menor y quien gobierna como quien sirve. Pues, quién es
el mayor: el que está a la mesa o el que sirve? No es quien está a la mesa? Yo,
sin embargo, estoy en medio de ustedes como el que sirve” (Lc. 22,26-27).
En la comunidad cristiana, en la
ekklesia, la justificación para el
poder es el servicio. El poder-servicio jamás será utilizado para el propio
provecho y nunca se transformará en ejercicio arbitrario de la violencia,
negación de la igualdad fundamental de los hijos/as de Dios y provocadora de
divisiones en clases sociales estratificadas. Por ello, el poder-servicio
favorece la irrupción de la vida y provoca la promoción de las personas, el
compartir y la comunión fraterna y solidaria de tal modo que:
“La multitud de los que habían
creído era un solo corazón y una sola alma. Ninguno consideraba exclusivamente
suyo lo que tenía, sino que todo entre ellos era común. Con
gran poder los apóstoles daban el testimonio de la resurrección
del Señor y todos tenían una gran aceptación.
No había entre ellos ninguno
con necesidad. De hecho, los que poseían terrenos o casas, las vendían y traían
el valor de las ventas y las depositaban a los pies de los apóstoles. Se
distribuía entonces, a cada uno según su necesidad”. Hch. 4,32-34).
1.4.3- El tercer nivel es el que
corresponde al comportamiento ético – social.
Las relaciones humanas generadas
por el anuncio del Reino, por la práctica de Jesús, se fundaban en nuevos tipos
de lazos éticos, se fundaban en la lógica del amor y de la libertad. Estas
nuevas relaciones constituyen una verdadera espiritualidad colectiva, en la que
la libertad y el amor son diametralmente opuestas al miedo, al temor, al no
compromiso y al egoísmo. La lógica del Reino tampoco abre espacios para ningún
tipo de triunfalismo, sino que exige trabajo, dedicación, generosidad,
compromiso, lucha y, muchas veces, sufrimiento:
“Yo los envío como ovejas
entre lobos. Por eso, sean prudentes como serpientes y sin malicia como las
palomas. Cuídense de los hombres: ellos los entregarán al sanedrín y los
flagelarán en sus sinagogas, etc.”
(Mt.10, 16-17ss).
El empeño en la causa de
Jesucristo implica colaboración, decisión y tenacidad en la lucha por la
construcción del Reino. El o la discípula ha de ser eficaz, tiene que producir,
tiene que hacer fructificar los propios talentos, dones y carismas en favor del
bien común (cf. Parábola de los Talentos: Mt.25, 14-30; y Lc. 19, 1-27).
1.5
Conclusion
La lógica del Reino es,
necesariamente, el nexo articulador de los tres niveles de organización de la
nueva sociedad, de la nueva comunidad inspirada en la práctica y en el mensaje
de Jesús. Se trata de una práctica que se presenta como origen de una nueva
humanidad, de una comunidad liberada, transformada, germen de una nueva
tradición histórica, social y espiritual fecundada en el amor de Dios
Padre/Madre, en el Amor Ágape del Dios del Reino. Es el “ya” del Reino que
irrumpe en el aquí y ahora, por el compromiso ético, generoso y perseverante de
los hijos/as y de los hermanos/as que rezan, en lo cotidiano de la historia, el
Padre Nuestro de la Fraternidad Universal que reúne a todos, a todos sin
excepción, y de modo preferencial a los pequeños y a los pobres, a los pecadores
y a los despreciados, enfermos y marginados para componer una sociedad de
liberados y salvos por el amor, la sociedad incluyente, misericordiosa, justa y
solidaria, semilla, señal y anuncio del “todavía no” de la plenitud futura de
Reconciliación Universal, cuando Cristo será todo en todos y cuando
podremos ver: “Un nuevo cielo y una nueva tierra” (Ap.21,1).
2.
Relevancias de una lectura bajo la optica cristiana
2.1
- Telon de fondo: algunas características de
la Modernidad:
2.1.1
El progreso humano no tiene fin
2.1.2
La capacidad ilimitada de la razón humana debe orientar
dicho progreso y proponer un modelo para una vida y acción más humanas
La Modernidad afirma la
subjetividad, pero también el valor de la razón instrumental. Se vuelve uniformadora,
niega el valor de las diferencias y de la cultura local. Su crisis abre camino
a la afirmación de la diferencia y de la pluralidad como valores.
La Modernidad, con su
noción de progreso, llevó a la desvalorización
del tiempo presente en favor de la construcción del reino del futuro. En
compensación, la desmitificación del progreso permite la valorización del
tiempo presente como lugar de realización de la felicidad.
Los actuales conductores del proceso económico y cultural proponen la modernización de la economía y de toda la sociedad como único camino.
Modernizar es entendido en
el sentido de reducir todos los debates y acciones a los campos político y
económico, al campo de la razón instrumental. Ignorar los valores humanos y
sociales, los derechos y deberes de las personas y de las naciones y reducir
todo a una cuestión de eficiencia en la relación entre los medios escasos y el
fin económico de la acumulación ilimitada de riqueza.
Roberto Campos (1985) dice que la
modernización, el único camino viable para América Latina, “presupone una mística
cruel de desempleo y de culto a la eficiencia”. La humanidad debe abandonar
el deseo de construir una sociedad mejor, ya que es imposible conocer plena y
perfectamente todos los factores y relaciones que componen el MERCADO. Debemos
tener fe en su “mano invisible”. Los sacrificios de los desempleados y de los
excluidos son “sacrificios necesarios”, exigidos por las leyes del mercado.
Esta es la “mística cruel”, motor del compromiso neoliberal.
La crisis de los años 70
derribó el mito de un progreso sin límites. Eventos críticos que llevaron a esa
crisis: el choque del petróleo, los regímenes autoritarios en Occidente, en
América Latina, la Guerra del Vietnam, el impacto negativo en el medio
ambiente, el ensanchamiento de la brecha norte-sur.
La hegemonía neoliberal en el mundo consolidó el MERCADO como fundamento y centro de nuestras sociedades. La búsqueda de la riqueza pasó a ser el objetivo más importante en la vida de la mayoría de las personas. La mercanría se volvió el objeto del deseo de las personas.
El capitalismo post industrial desarrolló la creencia en el valor absoluto del MERCADO.
La secularización del mundo moderno no significó el fin de las religiones, sino el surgimiento de un nuevo tipo de religión: la religión económica (Sung,88). La trascendencia pasó de Dios al MERCADO.
Así, se creó la percepción de que
un mayor bienestar material no lleva necesariamente a un mayor desarrollo
moral.
La crisis del capitalismo industrial y del socialismo real que aceptaban el postulado de la eficacia incuestionables de la razón para hacer un planteamiento global llevó a la crisis del racionalismo.
Pero la sensación de inseguridad,
la crisis de las utopías abrieron nuevos espacios para nuevos paradigmas y
nuevas sensibilidades en relación con la solidaridad y la ciudadanía.
Uno de los secretos del dinamismo del sistema capitalista es la acumulación de riqueza, de mercancías, como el único o el mejor camino para satisfacer el deseo de poder.
El capitalismo es un sistema económico centrado en el deseo. No en el deseo de lucro de los empresarios sino fundamentalmente en el deseo de los consumidores. El lucro es una consecuencia de la eficiencia en la satisfacción de los deseos de los consumidores. Los sabe manipular. Y esto tiene mucho que ver con la educación.
En Brasil, la teoría económica jamás se orientó hacia el problema de la pobreza. Olvidó que la producción para ampliar la riqueza no es lo mismo que reducir la pobreza (...). Con teorías importadas de los países ricos, en la ciencia económica brasilera no aparece la palabra hambre, solamente salario y precios; la palabra necesidad fue sustituída por demanda; el objetivo del proceso productivo no es satisfacer las necesidades básicas, sino aumentar el consumo; la eficiencia no está en mejorar la alimentación, sino en producir para la exportación.
Dice Santos, Bonaventura Souza
(1995: 147) que “ la dificultad para aceptar o soportar las injusticias y las
irracionalidades de la sociedad capitalista dificulta, en vez de facilitar, la
posibilidad de pensar una sociedad totalmente distinta y mejor que ésta”. Nuestros
medios pastorales y aún teológicos carecen de proyectos totales y alternativos
y se piensa solo en acciones concretas de solidaridad. “Las luchas locales y
las identidades contextuales tienden a privilegiar el pensamiento táctico en
detrimento del pensamiento estratégico” (Sung, 77).
La propuesta neoliberal redujo demasiado
el papel del Estado, dejando muchos desamparados. Se abrió un espacio para
redefinir el papel del Estado, superando la identificación entre público y
estatal.
Se creó un lugar para la
afirmación de la radicalidad de la dignidad de la persona humana y de la solidaridad.
Se mantuvo la esperanza y se reencontró el sentido de la utopía, como proceso.
El neoliberalismo no se preocupa
por prometer un mundo rico y sin desigualdades sociales, garantizado por el
mito del desarrollo. El neoliberalismo no defiende la igualdad como un valor
por realizar. Como dice Cristóbal
Buarque: “cuando el mundo estaba desunido físicamente era posible mantener la
idea de igualdad sin practicarla (...). Cuando el mundo se integra, por los medios
de comunicación y de transporte, por la economía y por las migraciones que
entrelazan a los pueblos, los pobres se aproximan a los ricos físicamente y en
los deseos de consumo, pero se apartan aún más socialmente, y el discurso
igualitario se vuelve contradictorio”.
Para el neoliberalismo, las
desigualdades y las exclusiones sociales no son solo inevitables, sino justas y
hasta benéficas. Y así explica:
“No existiendo alternativa
posible (después de la caída del bloque comunista), la actual situación social es inevitable. Es también justa: los
bien integrados en el mercado están disfrutando su justo merecimiento. Los
pobres son culpables de su pobreza. Los actuales mecanismos concentradores y
excluyentes del mercado son vistos como encarnaciones de una justicia
trascendental: la del Mercado. La “mano invisible” del mercado resuelve los
problemas sociales y la exclusión de los incapaces es una buena señal”.
La alta tecnología y el proceso
de globalización de la Economía están creando una nueva cara para el mundo. La
globalización tiene raíces en la cultura moderna.
Desde el punto de vista ético,
vivimos la “época de las perplejidades”, como dice el título de René Dreyfuss.
Nuestros desafíos son: la mundialización, la globalización y la
planetarización.
Para Hugo Assmann: “el hecho
mayor en la coyuntura actual del mundo es ciertamente el imperio pavoroso de la
lógica de la exclusión y la creciente insensibilidad de muchísimos en relación
con ella”.
2.2
El
concepto de exclusión y su contexto
2.2.1- La cultura judeo-cristiana
se funda en una trasgresión y una exclusión: el pecado castigado con la
expulsión del paraíso terrestre y con la exclusión de la inocencia y de la
felicidad. Con esta exclusiones se inició la vida de los hombres, pero también
la muerte, que se presenta – por primera vez – bajo la forma de asesinato: Caín
mata a Abel, porque estaba excluido de la benevolencia divina (a Dios le
agradaba Abel y su ofrenda, pero no le agradaba Caín y su ofrenda” (Gn. 4,4-5).
La descendencia y, por tanto, la vida se funda en el asesinato del otro, que es
lo que yo no soy o que tiene lo que yo no tengo. Este esquema simbólico de la
exclusión del otro en nombre de la propia supervivencia es el leitmotiv que
sigue la historia del hombre, evolucionando y cambiando con el evolucionar y cambiar de su capacidad de
dominar a la naturaleza y a sí mismo.
Pasando de la simbología a la
historia concreta, el hombre consigue – a través de diversos grados – pasar de
la fase de la exclusión como muerte física del otro, sublimándola en la muerte
de la contradicción, en un continuo recurso al establecimiento de procesos de
manipulación y de expropiación de la personalidad del otro y por consiguiente
como formas diversas de muerte. La muerte física continuará a los largo de los
siglos, como ahora continúa, a re-proponerse como elemento de sobrevivencia,
pero tendrá un carácter temporal y pasajero (la guerra, las devastaciones, las
invasiones, los genocidios, las matanzas, la tortura) y una calidad mediada por
la invención y la fabricación del otro como enemigo para dominarlo. El proceso
de exclusión irá luego afectando cada vez menos al cuerpo del hombre, apuntando
sobre todo a reducir o a remover la contradicción representada por él, para
penetrar en el individuo y hacerle interiorizar el dominio. En su evolucionar histórico,
este proceso puede, pues, considerarse como el fundamento del dominio del
hombre sobre el hombre y, por tanto, el fundamento del poder (...). Si aquel a
quien se pretende excluir ya no puede ser matado pero debe ser dominado y
utilizado, la forma de exclusión más próxima de la muerte consiste en reducirlo
a cuerpo, a cosa, a animalidad, devolviéndole a la
naturaleza la particularidad específica que pueda justificar su exclusión de la
subjetividad del poder.
2.2.2 En principio, el estado de exclusión
es visto como humanidad y se refiere a procesos de segregación justificados
bajo diversas motivaciones. Por cuestiones religiosas ha sido explicada la
segregación de millares de parias en la India y, más recientemente, de los
católicos en Irlanda; por cuestiones de salud, se ha explicado la segregación
de los leprosos en la antigüedad y de los locos en la modernidad; por
cuestiones políticas se han explicado el ostracismo entre los griegos y el
exilio de los subversivos modernos; por cuestiones étnicas, la segregación de
los indígenas en el Amazonas, de los judíos alemanes entre los alemanes
pretendidos arianos; y de los pueblos africanos negros entre los pueblos
descendientes de europeos blancos; por
cuestiones económicas, segregados los “no empleados” en la sociedad
contemporánea globalizada (cf. Marlene Ribeiro).
2.2.3 La definición de la palabra
exclusión que aparece en el diccionario de la Lengua Portuguesa de Aurelio
Buarque de Hollanda dice: “Exclusión: acto por el cual alguien es privado o
excluido de determinadas funciones” -
en cuya composición está el prefijo ex (fuera), que separa, corta, no
hace viable la relación. Quiere decir: el sentido, la imagen y la realidad de
los excluidos muestran contingentes humanos colocados del lado de afuera
de una sociedad cuyos mecanismos de impermeabilización de sus fronteras no
permiten el retorno o la posibilidad de establecer relaciones con los que están
dentro, los incluidos, aterrorizados mediante la amenaza constante de ser los
próximos a poner del lado de afuera.
2.2.4 El excluido es la
persona del otro silenciada, aquel que no es tenido en cuenta en las grandes
decisiones económicas, políticas y de otro tipo, a pesar de ser implicado en
ellas.
Pero es también aquel que está
fuera de la comunidad de comunicación, propuesta por la Etica del Discurso
de Apel y Habermas. E, simplemente, el prescindible para... Son aquellos que
pueden llegar a morir sin que nadie, de p.v. de la totalidad, sienta su falta.
Se podría decir que son un estorbo para los sistemas vigentes; los marginados
son quienes no tienen voz ni voto; en último término, los ninguno. Los ninguno: los hijos de nadie, los dones
de nada. Los nulos, los que “ningunados”, persiguiendo la liebre, “muriendo” la
vida. Que no son, aunque sean. Que no hablan idiomas sino dialectos. Que no
profesan religiones sino supersticiones. Que no hacen arte sino artesanado. Que
no practican cultura sino folklore. No son seres humanos sino recursos humanos.
Que no tienen rostro, tienen brazos. Que no tienen nombre, tienen número. Que
no figuran en la historia universal sino en la crónica policial de la prensa
roja local. Los ninguno que cuestan menos que la bala que los mata (cf. Ed.
Galeano).
2.2.5 En los Estados Unidos, los enfermos
(incluidos los viejos), los incapaces y los jóvenes forman el 65% o los dos
tercios de la población total. Esas grandes masas están dirigidas hacia el
ocio. El centro, altamente calificado de la sociedad tecnológica, permanece
orientado para el trabajo; y el grupo
intermedio constituye el 25%. Para estos dos tercios de la población americana,
la última forma de integración posible es el
Estado asistencial, que integra al excluido en la nueva calidad de
asistido vitalicio, defraudándolo de todos los derechos y de toda dignidad (cf.
Einaudi).
2.2.6 En el sentido actual que la
sociología le confiere, hay indicios de que el concepto de exclusión
haya aparecido en Francia hacia las décadas de los 50/60, cuando los estudiosos
sociales pusieron su atención despierta hacia las poblaciones situadas fuera
del mundo del trabajo, y constituyendo una pobreza que los economistas
clasificaron como “residual”.
2.2.7 Algunos pedagogos y
estudiosos sociales cuestionan el uso de la categoría exclusión para el
análisis de algunas realidades, focalizando sus límites de uso para la
comprensión de procesos que se configuran como la nueva “cuestión social”.
Hay casi un consenso en estos últimos tiempos con referencia a tratar los problemas de los grupos populares – desempleo, pobreza, desescolarización – como resultantes de la exclusión sea del mundo del trabajo, sea de la protección del Estado, sea de las posibilidades de acceso a la escuela y de permanecer en ella.
Con relación a la educación, se
cuestionan los procesos que excluyen los grupos populares de la ciudadanía con
la justificación de que tales grupos no están preparados o no tienen claridad
para ejercerla. La noción de exclusión, por un lado, está fundamentalmente
ligada a lo que algunos autores llaman la “nueva cuestión social”. Nueva,
porque difiere de la pobreza de los siglos anteriores bajo ciertos aspectos.
Ella está marcada por movimientos de contestación de las instituciones de
prisión, pedagógicas y psiquiátricas, en los años 60 y 70.
Apareció el Movimiento de
Análisis Institucional, produciendo estudios que contribuirían a un proceso de reformulación del
tratamiento psiquiátrico, de la formación escolar y de la reeducación de los
presos.
Son importantes las
investigaciones de Michel Foucault.
Además de las tres formas de
exclusión del discurso (la palabra prohibida, la segregación de la locura y el
deseo de verdad), la obra de Foucault revela el proceso de constitución de las
llamadas ciencias humanas y ciencias sociales, desenmascarando la relación
entre el control de las poblaciones y la producción de saberes que hacen del
hombre, a partir del siglo XVIII, sujeto y objeto de conocimiento (cf. Arqueología
del saber; las Palabras y las cosas).
Foucault coloca las cuestiones
acerca de la relación entre poder y verdad en el discurso de las ciencias y en
las prácticas institucionales.
Se construyó así el concepto de
exclusión, que refleja una realidad del aparecer de “nuevos pobres”, de luchas
por la libertad, de desencanto y desvanecimiento de la utopía comunista que
alimentó la Revolución rusa, de la insuficiencia tanto de las categorías
funcionalistas como de las marxistas para la comprensión de esa realidad
compleja. Cuestiones que, estaban dirigidas a lo económico (explotación) se
trasladaron a lo político ( dominación y opresión).
La realidad que hace afirmar al
término exclusión su estatuto sociológico y el desempleo en masa asociado a la
reestructuración productiva, la
globalización económica y la destrucción del Estado Social. El retorno de una
pobreza expropiada de los medios e instrumentos de producción, viviendo en
condiciones de miseria absoluta, como en el siglo XVIII, pudieron ser
perspectivas de proletarización que se afirmaron en el siglo XIX como la
seguridad social conquistada en el siglo XX, asume contornos tan visibles al
punto de configurar una “nueva cuestión social”, que desafía a los estudiosos
sociales y a los educadores.
Las luchas por la inclusión
mantienen el modelo social productor de exclusión.
2.2.8 El desempleo estructural es
expresión concreta de lo que se ha caracterizado como exclusión. Es la
expulsión cada vez más intensa del trabajo vivo de hombres y mujeres
sustituidos por la máquina, como preveía Hegel, que, en 1820, ya usaba el
término “excluido”. Los trabajadores
desempleados actuales, a los que nos estamos refiriendo, sobreviven en una
sociedad capitalista. En ella, los seres, inclusive los humanos, se encuentran
universalizados bajo la forma de mercancía . La relación entre las mercancías
esta mediada por la mercancía dinero, que el capital tiene convencionalmente
como moneda universal para el trueque.
El trabajador se encuentra en el
límite de su despojamiento, en el que parece no haber otra alternativa sino la muerte,
la concordancia con la necesidad de “quemas del stock excedente de mercancías y
“mano de obra” para garantizar los índices de productividad y competitividad
exigidos por el proceso de acumulación de capital.
La realidad de exclusión o la
dimensión de pobreza que la hace visible no puede estar disociada de los
procesos de destrucción de una política de derechos de ciudadanía – salud,
educación, seguridad, habitación, reglamentación del trabajo – instituidos como
el Estado social.
El capital margina y expulsa a
los trabajadores de los procesos de trabajo y de participación política. La
exclusión, como un rayo de luz lanzado en dirección de la pobreza, se presta a
la compasión, evidenciando una “ideología perversa” que tanto oculta una
política deliberada de producción de exclusión, como divide en dos al sujeto
ético colocando de un lado la víctima sujeta a la exclusión, y del otro al
sujeto de compasión.
Chauí (1999) muestra que la
victimización de la mayoría de las personas, vueltas “innecesarias y desechables”
por la organización de los procesos contemporáneos de trabajo, hacen que el
actuar o la acción permanezcan concentrados en las manos de los no-sufrientes,
de las no-víctimas, que deben trazar desde fuera justicia para los
injustificados. Estos, por tanto, perdieron la condición de sujetos éticos para
hacerse objetos de compasión... Es necesario cambiar el paradigma: hacerlos
sujetos de su propia inclusión.
2.2.9 La nueva realidad de exclusión social, o apartheid social, introduce una nueva dialéctica en la sociedad. Al lado de la “vieja” dialéctica capital x trabajo, es necesario pensar, al mismo tiempo, en la dicotomía entre los integrados en el mercado y los que están excluidos y los compadecidos, los insatisfechos con la actual lógica excluyente.
2.2.10 Se constata, además, que
aún en medio de los grupos cristianos comprometidos en acciones de solidaridad
para con los excluidos o en la lucha por las mujeres, los indígenas y los
negros, predomina la influencia postmoderna
con su valoración de fragmento, de particular y de cotidiano, en
detrimento de un pensamiento capaz de trabajar con el concepto de totalidad
social y de acciones estratégicas. En la práctica, esto significa la valoración
casi exclusiva de los trabajos locales y específicos, desvinculados de
proyectos políticos y sociales más amplios. La “opción por los pobres” , aunque
importante, no implica necesariamente una articulación de la fe con las grandes
cuestiones y proyectos sociales (cf. Sung, 1998:76).
2.2.11 Según Comblin (1996:98) no
se superó todavía el dualismo entre religión y política. “No hay tarea más
urgente que la de unir de nuevo lo que estaba separado durante tanto tiempo, lo
“político” y lo “religioso”, lo “social” y lo “místico”. La teoría tiene que
fundamentar una práctica eficaz”.
2.2.12 La exclusión social no es una exclusividad de los países del Tercer Mundo. Tanto en América del Norte (EUA y Canadá) como en América Latina existe el fenómeno de la concentración de riqueza y el contraste que se está dando entre las bolsas de riqueza en medio de un mar de pobreza (en los países de América Latina) y entre los bolsas de pobreza en medio de la riqueza (en América del Norte) (Sung, 91).
2.2.13 Un número cada vez mayor
de personas en los Estados Unidos y la mayoría de la población en América
Latina están siendo excluidos del MERCADO. Son así excluidos de los fondos del
desarrollo, de las condiciones de una vida digna y, lo peor, hasta de la misma
posibilidad de sobrevivencia.
2.2.14 Estar excluido del MERCADO
no significa, entre tanto, estar excluido de la sociedad y de los medios de
comunicación social que socializa los mismos deseos de consumo. Tenemos así la
trágica situación en la que los pobres, jóvenes y adultos, son estimulados a
desear los bienes de consumo de bienes sofisticados y superfluos, al mismo
tiempo que se les niega la posibilidad de acceso a satisfacción de las
necesidades básicas para su
superviviencia digna. (Sung,
91).
2.2.15 Una de las causas
fundamentales del proceso de exclusión es el desempleo estructural que tiene
América Latina y casi todo el mundo. Es estructural porque no es fruto de una
coyuntura económica, que pasaría. Las empresas se enriquecen en la medida en
que despiden a sus funcionarios. El desempleo estructural es fruto del actual modelo
de globalización económica, de la revolución tecnológica y de la financiación
de la riqueza.
2.2.16
En las sociedades premodernas, el hombre trabajaba para
vivir. En las sociedad capitalista las personas viven para acumular riquezas.
La riqueza está financiada y, en gran parte, es “ficticia”. No está compuesta
por bienes tangibles sino por números que hacen guiños en las letras de los
avisos luminosos (outdoor). La finalidad del lucro es el lucro.
2.2.17
La búsqueda ilimitada de la riqueza por la riqueza
acaba destruyendo el sistema ecológico que posibilita la vida humana. Produce
también pobreza, exclusión. Contrastes sociales, violencia desenfrenada y
creciente consumo y tráfico de drogas.
2.2.18
En la realidad latinoamericana, el pobre o el
desempleado, cada vez más, se encuentran en situación difícil pues los
programas de ajuste económico de inspiración neo-liberal tienden a cortar
drásticamente los pocos programas sociales existentes.
2.2.19
Las empresas tratan de modernizarse bajo la presión del
mercado. Ahora, en casi todos los países latinoamericanos existen,
yuxtapuestos, grupos sociales que viven en tiempos históricos diferentes.
2.2.20
Dicho de otra manera, la élite de nuestros países se
siente más cercana e identificada a la élite
de los países desarrollados que con nuestra población pobre.
Es difícil
conseguir su adhesión a programas sociales, si no comprenden a fondo las
ideologías que sustentan esa situación y las que pueden combatirla y superarla.
2.2.21
Una sociedad basada en la lógica de la exclusión genera
y se alimenta de una cultura de insensibilidad. Esta cultura de la
insensibilidad, frente al sufrimiento de los otros, especialmente de los
pobres, llega hasta al cinismo y no creció por acaso. Es fruto de diversos
factores históricos y otros de orden antropológico.
2.3
La optica cristiana
2.3.1 La óptica cristiana no es
solamente fruto de la razón. Se fundamenta en la práctica de Jesús que tiene su
eje en el anuncio del Reino de Dios. Jesucristo incluyó el Reino en la oración
del Padre Nuestro: “venga a nosotros tu Reino”. Significa que el Reino de Dios
se realiza en la construcción de una sociedad Nueva, mediante la conversión de
las personas hacia la justicia y la solidaridad.
Cada persona deberá ser sal de la
tierra y luz del mundo, en el espacio de las relaciones humanas y de la ciudad,
fermento del nuevo cielo y de la nueva tierra.
La solidaridad cristiana se
fundamenta en la fe, mientras que la solidaridad cívica se funda en la razón.
La solidaridad cristiana es fraternidad, que reposa en la conciencia de la
filiación divina.
Para la fraternidad cristiana, la
humanidad constituye una gran familia, formada por una multitud de familias
menores, naciones, confesiones religiosas, comunidades regionales,
corporaciones, profesionales, etc. Las formas de convivencia entre las
personas y entre las naciones deben estar impregnadas por los valores
cristianos.
3 - Relectura
de la pedagogía salesiana bajo la optica de la inclusión
3.1.
Educación como tarea emancipadora
Si consideramos los desafíos del
mundo globalizado en que vivimos y las exigencias de la revolución
técnico–científico-informativa y social en las que estamos inmersos, no podemos
dejar de constatar que, en esta coyuntura actual, el hecho más preocupante es,
innegablemente, el imperio aterrador de la lógica de la exclusión y la
ampliación de la insensibilidad que la acompaña (Assmann, 1998, p.26).
Requisito indispensable hoy para responder
a estos desafíos es la creación de una conciencia humanista planetaria, que
implica el desarrollar del sentido de la justicia y de la responsabilidad con
los pueblos y grupos sociales, las personas y los individuos ignorados y
silenciados, excluidos y sobrantes.
Ninguna cultura expresa la
totalidad del potencial creativo humano. Todas juntas muestran la versatilidad
del misterio del ser humano y las más distintas formas de realizarnos en
nuestra humanidad (Boff, 1999, p.92-93). Aceptar y respetar la diversidad
cultural sin transformarla en marginación, lo mismo que reconocer y acatar lo
diferente sin imponerle la desigualdad, son actitudes que resultan de dicha
conciencia planetaria.
Si aceptamos el mundo como un
sistema de relaciones interpersonales, tenemos que considerar en todos
los análisis de sus partes, las partes restantes. Si percibimos la creación
como un todo orgánico, incluido en él el ser humano, todos tenemos
responsabilidad de cuidar ese todo (Boff, 1999; Santos, 1998). En la verdad, lo
que realmente importa es la superviviencia
del ser humano en el planeta con un sentido agudo de dignidad y de
responsabilidad de unos para otros. Ahora, si vivimos una comunidad de
destino, somos todos ciudadanos del mundo, lo que urge a contraponer la solidaridad
al individualismo.
No se puede, sin embargo, olvidar
que la conversión a la fraternidad y a la solidaridad no es un dato
congénito del ser humano. Es un proceso exigente y siempre inconcluso
de conversión personal y colectiva, imprescindible para que existan
predisposiciones hacia una solidaridad efectiva. Aquí entra la función
imprescindible de la educación, la más avanzada tarea social
emancipatoria, comprometida con la “construcción de personas” y la
“implantación de la ciudadanía” con miras a la organización de una “sociedad
en la que todos quepan” (Assmann, 1999).
3.2.
Como educar?
Cómo educar? Cómo hacer de una
escuela un contexto y un clima organizacional propicio para la iniciación y el
desarrollo de vivencias personalizadas de aprendizaje y, sobre todo, de
aprender a ser? Cómo crear y recrear para los educandos un espacio en el que el
proceso de aprender esté alimentado por la utopía de una sociedad que se
pretende construir?
Hablar de educación es hablar de
“construcción de personas”, no de individuos. Y de personas consideradas en su
totalidad de energía cósmica y espiritual, comprendiendo también la propia
corporeidad. No se puede trabajar identidad sin referir y sin partir del
“cuerpo” : nuestro cuerpo somos nosotros mismos expresándonos.
Nuestro trabajo educativo
comprometido con la fe cristiana mira al desarrollo de la persona humana en la
construcción de su identidad en relación a su acontecimiento fundante:
·
Elevada a una dignidad propia, que se afirma al
surgir de la conciencia, la libertad y el amor.
·
Llamada a una trascendencia, es decir, su
dignidad es utópica, se hace libre y continuamente, respondiendo como sujetos
al desafío del contexto y orientándose hacia el Absoluto.
·
Llamada a la felicidad, que supone construcción
de un sentido para la propia existencia y para su contexto social, asumiendo la
realidad concreta de la vida con sus contrastes, valores y ambigüedades
(Equipede, 1998).
Como el desarrollo de las
personas sucede necesariamente dentro de un contexto socio-económico-cultural
específico, todo proceso educativo ha de partir siempre de la conciencia
crítica de dicho contexto, de sus contradicciones y de las posibilidades
prácticas de su transformación.
Lo político como horizonte
pedagógico se expresa en el ejercicio de la ciudadanía – ciudadanía no
como meta lejana, sino como práctica cotidiana, inclusive de vida escolar. Sin
ejercicio democrático no se construye una sociedad libre y participativa. El
ideal democrático, ya lo decía Jacques Maritain, es el nombre profano
para el ideal cristiano de fraternidad, pues tiene como motivo
determinante la igualdad, el amor y la solidaridad (Boff, 1999).
Dentro de esta libertad hay que respetar el pluriculturalismo: las diferencias de género, raza, religión, ideología y de cualesquiera otras minorías sociales.
También la superación de
conflictos, inherentes a toda vida humana, será un aprendizaje realizado
mediante el ejercicio diario de la relación humana, del diálogo, de la
solidaridad, del intercambio, del compartir... que refuerzan la humanización de
la cultura y del saber.
Se mira al primado de la
sabiduría sobre la ciencia y al respeto a la ética de las relaciones
entre persona humana, tecnología y política, promoviendo la educación para
la paz.
Hoy, más que nunca, afirma Boff (1998, p.26), necesitamos tener sabiduría. Sabiduría para captar las transformaciones necesarias. Sabiduría para definir la dirección cierta. Sabiduría para proyectar el sueño que nos guiará. Sabiduría, en fin, para priorizar las acciones concretas que vayan a traducir este sueño en realidad.
Si nuestra visión educativa,
unida a los principios evangélicos, se funda en la centralidad de la persona
humana, nuestra meta es la comunión social: justa, fraterna, solidaria,
participativa, libre, democrática, al servicio de la vida.
Esta meta exige un ejercicio
cotidiano que supere el calor de la nueva cultura individualista,
promovida por una organización social centrada en la dominación del mercado
e impulsada por una tecnología cada vez más sofisticada, en un ritmo acelerado
y diversificado de orientación.
Se hace imprescindible, pues, asumir
la solidaridad. No como un gesto aislado, sino como savia de una cultura
que es actitud permanente y criterio de respeto y cuidado con la vida y
con todo lo que existe y vive, aún hasta para garantizarnos la posibilidad de
vida para todos – base para cualesquiera otros valores.
Esta actitud y criterio abarcan
necesariamente a los empobrecidos, marginados y victimados por los mecanismos
de opresión y exclusión, resultantes del neoliberalismo dominante. Ser
solidarios con estos mismos hermanos, los más amenazados en su vida,
implica cuestionar el tipo de sociedad, cuya lógica de funcionamiento produce
tantos excluidos. Eso exige comprensión y traducción de dicho cuestionamiento
en alternativas que se inician por el “plantío de la ciudadanía”, lo que no
sucede sin aprendizaje y ejercicio práctico cotidiano.
Conocer el contexto en el que se
está inserto y, por lo tanto, indispensable para que se puedan formar
ciudadanos capaces de intervenir consciente y críticamente en la sociedad en la
que vivimos. Además, toda organización solo tiene sentido si proporciona a los
educandos condiciones para ser agentes en la resignificación y recreación del
mundo en que se sitúan. Será todo un contexto de educación para la solidaridad
que consistirá, también y sobre todo, en la búsqueda de los campos de sentido
para las luchas por la sobrevivencia y para las expresiones de placer que dan
el gusto de “hacer algún bien al otro” y experimentar horizontes más amplios de
la vida.
La cuestión pedagógica tiene que
ver con los proyectos del mundo que, en nuestros modos de conocer,
elaboran y alimentan. E, inevitablemente, desemboca en la difícil
conjugación entre el horizonte utópico
y los proyectos para su realización. Por esto la cuestión pedagógica
incluye el mismo aprender o aprender vida y aprender mundo, con miras a
la construcción de un mundo donde quepan todos.
Y este aprendizaje se inicia en
el mismo ambiente escolar – laboratorio de vida – considerada en
las más variadas manifestaciones de su unidad y sacralidad. Ahí, entonces, se
da una nueva experiencia de los sagrado, se vivencia la apertura al
sentido radical (de raíz) de la existencia, se realiza un encuentro vivo
con la Fuente que da origen a todo ser – Dios manifestado en los más
pequeñitos.
[1] Cf.: DOMÍNGUEZ, José y SAEZ, Juliá. El hombre de Nazaret, Petrópolis: Vozes, 1987,p.145
[2] Cf.: GARCIA RUBIO, Alfonso. Encuentro con Jesucristo vivo. S.Pablo: Paulinas, 1999, pp.34-35
[3] Cf.: GALLO, Luis. El Rostro de Dios revelado por Jesús, en: Dicasterio para la Pastoral Juvenil Salesiana. La experiencia de Dios Padre en la espiritualidad salesiana, roma: Editrice SDB, 1999,pp.86-88
[4] Cf.: Ibidem, pp.89-90
[5] ECHEGARAY, Hugo. La práctica de Jesús, Petropolis: Vozes, 1991, pp. 152-153.
[6] Cf.: Ibidem, p.153, citando y comentando: Lc.12,32; 22,29-30; Mt. 25,34; Mc. 4,26-29).
[7] Cf.: FRANCA MIRANDA, Mario de. Liberados para la Práctica de la Justicia. La teología de la gracia en el actual contexto latinoamericano. S.Pablo: Loyola, 1991, p.28
[8] Cf.: GARCIA RUBIO, Alfonso, op.cit., pp.36-37
[9] Ibidem, pp. 38-41
[10] Ibidem, pp.68-73
[11] HOORNAERT, Eduardo. El movimiento de Jesús. Petrópolis: Vozes, 1986, pp.106-109)
[12] STORNIOLO, Ivo. Cómo leer el evangelio de Lucas. Los pobres construyen la nueva historia. S.Pablo: Paulus, 1992, pp.19, 73-76
[13] Cf.: GARCIA RUBIO, Alfonso, Op. Cit. , pp.118-119
[14] CAMPANHA DA FRATERNIDADE, 200, pp. 90-97
[15] Cf. MAZZAROLO, Isidoro. Lucas, la antropología de salvación. Porto Alegre: Suliani, 1999, p.64
[16] ECHEGARAY, Hugo. Op. cit.,pp.
130-131
[17] DOMINGUEZ, José e Sáez, Juliá. Op. Cit. Pp.146-147
[18] Cf.: ECHEGARAY, Hugo, Op. cit.,
pp.140-141