Hombres y mujeres de buena voluntad

Sábado, 15 de enero de 2005

Pedro Rafael Ortiz S.

Sacerdote Diocesano

Gloria a Dios en el Cielo y Paz en la Tierra a quienes tienen buena voluntad! En aquel momento -que recordamos en la ceremonia solemne de esa noche- los ángeles saludaron a los pastores con ese llamado y les avisaron que había nacido El Mesías. ¡Cuán sencillas las palabras de los ángeles y, sin embargo, cuánto las enredamos los humanos! Yo les diría que en muchas ocasiones enredamos las palabras porque nos comportamos como seres inmaduros y tratamos de darles vuelta a las cosas para buscar como complicarlas con el propósito de no tener que obedecer a Dios. Nos parecemos al niño que sus padres, por su bien, le prohíben hacer algo y comienza a inventar situaciones en las que tal vez no sería tan dañino aquello que se le ha prohibido. Pero no hay que preocuparse mucho. Así como la buena madre y el buen padre observan esas ocurrencias del niño y sonríen por dentro, así mismo Dios Padre dice “dejen que los niños vengan a mí”. Así pues, si como niños a pesar de los años que tenemos andamos buscando formas de enredar las verdades sencillas con el propósito de evadir su cumplimiento, Dios se sonríe y nos mira con compasión. Pero eso sí, su palabra -voz de salvación y libertad- sigue siendo sencilla y clara. Tan pronto estemos preparados para oírla y cumplirla, allí estará Dios para recibirnos porque nunca nos ha abandonado.

Asimismo, quiero referirme al llamado de los ángeles a los pastores y a esa frase... Buena Voluntad. ¿Qué es la buena voluntad? ¿Cuántas veces no hemos escuchado decir que “fulano no nos tiene buena voluntad”? Con eso nos quieren advertir que esa persona no quiere el bien para nosotros, o incluso, que quiere hacernos mal aunque lo disimule.

El que tiene buena voluntad quiere el bien para los otros y pone su empeño en eso. La palabra es pues bien sencilla y bien clara. El mandato es tener buena voluntad, tener la voluntad, el empeño, el esfuerzo, el desvelo, la atención, el cariño, el vigor en el espíritu de buscar el bien para los demás. Dios mismo pide la paz en la tierra para aquellos que tienen buena voluntad. ¿Les damos paz a los que tienen buena voluntad? ¿Respetamos a quienes optan por cumplir ese mandato de Dios?

¿Respetamos la Iglesia cuando levanta la voz profética para denunciar las injusticias o perseguimos a sus ministros y sacerdotes? ¿Respetamos a los líderes de las comunidades que luchan por mejorar las condiciones de vida de sus vecindarios, o sencillamente tratamos de sacarle partido para nuestras causas particulares o, de lo contrario, les cortamos el camino? ¿Respetamos el clamor de los obreros, de las mujeres y de todos aquellos que luchan por la justicia?

Cuántas veces, como pasó en innumerables ocasiones en la campaña electoral que apenas acaba de concluir, no sólo los jefes adversarios se lanzaban toda clase de oprobio sino que sus capataces y lugartenientes gestionaban muchedumbres enardecidas que enfangaran dignidades y conciencias. Todo eso es parte del camino inmaduro de este pueblo de Dios, pero que nadie venga a la Iglesia a pedir bendición para ello. La Iglesia los acompaña a todos en todo momento, pero como Madre y Maestra, y a todos les dice el mismo mensaje, Gloria a Dios -y sólo a Dios verdadero- en el Cielo y pedimos paz para aquellos que tienen buena voluntad.

La Iglesia también celebra los triunfos en esta vida de todos sus hijos, porque esa es una manera de enseñar con el ejemplo el llamado a la buena voluntad. Hoy tenemos entre nosotros hijos e hijas de nuestra tierra que se han alzado con victorias en las pasadas elecciones, cada cual en su lucha particular. Estos hermanos (as) han acudido ante el pueblo y han sido seleccionados para una misión. Con ellos la Iglesia se alegra.

Pero para alegrarse, les tiene un regalo. Están invitados a olvidar desde ya las glorias vanas con las que han de estar siendo homenajeados por los poderes y los intereses del mundo. Están invitados a convertirse en pastores, en humildes pastores y: “Venid... Venid pastores venid...”. Vengan hombres de buena voluntad a recibir la paz de manos del “PrÍncipe de la Paz” del que nos habla el profeta Isaías. Vengan a ver cómo un niño pobre, hijo de unos padres que de tan pobres no tenían dónde hospedarse, resultó ser el hijo de Dios, el Dios Fuerte, el Grande.

Porque han triunfado en su lucha electoral, les toca ahora a ustedes, si es que de verdad quieren ser los primeros de su pueblo, en convertirse en los servidores de todos. Grandes serán cuando sean los últimos en servirse, grandes serán cuando en lugar de estar preocupados por cuántos policías les vigilan a ustedes, su desvelo sea la seguridad de nuestra gente en los vecindarios; cuando en lugar de estar pendientes de cómo se cena en el Palacio de Santa Catalina [Residencia del Gobernador], en el capitolio [Asamblea Legislativa] o en Washington, pierdan el sueño indagando cómo le darán de comer a tantos pobres que hay en esta tierra; cuando en lugar de quejarse del cansancio propio, busque hasta la madrugada cómo lograr que haya un salario decente para que cada trabajador y cada trabajadora lleven a su casa el pan de cada día. Sobre todo, grandes serán ustedes cuando en lugar de buscar cómo imponer sus propias ideologías, se unan en buscar la libertad plena para la Patria que les vio nacer y que hoy confía en ustedes. Pero que quede claro, que esa grandeza no es para que dentro de sus propios corazones se sientan graduados de pastores, de esos humildes pastores a los que los ángeles despertaron para que pudieran ser los primeros en ver al Mesías.

La clave está en la “buena voluntad”. Si no tenemos “buena voluntad” para con amigos y enemigos, para con los que simpatizan con nuestras ideas y para los adversarios, entonces escucharemos que en Belén ha nacido un niño y sólo tendrá para nosotros un significado folclórico o antropológico, un motivo de fiesta o ceremonia, pero no podremos vivir a plenitud la alegría que tuvieron los humildes pastores al enterarse, por voz de los mensajeros de Dios, de que había llegado la plenitud de los tiempos y que El Único Mesías, el prometido por Dios mismo, se ha hecho carne y habita entre nosotros. Por eso, repito: “Venid pastores, venid”.

 

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